Dios actúa en los salmos de una manera que no se le permite en teología.
Esa ocurrencia viene de Sebastian Moore y debería ser destacada en un momento en que hay menos gente que quiere orar con los salmos, porque se siente ofendida por lo que a veces encuentra en ellos. Más y más, vemos a gente que rechaza los salmos como medio de oración (o desea sanearlos), porque los salmos traen a colación asesinato, venganza, ira, violencia, guerra y patriarcado.
Algunos preguntan: ¿Cómo puedo orar con palabras rebosantes de odio, ira, violencia, proclamación de las glorias de la guerra y aplastamiento de los enemigos de uno en nombre de Dios? Para otros, el inconveniente está en cierta exaltación patriarcal que se da en los salmos, donde lo divino es masculino, y lo masculino está excesivamente deificado. Incluso para otros, la ofensa resulta estética. Su objeción: “¡Son malos poemas!”
Acaso los salmos no sean grandes poemas, e innegablemente suenan a violencia, guerra, odio a los enemigos de uno y deseo de venganza, todo en nombre de Dios. También se reconocen estar compuestos al estilo patriarcal. Pero, ¿los convierte eso en un mal lenguaje para rezar? Dejadme sugerir algo en sentido contrario.
Una de las clásicas definiciones de oración dice: “Orar es levantar la mente y el corazón a Dios”. Sencillo, claro, exacto. Se me ocurre que el verdadero problema es que, de hecho, apenas tenemos en cuenta esto cuando oramos. Más bien que levantar a Dios lo que de hecho hay en nuestras mentes y en nuestros corazones, tendemos a tratar a Dios como alguien al que necesitamos encubrir la auténtica verdad de nuestros pensamientos y sentimientos. En vez de derramar la mente y el corazón, decimos a Dios lo que pensamos que Dios quiere oír; no pensamientos asesinos, deseos de venganza ni nuestra desilusión con Dios.
Pero expresar esos sentimientos es todo lo que importa. Lo que hace a los salmos particularmente aptos para orar es que no esconden la verdad de Dios, sino que expresan la gama entera de nuestros verdaderos sentimientos. Proporcionan una honrada voz a lo que en realidad se traza en nuestras mentes y corazones.
En ocasiones nos sentimos bien, y nuestro impulso espontáneo es decir palabras de alabanza y gratitud, y los salmos nos proporcionan esa voz. Hablan de la bondad de Dios en todas cosas: amor, amigos, fe, salud, comida, vino, deleite. Pero no siempre nos sentimos de esa manera. Nuestras vidas tienen también sus épocas de frío y soledad cuando la desilusión y la amargura hierven a fuego lento o hacen estragos bajo la superficie. Los salmos nos dan una voz honrada donde podemos descubrir a Dios todos esos sentimientos que hierven en la lentitud del fuego. Igualmente, hay ocasiones en que vivimos con la plena sensación de nuestra propia insuficiencia, con el hecho de que no podemos estar a tono con la confianza y el amor que se nos da. De nuevo, los salmos nos dan voz para esto, rogando a Dios que sea misericordioso y ablande nuestros corazones, nos limpie y nos dé un nuevo ímpetu.
Igualmente, hay ocasiones en que nos sentimos amargamente desilusionados con Dios y necesitamos alguna manera de expresar esto. Los salmos nos dan voz para ello (“¿Por qué estás tan callado?” “Por qué te sitúas tan lejos de mí?”), aun cuando nos hacen conscientes de que Dios no está asustado de nuestra ira y amargura; pero, como padre amoroso, sólo desea que vayamos y hablemos de ello. Los salmos son un instrumento privilegiado para la oración, porque levantan todo el campo de nuestros pensamientos y sentimientos a Dios.
Con todo, hay algunas razones por las que luchemos contra eso. Primera, porque nuestra edad tiende a huir de la metáfora y, tomadas literalmente, algunas de las imágenes de los salmos son ofensivas. Segunda, tendemos a estar en contradicción con los sentimientos que tenemos. Es duro admitir que sentimos algunas de las cosas que a veces sentimos: grandiosidad, obsesiones sexuales, celos, amargura, paranoia, pensamientos asesinos, desilusión con Dios, dudas en nuestra fe. Demasiado frecuentemente, nuestra oración desmiente los pensamientos y sentimientos que tenemos. Eso dice a Dios lo que nosotros pensamos que Dios quiere oír. Los salmos son más honrados.
Orar con total honradez es un reto. Kathleen Norris lo indica así: Si oras con regularidad, “no hay manera de que puedas hacerlo adecuadamente. No siempre vas a trasnochar ni menos aún tener pensamientos santos. Tampoco vas a llevar tus mejores vestidos, sino los que no estén en el cesto de la ropa sucia. Vienes al gran ‘libro de la alabanza’ de la Biblia atravesando todas situaciones de ánimo y condiciones de vida y, mientras te sientes como en el infierno, cantas a pesar de todo. Para sorpresa tuya, encuentras que los salmos no desmienten tus verdaderos sentimientos, sino te permiten reflejarlos adecuadamente delante de Dios y de todos”. Los aforismos para sentirse bien que manifiestan cómo pensamos que deberíamos sentirnos, no son sustitutos del realismo terreno de los salmos, que expresan cómo a veces nos sentimos en realidad. Cualquiera que levantara la mente y el corazón a Dios sin mencionar nunca sentimientos de amargura, celos, venganza, odio y guerra, debería escribir eslóganes para tarjetas de felicitación y no ser consejero espiritual de nadie. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) Fuente: Ciudad Redonda.org