La historia completa de cómo Jesucristo vino a nacer incluye elementos que no imaginamos fácilmente cuando cantamos nuestros himnos de Navidad. El árbol genealógico y los lazos de sangre de Jesús estaban lejos de ser perfectos; y esto, según el renombrado erudito bíblico Raymond Brown, necesita ser recordado siempre que seamos inducidos a creer en Jesús pero queramos rechazar a la iglesia a causa de sus imperfecciones, escándalos e historia desgraciada. Jesús puede haber sido concebido inmaculadamente. Sin embargo, como expresan claramente los evangelios, hay mucho en sus orígenes que es tan llamativo como cualquier escándalo actual de la iglesia.
Por ejemplo, al proporcionarnos los orígenes de Jesús, los evangelios dan referencia de tantos pecadores, embusteros e intrigantes en su linaje genético e histórico como lo hacen con los santos, gente honrada, y hombres y mujeres de fe.
Vemos, por ejemplo, en la genealogía de Jesús cierto número de hombres que no encarnaron precisamente el amor, la justicia y la pureza de Jesús. Abrahán desterró injustamente a Ismael y a su madre, Agar, buscando excusas de que Dios favorece a algunas personas más que a otras; Jacob, por medio de intrigas y deshonra, hurtó la primogenitura de su hermano Esaú; y David, con el que Jesús se conecta explícitamente, cometió adulterio y luego hizo que el esposo de su amante muriera para encubrir por completo un embarazo no deseado con el fin de casarse con ella.
Además, a las mujeres mencionadas en los ascendientes de Jesús no les va mucho mejor. Resulta interesante notar, como Raymond Brown hace, qué mujeres no son mencionadas en referencia a los orígenes de Jesús. Los evangelios no mencionan a Sara, Rebeca ni Raquel, todas ellas veneradas como mujeres santas. ¿A quiénes mencionan?
Mencionan a Tamar, una mujer cananea, fuera de la fe judía, que seduce a su suegro, Judá, de modo que pueda tener un hijo. Mencionan a Rahab, igualmente una mujer cananea, y forastera, que es de hecho una prostituta. Luego mencionan a Rut, una mujer moabita que también está fuera de la religión oficial de aquel tiempo. Después mencionan a Betsabé, una mujer hitita, una forastera que comete adulterio con David y más tarde trama asegurarse que uno de su propia descendencia herede el trono.
Todas estas mujeres se hallaron en una situación de matrimonio o embarazo que era extraña o escandalosa, y aun así cada una fue un importante instrumento divino al garantizar la herencia religiosa que nos dio a Jesús. No resulta casual que los evangelios vinculen a estas mujeres con María, la madre de Jesús, dado que ella también se encontró en un embarazo ritualmente tabú y en una peculiar situación marital.
Más todavía, y en añadidura a estos personajes no precisamente santos que hallamos en el linaje de Jesús, vemos también que algunas de las instituciones que modelaron la fe judía tampoco fueron precisamente santas. La religión institucionalizada en aquel momento sufría muchos de los problemas que tiene ahora, también el uso corrupto del poder. Ciertamente, Israel mismo (tal vez justificando el hecho que se refiere a lo que Jacob había hecho a Esaú) ocupó la tierra de Canaán de aquellos que tenían un derecho preferente a ella, alegando la propiedad por privilegio divino.
Por fin, y no insignificantemente, vemos también que el linaje que nos dio a Jesús se edificó no solamente sobre los grandes y talentosos sino igualmente sobre los pobres e insignificantes. En la lista de nombres que enumeran los antepasados de Jesús, vemos a algunos que son famosos, pero también a otros que no pueden reclamar ninguna especialidad ni significación. La sangre humana de Jesús, nos dice la escritura, fue producida de igual modo por los grandes y por los pequeños, por los talentosos y los desprovistos de talentos.
¿Qué hay que aprender de todo esto? Quizás Raymond Brown lo capte de la mejor manera. Lo que todo esto nos dice -indica él- es que Dios escribe recto con líneas torcidas, que no deberíamos aceptar a un Cristo demasiado idealizado y que nuestras propias vidas, aun cuando estén marcadas por la debilidad y la insignificancia, también son importantes al continuar la historia de la encarnación.
Como dice Brown: “El Dios que escribió los comienzos con líneas torcidas escribe también la secuencia con líneas torcidas, y algunas de esas líneas son nuestras propias vidas y testimonio. Un Dios que no dudó en usar a los intrigantes como también a los nobles, a los impuros como también a los puros, a los hombres a los que el mundo escuchaban con atención y a las mujeres a las que el mundo miraba con recelo: este Dios continúa actuando a través de la misma mezcla. Si es un desafío reconocer en la última parte de la genealogía de Mateo que gente totalmente desconocida fue parte de la historia de Jesucristo, puede ser un desafío mayor reconocer que los personajes desconocidos de hoy sean una parte esencial de la secuencia”.
La Cristiandad no es sólo para los puros, los talentosos, los buenos, los humildes y los honrados. La historia de Jesucristo también fue escrita y continúa siendo escrita por los impuros, por los pecadores, por los intrigantes calculadores, por los orgullosos, por los deshonrados y por los que están sin talentos mundanos. Nadie es tan malo, tan insignificante, tan privado de talento ni tan fuera del círculo de la fe que esté fuera de la historia de Cristo. Ron Roheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -