¡Si tuvierais fe … ! Arráncate de raíz y plántate en el mar

 





Lucas recoge en el capítulo 17, del que forma parte el fragmento que nos propone hoy la liturgia, una serie de dichos de Jesús. El primero tiene que ver con la fe. Los discípulos, a lo largo de su vida con Jesús, habían oído muchas veces al Maestro exaltar la fe de los que le pedían curaciones (cf., por ejemplo, Le 7,9; Mt 15,22). Ahora que ellos han recibido la tarea de ir a anunciar el Evangelio, caen en la cuenta de la dolorosa desproporción que existe entre la misión recibida y la pequeńez de su fe. En consecuencia, les brota del corazón esta invocación:

          La respuesta de Jesús produce desconcierto. No es una respuesta ajustada o consoladora, y hasta usa una hipérbole que parece cavar un nuevo y más profundo abismo ante los discípulos. Bastaría con un granito de fe, minúsculo como una semilla casi invisible, para hacer posible una acción dificilísima como la de arrancar -con una sola palabra- una morera, cuyas raíces, profundamente ramificadas, la arraigan firmemente al terreno. El segundo fragmento propuesto proyecta luz sobre esto, aunque a una primera lectura resulta igualmente desconcertante. El dueńo no tiene obligaciones con el siervo que ha ejecutado sus órdenes con fidelidad. En este momento, efectivamente, Jesús no está haciendo un discurso de tipo social sobre la dialéctica amo-esclavo; se limita simplemente a usar una imagen tomada de la vida diaria. Lo que Jesús pide es precisamente una actitud de profunda humildad, de desprendimiento de uno mismo, de no tener pretensiones; sólo así podrá hacer espacio el discípulo a la omnipotencia del Seńor.

          Es preciso que el discípulo se acepte como pequeńo, pobre, siempre insuficiente ante la gran tarea que Dios le confía. El Seńor Jesús quiere que no nos creamos importantes o indispensables en el Reino. No cuentan las obras que nosotros podamos hacer, que acaban por volvernos, poco o mucho, orgullosos. No es ésta la lógica para la que el Seńor nos quiere educar. Sólo él es, y nada le es imposible (Lc 1,37). Cuando hayamos hecho todo lo que estaba en nuestro poder, será una gracia que crezca en nosotros la conciencia de que "si el Seńor no construye la casa, en vano se cansan los albańiles" (Sal 126,1), y seremos bienaventurados porque confiaremos en el Seńor.

 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda