No sólo son los maestros de la Ley los que andan escandalizados y desconcertados por las prácticas y dichos de este Jesús de Nazareth. También se le acercan los discípulos del Bautista, con un tonillo un tanto impertinente, como diciendo: ¿Quiénes sois vosotros a nuestro lado, si no hacéis nada de ayuno? ¡A ver dónde anda vuestra austeridad, vuestras prácticas piadosas, lo que hace cualquier judío... y que vosotros no hacéis en absoluto!
Es esa vieja espiritualidad que pretende ganarse a Dios con sacrificios, lutos, ayunos, renuncias, abstinencias. Como diciendo «mira de lo que soy capaz por ti». Es una religiosidad de la tristeza, tal como indica el propio Jesús, Y un modo de relacionarse con Dios que les permite sentirse mejores que los demás, y hasta despreciarlos porque no son tan «santos» como ellos. El caso es que ni Moisés ni todo el Pentateuco habían propuesto esta práctica del ayuno, que no aparece hasta tiempo de los Jueces.
Estos personajes «aguafiestas» no han desaparecido de entre nosotros: siguen midiendo la religiosidad en función de las prácticas religiosas devocionales, y parece que quieren vestirnos a los cristianos de negro riguroso, que subrayan más la Cuaresma que la Pascua, la «Penitencia» más que el «Perdón» (¿por qué habremos llegado a llamar a ese precioso sacramento con semejante nombre?)...
Cuando Jesús, proclamándose el «novio» anuncia unos tiempos nuevos, gozosos, donde la vida, el encuentro, la comida juntos, la fiesta, la misericordia, la sanación de los enfermos, el alivio para los cansados y agobiados con tanto precepto y prohibición religiosa. Él ha arrancado su anuncio del Reino con un «bienaventurados», con una invitación y proclamación de la felicidad en Dios. Habla de «vino nuevo», de alianza nueva, de pueblo nuevo, de Espíritu, de mandamiento nuevo...
Y, claro, algunos no terminan de entenderlo. Ni los especialistas en leyes, preceptos y normas, ni los discípulos del Bautista que proclaman que se avecina una condena, que el hacha va a cortar el árbol que no da fruto, que quemará la paja en un fuego que no se apaga (Mt 3, 7-12). Lo de Jesús no son correcciones parciales, retoques o matices sobre lo de siempre. Es algo tan nuevo, que quien pretenda «casar» el modo fariseo, el estilo del Bautista, el del Antiguo Testamento con su vino nuevo, con la nueva boda ... acabará estropeándolo todo. Como explica Juan en su Evangelio, hay que nacer de nuevo, sorprenderse, descubrir la novedad, cambiar radicalmente de mentalidad, romper los viejos esquemas. Pero lo"viejo" y la mentalidad "vieja", lo de siempre... patalea y hace lo que sea por seguir ahí, por eliminar los cambios, por intentar demostrar que lo de siempre vale para siempre... Les angustian los cambios. No sé yo si tenemos por ahí ahora mismo no pocos de nuestros "jefes" procurando que nada cambie, para que todo siga como siempre (bueno, sí lo sé, es un modo "fino" de de no decirlo).
El único ayuno que tendrá sentido a partir de aquí es el que espontáneamente brota cuando nos «arrebatan» al novio, cuando pretenden (en nombre de la vieja espiritualidad, de las viejas normas, en nombre del mismo «Dios») dejarlo todo como estaba. Cuando nos falta el Señor de la Vida, el Dios del perdón, el Dios de la Comunión, de la Justicia, de la Misericordia, el Dios de los banquetes, el Dios de la acogida... perdemos la ilusión y el apetito.
Pero... ¡que realmente se note que los amigos del novio tenemos todos los días muchas cosas que celebrar y mucha fiesta que repartir... y muchos ayunos que apagar entre aquellos a los que no ha llegado la noticia del Novio casadero! ¡Que se nos note la alegría y la fiesta de tener al Novio con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Enrique Martínez, cmf
Gracias a