Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

 


Domingo XII  tiempo ordinario


Estamos sometidos, pues, a las tempestades desencadenadas por el espíritu del mal, pero, como bravos marineros vigilantes, llamamos al piloto adormecido.

Ahora bien, también los pilotos se encuentran normalmente en peligro. A qué piloto deberemos dirigirnos entonces? A aquel a quien no superan los vientos, sino que los manda, a aquel de quien está escrito: "Él se despertó, increpó al viento y a las olas". Qué quiere decir que "se despertó""? Quiere decir que descansaba, pero descansaba con su cuerpo, mientras que su espíritu estaba inmerso en el misterio de la divinidad. Pues bien, allí donde se encuentra la Sabiduría y la Palabra, no se hace nada sin la Palabra, no se hace nada sin la prudencia.

Has leído antes que Jesús había pasado la noche en oración: de qué modo podía dormir ahora durante la tempestad? Este sueńo revela la conciencia de su poder: todos tenían miedo, mientras que sólo él descansaba sin temor. No participa, por tanto, [únicamente] de nuestra naturaleza quien no está expuesto a los peligros. Aunque duerme su cuerpo, su divinidad vigila y actúa la fe.

Por eso dice: "Por qué habéis dudado, hombres de poca fe?". Se merecen el reproche, por haber tenido miedo aun estando junto a Cristo, siendo que nadie puede perecer si está unido a él. De este modo corrobora la fe y vuelve a hacer reinar la calma