Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios

 



Corpus Christi


"Tomad y comed; esto es mi cuerpo... Tomad y bebed; ésta es mi sangre... Mi cuerpo es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida..." Estas palabras de Jesús sintetizan todo el misterio eucarístico. También Pablo dirá: "Prestad atención antes de acercaros a este alimento y a esta bebida: que no os ocurra la desgracia de comer y beber sin alimentaros y sin calmar vuestra sed". También la Iglesia nos recomienda precisamente esta toma de conciencia cuando nos dice "saber-pensar a quién se va a recibir". En realidad, si lo pensamos bien, el alimento es tal en la medida en que "se pierde-desaparece-muere para convertirse-llegar-a-ser" carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Para expresarlo con la imagen evangélica: si el grano de trigo se niega a morir enterrado, se vuelve imposible la espiga. Con la participación en el Pan eucarístico, el hombre viejo debe morir-dejarse asimilar por el Hombre nuevo, o el-alimento- ya-no-es-tal. La eucaristía es una "angostura" tremenda que no perdona. Jesús dirá: "Quien se alimenta de mí debe vivir-de-mí, por-mí". Tal vez sean éstas las palabras más graves, las palabras que implican mayor responsabilidad para quienes participan activamente en la eucaristía. Es la madre que vive-de/para-los-hijos, de/para-el-esposo porque está toda unifícada-gravitada-concentrada.

De este modo, los pensamientos-puntos de vista-centros de interés-mentalidad de quienes participan (= tomar parte) en la eucaristía "deben" convertirse en los de Cristo: para que podamos llamarnos "cristianos".