Fray Jesús. Artículo.

Un arzobispo que no es el tibio del Apocalipsis y cuya ideología es la del Evangelio

No fue el olor fétido de los leprosos, cuidados amorosamente por los franciscanos, lo que más movió a Jesús Sanz Montes a tomar los hábitos, que también. Fue el hondo dolor al comprobar que a los familiares de esos enfermos solo les interesaban sus pobres pagas. En un lazareto de La Alcarria decidió un buen día que su destino vital era el que luego ha sido. Dejó para serlo una situación acomodada, con trabajo en un gran banco, novia incluida, en el pijo barrio de Salamanca, para entregarse a los que más lo necesitaban. En Cantabria había barruntado siendo niño ese profundo sentimiento religioso, en unas convivencias veraniegas en las que soñaba ser como los buenos jóvenes seminaristas que les atendían. La prematura muerte de su querida madre le impactó, y desde entonces tuvo aún más claro que su vocación iría más allá de lo físico.

Nadie le tiene que explicar a Fray Jesús lo que es el sufrimiento. Sabe bien lo que significa. Y es de los que no tiene en su bolsillo una calculadora para ver lo que puede o no decir. Es consciente, como responsable episcopal europeo del asunto cultural, que esto va de enfrentar con la verdad cristiana lo que corresponde. Sanz sigue a su maestro, el primado Marcelo González Martín, al llamar al pan, pan y al vino vino, y presumo que le da más o menos igual lo que la gente pueda pensar sobre lo que sostiene, aunque la crítica le agrade poco cuando falta al respeto.

Le he dicho a don Jesús que al César lo que es del César. Y me ha contestado que a Dios lo que es de Dios. Considera que hemos de introducir en nuestra vida pública las enseñanzas del Nazareno. Y en eso está. Entiende que resulta necesario dar la batalla al que viene a imponer sus criterios, y no deja de tener razón. Su arrojo suena al de su hermano en la fe Maximiliano Kolbe, pero tiene también tintes colchoneros, el equipo de su corazón madrileño.

Sanz no suelta lo primero que se le pasa por la cabeza. Es persona leída, estudiada y viajada. Por eso no suele pensar dos veces lo que va a decir para no decir nada. Sus intervenciones suenan a polémica porque su contenido trasciende esa totalitaria cultura de la cancelación en la que llevamos tiempo metidos, que solo admite una manera de ver las cosas. El señor arzobispo no milita en más formación que en la que lleva perteneciendo desde sus años de seminarista en Toledo. Su trayectoria desde entonces no conoce colores o banderías diferentes, porque su ideología es la del evangelio, del que no se despega. Insiste en ser coherente con él, caiga quien caiga. Y es profundo en sus convicciones, de ahí que sea tarea inútil hacerle comulgar con ruedas de molino.

Animo a quien no conozca a Fray Jesús a tratarlo. Un encuentro con él, por breve que sea, despeja cualquier prejuicio. Y permite descubrir a alguien que no es el tibio del Apocalipsis, sino una personalidad con corazón y cabeza, que tiene claro el camino a seguir y no se pierde por las curvas. Un corajudo empeñado en llamar a las cosas por su nombre, guste o disguste, porque aquí ha venido a lo que ha venido y presumo que así será hasta el final. 

Javier JuncedaJavier Junceda Fuente: LNE / www.lne.es/ Artículo original