La comparación del árbol y sus frutos es un hilo conductor que atraviesa las lecturas de hoy, incluido el salmo responsorial. Está presente también muchas otras veces en la Biblia, empezando por el árbol de la vida y de la muerte (Gn 2,16ss; 3,1-24). En realidad, en ellas es el corazón del hombre el que transforma el árbol "del conocimiento del bien y del mal", que de por sí es fuente de vida, en un árbol de muerte. En el evangelio de hoy Jesús enlaza ambos temas, a fin de hacernos entender que sólo quien tiene un corazón bueno puede ser el árbol bueno que produce frutos buenos.
Es notable la insistencia de Jesús en la necesidad de apuntar a la interioridad del hombre, o sea, a su corazón, y superar la mera exterioridad, típica de los fariseos, que él denuncia con frecuencia (Mt 5,20; 12,2-7; 15,1-20; 23,2-8; etc.). Es, efectivamente, en el corazón, entendido en sentido bíblico, donde se engendran, según Jesús, las decisiones más profundas del hombre, esas que determinan la orientación radical de la vida.
Si esta orientación está profundamente arraigada en Dios y en su Palabra, no puede producir más que frutos buenos. El corazón se convierte así en la fuente de la que brotan las actitudes, las palabras y las acciones verdaderamente "buenas". San Agustín había comprendido bien esta orientación evangélica cuando escribió: "Ama y haz lo que quieras". De un corazón que ama en serio, es decir, que quiere verdaderamente el bien, no puede brotar, efectivamente, más que el bien. "Allí donde está tu tesoro, allí está también tu corazón ", gritó Jesús a los cuatro vientos en su sermón del monte (Mt 6,21). Su corazón estaba ciertamente en Dios y en su magno proyecto de amor en favor de los hombres. Por eso fue Jesús el árbol bueno por excelencia, el que produjo los mejores frutos de vida para sí y para toda la humanidad. Hemos de preguntarnos si también nuestro corazón está donde el suyo y no en otra parte, en las mi cosas exteriores de la vida. Si hacemos nuestro su mismo tesoro, nuestra fatiga, a buen seguro, no será vana, según el deseo de Pablo (1 Cor 15,58), porque produciremos los mismos frutos que él produjo.
Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda