Si nuestras relaciones se construyen sobre el poder o sobre el empeño por mejorar la propia imagen no son relaciones ni comunidades seguidoras de Jesús, el último y el servidor de todos. “La humildad abre puertas, la prepotencia las cierra”. Si solo tenemos un Padre y un guía y todos somos hermanos y servidores unos de otros, no cabe en la Iglesia la imposición o el abuso de ningún tipo, y menos a los más débiles. Si todos los hombres tenemos una misma dignidad y si todos los miembros de la Iglesia somos hermanos en Cristo no puede haber entre nosotros diferencias ni desigualdades ni unos ser más que los otros o disponer de más recursos que otros. Estos desequilibrios no forman parte del Plan de Dios de formar una sola familia humana.
Para ser parte de la comunidad del Reino es necesario construir unas relaciones basadas en el servicio, la igualdad y la fraternidad. Todos tenemos que aprender de los demás, renunciar a “hacernos ver” (cuantas veces buscamos el agradar para ser vistos y queridos por los demás y nos cuesta hacer las cosas igual tanto si me ven como si me ignoran), ser humildes y presentarnos como somos y ponernos a disposición de los demás. Como dice Robert Burns: “¡Ah, si nos fuera dado el poder de vernos como nos ven los demás! De cuantos disparates nos veríamos libres”.
Os ofrezco estos pensamientos que ayudan a comprender mejor mi reflexión: “Cuando vayas subiendo, saluda a todos. Son los mismos que vas a encontrar cuando vayas bajando” (Papa Francisco)
“Procura ser tan grande que todos quieran alcanzarte, y tan humilde que todos quieran estar contigo” (Gandhi)
“La grandeza de las personas se mide por la lealtad de su corazón y la humildad de su alma” (Rubén de Segura). José Luis Latorre