El Santo de las pequeñas virtudes:
Resulta difícil imaginarse a un santo obispo que, familiarmente,
pertenece a la nobleza, se ha relacionado con la grandeza de su tiempo,
es reconocido como doctor de la Iglesia y, sin embargo, pueda
caracterizarse como el santo de las pequeñas virtudes. «Sobre todo —escribía en una de sus cartas de dirección espiritual— a
mí me gustan estas tres virtudes insignificantes: la dulzura de
corazón, la pobreza de espíritu y la sencillez de la vida; y estos
ejercicios pocos vistosos: visitar a los enfermos, servir a los pobres,
consolar a los afligidos y, todo ello, sin darle importancia y
haciéndolo en plena libertad» (Oeuvres, XII, 205).Juan Pablo II, en su exhortación apostólica Christifideles laici, decía de él: «Podemos concluir releyendo una hermosa página de San Francisco de Sales, que tanto ha promovido la espiritualidad de los laicos. Hablando de la «devoción», es decir, de la perfección cristiana o «vida según el espíritu», presenta de manera simple y espléndida la vocación de todos los cristianos a la santidad y, al mismo tiempo, el modo específico con que cada cristiano la realiza: En la creación Dios mandó a las plantas producir sus frutos, cada una según su especie. El mismo mandamiento dirige a los cristianos, que son plantas vivas de su Iglesia, para que produzcan frutos de devoción, cada una según su estado y condición. La devoción debe ser practicada en modo diverso por el hidalgo, por el artesano, por el sirviente, por el príncipe, por la viuda, por la mujer soltera y por la casada. Pero esto no basta; es necesario además conciliar la práctica de la devoción con las fuerzas, con las obligaciones y deberes de cada persona (..). Es un error —mejor dicho, una herejía— pretender excluir el ejercicio de la devoción del ambiente militar, del taller de los artesanos, de la corte de los príncipes, de los hogares de los casados (...). Por eso, en cualquier lugar que nos encontremos, podemos y debemos aspirar a la vida perfecta»
El Santo del amor de Dios: La obra espiritual más importante de Francisco de Sales es el Tratado del amor de Dios.
El papa Pío XI decía que en esta obra -el santo doctor, como si
intentase escribir una historia del amor de Dios, narra cuál fue su
origen y su desarrollo y también por qué empezó a enfriarse y
languidecer en el ánimo de los hombres; después expone cómo podríamos
ejercitarnos y crecer en él. Cuando la ocasión se presenta, explica
lúcidamente cuestiones difíciles como la gracia eficaz, la
predestinación, la vocación de la fe; y para que el discurso no aparezca
conceptual y frío lo adoba con tan festiva gracia y con un aroma tan
grande de piedad, y lo reviste con tal variedad de comparaciones y tales
ejemplos y citas apropiadas sacadas con frecuencia de las Sagradas
Escrituras, que el libro parece brotar, no tanto de su mente cuanto de
sus entrañas y de su corazón» (encíclica Rerum Omnium, del 26 de
enero de 1923). En efecto, se podría decir que este libro es el diario
del alma de dos santos: Francisco de Sales y Juana de Chantal.
Un
tema fundamental de la espiritualidad salesiana, magníficamente expuesto
en esta obra, es la búsqueda y cumplimiento de la voluntad de Dios: Nada pedir y nada rehusar,
decía frecuentemente el santo obispo. En efecto, quien se sabe hecho a
imagen y semejanza de Dios, busca identificarse con él, aceptando el
proyecto divino sobre su persona, tratando de agradar a Dios en todo su
obrar, deseando siempre le bon plaisir de Dieu.A veces se ha dicho que Francisco de Sales ofrece una espiritualidad poco austera e, incluso, algo festiva: una oración poco exigente, ausencia de disciplina, pocas mortificaciones, etc. ¡Qué poco han leído las obras del santo obispo de Ginebra quienes así hablan! Él sabe bien que si en el Tabor hubo más claridad, fue en el Calvario donde hubo mayor salvación. El Calvario -decía- es el monte de los amantes. Y puesto que el Señor invita a todos sus discípulos a tomar cada día la propia cruz, una y mil veces aconsejaba que había que abrazarse a la cruz. Pero no la cruz que cada uno quisiera labrarse, sino la que Dios nos manda cada día: Prefiero llevar una cruz de paja, que el Señor me envíe, que una cruz muy pesada, pero que yo eligiera.[...] Valentín Viguera Franco S.D.B. Texto de: Martínez Puche, José A., dominicos.org. Imagen: Desde la FE
Señor, Dios nuestro, tú has querido que el santo obispo Francisco de Sales se entregara a todos generosamente para la salvación de los hombres; concédenos, a ejemplo suyo, manifestar la dulzura de tu amor en el servicio a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Señor, pastor de los pastores, forma y modelo de la caridad pastoral para todos los tiempos, deseamos contemplar la belleza de tu entrega de la vida con plena y absoluta gratuidad, sin ningún interés, a no ser el de la salvación de todos. Todos hemos pasado por la experiencia de lo fácil que es ir a menos en nuestras responsabilidades pastorales hasta caer en el cierre mercenario por la fragilidad de nuestras personas y por los miedos que nos asaltan. Sin embargo, la contemplación de la belleza de tu vida entregada y sacrificada, oh Cristo, nos implica en el don, sin perezas ni acaparamientos personales, sin volvernos atrás y sin huir. Que tu Espíritu Santo nos abra los ojos sobre las raíces mercenarias que llevamos dentro y nos llene de valor y nos guíe, como hizo con el dulcísimo y al mismo tiempo firmísimo pastor Francisco de Sales, a quien hoy recordamos.
Como él, te pedimos el don de la paciencia, para aceptar las largas demoras de la respuesta del corazón rebelde y complicado del hombre de hoy; el don de la humildad, para ser suficientemente realistas y no ceder a ninguna presunción o ambición en la misión evangelizadora que tú nos confías; el don del amor verdadero, constante y desinteresado, ese amor puro que tanto fascinaba al obispo de Ginebra. Haz que dejemos en el mundo la huella profunda de pastores generosos según tu corazón. Nos confiamos a la intercesión de san Francisco de Sales. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Piensa en el amor con el que Jesucristo, nuestro Señor, tanto sufrió en este mundo, de modo particular en el huerto de los Olivos y en el monte Calvario: !ese amor te miraba a ti! !Dios mío, con qué profundidad deberíamos imprimir en nosotros todo esto! Acaso es posible que yo haya sido amado con tanta dulzura por el Salvador, hasta el punto de que él haya pensado en mí personalmente, incluso en todas las pequeñas circunstancias a través de las cuales me ha atraído a él? Es verdaderamente maravilloso: el corazón repleto de amor de mi Dios pensaba en mí, me amaba y me procuraba mil medios de salvación, como si no hubiera tenido otra persona en el mundo en la que pensar. Pero cuándo empezó a amarte? Desde que empezó a ser Dios, es decir, desde siempre... (Francisco de Sales, Filotea V, 13ss).
Venerables hermanos: os sugiero y os pido que tengáis el propósito de recuperar Ginebra. Por medio de la caridad es como debemos desmantelar las murallas de Ginebra, por medio de la caridad invadirla, recuperarla.
No os propongo ni el hierro, ni esa pólvora cuyo olor y sabor recuerdan el horno infernal. Queréis un método fácil para conquistar al asalto una ciudad? Os ruego que aprendáis del ejemplo de Holofernes. Al asediar Betulia, cortó el acueducto y puso bajo guardia todas las fuentes. También nosotros –os conjuro a ello- debemos usar el método del que él dio ejemplo.
Hay un acueducto que alimenta y reanima a todos los tipos de herejes: son los ejemplos, las palabras, la iniquidad de todo, pero en particular de los eclesiásticos. Por nuestra causa se blasfema el nombre del Señor día tras día entre las naciones.
Es preciso derribar las murallas de Ginebra por medio de oraciones ardientes, y asediarla con la caridad fraterna. Por medio de esta caridad es como deben hacer fuerza nuestras tropas de asalto.
El jefe supremo de esta fortaleza, Cristo, nuestro Señor, cederá sus riquezas a quien la haya conquistado por medio de esas armas. En efecto, el Reino de los Cielos sufre violencia, y son los violentos quienes lo arrebatan... Adelante, pues, y ánimo, óptimos hermanos: todo cede a la caridad; el amor es fuerte como la muerte, y al que ama nada le es difícil (Francisco de Sales, "Discorso ai canonici di Ginevra", en G. Papasogli, Come piace a Dios, Roma 1981, pp. 143-147, passim). Gracias a Santa Clara de Estella