Hoy estamos siendo testigos de una trivialización del alma en nuestra cultura. Ya pocas cosas son sublimes, lo cual significa que ya pocas cosas nos conmueven profundamente. Las cosas que solían tener significado profundo están relacionadas ahora más casualmente. El sexo, por ejemplo. Más y más, (con unas pocas iglesias que resisten con firmeza), la cultura cree que el sexo no necesita ser conmovedor, a no ser que quieras que lo sea y lo rodees con tal significado. Por ejemplo, oí recientemente un argumento en el que alguien quitó importancia a la gravedad moral de un maestro que se acostó con uno de sus estudiantes, con esta lógica: ¿cuál es la diferencia entre esto y un profesor que juegue un partido de tenis con su estudiante? ¿Su punto? El sexo no necesita ser especial, a no ser que quieras que sea especial. ¿Qué hace al sexo ser diferente de un partido de tenis?
Sólo alguien peligrosamente ingenuo no ve aquí una enorme diferencia conmovedora. Un partido de tenis no toca el alma en profundidad. El sexo, sí; y no precisamente porque algunas iglesias lo digan. Vemos esto cuando se da violación. Freud dijo una vez que entendemos las cosas de la manera más clara cuando las vemos rotas. Tiene razón, y en nada es más claro que en la manera como la violencia sexual y el sexo explotador afectan a una persona. Cuando el sexo es reprochable, hay violación del alma que empequeñece cualquier cosa que resulta de un partido de tenis. El sexo no es conmovedor porque lo dicen algunas iglesias. Es conmovedor porque está conectado al alma de un modo que el tenis no lo está. Irónicamente, sólo cuando la cultura está trivializando la visión tradicional de la sociedad sobre el sexo como innatamente conmovedor, las personas que trabajan con los que sufren trauma sexual están viendo mucho más claramente cómo el sexo explotador está en un plano radicalmente diferente, en términos de alma, que jugando al tenis con alguien.
Sin embargo, no es sólo que estemos trivializando lo conmovedor; estamos también luchando por prestar oído a nuestras almas. Es digno de observa que hoy este aviso procede no tanto de las iglesias como de una serie de voces, desde filósofos agnósticos hasta de analistas junguianos. Por ejemplo, el tema dominante en los escritos del filósofo agnóstico del alma James Hollis, es que la tarea de la vida es vivir conmovedoramente, y sólo podemos hacer eso prestando oído de verdad a nuestras almas. Y, señala que hay mucho en juego aquí. En un libro titulado El suicidio y el alma, sugiere que lo que a veces sucede en un suicidio es que el alma, incapaz de hacer oír sus gritos, al fin mata al cuerpo.
La psicología profunda ofrece puntos de vista semejantes y sugiere que la presencia en nuestras vidas de ciertos síntomas como la depresión, la ansiedad excesiva, los trastornos de culpa y la necesidad de automedicación son con frecuencia los gritos del alma para que sean tenidos en cuenta. James Hollis sugiere que a veces, cuando tenemos malos sueños es porque nuestra alma está airada con nosotros, y sugiere que ante estos síntomas (depresión, ansiedad, culpa, malos sueños) necesitamos preguntarnos: “¿Qué quiere mi alma de parte mía?”
Verdaderamente, ¿qué quieren de nosotros nuestras almas? Quieren muchas cosas, aunque en esencia, quieren tres: ser protegidas, ser honradas y ser escuchadas.
Primero, nuestras almas necesitan estar protegidas de la violación y la trivialización. Lo que subyace más profundo dentro de nosotros, en el centro de nuestras almas, es algo que Thomas Merton describió una vez como le point vierge (el “punto virgen”). Todo lo más sagrado, tierno, verdadero y vulnerable que hay en nosotros es alojado ahí, y mientras nuestras almas nos envían constantes gritos requiriendo protección, no pueden protegerse a sí mismas. Nos necesitan para proteger su point vierge.
Segundo, nuestras almas necesitan ser tratadas con honradez, su inviolabilidad totalmente respetada, su profundidad debidamente reconocida. Nuestra alma es la “zarza ardiente” ante la cual necesitamos detenernos descalzos, reverentes. Perder esa reverencia es trivializar nuestra propia profundidad.
Finalmente, nuestras almas necesitan ser tenidas en cuenta. Sus gritos, sus llamadas de atención, sus resistencias y los sueños que nos dan mientras dormimos necesitan ser escuchados. Además, necesitan ser tenidas en cuenta no sólo cuando están animadas, sino también cuando están pesadas, tristes y airadas. Igualmente, necesitamos escuchar no sólo su ruego por motivo de protección, sino también su desafío para que asumamos riesgos.
El alma es una cosa preciosa digna de protección. Es la voz más profunda que hay en nuestro interior, hablando por lo que es más importante y más conmovedor de nuestras vidas, y así necesitamos siempre hacer caso de la advertencia: tened cuidado de no perder vuestra alma. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -