Ciertamente que sí, esta es nuestra respuesta al enigma que nos desafía en la coyuntura de este momento, y es lo que nos abre precisamente a la esperanza. Porque la esperanza no es un artículo de lujo para gente guapa que no tiene problemas, esos a los que les toca siempre algún pellizco lotero, o todo les cuadra resultón y sin sobresaltos como bueno, bonito y barato. La esperanza es creer que la última palabra no la tenemos nosotros, sino que es la que únicamente se reserva Dios tras todas nuestras palabrerías, esas que nos rompen por dentro y nos enfrentan por fuera. Hay una palabra final que desde siempre Dios silenció para decírmela a mí y para susurrarla conmigo. Palabra de luz en medio de mis penumbras, Palabra de vida entre nuestras destrucciones tantas, Palabra de amor que sabe a ternura que no caduca ni engaña, Palabra que hacemos nuestra como ensueño que canta, como promesa verdadera y cumplida sin tacha.
Así nos sacudimos las inercias mohínas y asustadas, dando la bienvenida a la novedad que nos sorprende al hilo de los doce meses que comienzan en este año santo y jubilar. Es bueno recordar que siempre hay un trozo de mundo que coincide con el que a diario pisan mis pies y abarcan mis brazos, cuyo horizonte lo otean mis ojos y cuyo secreto deseo palpita en mis entrañas. En ese espacio que nos han confiado dejamos que Dios cante y cuente su Palabra con nuestros labios y reparta su bondad con nuestras manos. Ese Dios pequeñito que celebramos en los pasados días de Navidad es el motivo de esperanza: porque Él hace con nuestro llanto sus lágrimas, mientras brinda con nuestras alegrías la fiesta que no acaba. Lo recordaba el papa Francisco hace días: “Todos nosotros tenemos el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido; allí donde la vida está herida, en las expectativas traicionadas, en los sueños rotos, en los fracasos que destrozan el corazón; en el cansancio de quien no puede más, en la soledad amarga de quien se siente derrotado, en el sufrimiento que devasta el alma; en los días largos y vacíos de los presos, en las habitaciones estrechas y frías de los pobres, en los lugares profanados por la guerra y la violencia. Llevar esperanza allí, sembrar esperanza allí”.En esto estamos y a ello nos lanzamos con la confianza de sabernos acompañados por Dios y sostenidos por sus providentes manos. Feliz año nuevo, santo y jubilar. Fuentes: Foto de Evgeni Tcherkasski en Unsplash / Cartas semanales. Archidiócesis de Oviedo