Hoy necesitamos hacer una nueva protesta, un nuevo alegato, uno fuerte, por ligar a Dios y a nuestras iglesias con la intolerancia, la injusticia, el fanatismo, la violencia, el terrorismo, el racismo, el sexismo, la rigidez, el dogmatismo, el anti erotismo, la homofobia, el corporativismo, la seguridad para los ricos, la ideología de todas las clases y simplemente la estupidez.
Un ejemplo simple puede servir de ilustración: en un reciente libro que documenta la extraordinaria amistad de cincuenta años con un antiguo entrenador, una leyenda del baloncesto (y en el momento presente un excelente escritor), Kareem Abdul-Labbar, comparte porqué se convirtió al islam. Creció como católico, se graduó en escuelas católicas, y finalmente dejo el cristianismo para convertirse en musulmán. ¿Por qué?
En sus propias palabras: porque “los blancos que ponen bombas en las iglesias y asesinan niñas pequeñas, los que dispararon a chicos de color, los que golpeaban con palos a manifestantes de color desarmados en voz alta se declaraban orgullosos cristianos. El Ku Klux Klan eran orgullosos cristianos. No podía sentir lealtad por una religión con tantos seguidores malvados. Si que era consciente de que el Reverendo Doctor Martin Luther King, Jr, era también un orgulloso cristiano, como lo eran muchos de los lideres pro derechos civiles. El entrenador Wooden fue un devoto cristiano. El movimiento pro derechos civiles estaba apoyado por muchos valientes blancos cristianos que marcharon mano con mano con los negros. Cuando el KKK atacaba, pegaban con más dureza a los blancos que eran por ellos considerados traidores a la raza. No condenó la religión, sino que definitivamente se sintió expulsado de ella.
Su historia es únicamente una historia más y por propio reconocimiento tiene otra cara, pero es muy ilustrativa. Es fácil ligar a Dios con cosas equivocadas. El cristianismo, por supuesto, no es únicamente culpable. Hoy, por ejemplo, vemos quizás peores ejemplos de ligar a Dios con el mal en la violencia de ISIS y otros grupos terroristas que asesinan, aleatoria y brutalmente en el nombre de Dios. Puedes estar seguro de que las últimas palabras pronunciadas, en un ataque suicida aleatoriamente mata gente inocente, son “¡Dios es grande!”. ¡Que horrible decir algo así en el justo momento en que uno está cometiendo un asesinato¡, ¡Haciendo algo tan impío en el nombre de Dios!
E incluso nosotros mismos hacemos lo mismo en formas sutiles, a saber, justificando lo impío (violencia, injusticia, desigualdad, pobreza, intolerancia, fanatismo, racismo, sexismo, abuso de poder, y la riqueza privilegiada) apelando a nuestra religión. Silenciosamente, inconscientemente, ciegos, asentados en un sentido de lo correcto y lo erróneo coloreado por el propio interés, nos damos a nosotros mismos el permiso divino a vivir y actuar de maneras que son antitéticas con la mayoría de lo que Jesús enseñó.
Podemos protestar, diciendo que somos sinceros, pero la sinceridad por sí misma no es un criterio moral o religioso. Sinceramente puede, y a menudo así es, ligar a Dios con lo impío y justificar el mal en el nombre de Dios: la gente que dirigía la Inquisición era sincera, los racistas son sinceros; aquellos que protegían a sacerdotes pedófilos eran sinceros, los racistas son sinceros, los sexistas son sinceros, los fanáticos son sinceros, los ricos defendiendo sus privilegios son sinceros; oficinas eclesiales haciendo daño, decisiones pastorales desafiando el evangelio que impiden a gente el acceso a la Iglesia son muy sinceras y están motivadas evangélicamente; y todos nosotros, cuando juzgamos a otros lo que Jesús nos dijo una y otra vez que no hiciéramos, son sinceros. Pero todos nosotros pensamos que estamos haciendo todo esto por el bien, por Dios.
Sin embargo, en muchas de nuestras acciones estamos ligando a Dios y a la Iglesia con la estrechez, la intolerancia, la rigidez, el sexismo, el favoritismo, el legalismo, el dogmatismo y la estupidez. Y nos preguntamos por qué muchos de nuestros hijos no van a la Iglesia y luchan con la religión.
El Dios que Jesús revela es la antítesis de gran parte de lo religioso, triste pero verdadero. El Dios que Jesús revela es un Dios generoso, un Dios que no es tacaño; un Dios que quiere la salvación para todos, que ama todas las razas y todas las gentes igualmente; un Dios con un amor preferencial por los pobres; un Dios que crea los dos géneros en igualdad; un Dios que se opone al poder mundial y al privilegio. El Dios de Jesucristo es un Dios de compasión, empatía y perdón, un Dios que reclama que el espíritu está por encima de la ley, el amor sobre el dogma, el perdón sobre la justicia jurídica. Y muy importante, el Dios a quien Jesús encarna no es estúpido, pero es un Dios cuya inteligencia no se ve amenazada por la ciencia, y un Dios que no condena ni envía a gente al infierno de acuerdo con nuestros limitados juicios humanos.
Lamentablemente, demasiado a menudo este no es el Dios de la religión, de nuestras iglesias, de nuestra espiritualidad, o de nuestras conciencias privadas.
Dios no es estrecho, estúpido, legalista, fanático, racista, violento, y vengativo, es tiempo de que paremos de ligar a Dios con este tipo de cosas.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 21 de agosto de 2017