Recuerdo un seminario, hace algunos años, en el que uno de los oradores principales era un joven sacerdote canadiense francés, Pierre Olivier Tremblay. Tremblay inició su charla con palabras en este sentido: Soy capellán en una universidad, y estoy trabajando con estudiantes universitarios jóvenes. Están llenos de vitalidad, sueños y energía; desgraciadamente, sin embargo, sobre todo están vacíos de esperanza porque no tienen ninguna meta-narrativa. Sufren mucho porque no tienen una historia mayor en la que entenderse a sí mismos, ni hacer que tenga más sentido su propia historia. Sus propias historias, aun siendo preciosas, son demasiado pequeñas e individualistas como para que les dé mucho que tomar como base cuando el dolor y la angustia los cercan. Necesitan una historia mayor en la que situarse, una meta-narrativa. Aunque esto no necesariamente les quitaría su dolor y angustias, les daría algo más amplio en lo que entender su sufrimiento.
Oyendo esto, pienso en mis padres y la espiritualidad que ayudó a sostener a ellos y a su generación. Tuvieron una meta-narrativa, a saber, la historia cristiana de la historia de la salvación y de cómo, en esa historia, en el comienzo mismo de la historia, Adán y Eva cometieron un ‘pecado original’ que desde entonces ha torcido la realidad para dejarnos con la imposibilidad de lograr la sinfonía plena en esta vida. Cuando sus vidas se pusieron difíciles, como nos pasa a todos nosotros, ellos tuvieron una perspectiva religiosa sobre el motivo por el que estaban frustrados y doloridos. Se sabían nacidos en un mundo dañado y una naturaleza dañada. De ahí que su oración incluyera estas palabras: por ahora vivimos, gimiendo y llorando en un valle de lágrimas.
Hoy podríamos rechazar esto y verlo como insano y mórbido, pero esa narrativa de Adán y Eva ayudó a dar alguna explicación y significado a todos los defectos de sus vidas. Aunque no quitó su dolor, ayudó a dar dignidad a sus desgracias. Hoy veo a muchos padres sinceros tratando de dar de nuevas maneras una mayor narrativa a sus hijos jóvenes por medio de historias como El rey león. Ciertamente, eso podría ser útil para sus hijos jóvenes; pero, como indica Pierre Olivier Tremblay, finalmente se necesita una narrativa mucho mayor y más convincente.
La historia en la que encuadramos nuestro dolor marca toda la diferencia en el mundo frente al modo como rivalizamos con ese dolor. Por ejemplo, James Hillman nos dice que quizás el mayor dolor que experimentamos con el envejecimiento es nuestra idea del envejecimiento. Esto es cierto también para muchas de nuestras luchas. Necesitan la dignidad de ser vistas bajo un dosel más amplio. Me agrada lo que dice Robertson Davies cuando se queja de que no quiere luchar con una `ventaja creciente’, sino que quiere más bien ser ‘tentado por el demonio’. ¡Quiere conceder una mayor dignidad a sus tentaciones!
Una mayor historia nos trae esta dignidad porque nos ayuda a diferenciar lo que es el significado de lo que es la felicidad. Invariablemente confundimos los dos. Lo que necesitamos buscar en la vida es el significado, no la felicidad. En verdad, la felicidad (como la entendemos por lo general) nunca puede ser perseguida, porque siempre es una consecuencia de algo más. Además, la felicidad es efímera y episódica; viene y va. El significado es estable y puede coexistir con el dolor y el sufrimiento. Dudo de que Jesús fuera particularmente feliz mientras colgaba moribundo en la cruz; pero sospecho que, a pesar de todo el dolor, estaba experimentando un significado profundo, tal vez el significado más profundo de todos. No casualmente, encontró este significado más profundo de todos porque se sabía a sí mismo como estando en la más profunda de todas las historias.
Al fin del día, ni la fe, ni la religión, ni la comunidad, ni la amistad ni la terapia nos pueden quitar los problemas. Las más de las veces, no tienen solución; un problema debe ser vivido y superado. Como Gabriel Marcel dijo con famosa frase, la vida es un misterio que vivir, no un problema que resolver. La historia en la que encuadramos nuestro dolor es la clave para trocar el problema en misterio.
Art Schopenhauer escribió una vez que todo dolor es soportable si puede ser compartido. La participación a la que se refería no sólo tiene que ver con la amistad, la comunidad y la intimidad. Tiene que ver también con la historia. El dolor puede ser soportado más generativamente cuando se encuentra en una historia más grande que la nuestra propia, cuando comparte una meta-narrativa, un horizonte suficientemente amplio para empequeñecer la soledad idiosincrática.
Hollis está en lo cierto. Ningún terapeuta puede solucionar nuestro problema, pero puede ayudarnos a encontrar una historia mayor que pueda dar más significado y dignidad a nuestra desgracia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -