Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.
Según una tradición apócrifa, la Virgen María, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, para ser debidamente educada en la religión junto con otras niñas. Esta fiesta, típicamente oriental, recuerda la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida cerca de Templo de Jerusalén, en el lugar donde se creía que habían vivido los padres de la Virgen. En verdad, lo que hoy celebramos es la consagración que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada. En esta fecha son muchas las personas que renuevan las promesas de consagración religiosa, recordando la oblación primordial que hizo María de sí misma.
MEDITATIO: El acontecimiento de la "presentación" no aparece en ningún texto neotestamentario, y, además, es improbable lo que cierta tradición le atribuye, a saber: confiar una niña al clero de Jerusalén, en un templo inaccesible, por otra parte, a las mujeres. Ahora bien, el leccionario litúrgico ofrece una propuesta unitaria para dar verosimilitud a la interpretación del acontecimiento: es la tipología de la presencia. Ambas lecturas se detienen en torno a esa modalidad relacional.
El oráculo de Zacarías proclama la presencia de Dios en el templo y transmite la palabra del mismo Dios, que se presenta desplegando el sentido y el significado de esa deliberación suya.
El evangelio según Marcos refiere una presencia de María en el lugar en el que se encuentra Jesús, y las palabras de éste hacen las veces de presentación de la identidad de quien él considera su auténtica familia. El mensaje se presenta bastante claro: el Señor está presente ante la persona humana, y a ésta se le abre la vía para presentarse ante el Señor. El templo asume la función de hacer visible el encuentro entre dos presencias. Sobre el fondo de un símbolo delicado como es la presencia de una niña en la solemnidad de un templo, o sea, precisamente la susodicha "presentación", la liturgia nos invita hoy a meditar sobre el sentido de una presentación de nosotros mismos ante el Señor. Nuestra propia presencia ante el Señor se convierte en presentación cada vez que ésta es iluminada, explicada, motivada, cultivada por una conciencia.
El símbolo de la presentación de María en el templo, por consiguiente, equivaldría a la conciencia de la identidad de María y de su función junto al Mesías, que va creciendo poco a poco: primero, por parte de sus familiares -o sea, la de los otros-; a continuación, por parte de la misma María y, por último, por parte de los posteriores creyentes. El sentido sustancial es éste: María está siempre en presencia del Señor, totalmente dedicada a servir, peregrina en el conocimiento.
ORATIO: Santa María, hija del Israel y guardiana del Evangelio, salve. Mujer casta, florecida a la luz del amor del Señor, socórrenos e n el trabajo de apartar los velos que obstaculizan la pureza de nuestro corazón para ver a
Dios; mujer humilde, crecida a la sobra del Omnipotente, guíanos a la alegría del testimonio de que hemos encontrado al Señor.
Virgen orante en las liturgias de tu pueblo, peregrina ante Dios en su templo santo, presencia materna en la Iglesia en oración, acompáñanos cuando nos presentemos ante la Santísima Trinidad para implorar misericordia y contemplar su rostro.
Templo santificado por el Espíritu, custodia en los santos braseros los granos de incienso de nuestros sacrificios y las luces encendidas de nuestras esperanzas mediante tu caridad agradable a Dios. Sierva presente en toda fiesta de fraternidad, acoge la oración de tus siervos.
CONTEMPLATIO: Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50).
Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso, es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo.
Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: !Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, qué replicó el Señor?
Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Le 11,27-28). Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero.
Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza (Agustín de Hipona, Sermón 72/A, 7).