Domingo 3º de Adviento
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La última frase de este fragmento (v. 28) nos indica que Juan desarrolla su ministerio en ŤBetania, en la otra orilla del Jordánť. El significado mismo del nombre del lugar -Ťcasa del testimonioť- puede tener valor simbólico, porque indica exactamente lo que debe llegar a ser toda comunidad: una verdadera casa del testimonio.
Cualquier página evangélica ilustra en qué consiste concretamente el testimonio. A una "comisión de encuesta" enviada desde Jerusalén para identificar su identidad, el Bautista responde remitiendo a Jesús: ŤNo era él la luz, sino testigo de la luzť (v. 6); y luego: ŤNo lo soy, yo soy la vozť (w. 21-22). El Bautista, según el evangelio de Juan, no es un predicador o un asceta, sino exactamente el modelo por excelencia del testigo: en la casa de la comunidad cristiana, el comportamiento que debe distinguir a todos es precisamente el suyo. Nadie puede decir: ŤYo soyť, pero cada uno debe remitir más allá de sí mismo, a Jesucristo. Cada uno puede y debe ser "signo" de Jesús para el otro, manteniendo la capacidad de desaparecer, exactamente como el Bautista.
Cada uno es un signo útil, incluso necesario, pero precisamente por ser signo no es algo definitivo. Para ser testigos es preciso ser antes oyentes. Poniendo en escena a Juan Bautista que seńala a Jesús, el evangelista quiere decir que la verdad está ya presente: ŤEn medio de vosotros hay uno que no conocéisť. Esta expresión recuerda el tema veterotestamentario de la sabiduría escondida, que no puede conocerse si ella misma no se manifiesta. Jesús es esta sabiduría que se manifiesta al hombre.