Calendario de Cuaresma. Lunes 19 (día 6de40)
Via Crucis. Meditaciones de San John Henry Newman.
Pasión: Viacrucis de Hakuna
"Yo soy el Señor", repite Dios en el Antiguo Testamento como rúbrica a los preceptos sobre el amor práctico y cotidiano con el prójimo. Yo soy el Señor que ve vuestra conducta, que cuida de la vida de todos exigiendo que se respete y se socorra, de suerte que seáis santos con mi misma santidad.
"Conmigo lo hicisteis", repite Jesús en el Evangelio. Soy el Rey que no veis en cada uno de mis hermanos más pequeños, pero en ellos me podéis socorrer, servirme o quizás ignorarme. Quién cómo el Señor, que yace como cualquier desvalido al borde del camino y se deja mirar con indiferencia o con misericordia (cf. Sal 112)?
El se sentará en el trono de su gloria y a su lado colocará a cada uno de sus hermanos más pequeños y a cuantos la actitud gratuita de compartir el pan, el agua y los bienes les haga sentirse importantes en su corazón y en el corazón de Dios. Hoy comienza mi vida eterna, si te amo como a mí mismo, hermano en Cristo, hermano Cristo.
ORATIO: Oh misericordioso, que lloras con nosotros desde las primeras lágrimas de Adán y Eva, rompe con tu mirada la dureza de nuestro corazón. Haznos capaces de recibir y dar tu divina compasión. No permitas que juzguemos a los demás con nuestra medida tacaña y falsa, sino con la tuya, tan longánima y abundante, hasta que nos sintamos deudores de todos, deudores de una caridad cada vez mayor, de una ternura sin límites.
Sí, oh Misericordioso, que lloras por nosotros y con nosotros, tú has venido a nuestra humanidad desnudo y humillado, pobre y enfermo, solo y rechazado. No permitas que pasemos a tu lado sin mirarte, no dejes que vivamos a tu lado sin reconocerte y amarte. Tú, oh Misericordioso, eres el que carga con nuestro pecado desde la primera caída que nos hizo miserables y desgraciados; tú enjugarás nuestras lágrimas, tiernamente, hasta la última lágrima, hasta cambiar en gozo de salvación el llanto de la humanidad entera.
CONTEMPLATIO: La misericordia es la imagen de Dios, y el hombre misericordioso es, de verdad, un Dios que vive en la tierra. Como Dios es misericordioso con todos, sin ninguna distinción, así el hombre misericordioso difunde sus actos de amor y generosidad con todos, con la misma medida.
La misericordia no merece alabarse teniendo en cuenta exclusivamente la cantidad de actos de bondad y generosidad, sino mucho más cuando procede de un pensar recto y misericordioso.
Los hay que dan y distribuyen mucho y no son misericordiosos ante Dios. Los hay también que no tienen nada, que no poseen nada, pero tienen un corazón piadoso con todos: pues bien, éstos son ante Dios unos perfectos misericordiosos y lo son de verdad. No digas, pues: "No tengo nada para dar a los pobres", no te aflijas en tu interior por no poder ser misericordioso de este modo.
Si tienes algo, da lo que tienes. Si no tienes nada, da también, aunque no sea más que un mendrugo de pan seco, con una intención misericordiosa: Dios lo considerará misericordia perfecta.
"Dios es amor" (1 Jn 4,8). El hombre que posee el amor es verdaderamente Dios en medio de los hombres (Youssel Bousnaya, cit. en P. Descule, L'Évangile au desoí, París 1965, 244-246, passim).
ACTIO: Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Quien no ama al hermano al que ve, no puede amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20).
Los que se acercan al pobre lo hacen movidos por un deseo de generosidad, para ayudarle y socorrerle; se consideran salvadores y con frecuencia se ponen sobre un pedestal. Pero tocando al pobre, llegándose a él, estableciendo una relación de amor y confianza con él, es como se revela el misterio. Ellos descubren el sacramento del pobre y logran llegar al misterio de la compasión. El pobre parece romper la barrera del poder, de la riqueza, de la capacidad y del orgullo; quitan la cáscara con que se rodea el corazón humano para protegerse. El pobre revela a Jesucristo. Hace que el que ha venido para "ayudarle" descubra su propia pobreza y vulnerabilidad; le hace descubrir también su capacidad de amar, la potencia de amor de su corazón. El pobre tiene un poder misterioso; en su debilidad, es capaz de tocar los corazones endurecidos y de sacar a la luz las fuentes de agua viva ocultas en su interior. Es la manita del niño de la que no se tiene miedo pero que se desliza entre los barrotes de nuestra prisión de egoísmo. Y logra abrir la cerradura. El pobre libera. Y Dios se oculta en el niño. Los pobres evangelizan. Por eso son