El relato del bautismo de Jesús en Lucas consta de dos partes. En la primera (w. 15-16) se subraya la diferencia entre el bautismo de Juan, con agua, para la purificación según el uso judaico antiguo, y el de Jesús, con Espíritu Santo, que transforma el corazón dando vida nueva. En la segunda parte (w. 21-22) se afirma la superioridad y la riqueza del bautismo de Jesús, donde él se revela Mesías e Hijo de Dios y, en consecuencia, la superioridad del bautismo del cristiano, que es don del Espíritu y en el que se convierte en hijo de Dios por medio del Hijo. El bautismo es un momento extraordinario de manifestación del Espíritu de Dios en la persona de Jesús. Y él lo recibe mientras está en oración, otro don del Espíritu Santo, típico en la teología lucana.
La tarea de Jesús en el mundo, por tanto, es doble: él es el Mesías, enviado por el Padre, y por esto recibe la fuerza del Espíritu para su misión de Salvador de los hombres, sacándola del misterio mismo de Dios, de quien proviene. Pero al mismo tiempo él es también el Hijo predilecto del Padre, el rostro visible de Dios, el revelador de la Palabra escuchada del Padre y transmitida a los hombres. De la misión de Jesús nace la vocación de la Iglesia y la de todo creyente: acoger el mensaje de amor que el Padre nos dirige con el Hijo para, a nuestra vez, darlo a los hermanos. Nace, además, la llamada a vivir el propio bautismo sabiéndonos poseedores del Espíritu y de la vida nueva que se nos ha dado, comportándonos como hijos de Dios para testimoniar la vida divina, única verdad que hace libre al hombre (cf. Jn 8,31).