LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.

Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.
Según una tradición apócrifa, la Virgen María, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, para ser debidamente educada en la religión junto con otras niñas. Esta fiesta, típicamente oriental, recuerda la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida cerca de Templo de Jerusalén, en el lugar donde se creía que habían vivido los padres de la Virgen. En verdad, lo que hoy celebramos es la consagración que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada. En esta fecha son muchas las personas que renuevan las promesas de consagración religiosa, recordando la oblación primordial que hizo María de sí misma.


Esta memoria se instauró como celebración litúrgica en Constantinopla en el siglo VIII. Su difusión en Occidente fue lenta y tuvo lugar primero en el ámbito local; en 1472, fue extendida a toda la Iglesia latina. Ésta figura entre las memorias que, "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones" (Marialis cultus, 8).

MEDITATIO: El acontecimiento de la "presentación" no aparece en ningún texto neotestamentario, y, además, es improbable lo que cierta tradición le atribuye, a saber: confiar una niña al clero de Jerusalén, en un templo inaccesible, por otra parte, a las mujeres. Ahora bien, el leccionario litúrgico ofrece una propuesta unitaria para dar verosimilitud a la interpretación del acontecimiento: es la tipología de la presencia. Ambas lecturas se detienen en torno a esa modalidad relacional.

El oráculo de Zacarías proclama la presencia de Dios en el templo y transmite la palabra del mismo Dios, que se presenta desplegando el sentido y el significado de esa deliberación suya.

El evangelio según Marcos refiere una presencia de María en el lugar en el que se encuentra Jesús, y las palabras de éste hacen las veces de presentación de la identidad de quien él considera su auténtica familia. El mensaje se presenta bastante claro: el Señor está presente ante la persona humana, y a ésta se le abre la vía para presentarse ante el Señor. El templo asume la función de hacer visible el encuentro entre dos presencias. Sobre el fondo de un símbolo delicado como es la presencia de una niña en la solemnidad de un templo, o sea, precisamente la susodicha "presentación", la liturgia nos invita hoy a meditar sobre el sentido de una presentación de nosotros mismos ante el Señor. Nuestra propia presencia ante el Señor se convierte en presentación cada vez que ésta es iluminada, explicada, motivada, cultivada por una conciencia.

El símbolo de la presentación de María en el templo, por consiguiente, equivaldría a la conciencia de la identidad de María y de su función junto al Mesías, que va creciendo poco a poco: primero, por parte de sus familiares -o sea, la de los otros-; a continuación, por parte de la misma María y, por último, por parte de los posteriores creyentes. El sentido sustancial es éste: María está siempre en presencia del Señor, totalmente dedicada a servir, peregrina en el conocimiento.

ORATIO: Santa María, hija del Israel y guardiana del Evangelio, salve. Mujer casta, florecida a la luz del amor del Señor, socórrenos e n el trabajo de apartar los velos que obstaculizan la pureza de nuestro corazón para ver a

Dios; mujer humilde, crecida a la sobra del Omnipotente, guíanos a la alegría del testimonio de que hemos encontrado al Señor.

Virgen orante en las liturgias de tu pueblo, peregrina ante Dios en su templo santo, presencia materna en la Iglesia en oración, acompáñanos cuando nos presentemos ante la Santísima Trinidad para implorar misericordia y contemplar su rostro.

Templo santificado por el Espíritu, custodia en los santos braseros los granos de incienso de nuestros sacrificios y las luces encendidas de nuestras esperanzas mediante tu caridad agradable a Dios. Sierva presente en toda fiesta de fraternidad, acoge la oración de tus siervos.

CONTEMPLATIO: Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50).

Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso, es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo.

Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: !Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, qué replicó el Señor?

Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Le 11,27-28). Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero.

Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza (Agustín de Hipona, Sermón 72/A, 7).

Oración: Te rogamos, Señor, que a cuantos hoy honramos la gloriosa memoria de la santísima Virgen María, nos concedas, por su intercesión, participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Gracias a:Santa Clara de Estella 

Una doble marca original en el interior. Artículo.

De Pierre Teilhard de Chardin nos vienen estas palabras: “Porque, Dios mío, a pesar de que carezco del celo del alma y de la sublime integridad de tus santos, aun así he recibido de ti una irresistible afinidad por todo lo que se agita en la oscura masa de la materia; porque sé que yo mismo soy irremediablemente menos hijo del cielo e hijo de la tierra”.

Estas palabras, como las que abren el famoso libro Confesiones, de san Agustín, no sólo describen una tensión de por vida en el interior de su autor; también señalan las piezas fundamentales de una cabal espiritualidad. Para todo el que sea emocionalmente sano y honrado, habrá una tensión de por vida entre los atractivos de este mundo y el hechizo de Dios. La tierra, con sus  bellezas, sus placeres y su realidad física puede dejarnos sin aliento y hacernos creer que, con este mundo, tenemos todo lo que es y todo lo que necesita ser. ¿Hay alguien que necesite algo más? ¿No es suficiente la vida de aquí en la tierra? Además, ¿qué prueba existe a favor de alguna realidad y significado más allá de nuestras vidas de aquí?

Pero, aun siendo -y con toda razón- tan poderosamente fascinados por el mundo y lo que este ofrece, otra parte de nosotros se encuentra prendido en el abrazo y el poder de otra realidad, la divina, la cual, a pesar de ser más incoada, no es menos inexorable. Eso nos dice también que es real, que su realidad en definitiva ofrece vida, que necesita ser honrada y no puede ser ignorada. Y exactamente como la realidad del mundo, se presenta a la vez como promesa y amenaza. En ocasiones es sentida como un cálido capullo en el que sentimos el postrer refugio, y otras veces, sentimos su poder como un juicio amenazante sobre nuestra superficialidad, mediocridad y pecado. En ocasiones bendice nuestra fijación en la vida terrena y sus placeres, y otras veces, nos aterroriza y relativiza nuestro mundo y nuestras vidas. En ocasiones podemos defendernos de ella por medio de la distracción o la negativa; pero permanece guardando siempre una pujante tensión en nuestro interior: somos irremediablemente hijos del cielo y de la tierra; Dios y el mundo reclaman nuestra atención.

Así se supone que debe ser. Dios nos hizo irremediablemente físicos, carnales, orientados a la tierra, con casi todos instintos en nuestro interior logrando las cosas de esta tierra. Así que no deberíamos esperar que Dios quisiera que rehuyéramos esta tierra, dejáramos de reconocer su genuina belleza y nos empeñáramos en salir de nuestros cuerpos, nuestros instintos naturales y nuestra realidad física para fijar nuestros ojos sólo en las cosas del cielo. Dios no creó este mundo como lugar de ensayo, un sitio donde la obediencia y la piedad vinieran a ser probadas contra la seducción del placer terrenal, para ver si éramos dignos del cielo. Este mundo es su propio misterio con su propio significado, dado por Dios. No es simplemente un escenario sobre el que, como humanos, representamos nuestros dramas individuales de salvación y luego echamos el telón cuando nos vamos. Es un espacio para que todos nosotros, humanos, animales, insectos, plantas, agua, rocas y tierra gocemos  de un hogar.

Pero esa es la raíz de una gran tensión dentro de nosotros. A no ser que neguemos nuestros más poderosos instintos o nuestras más poderosas sensibilidades religiosas, nos encontraremos para siempre lacerados entre dos mundos, con lealtades aparentemente conflictivas entre el reclamo de este mundo y el reclamo de Dios.

Yo sé bien lo cierto que resulta esto para mi propia vida. Vine a este mundo con dos amores incurables, y he ocupado mi vida y ministerio enganchado y lacerado entre los dos. Siempre he apreciado el mundo pagano, por su exaltación de esta vida y por su celebración de las maravillas del cuerpo humano, y la belleza y placer que nuestros cinco sentidos nos proporcionan. Con mis hermanos y hermanas paganos, yo también rindo honor al atractivo de la sexualidad, al solaz de la comunidad, al encanto del humor y la ironía, y a los singulares dones que recibimos de las artes y las ciencias. Pero, al mismo tiempo, siempre me he sentido llamado por otra realidad: lo divino, la fe, la religión. Su realidad también ha requerido siempre mi atención; y, más importante, ha dictado las opciones importantes de mi vida.

Mis principales opciones de la vida encarnan e irradian una gran tensión, porque han procurado ser leales a una doble marca original de mi interior: la pagana y la divina. No puedo negar la realidad, el atractivo y la bondad de ninguna de ellas. Por esta razón puedo vivir como célibe consagrado de por vida, comprometido con el ministerio religioso, aun cuando aprecio profundamente el mundo pagano, alabo sus placeres y elogio la bondad del sexo, a pesar de que yo renuncio a él. Esa es también la razón por la cual, de un modo crónico, estoy pidiendo disculpas a Dios por la resistencia pagana del mundo, aunque trato de hacer una apología de Dios a este mundo. Tengo lealtades fraccionadas.

Así debería ser. El mundo está encaminado a quitarnos el aliento, aun cuando doblemos la rodilla ante el autor de ese alientoArtículo de Ron Rolheiser OMI en @ciudadredonda.org / original en inglés. Imagen: Depositphotos

Cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán

 




       Domingo XXXIII tiempo ordinario


El encuentro con un cristiano auténtico no cesa de sorprender desde hace dos mil años: !qué insólita es su condición! "Extranjero y peregrino en la tierra", transeúnte que atraviesa los senderos del tiempo que tiende a la eternidad, posee ya lo que busca, aunque todavía no de un modo pleno y evidente. Es testigo de una esperanza bienaventurada y posee la prenda de una promesa infinita. Irradia la alegría a su alrededor, aunque ha renunciado a muchas de las alegrías que propone este mundo; sin embargo, no está dispensado del dolor... Cuál es entonces el secreto del verdadero cristiano?

        Lo custodia en lo hondo de su corazón y lo declara con orgullo: su secreto es Cristo, Señor del tiempo y de la historia. La pascua de Jesús ha destrozado la dimensión temporal y ha irrumpido la eternidad entre nosotros: la vida eterna es el Pan en que él se entrega. Quien observa su Palabra que no pasa, quien acoge su sacrificio de salvación y vive con él el dolor como pascua, entra desde ahora en la eternidad y permite que, a través de su propia existencia, ésta transfigure un poco el tiempo.

        El cristiano abre al sol la ventana de su morada para que todo quede inundado de luz. Ahora bien, el conflicto entre las tinieblas y la luz permanece aún en acto en el tiempo: cada discípulo de Jesús conoce esta lucha dentro de sí y a su alrededor; por eso vigila, porque sabe que tiene que combatir el buen combate de la fe. Cristo ya ha vencido, pero continúa luchando en nosotros para que sea derrotado el mal y se extienda el Reino de Dios, hasta el día que sólo el Padre conoce. Que su Espíritu de amor y de fortaleza nos haga a todos cristianos auténticos, tanto más presentes en la historia del hombre cuanto más inclinados al "día de Dios".



¿Amor maduro o mero movimiento? Artículo.

Como sacerdote luterano, Dietrich Bonhoeffer solía dar este consejo a una pareja cuando presidía su boda: «Hoy estáis enamorados y creéis que vuestro amor sostendrá vuestro matrimonio, pero no puede. Dejad que vuestro matrimonio sostenga vuestro amor.

Sabias palabras, pero ¿Qué significan exactamente? ¿Por qué el amor no puede sostener un matrimonio?

Lo que Bonhoeffer subraya es que es ingenuo pensar que los sentimientos nos sostendrán en el amor y el compromiso a largo plazo. No pueden, y no lo harían. Pero el ritual sí puede. ¿Cómo? Creando un contenedor ritual que nos mantenga firmes dentro de la montaña rusa de emociones y sentimientos que nos acosará en cualquier relación a largo plazo.

En pocas palabras, nunca mantendremos una relación duradera con otra persona, con Dios, con la oración o con el servicio desinteresado sobre la base de buenos sentimientos y emociones positivas. A este lado de la eternidad, nuestros sentimientos y emociones suelen ir y venir según sus propios dictados y no son coherentes.

Somos conscientes de la inconsistencia de nuestras emociones. Un día sentimos afecto hacia alguien y al día siguiente nos sentimos irritados. Lo mismo ocurre con la oración. Un día nos sentimos cálidos y concentrados y, al día siguiente, nos sentimos aburridos y distraídos.

Por eso, Bonhoeffer sugiere que necesitamos sostenernos en el amor y la oración mediante rituales, es decir, mediante prácticas habituales que nos mantengan firmes y comprometidos dentro del flujo de sentimientos y emociones.

Por ejemplo, tomemos el caso de una pareja casada. Se enamoran y se comprometen a amarse y a permanecer juntos el resto de sus vidas, y en el fondo lo pretenden plenamente. Se respetan, se apoyan el uno en el otro y morirían el uno por el otro. Sin embargo, sus emociones no siempre son así. Algunos días, sus emociones parecen desmentir su amor. Están irritados y enfadados el uno con el otro. Sin embargo, sus acciones hacia el otro siguen expresando amor y compromiso, no sus sentimientos negativos. Se besan ritualmente al salir de casa por la mañana con las palabras: «¡Te quiero!». ¿Son esas palabras una mentira? ¿Se limitan a seguir el ritual? ¿O es amor de verdad?

Lo mismo ocurre con el amor y el compromiso dentro de una familia. Imagina a una madre y a un padre con dos hijos adolescentes, un chico de dieciséis años y una chica de catorce. Como familia, tienen la norma de sentarse juntos a cenar durante cuarenta minutos cada noche, sin teléfonos móviles u otros dispositivos similares. Muchas tardes, el hijo o la hija o uno de los padres va a la mesa (sin el móvil) por obligación, aburrido, temiendo pasar tiempo juntos, queriendo estar en otro sitio. Pero vienen porque se han comprometido a ello. ¿Están simplemente cumpliendo con sus obligaciones o mostrando un amor real?

Si Bonhoeffer tiene razón, y yo creo que la tiene, no se limitan a pasar por el aro, sino que expresan un amor maduro. Es fácil mostrar amor y compromiso cuando nuestros sentimientos nos empujan en esa dirección y nos mantienen allí. Pero esos buenos sentimientos no sostendrán nuestro amor y nuestro compromiso a largo plazo. Solo la fidelidad a un compromiso y las acciones rituales que lo sustentan evitarán que nos alejemos cuando desaparezcan los buenos sentimientos.

En nuestra cultura actual, en casi todos los niveles, esto no se entiende. Desde la persona atrapada en una cultura adicta a los sentimientos, hasta un buen número de terapeutas, ministros de religión, líderes de oración, directores espirituales y amigos de Job, oímos la frase: «Si no lo estás sintiendo, no es real. ¡Solo estás cumpliendo las formalidades! ¡Eso es un ritual vacío!».

De hecho, puede ser un ritual vacío. Como dice la Escritura, podemos honrar con los labios aunque nuestros corazones estén lejos. Sin embargo, la mayoría de las veces se trata de una expresión madura de amor, porque ahora es un amor que ya no está alimentado por el interés propio ni por los buenos sentimientos. Ahora es un amor lo bastante sabio y maduro como para tener en cuenta la condición humana en toda su insuficiencia y complejidad, y cómo estas cualidades lo colorean y complican todo, incluida la persona a la que amamos, nuestro propio yo y la realidad del propio amor humano. El libro que necesitamos sobre el amor no lo escribirá un amante apasionado en su luna de miel, del mismo modo que el libro que necesitamos sobre la oración no lo escribirá un neófito religioso atrapado en el primer fervor de la oración (ni la mayoría de los líderes entusiastas de la oración). El libro que necesitamos sobre el amor lo escribirá una pareja casada que, mediante el ritual, haya mantenido un compromiso a través de los altibajos de muchos años. Del mismo modo, el libro que necesitamos sobre la oración será escrito por alguien que haya mantenido una vida de oración y de asistencia a la iglesia durante temporadas y domingos en los que, a veces, lo último que quería hacer era rezar o ir a la iglesia. Artículo original en inglés. Fuente de imagen: Depositphotos Artículo de Ron Rolheiser OMI en @ciudadredonda.org

Ésta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

 



       Domingo XXXII tiempo ordinario


La palabra que hemos escuchado nos invita a reflexionar sobre la fe. Ésta consiste, simplemente, en creer que Dios es Dios y en fiarse por eso de él, abandonarse en sus manos, darle por completo a nosotros mismos sin cálculos ni preocupaciones por el mañana. Esta "oblatividad" es desconsiderada y loca -o al menos imprudente- para quien afirma que está bien creer, sí, pero "con los pies en la tierra", sin dejar de lado una humana prudencia; sin embargo, esta fe la encontramos a menudo precisamente en quienes no tienen ninguna seguridad para hacer frente al hoy ni al mañana.

        Estas dos viudas tan pobres presentadas en la Sagrada Escritura nos enseñan a no tener miedo de ofrecer a Dios todo lo que tenemos y somos, nos invitan a consagrarle nuestra vida: si hacemos que llegue a ser "suyo" lo que es nuestro, será después tarea suya la preocupación por ello. Mi familia, mi trabajo, mis pocos o muchos recursos de todo tipo pueden ser sometidos a la lógica de la fe y ser confiados y entregados por completo al Señor. No se trata de una elección de despreocupación ni del sentimiento de un instante; al contrario, se convierte en el compromiso cotidiano de administrar como nuestros -y, por consiguiente, con un corazón conforme al nuestro los que eran "nuestros" bienes: afectos, ocupaciones, dotes. La palabra es hoy casi un desafío: probemos a echar con fe nuestra vida en el tesoro de la comunión de los santos, día tras día. El Señor dispondrá de ella para bien de cada uno de sus hijos, y dispondrá un mayor beneficio también para nosotros. Podemos darle, sobre todo, lo que tenemos como más "nuestro": la pobreza existencial, el pecado. Esto es lo que ha venido a buscar en la humanidad, para tomarlo sobre sí y transformarlo en sacrificio de amor.

        Si somos capaces de poner en sus manos también nuestra miseria, sentiremos la alegría de vivir de él, por él, en él.



Por los que han perdido un hijo – El Video del Papa 11 – Noviembre 2024


“Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o de una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón”.

"¿Qué se puede decir a unos padres que han perdido a un hijo? ¿Cómo consolarlos?
No hay palabras.

Fíjense que un cónyuge que pierde al otro es un viudo o una viuda. Un hijo que pierde a un padre, es un huérfano o una huérfana. Hay una palabra que lo dice. Pero un padre que pierde a un hijo… no hay una palabra. Es tan grande el dolor que no hay una palabra.

Y vivir más tiempo que tu hijo no es natural. El dolor que causa su pérdida especialmente es intenso.

Las palabras de ánimo, a veces son banales o sentimentales, no sirven. Dichas con la mejor intención, por supuesto, pueden acabar agrandando la herida.

Para ofrecer consuelo a estos padres que han perdido a un hijo hay que escucharlos, estar cerca de ellos con amor, cuidando ese dolor que tienen con responsabilidad, imitando la forma en que Jesucristo consolaba a los que estaban afligidos.

Y estos padres, sostenidos por la fe ciertamente, pueden encontrar un consuelo en otras familias que, tras sufrir una tragedia tan terrible como esta, han renacido en la esperanza.

Oremos para que todos los padres que lloran la muerte de un hijo o de una hija encuentren apoyo en la comunidad y obtengan del Espíritu consolador la paz del corazón."

Refugiados, inmigrantes y Jesús. Artículo.

En las fronteras de todo el mundo encontramos hoy refugiados, millones de ellos. Se les demoniza fácilmente, se les ve como una molestia, una amenaza, como invasores, como criminales que huyen de la justicia en sus países de origen. Pero, en su mayoría, son personas decentes y honradas que huyen de la pobreza, el hambre, la victimización y la violencia. Estas razones para huir de sus países de origen sugieren claramente que la mayoría de ellos no son delincuentes.

Independientemente del hecho de que la mayoría de ellos son buenas personas, siguen siendo vistos en casi todas partes como un problema. ¡Tenemos que mantenerlos fuera! ¡Son una amenaza! De hecho, los políticos utilizan con frecuencia el verbo «invasión» para describir su presencia en nuestras fronteras.

¿Qué hay que decir al respecto? ¿Dejamos entrar a todo el mundo? ¿Seleccionamos juiciosamente entre ellos, dejando entrar a algunos y manteniendo fuera a otros? ¿Levantamos muros y alambradas para impedir su entrada? ¿Cuál debe ser nuestra respuesta?

Estas cuestiones deben examinarse desde dos perspectivas: pragmática y bíblica.

Desde el punto de vista pragmático, se trata de una cuestión enorme. No podemos simplemente abrir todas las fronteras y dejar que millones de personas inunden nuestros países. Eso es poco realista. Por otro lado, no podemos justificar nuestra reticencia a dejar entrar refugiados en nuestros países apelando a la Biblia, a Jesús o a la ingenua racionalización de que «nuestros» países son nuestros y tenemos derecho a estar aquí, mientras que otros no lo tienen, a menos que les concedamos la entrada. ¿Por qué no?

Para los cristianos, hay una serie de principios bíblicos no negociables en juego.

En primer lugar, Dios hizo el mundo para todos. Somos administradores de una propiedad que no es nuestra. No somos dueños de nada, Dios lo es, y Dios hizo el mundo para todos. Es un principio que ignoramos con demasiada facilidad cuando hablamos de prohibir la entrada de otras personas a «nuestro» país. Resulta que somos administradores aquí, en un país que pertenece a todo el mundo.

En segundo lugar, la Biblia, en ambas testamentos de las escrituras, es clara (y contundente) al desafiarnos a acoger al extranjero y al inmigrante. Esto está presente en todas partes en las escrituras judías y es un fuerte motivo en el corazón mismo del mensaje de Jesús. De hecho, Jesús comienza su ministerio diciéndonos que ha venido a traer buenas noticias a los pobres. Por lo tanto, cualquier enseñanza, predicación, práctica pastoral, política o acción que no sea una buena noticia para los pobres no es el Evangelio de Jesucristo, sea cual sea su conveniencia política o eclesiástica. Y, si no es una buena noticia para los pobres, no puede revestirse del Evangelio ni de Jesús. Por lo tanto, cualquier decisión que tomemos con respecto a los refugiados y los inmigrantes no debe ser contraria al hecho de que los Evangelios tratan de llevar la buena noticia a los pobres.

Además, Jesús lo deja aún más claro cuando identifica a los pobres con su propia persona (todo lo que hagáis al más pequeño de los míos, a mí me lo hacéis) y nos dice que al final del día seremos juzgados por cómo tratemos a los inmigrantes y refugiados (apartáos de mí porque era forastero y no me acogisteis). Hay pocos textos en la Escritura tan crudos y desafiantes como este (Mateo 25, 35-40).

Por último, también encontramos este desafío en la Escritura: Dios nos desafía a acoger a los extranjeros (inmigrantes) y a compartir con ellos nuestro amor, nuestra comida y nuestra ropa, porque nosotros mismos fuimos inmigrantes (Deuteronomio 10, 18-19). Y no se trata de un axioma bíblico abstracto, especialmente para los que vivimos en Norteamérica. Salvo las naciones indígenas (a las que desplazamos a la fuerza), todos somos inmigrantes aquí y nuestra fe nos reta a no olvidarlo nunca, sobre todo cuando tratamos con personas hambrientas en nuestras fronteras. Por supuesto, los que llevamos aquí varias generaciones podemos argumentar moralmente que llevamos aquí mucho tiempo y que ya no somos inmigrantes. Sin embargo, tal vez se pueda argumentar de forma más convincente que cerrar las fronteras cuando ya estamos dentro puede ser bastante egoísta.

Se trata de desafíos bíblicos. Sin embargo, una vez planteados, nos queda la pregunta práctica: ¿qué podemos hacer de forma realista (y muchos países de todo el mundo) con los millones y millones de hombres, mujeres y niños que llegan a nuestras fronteras? ¿Cómo honramos el hecho de que la tierra en la que vivimos pertenece a todos? ¿Cómo honramos el hecho de que, como cristianos, tenemos que pensar primero en los pobres? ¿Cómo nos enfrentaremos a Jesús en el juicio cuando nos pregunte por qué no le acogimos cuando estaba disfrazado de refugiado? ¿Y cómo honramos el hecho de que casi cada uno de nosotros es un inmigrante, que vive en un país que arrebatamos por la fuerza a otro?

No hay respuestas fáciles a estas preguntas, aunque al fin y al cabo sigamos necesitando tomar algunas decisiones políticas prácticas. Sin embargo, en nuestro pragmatismo, al resolver esto, nunca deberíamos confundirnos sobre de qué lado están Jesús y la Biblia. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org / Artículo original en inglés. / Fuente de imagen: Depositphotos

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser

 


       Domingo XXXI tiempo ordinario


Oh Dios, fuente única de todo lo que existe, tú eres nuestro Padre: concédenos el amor para que, fieles a tu mandamiento, podamos amarte con un corazón indiviso, buscándote en todas las cosas. Enséñanos a amarte "con toda la mente": ilumina nuestra inteligencia para que, libre de la duda y de la vana presunción, sepa descubrir tu designio de salvación en la historia y en las circunstancias cotidianas.

Haz que te amemos "con todas nuestras fuerzas", consagrando a ti y a tu servicio nuestras capacidades y nuestros límites, nuestras acciones y nuestras impotencias, nuestros logros y nuestros fallos. Ayúdanos, Señor, a amarte en cada hermano que tú has puesto a nuestro lado y que tú fuiste el primero en amar, hasta el sacrificio de tu propio Hijo. Que su oblación eterna nos dé la fuerza y la alegría de perdernos a nosotros mismos en la caridad para recobrarnos plenamente en ti, que eres el Amor.



Conmemoración de todos los Fieles Difuntos (2 de Noviembre)

Ayer celebrábamos a los santos. Todos los Santos de la historia de la Iglesia. Pero hoy celebramos a los difuntos, y estos son como más nuestros. La mente y el recuerdo se nos van a nuestros difuntos, los que hemos conocido, los que han sido de nuestra familia, los que han formado parte de nuestra historia personal. Con ellos hablamos, tuvimos relación. Quizá hasta nos enfadamos y discutimos. Son nuestros difuntos. Y cuando murieron, un poco de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestro ser, murió con ellos. 

      Es una memoria agradecida. La relación con nuestros difuntos, de los que nos acordamos, fue una relación de cariño. Hasta podríamos decir que esa relación no solo fue, sino que es. Está presente en nuestros corazones y en nuestras mentes. Nos acordamos de ellos. No se trata sólo de que tengamos su foto en la cartera. Ellos están con nosotros. Es otra forma de presencia. 

      Es una memoria dolorosa. Porque su partida nos dejó marcados. Un trozo de nuestra propia y personal historia se fue con ellos. Alguien que formaba parte de nosotros, de nuestro yo, se fue y nos dejó más solos. Desde entonces experimentamos con más fuerza esa soledad que forma parte intrínseca de la vida de toda persona. Nos sentimos huérfanos porque ellos cuidaban de nosotros, su amistad y su cariño nos mantenía firmes y nos ayudaba a vencer las dificultades de la vida. Nos hemos quedado más solos y lo sentimos. 

      Es una memoria esperanzada. Porque desde la fe creemos que esta vida no termina en  estos límites que impone la duración de nuestro cuerpo. La fe en Jesús nos invita a mirar más allá del horizonte de la muerte. No sabemos bien cómo pero creemos que hay vida más allá de la muerte. Estamos convencidos de que tanto amor, tanta amistad, tanto cariño, no puede desaparecer de golpe. Que Jesús resucitó es la afirmación más importante de nuestra fe. Desde ella todo el Evangelio cobra sentido. Amar, servir, entregarse por los demás, tiene un sentido nuevo. Nada es en vano. Nos encontraremos más allá –no sabemos de qué manera– y ese amor, esa amistad, ese cariño llegará a su plenitud. 

      Por eso, hoy recordamos a nuestros difuntos. Y, aunque nos duela su memoria y su recuerdo, sabemos que la vida de Dios es más fuerte que la muerte. Cuando escuchamos el mandato evangélico de amarnos unos a otros, sabemos que ese amor no se perderá. Porque Dios es amor y es vida. Y nosotros mantenemos alta la mirada y firme la esperanza. Aunque nos duela el recuerdo de nuestros seres queridos. Fuente: Evangelio del día. Ciudad Redonda.org

Ante la muerte se impone el silencio, ese silencio que, haciéndonos entrar en el diálogo de la eternidad y revelándonos el lenguaje del amor, nos pone en una comunicación profunda con este insondable misterio. Existe un vínculo fortísimo entre aquellos que han dejado de vivir en el espacio y en el tiempo y los que se encuentran aún inmersos en ellos. Si bien la desaparición física de las personas queridas nos hace sufrir su inalcanzable lejanía, mediante la fe y la oración experimentamos una más íntima comunión con ellos. Cuando parece que nos dejan es en realidad el momento en el que se establecen más firmemente en nuestra vida: siguen estando presentes en nosotros, forman parte de nuestra interioridad, los encontramos en esa patria que ya llevamos en el corazón, allí donde habita la Trinidad.

San Pablo nos anima a vivir de una manera positiva el misterio de la muerte, haciéndole frente día tras día, aceptándola como una ley de la naturaleza y de la gracia, para ser despojados progresivamente de lo que debe perecer hasta encontrarnos ya milagrosamente transformados en aquello en que debemos convertirnos. La "muerte cotidiana" se revela así más bien como un nacimiento: el lento declinar y el ocaso desembocan en un alba luminosa. Todos los sufrimientos, las fatigas y las tribulaciones de la vida presente forman parte de este necesario, de este cotidiano morir, a fin de pasar a la vida inmortal. Debemos vivir fijando nuestra mirada en el objeto de la bienaventurada esperanza, apoyándonos únicamente en la fidelidad del Señor, que nos ha prometido la eternidad.

Si vivimos así, cuando lleguemos al ocaso de esta vida no veremos caer las tinieblas de la noche, sino que aparecerá ante nosotros -una expectativa sorprendente, no obstante-, el alba de la eternidad y tendremos la inefable alegría de sentirnos una sola cosa con el Señor.

Después de una larga fatiga seremos plenamente suyos y esa pertenencia será plenitud de bienaventuranza en la visión cara a cara.

Señor, cada día se eleva desde la tierra una acongojada oración por aquellos que han desaparecido en el misterio: la oración que pide reposo para el que expía, luz para el que espera, paz para quien anhela tu amor infinito.

Descansen en paz: en la paz del puerto, en la paz de la meta, en tu paz, Señor. Que vivan en tu amor aquellos a los que he amado, aquellos que me han amado. No olvides, Señor, ningún pensamiento de bien que me haya sido dirigido, y el mal, oh Padre, olvídalo, cancélalo.

A los que pasaron por el dolor, a los que parecieron sacrificados por un destino adverso, revélales, contigo mismo, los secretos de tu justicia, los misterios de tu amor. Concédenos esa vida interior para que en la intimidad nos comuniquemos con el mundo invisible en el que están: con ese mundo fuera del tiempo y del espacio que no es lugar, sino estado, y no está lejos de nosotros, sino a nuestro alrededor; que no es de muertos, sino de vivos (Primo Mazzolari).

Señor, Señor Jesús, tú eres la vida eterna de la patria verdadera y eterna, puesto que tú nos la has procurado.

Tú eres la lámpara de la casa paterna que ilumina suavemente, tú eres el sol de la justicia en la tierra, tú eres el día que no llega nunca al término, tú eres el lucero del alba. Allí sólo tú eres el templo, el sacerdote y la víctima.

Tú sólo el rey y el jefe, el Señor y el maestro; tú eres el sendero de la unificación, tú eres el manantial y la paz, tú eres la dulzura infinita. Allí todos los que te pertenecen te siguen, y tú estás siempre, no te vas nunca, diriges la casta danza sobre los prados de la alegría...

Por eso, cuando se despierta en nosotros la nostalgia de la vida eterna, de la patria verdadera, de la comunión con todos los santos allá arriba en la ciudad que está sobre los montes elevados, entonces debemos convertirnos aquí abajo en humildemente pequeños en la casa del Señor, debemos cargar sobre nosotros la aflicción junto con nuestra Madre dolorosa, la Iglesia (Quodvultdeus de Cartago, cit. en K. Rahner, Mater Ecclesiae).

No se debe morir cuando se ama. La familia no debería conocer la muerte. Se unen para la eternidad, y para la eternidad dan la vida a otras personas. La muerte no es sólo el huésped que no se puede evitar. Se podría decir que es un miembro de la familia, un miembro celoso que, cuando llega, aleja a otros.

Sea quien sea la persona que veamos alejarse, la vida queda cambiada. Toda muerte lacera la carne común. La familia, precisamente porque es preparación para la vida, es también preparación para la muerte, y en esta cita común con el misterio no es posible saber quién será llamado el primero.

Por qué no se nos permite morir al mismo tiempo? Éste sería el deseo más vivo del amor, una nueva bendición nupcial a la que consentiríamos con alegría. Pero ese caso es muy raro. La Providencia tiene otros fines. Algunos de ellos son evidentes, otros se nos escapan. Por eso es difícil la fe. Nos creemos víctimas de la fatalidad, y no pensamos que, también con la muerte, sigue siendo el amor un don insigne. En una casa hay desgracias mucho más graves que la muerte. !Cuántas tragedias ocurren sin que nadie haya desaparecido, y cuánta ternura conservada en ausencia de las personas queridas!

La muerte no es siempre una enemiga. Mientras la padece, el amor es capaz de vencerla. Vivir significa con frecuencia separarse; morir significa, en cambio, reunirse. No es una paradoja: para aquellos que han llegado al amor más grande, la muerte es una consagración y no una ruptura. En el rondo, nadie muere verdaderamente, porque nadie puede salir de Dios. Ese que nos parece haberse detenido de improviso continúa su camino. Ha sido como pasar una página, mientras escribía su vida. De él hemos perdido lo que poseíamos de una manera temporal, pero se posee para la eternidad sólo lo que se ha perdido. La vida y la muerte no son más que aspectos diferentes de un único destino; cuando se entra en él con el corazón, ya no se distingue (A. G. Sertillanges). Gracias a:Santa Clara de Estella

Solemnidad de todos los santos: SANTIDAD es aprender a ser Hijos felices de Dios, acogiendo su Obra en nosotros.

Sed santos (buenos), como vuestro Padre, que hacer salir el sol sobre buenos y malos
(Mt, 5, 48;Lev 19,2). No es tanto lo que yo hago o tengo que hacer, sino lo que El hace, y de lo que yo me puedo hacer consciente. Pero, ¿cómo es esa Obra de Dios en mí?

a) Por Amor, Dios crea un ser con capacidad de ser bueno y feliz con El. El amor de Dios comienza a manifestarse en la creación. El Dios que es Amor, Comunión, y Entrega, encuentra su reflejo e imagen, en la apertura y receptividad, capacidad del ser humano. Por eso dice Santo Tomás: Por ser imagen de Dios, el hombre tiene capacidad para la gracia, o sea, para acoger el Amor de Dios, y al acogerlo, realizar el encuentro que nos transforma-

b) Por Amor Dios crea un ser que no puede estar sin Él, y sin los demás. Eso es santidad. Desde siempre, Dios ha creado al ser humano como ser de comunión y le ha llamado a responder al amor que le ha otorgado Desde siempre hay en el hombre una “capacidad de Dios” y un “deseo natural de ver a Dios. Fue Dios quien sembró en el corazón humano el anhelo del Infinito de amarlo y contemplarlo cara a cara. Por eso hay en el hombre un vacío que sólo se colma cuando se encuentra con Dios.

c) Por amor Dios va más allá de la justicia. En Dios, la bondad es lo condicionante de todo su ser y obrar. Dios manifiesta su justicia no condenando, sino salvando. Dios manifiesta su justicia, (Rm 3, 24-26) justificando, o sea, haciendo justo al pecador y teniendo misericordia de todos. Esta justicia es una buena noticia, pues no se trata de la justicia retributiva, por la que Dios premia o castiga según los merecimientos de cada uno, sino de la justicia que justifica (hace justo) al impío.

d) Por amor Dios perdona y no condena. “No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón” (Juan Pablo II). Mostrar misericordia significa vivir plenamente la verdad de nuestra vida”. “El Dios que nos redime es un Dios de misericordia y de perdón; “el perdón podría parecer una debilidad; en realidad, tanto para concederlo como para aceptarlo, hace falta una gran fuerza espiritual y una valentía moral a toda prueba. Lejos de ser menoscabo para la persona, el perdón lleva a una humanidad más plena, capaz de reflejar en sí misma un rayo del esplendor del Creador.

f) La verdadera santidad es una gracia, es la obra que Dios hace gratuitamente en mí. Una existencia vivida con mucha fe y mucha humanidad. Una vida que expresa sentimientos y actitudes de bondad y compasión, que se concreta en obras de justicia, caridad y solidaridad. Porque así es el Dios cristiano, así actúa Dios y así quiere que sean y actúen sus hijos. Así es la santidad de Dios y así se refleja en sus santos. A estas personas están dirigidas las bienaventuranzas. Para que esta acción gratuita de Dios opere la santidad en nosotros, es preciso acogerla agradecidamente y ejercitarla responsablemente. La santidad de Dios es ser bueno con todas sus criaturas y hacerlas buenas. Nuestra santidad es el resultado de la benevolencia de Dios hacia nosotros. No hallamos gracia a sus ojos por nuestros méritos, sino por su benevolencia y mirada misericordiosa. Esta mirada es lo que pone en nosotros santidad Y. lo más que nosotros podemos hacer es dejar que esa bondad de Dios se refleje y actúe en nosotros. Pero en todo caso, la santidad es gratuita, como don de Dios, y obra del Espíritu Santo en las personas.

¡SANTOS, SÍ!, y por ello, “Buenos” y  “Felices”

Podemos decir, pues, que la santidad es Un camino de Bondad, Felicidad y Comunión que Dios realiza en nosotros.  En realidad, un santo no es otra cosa que una buena persona. Porque ser santo no es más que ser lo que tenemos que ser, pero siempre con la ayuda de la gracia.

El Papa Francisco, en su exhortación sobre la Santidad en el momento actual, “Alegraos y regocijaos”, pone la santidad en el horizonte de la bondad (Mt 25) y la Felicidad (Mt 5, 5-15)

Las Bienaventuranzas son como el carnet de identidad del cristiano. ¿Cómo se hace para llegar a ser buen cristiano?'. Es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en las Bienaventuranzas. En ellas se dibuja el rostro del Maestro que estamos llamados a transparentar en la vida cotidiana. (.G.E. 63). ¡Feliz o bienaventurado es sinónimo de santo! 

Por eso, la Santidad es un proyecto de felicidad y a la vez un programa de cómo ser lo que debemos ser. Con deficiencias y pecados, muchos han buscado la felicidad en la santidad. Estas confesiones de hombres buenos y felices pueden acercarnos a la santidad de Jesús, y hacer más humana la nuestra.

“En la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos”. (Leon Bloy)

«Ser bueno es hacerse divino, porque sólo Dios es bueno.»(Unamuno)

“En todo hombre bueno habita Dios.» (L A. Séneca)

«No denomino héroes a aquellos que han triunfado por sus ideas o por la fuerza. Sólo considero héroes a aquellos que fueron grandes por su bondad (Tolstoi)

«Sólo los que son verdaderamente buenos y santos son felices(Pablo VI).

“La bondad es el único Evangelio que muchos leerán.» (Helder Cámara)

“Mi única misión en la vida era ser bueno.(C. Foucauld)

Conclusión

Ahora puedo aportar yo mi propia experiencia de Santidad por la Bondad, Felicidad y Comunión, preguntándome: ¿Cómo es la obra que Dios viene realizando en mi según su propia Santidad Bondadosa?

José Antonio Fray José Antonio Segovia O.P.
Real Convento de Santo Domingo de Scala Coeli

Lea también el comentario bíblico a las lecturas.  Fuente: Dominicos.org