Hay una leyenda sobre San Cristóbal que es pertinente aquí: Cristóbal era un hombre bien dotado en todos los sentidos, excepto en la fe. Era físicamente fuerte, poderoso, de buen corazón, apacible y muy querido. También era generoso y utilizaba su fuerza física para ayudar a los demás, pero le costaba creer en Dios, aunque lo deseaba. Para él, lo físico era lo real y todo lo demás parecía irreal. Y así, como dice la leyenda, vivió su vida en un cierto agnosticismo honesto, incapaz de creer realmente en nada más allá de lo que podía ver, sentir y tocar físicamente.
Sin embargo, esto no le impidió utilizar sus dones, especialmente su fuerza física, para servir a los demás. Este fue su refugio, la generosidad y el servicio. Se convirtió en un operador de transbordador, pasando su vida ayudando a llevar a la gente a través de un río peligroso. Una noche, según cuenta la leyenda, durante una tormenta, el transbordador volcó y Cristóbal se zambulló en las oscuras aguas para rescatar a un niño pequeño. Al llevarlo a la orilla, miró su rostro y vio el de Cristo. Después de eso, creyó que había visto el rostro de Cristo.
A pesar de su piedad, esta leyenda contiene una profunda lección. Cambia la perspectiva sobre la cuestión de cómo se intenta "probar" la existencia de Dios. Nuestro intento de probar la existencia de Dios tiene que ser práctico, existencial y encarnado, más que intelectual. ¿Cómo pasamos de creer sólo en lo físico, de creer sólo en la realidad de lo que podemos ver, sentir, tocar, saborear y oler, a creer en la existencia de realidades más profundas y espirituales?
Hay una lección en la historia de Cristobal: Vive tan honesta y respetuosamente como puedas y utiliza tus dones para ayudar a los demás. Dios aparecerá. Dios no se encuentra en la conclusión de un silogismo filosófico, sino como resultado de una determinada manera de vivir. Además, la fe no es tanto una cuestión de sentimiento como de servicio desinteresado.
Hay otra lección en el relato bíblico del apóstol Tomás y su duda sobre la resurrección de Jesús. Recordemos su protesta: "Si no puedo poner (físicamente) mi dedo en las heridas de sus manos y meter mi dedo en la herida de su costado, no creeré". Obsérvese que Jesús no ofrece ninguna resistencia ni reprimenda ante el escepticismo de Tomás. Por el contrario, le toma la palabra a Tomás: "Ven y mete (físicamente) tu dedo en las heridas de mi mano y en la herida de mi costado; comprueba por ti mismo que soy real y no un fantasma".
Ese es un reto dirigido a todos nosotros: "¡Venid a ver por vosotros mismos que Dios es real y no un fantasma!". Ese reto, sin embargo, no es tanto intelectual como moral, un reto a ser honestos y generosos.
El escepticismo y el agnosticismo, incluso el ateísmo, no son un problema siempre que uno sea honesto, no racionalice, no se mienta, esté dispuesto a reconocer la realidad tal y como se presenta, y sea generoso al entregar su vida en servicio. Si se cumplen estas condiciones, Dios, el autor y la fuente de toda la realidad, acaba siendo suficientemente real, incluso para aquellos que necesitan pruebas físicas. Las historias de Cristóbal y Tomás nos enseñan esto y nos aseguran que Dios no se enfada ni se siente amenazado por un agnosticismo honesto.
La fe nunca es una certeza. Tampoco es un sentimiento seguro de que Dios existe. A la inversa, la incredulidad no debe confundirse con la ausencia de la seguridad sentida de que Dios existe. Para todos, habrá noches oscuras del alma, silencios de Dios, frías temporadas de soledad, tiempos escépticos en los que la realidad de Dios no puede ser conscientemente captada o reconocida. La historia de la fe, como lo atestiguan la vida de Jesús y la de los santos, nos muestra que Dios a menudo parece muerto y, en esos momentos, la realidad del mundo empírico puede dominarnos de tal manera que nada parece real, excepto lo que podemos ver y sentir en este momento, sin olvidar nuestro propio dolor.
Cuando esto ocurre, al igual que Christopher y Thomas, debemos convertirnos en agnósticos honestos que utilicen nuestra bondad y las fuerzas que Dios nos ha dado para ayudar a otros a cruzar los pesados ríos de la vida. Dios no nos pide una fe segura, sino un servicio generoso y sostenido. Tenemos la seguridad de que si ayudamos fielmente a los demás, un día nos encontraremos ante la realidad de Dios, que nos dirá suavemente "Comprueba por ti mismo que soy real y no un fantasma".
¿Podemos demostrar que Dios existe? En teoría, no; en la vida, sí. Ron Rolheiser -