Vigila, vela, para estar atento a lo verdaderamente importante. Calendario de adviento. Día 1.


“Estad despiertos en todo tiempo y manteneos en pie ante el Hijo del hombre”. Lc 21,25-36 

 Vigila, vela, para estar atento a lo verdaderamente importante.
 
 Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación.

Calendario de Adviento. Día 1 de 25. 2024.

Short:

Estad en vela para estar preparados.

 


I Domingo de Adviento


En el contexto precedente a la presente perícopa, Mateo recoge una frase de Jesús que sirve de guía a todo el discurso: "Por la maldad creciente se enfriará el amor de la mayoría" (24,12). Es la gran tentación ante la que Jesús nos pone en guardia: a lo largo de la vida, tras haber recibido la fe y el amor de Dios, se corre el peligro de dejar enfriar estos dones y perderlos. A Jesús no le importa echar mano de la imagen -severa e incluso ambigua, pero llena de fuerza- del ladrón que viene inesperadamente.

Es una amenaza? Ciertamente, también es una amenaza para quien, justificándose con la ignorancia de su venida, vive como la generación de Noé, en la total ignorancia del Evangelio. El peligro serio es gastar el tiempo que tenemos a nuestra disposición, nuestra existencia, sin optar de verdad por algo grande, sin decidirse de veras a dar a la libertad ese gran aliento que sólo puede provenir de haber encontrado en Jesús la verdad y el amor. Para esto, el creyente goza del don de vivir en la Iglesia, custodia de la verdad del Evangelio, ya que sólo en el encuentro con la verdad del amor de Dios podemos abrirnos a una verdad de inmensos horizontes.

Si se olvidase esto, sucedería lo que al hombre que no vela por su casa: le roban lo más valioso. El descuido nos podría hacer perder -y para siempre- la gracia de Cristo que hace verdadera la vida cristiana. Por consiguiente, vale la pena velar, tener despierta la fe, porque ya está aquí la luz. No hagamos como los contemporáneos de Noé, que fueron incapaces de levantar la cabeza para "acogerse" al don de 


 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


Los salmos como oración. Artículo.

Dios se comporta en los salmos de maneras que no se le permiten en la teología sistemática.”

Esa frase de Sebastian Moore puede parecer provocadora, pero toca un punto clave: hoy muchos se alejan de los salmos porque les incomodan sus palabras sobre odio, violencia, guerra o patriarcado.

Sin embargo, durante siglos los salmos han sido el centro de la oración judía y cristiana. Están en el corazón del Oficio Divino (la oración diaria de la Iglesia), se cantan en las vísperas, los rezan cada día millones de personas y los monjes los han repetido durante siglos como parte esencial de su oración.

¿Por qué entonces el rechazo? Algunos se preguntan: “¿Cómo puedo orar con textos que hablan de destruir enemigos o glorificar la guerra en nombre de Dios?” Otros critican su tono patriarcal, y hay quien simplemente dice: “¡Ni siquiera son buena poesía!”

Puede que los salmos no sean poesía refinada, y es cierto que expresan violencia, ira y deseos de venganza. Pero eso no los hace inadecuados para la oración. Más bien al contrario.

Una definición clásica dice que orar es “elevar la mente y el corazón a Dios.” Pero muchas veces no lo hacemos de verdad. En lugar de mostrarle a Dios lo que realmente sentimos, tratamos de esconderlo y decimos lo que creemos que Él quiere oír. No le mostramos nuestro enojo, nuestras dudas ni nuestras frustraciones.

Y justamente eso es lo que los salmos hacen: no esconden nada. Son oración porque expresan con honestidad lo que pasa en el corazón humano.

A veces nos sentimos agradecidos y alegres, y los salmos nos dan palabras de alabanza. Otras veces estamos cansados, enfadados o decepcionados, y los salmos nos ayudan a decirlo sin miedo: “¿Por qué callas, Señor? ¿Por qué estás lejos de mí?” Dios no se escandaliza de nuestros sentimientos; al contrario, quiere que se los confiemos.

También nos ayudan cuando sentimos culpa o necesidad de empezar de nuevo: “Lava mi corazón, dame un espíritu nuevo.” Y cuando la vida pesa o la fe tambalea, los salmos nos recuerdan que podemos llevarlo todo ante Dios, incluso nuestra rebeldía.

Los salmos son una escuela de oración porque recogen toda la gama de nuestras emociones humanas y las ponen en manos de Dios.

Pero a veces nos cuesta orar así. Nos incomodan sus imágenes fuertes o sus palabras duras. O simplemente nos da miedo reconocer nuestros sentimientos más oscuros: celos, ira, deseo de venganza. Entonces nuestra oración se vuelve artificial, mientras que los salmos nos enseñan a ser sinceros.

La escritora Kathleen Norris lo resume bien:

Si rezas con regularidad, no hay manera de hacerlo perfectamente. No siempre pensarás cosas santas ni te sentirás bien. Te acercas a los salmos con todos tus estados de ánimo y, aunque te sientas fatal, cantas igual. Descubres entonces que los salmos no niegan tus verdaderos sentimientos, sino que te ayudan a expresarlos ante Dios.”

Las frases bonitas que dicen cómo deberíamos sentirnos nunca sustituyen la fuerza realista de los salmos, que muestran cómo realmente nos sentimos.

Quien ora a Dios sin reconocer su propia ira, tristeza o deseo de justicia, quizá escribe postales inspiradoras, pero aún no ha aprendido a orar de verdad. Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés

La postura perfecta para orar. Artículo.

En su autobiografía «La larga soledad», Dorothy Day cuenta cómo oró una vez en un momento muy difícil de su vida.

Dorothy Day, como es sabido, creció sin fe. Era una intelectual que se movía en ambientes marxistas y antirreligiosos. Cuando llegó a los veinte años, estaba convencida de que si alguien tenía el valor de mirar la vida de frente, no podría creer en Dios. No estaba sola en eso: el amor de su vida en aquel tiempo compartía sus ideas. Vivía con él y tuvo una hija fuera del matrimonio. El nacimiento de esa niña la cambió de una forma que no esperaba. Al sostener a su hija recién nacida, se sintió tan llena de asombro y gratitud que oró de manera espontánea: “¡Por tanta alegría, tengo que dar las gracias a alguien!” Su fe nació de ahí, del manantial más puro: la gratitud.

Recibió formación, fue bautizada y se hizo católica. El padre de su hija, molesto por el cambio en ella, le advirtió que si hacía bautizar a la niña, la dejaría. La niña fue bautizada, y él se fue. Muchos de sus amigos reaccionaron del mismo modo. Así que, aunque su nueva fe le daba fuerza, se encontró muy sola: sin sus antiguos amigos, sin apoyo, madre soltera, con poco dinero y sin una idea clara de qué debía hacer.

Pasó un tiempo así, sintiéndose cada vez más sola e insegura. Un día decidió que debía hacer algo. Dejó a su hija al cuidado de unos amigos y tomó un tren a Washington D.C., donde pasó varias horas rezando en el Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción. Su oración ese día fue una oración de total impotencia. En esencia, esto fue lo que le dijo a Dios: “He renunciado a mucho por ti, ¡y tú no has hecho nada por mí! Estoy perdida, sola, sin saber qué hacer, sin fuerzas ni paciencia. ¡Necesito ayuda, y la necesito ahora, no en un futuro lejano! ¡Ayúdame! ¡Ayúdame ahora! ¡No puedo seguir así!”

Cuando regresó a Nueva York, un hombre la estaba esperando. Le dijo que había oído hablar de ella, que tenía una idea y que necesitaba su ayuda. Le explicó el proyecto del Catholic Worker (El Trabajador Católico). Ese hombre se llamaba Peter Maurin, y el resto es historia. Desde ese momento, Dorothy tuvo una misión para el resto de su vida.

No todos reciben una respuesta tan rápida y clara a sus oraciones, aunque más personas de las que imaginamos han vivido experiencias parecidas.

Martin Luther King, por ejemplo, contó cómo oró una vez en un momento muy bajo de su vida: “Una noche, hacia finales de enero, me fui a la cama tarde, después de un día agotador. Coretta ya dormía y justo cuando estaba por dormirme, sonó el teléfono. Una voz enojada dijo: ‘Escucha, negro, ya hemos aguantado bastante. Antes de la próxima semana te arrepentirás de haber venido a Montgomery.’ Colgué, pero no pude dormir. Sentí que todos mis miedos se me venían encima. Había llegado al límite. Me levanté y empecé a caminar por la habitación. Luego fui a la cocina y preparé café. Estaba listo para rendirme. Con la taza frente a mí, sin tocarla, traté de pensar cómo alejarme de todo sin parecer un cobarde. En ese estado de agotamiento, cuando ya no tenía valor, decidí llevar mi problema a Dios. Con la cabeza entre las manos, me incliné sobre la mesa y recé en voz alta. Las palabras que le dije a Dios aquella medianoche aún las recuerdo claramente: ‘Estoy aquí defendiendo lo que creo que es justo. Pero ahora tengo miedo. La gente me mira buscando liderazgo, y si me presento ante ellos sin fuerza ni valor, también ellos perderán el ánimo. He llegado al final de mis fuerzas. No me queda nada. He llegado al punto en que no puedo afrontarlo solo.’ En ese momento experimenté la presencia de lo Divino como nunca antes.” (MLK, Stride Toward Freedom)

Christina Crawford, autora de Querida mamá (Mommy Dearest), un libro sobre su dura infancia como hija de una estrella de cine en Hollywood, cuenta que en cierto momento de su vida se sintió completamente perdida; pero luego añadió: “¡Perdida también es un lugar!”

Tiene razón. Y estar perdido es un lugar desde donde se nos invita especialmente a orar. Cuando todo nos duele, cuando nos sentimos sin esperanza y sin fuerzas, cuando estamos de rodillas porque no podemos mantenernos en pie, estamos en la postura perfecta para rezar.

¡Perdido es también un lugar para orar! Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos

En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso

 



Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo


**• Lucas pinta la escena de la coronación de Jesús con un admirable juego de perspectiva. En el fondo encontramos al pueblo, que está mirando; más cerca, los jefes y los soldados, a los pies de la cruz, burlándose de Jesús; en primer plano, los dos malhechores que hablan con él y, por último, sus palabras de salvación. El pueblo constituye el numeroso público que asiste al espectáculo.

             En relación con las frases dichas por los otros protagonistas, representa un motivo más para que el rey decida responder a las peticiones que seguirán. La primera es la de los jefes, que tientan a Jesús con la tercera de las argumentaciones de Satanás (cf. 4,9): le ponen a prueba recordándole que es el protegido, el amado, el ungido de Dios. Se mofan a partir de una realidad muy seria: la relación Padre-Hijo. Los soldados recuerdan el valor político del título de mesías: un rey dispone de poder; ya se lo había insinuado Satanás a Jesús en la segunda de las tentaciones, cuando intentó corromperle con la posesión de todos los reinos de la tierra, no sólo del de los judíos (cf. 4,6ss). El malhechor colgado en la cruz al lado de Jesús presenta la tentación más fuerte, porque también él está sufriendo en la cruz junto a Jesús. La escena está cargada de pathos: por qué el Salvador de los hombres, que se ha conmovido ante los sufrimientos humanos, no responde al grito de los míseros de la tierra? Ésta es la más diabólica de las pruebas, porque, una vez más, intenta romper la unión Padre-Hijo: "No eres tú el Mesías?". Desaparece la Palabra de Dios, la referencia a su voluntad; se afirma el instinto de supervivencia a toda costa (cf. 4,3).

             Por último, la escena culmina en la inauguración solemne del Reino en el hoy: el "buen ladrón" -como le llamamos tradicionalmente- roba el paraíso en el último instante de su vida, confiándose a Jesús, del mismo modo que éste se entregará confiadamente en los brazos del Padre (cf. 23,46).


 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


Santa Cecilia. 22 de noviembre. Patrona de la música, los poetas y los ciegos.

 

Cecilia es una de las siete mártires mencionadas en Canon romano, a quien está dedicada una basílica en el Trastévere de Roma desde el siglo V, que aún subsiste en el de hoy con varias reformas desde entonces. Su culto se difundió ampliamente a partir de la Passio (relato de su martirio), del siglo VI, en la que es exaltada como modelo de la virgen cristiana. Sólo más tarde, en el siglo XV, se le atribuye su papel de inspiradora y patrona de la música y del canto sacro.[…]

Si nos atenemos a la tardía Pasión, Cecilia, de la rica y noble familia de los Cecilios, acudía diariamente a la misa que celebraba el papa Urbano en las catacumbas de San Calixto de la vía Apia, acaso propiedad de dicha familia, que generosamente la había cedido para sepultura de los cristianos, y donde la esperaba una multitud de pobres, que conocían su generosidad.

Dada como esposa a Valeriano, Cecilia, en la noche de bodas, mientras sonaba un órgano, cantaba en su corazón «sólo para el Señor (he aquí el origen de su patronazgo de la música sacra). […]

Avanzada la noche de bodas, la joven Cecilia le dijo a Valeriano: «Ninguna mano profana puede tocarme, porque un ángel me protege. Si me respetas, él te amará como me ama a mí». Al contrariado esposo no le quedó más remedio que aceptar el consejo de Cecilia, se hizo instruir en la fe cristiana y se hizo bautizar por el papa Urbano y así pudo compartir el ideal de pureza de su esposa, recibiendo en recompensa su misma gloriosa suerte: la palma del martirio en el que participó incluso un hermano de Valeriano, llamado Tiburcio, que desde su conversión se dedicaron a la piadosa labor de enterrar a los muertos cristianos. Pronto fueron arrestados, procesados y condenados a morir decapitados. […]

El papa Pascual I (817-824) trasladó sus reliquias desde el cementerio de Calixto a la basílica de la que Cecilia era titular en el Trastévere, y en la que un mosaico recordaba su noche de bodas con Valerio.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director), Fuente: Dominicos.org
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

El secreto del Sí sostenido

Si en la lectura del primer libro de los Macabeos hablábamos de aquello o aquellos por quienes estoy dispuesto incluso a dar la vida. En el relato del evangelio de Lucas, la tan conocida parábola del reparto de dinero a los administradores (aquí expresados en minas, moneda que equivale al importe de cien jornadas de trabajo) mientras el señor va a estar en viaje a un país lejano donde le darán el título de rey.

El relato no tiene desperdicio en ninguno de sus detalles. Pero lo que le da todo su sentido es el momento en el que Lucas lo sitúa: Jesús va camino de Galilea a Jerusalén y está próximo a llegar. La expectativa de sus seguidores es máxima ¿llegará el Reino de Dios, triunfará Jesús como mesías, salvador, rey? Es la misma pregunta que se hacen los primeros cristianos ¿está pronta la venida definitiva del Señor?, ¿cuánto hemos de esperar?, ¿qué hacer mientras tanto? Todos tenemos la tendencia a querer respuestas y la vida se nos va revelando más como un montón de preguntas que de certezas o soluciones definitivas. ¿Cuál es la clave de esa espera, qué me toca hacer a mí, concretamente?

Hoy celebramos la memoria de Santa Cecilia, mártir del siglo VI y patrona de la música. En honor a ella quisiera “leer” esta parábola en clave musical.  Jesús nos habla de “producir”, dar rendimiento a todo lo que nos ha dado, que es el don de la fe y el mandato de anunciarlo, vivir el mandamiento del amor y crear fraternidad. El secreto está en cómo mantener ese Sí que le hemos dado a Dios, como creyentes, de una forma permanente en el tiempo, que nuestro sí sea un si sostenido. En música, la nota sí no puede ser alterada con un “sostenido (cuyo efecto es subir medio tono), porque dejaría de ser si y ya sería do. Es un buen ejemplo para significar que nuestro Si ha de convertirse, con la fidelidad del día a día, en Don, un don para todos, para Dios, para el Reino.

¿Cuál es la clave de esa espera, qué me toca hacer a mí, concretamente? Simplemente, ser don, darse todos y cada uno de los días de tu vida. Quizás algún día te llegue el momento de darte totalmente por ser coherente con tu fe, pero lo que siempre tendremos es el don de cada día, cada opción y decisión, cada gesto, palabra y momento vivido, desde el Evangelio. De eso nos pedirá cuentas el Señor.

Hna. Águeda Mariño  Rico O.P.

El celibato y el matrimonio se necesitan mutuamente. Artículo.

“¿Por qué el cristianismo primitivo se aferró al ideal de la virginidad, cuando un romano inteligente —o incluso solo un poco suspicaz— podía ver que su adopción socavaría el mismo tejido de la sociedad antigua?”

Ese comentario de la historiadora Kate Cooper plantea preguntas que vale la pena examinar.

¿Acaso el estado de vida célibe o soltero (sea por voto o no) socava de algún modo algo esencial en la estructura de la sociedad? ¿Es, de alguna manera, una declaración contra el matrimonio? ¿Va en contra de algo en la propia naturaleza, donde existe un imperativo innato de “creced y multiplicaos”?

Esta última pregunta es más fácil de responder. La raza humana ya ha superado los ocho mil millones. Ya no es tan necesario asegurar que haya suficientes personas en el mundo para garantizar nuestra supervivencia biológica. En tiempos antiguos —de hecho, en tiempos bíblicos— existía un fuerte imperativo, casi sagrado, de que las personas debían casarse y tener hijos. Permanecer soltero se veía negativamente, como una anormalidad. Se pensaba que la naturaleza no estaba siendo honrada ni cumplida: ¿por qué esta persona no está haciendo su deber de tener hijos? Esa es una de las razones por las que la elección de Jesús de vivir en celibato resultaba tan anómala en su tiempo.

Luego, ¿acaso la vida célibe o soltera constituye una especie de rechazo al matrimonio? ¿Es, simplemente por definición, algo que debilita el tejido de la sociedad? ¿No dijo Dios, al crear al ser humano, que “no es bueno que el hombre esté solo”?

Esa pregunta merece más que una respuesta apresurada. Dios lo dijo, y lo dijo en serio. Estamos hechos para vivir en familia, en comunidad, y no en soledad. Por tanto, la vida célibe tiene sus peligros. En una ocasión, un periodista le preguntó a Thomas Merton cómo era vivir en celibato. Su respuesta fue: “Es un infierno. Vives en una soledad que Dios mismo condenó”. Pero enseguida añadió que se trata de una soledad que puede ser muy fecunda.

Aun así, la pregunta persiste: ¿es la vida célibe, de alguna manera, una declaración contra el matrimonio? Puede serlo. No casarse puede expresar la idea de que el matrimonio no es la mejor forma de vivir, que es un contenedor (una prisión) que restringe de manera poco sana la libertad y la madurez humanas. En ese caso —que a menudo dista mucho de ser verdaderamente célibe—, la vida soltera se convierte en una declaración contra el matrimonio.

El matrimonio sano y la vida célibe sana, en realidad, se sostienen mutuamente. Hay un axioma que dice: “Si estás aquí con fidelidad, nos das salud y apoyo. Si estás aquí sin fidelidad, nos traes inquietud y caos.”

La fidelidad, tanto en el matrimonio como en el celibato, es una carrera de fondo llena de tentaciones de todo tipo. Exige, a veces, tener la capacidad de “sudar sangre” para permanecer fiel a lo que has prometido y a lo mejor que hay en ti. Pero necesita el apoyo y el testimonio de otros. En ninguna de las dos vocaciones estás llamado a hacerlo solo, como un héroe solitario, estoico o ascético. Estás llamado, más bien, a ser sostenido y alentado por el testimonio fiel de los demás.

Así, cuando una persona célibe ve la fidelidad vivida dentro de un matrimonio, le resulta más fácil mantenerse fiel en su propio celibato. A la inversa, cuando un célibe ve infidelidad en un matrimonio, se siente más aislado y solo dentro de su celibato, y carece de cierta gracia —que proviene del testimonio ajeno— para “sudar sangre” en su fidelidad.

Lo mismo sucede en sentido contrario. Cuando una persona casada ve a un célibe vivir fiel y fructíferamente su vocación, recibe a través de ese testimonio la gracia, la luz y la fuerza necesarias para mantenerse fiel a su compromiso. Pero si una persona casada ve a un célibe vivir de manera infiel, le faltará esa gracia especial que brota del testimonio de la fidelidad, la cual puede ayudarle a soportar el esfuerzo —a veces doloroso— de ser fiel en su propia vocación.

Por curioso que suene, el matrimonio y el celibato se necesitan mutuamente. Necesitamos el testimonio del otro. Necesitamos ver, y alimentarnos de, la fidelidad del otro.

Y esto es verdad más allá de la simple observación de la fidelidad ajena. Debajo de todo esto hay una realidad más profunda, mística. Como cristianos, creemos que todos formamos parte de un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, y que nuestra unidad no es simplemente corporativa (como la de un equipo), sino orgánica: somos miembros de un mismo organismo vivo. Por tanto, lo que hace una parte afecta a todas las demás. Si somos fieles, somos una parte sana del sistema inmunitario del Cuerpo de Cristo. Si somos infieles —en el matrimonio o en el celibato—, somos un virus dañino, una célula cancerosa dentro del cuerpo.

Para los cristianos, no existe tal cosa como un acto puramente privado. Somos, o bien una enzima saludable, o bien un virus dañino dentro de un mismo cuerpo, donde nuestra fidelidad o infidelidad afecta a todos los demás. Por eso necesitamos la fidelidad del otro: en el matrimonio y en el celibato. Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos

La Presentación de la Santísima Virgen María.

Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.
Según una tradición apócrifa, la Virgen María, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, para ser debidamente educada en la religión junto con otras niñas. Esta fiesta, típicamente oriental, recuerda la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida cerca de Templo de Jerusalén, en el lugar donde se creía que habían vivido los padres de la Virgen. En verdad, lo que hoy celebramos es la consagración que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada. En esta fecha son muchas las personas que renuevan las promesas de consagración religiosa, recordando la oblación primordial que hizo María de sí misma.


Esta memoria se instauró como celebración litúrgica en Constantinopla en el siglo VIII. Su difusión en Occidente fue lenta y tuvo lugar primero en el ámbito local; en 1472, fue extendida a toda la Iglesia latina. Ésta figura entre las memorias que, "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones" (Marialis cultus8).

MEDITATIO: El acontecimiento de la "presentación" no aparece en ningún texto neotestamentario, y, además, es improbable lo que cierta tradición le atribuye, a saber: confiar una niña al clero de Jerusalén, en un templo inaccesible, por otra parte, a las mujeres. Ahora bien, el leccionario litúrgico ofrece una propuesta unitaria para dar verosimilitud a la interpretación del acontecimiento: es la tipología de la presencia. Ambas lecturas se detienen en torno a esa modalidad relacional.

El oráculo de Zacarías proclama la presencia de Dios en el templo y transmite la palabra del mismo Dios, que se presenta desplegando el sentido y el significado de esa deliberación suya.

El evangelio según Marcos refiere una presencia de María en el lugar en el que se encuentra Jesús, y las palabras de éste hacen las veces de presentación de la identidad de quien él considera su auténtica familia. El mensaje se presenta bastante claro: el Señor está presente ante la persona humana, y a ésta se le abre la vía para presentarse ante el Señor. El templo asume la función de hacer visible el encuentro entre dos presencias. Sobre el fondo de un símbolo delicado como es la presencia de una niña en la solemnidad de un templo, o sea, precisamente la susodicha "presentación", la liturgia nos invita hoy a meditar sobre el sentido de una presentación de nosotros mismos ante el Señor. Nuestra propia presencia ante el Señor se convierte en presentación cada vez que ésta es iluminada, explicada, motivada, cultivada por una conciencia.

El símbolo de la presentación de María en el templo, por consiguiente, equivaldría a la conciencia de la identidad de María y de su función junto al Mesías, que va creciendo poco a poco: primero, por parte de sus familiares -o sea, la de los otros-; a continuación, por parte de la misma María y, por último, por parte de los posteriores creyentes. El sentido sustancial es éste: María está siempre en presencia del Señor, totalmente dedicada a servir, peregrina en el conocimiento.

ORATIO: Santa María, hija del Israel y guardiana del Evangelio, salve. Mujer casta, florecida a la luz del amor del Señor, socórrenos e n el trabajo de apartar los velos que obstaculizan la pureza de nuestro corazón para ver a

Dios; mujer humilde, crecida a la sobra del Omnipotente, guíanos a la alegría del testimonio de que hemos encontrado al Señor.

Virgen orante en las liturgias de tu pueblo, peregrina ante Dios en su templo santo, presencia materna en la Iglesia en oración, acompáñanos cuando nos presentemos ante la Santísima Trinidad para implorar misericordia y contemplar su rostro.

Templo santificado por el Espíritu, custodia en los santos braseros los granos de incienso de nuestros sacrificios y las luces encendidas de nuestras esperanzas mediante tu caridad agradable a Dios. Sierva presente en toda fiesta de fraternidad, acoge la oración de tus siervos.

CONTEMPLATIO: Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50).

Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso, es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo.

Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: !Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, qué replicó el Señor?

Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Le 11,27-28). Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero.

Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza (Agustín de HiponaSermón 72/A7).

Oración: Te rogamos, Señor, que a cuantos hoy honramos la gloriosa memoria de la santísima Virgen María, nos concedas, por su intercesión, participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Gracias a:Santa Clara de Estella 

Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvaros.

 



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


    Las piedras del templo caerán bajo los golpes de las legiones romanas en el año 70, después de que el fuego de los dominadores extranjeros se inflame para incendiar los paramentos sagrados. La comunidad cristiana de los orígenes, sostenida por la Palabra de su Señor, reflexiona sobre estos acontecimientos y verifica su capacidad de resistencia en este trance delicado de la historia.

           La enseñanza de Jesús nos lleva a comprender que el final del templo no coincide ni con el final del tiempo ni con la parusía. Si bien desde muchos lugares se habían elevado voces en este sentido por parte de personajes que se presentaban con prerrogativas mesiánicas, en la comunidad cristiana resuena con fuerza la voz de aquel que dice "Yo soy" en el hoy salvífico de la historia, incluso en medio de la confusión producida por los desbarajustes políticos y bélicos. Lo que tienen que hacer los  discípulos, en medio de tantos falsos profetas de mal agüero, es ser testigos del verdadero Señor de la historia, sus siervos fieles que saben esperar, soportar, perseverar en el trabajo humilde y sencillo de cada día (Lc 17,10).

           Como siervos proclamarán unas palabras tan verdaderas ante los jefes de las sinagogas, los gobernadores y los reyes que éstos no sabrán qué responder. En consecuencia, se hace justicia a la sabiduría tanto en el tiempo de la fiesta como en el tiempo del llanto y del luto (7,35). Bendito sea, pues, el Padre celestial, que ha revelado a los pequeños el misterio de su Reino {cf. 10,21). Lo hace ahora, con la Palabra de Jesús, y lo hará siempre a lo largo de la historia, con la palabra repetida y predicada por los apóstoles y por los discípulos. Es una palabra de aliento: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18; cf. 12,7). La capacidad de aguante debe ser entendida, pues, no como victimismo, sino como alegría en el martirio (cf Esteban en Hch 7,59), paz en la hora de la disidencia doméstica, deseo de dar la vida por el Señor. Aunque el templo haya sido destruido, Dios no deja de construir su Reino, no permite que su pueblo, reunido por Cristo, sea presa del pánico.



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda


El mundo será salvado por la belleza. Artículo.

En la película El paciente inglés hay una escena profundamente conmovedora.

Un grupo de personas de distintos países se encuentra reunido por casualidad en una villa abandonada de la Italia de posguerra. Entre ellos están una joven enfermera, que atiende a un piloto inglés gravemente quemado en un accidente aéreo, y un joven asiático cuyo trabajo consiste en encontrar y desactivar minas terrestres. El joven y la enfermera se hacen amigos y, un día, él le anuncia que tiene una sorpresa especial para ella.

La lleva a una iglesia abandonada donde ha preparado un sistema de cuerdas y poleas para elevarla hasta el techo, donde, escondidos en la oscuridad, se hallan bellos mosaicos y maravillosas obras de arte que no pueden verse desde el suelo. Le entrega una linterna y la hace subir poco a poco, de modo que ella se balancea como un ángel con alas, muy por encima del suelo, y con la ayuda de la luz puede contemplar los hermosos tesoros ocultos en la penumbra.

Para ella, la experiencia es de puro gozo: siente la emoción de volar y, al mismo tiempo, de descubrir una belleza maravillosa. Cuando finalmente desciende al suelo, está llena de entusiasmo y gratitud, y cubre el rostro del joven con besos, repitiendo una y otra vez: “¡Gracias, gracias, gracias por mostrarme esto!”.

Y en su expresión se percibe un doble agradecimiento: “Gracias por mostrarme algo a lo que nunca habría llegado por mí misma, y gracias por confiar en mí, por creer que lo comprendería, que sería capaz de captarlo”.

¿Hay aquí una lección?

La Iglesia debe hacer por el mundo exactamente lo que aquel joven hizo por su amiga enfermera: debe mostrar al mundo dónde encontrar una belleza que no descubriría por sí solo, una belleza escondida en la oscuridad. Y debe confiar en que la gente “lo captará”, que sabrá apreciar la riqueza de lo que se le muestra.

¿Dónde puede la Iglesia encontrar esa belleza oculta? En los profundos y ricos manantiales de su propia historia, y también en la naturaleza, en el arte, en la ciencia, en los niños, en la energía de los jóvenes y en la sabiduría de los mayores. Hay tesoros de belleza escondidos por todas partes. La tarea de la Iglesia es señalarlos al mundo. ¿Por qué?

Porque la belleza tiene el poder de tocar y transformar el alma, de despertar la admiración y la gratitud como pocas cosas pueden hacerlo. Confucio lo comprendió bien; por eso decía que la belleza es la más grande de las maestras, y basó su filosofía de la educación en ella. Casi todo puede ser puesto en duda, excepto la belleza.

¿Por qué no puede dudarse de la belleza? Porque la belleza es un atributo de Dios. La filosofía y la teología cristianas clásicas enseñan que Dios posee cuatro propiedades trascendentales: Dios es Uno, Verdadero, Bueno y Bello. Si esto es cierto, entonces ser tocado por la belleza es ser tocado por Dios; admirar la belleza es admirar a Dios; que se nos muestre la belleza en los lugares ocultos es que se nos muestre a Dios en los lugares ocultos; maravillarse ante la belleza es maravillarse ante Dios; y sentir esa maravilla es sentir nostalgia del cielo.

El renombrado teólogo Hans Urs von Balthasar subrayó cómo la belleza es un elemento esencial en la forma en que Dios nos habla, y cómo debería también inspirar nuestra manera de hablar de Dios al mundo.

Sin embargo, no debemos ser ingenuos en nuestra comprensión de esto. La belleza no siempre es “bonita” en el sentido superficial en que la cultura popular la percibe. Es cierto que puede verse en los colores espectaculares de una puesta de sol, en la sonrisa y la inocencia de un niño o en la perfección de una escultura de Miguel Ángel, pero también puede hallarse en las arrugas de una anciana y en la sonrisa desdentada de un anciano.

Dios habla a través de la belleza, y nosotros también debemos hacerlo. Además, debemos confiar lo suficiente en la sensibilidad e inteligencia de las personas como para creer que, al igual que la enfermera de El paciente inglés, sabrán apreciar lo que se les muestra.

En una célebre frase (a menudo citada por Dorothy Day), el novelista ruso Fiódor Dostoievski escribió: “El mundo será salvado por la belleza”. ¿Cuál es la lógica detrás de esto? ¿Cómo podría la belleza curar tantos males que nos aquejan?

He aquí el “álgebra” de Dostoievski: frente a la brutalidad, se necesita ternura; frente a la propaganda y la ideología, se necesita verdad; frente a la amargura y las maldiciones, se necesitan bondad y bendición; frente al odio y al asesinato, se necesitan amor y perdón; frente a la familiaridad que engendra desprecio, se necesitan asombro y admiración; y frente a la fealdad y la vulgaridad que impregnan nuestro mundo y nuestros noticieros, se necesita belleza.  Ron Rolheiser OMI / Artículo original en inglés / Imágen Depostitphotos