Quien se enaltece será humilladlo y quien se humilla será enaltecido. Calendario de Cuaresma (día 25de40)

 

Calendario de Cuaresma. Sábado 9/3 (día 25de40)

Lecturas de hoy / Comentario

Via Crucis. Meditaciones de San John Henry Newman.

Pasión: Viacrucis de Hakuna

Conocer a Dios y conocerse a sí mismo o, mejor, conocerse a sí mismo en Dios: ése es el comienzo de la sabiduría y de la verdadera vida. Todos los santos lo han experimentado. De hecho, ¿qué es el hombre sin Dios?
Un soberbio destinado a la oscura soledad, rodeado de presuntos rivales o de seres juzgados indignos; en resumidas cuentas, un desesperado pillado en el cepo de su egoísmo, de su pecado. ¿Qué es el hombre con Dios? Sigue siendo un orgulloso, un pecador. Pero sabe que precisamente la experiencia del pecado puede convertirse en un lugar en el que Dios -el Misericordioso- revela su rostro.
Vemos, pues, lo importante que es dejar caer las caretas con las que pretendemos ocultarnos, sobre todo a nosotros mismos, la pobreza de nuestro ser, la mezquindad de nuestro corazón, la dureza de nuestros juicios. Uno sólo puede curarse si se reconoce enfermo, necesitado de salvación. Dios espera este momento, incluso hasta lo provoca sabiamente con su pedagogía inconfundible.  Todos somos siempre un poco "fariseos", pero a todos nos brinda Dios poder hacer la experiencia del publicano de la parábola, lograr una auténtica humildad, la que reconoce que Dios es mayor que nuestro corazón y que siempre perdona.
ORATIO: Oh Dios, creador del cielo y la tierra, el universo entero es lugar de tu presencia, morada de tu santo nombre. En ti, bajo tu mirada, vivimos, nos movemos y existimos. Todas nuestras palabras y acciones son oración que sube a tu presencia. La verdad de nosotros mismos está patente a tus ojos. El temor nos asalta porque sabemos que nuestro corazón no es puro, que nuestra vida no es santa, y tratamos de ocultarnos y de despreciar a los demás para justificarnos a nosotros mismos; pensamos adornarnos con tantas obras que son pura apariencia. Tratamos, en vano, de buscar una seguridad.
No podemos acallar una voz que desde lo hondo de nosotros mismos nos grita: "¿Por qué actúas así? ¿Qué tratas de buscar con lo que haces?". Es tu voz, Señor, que silenciosamente va creando en nuestro interior un gran vacío: desde este abismo brota, desesperadamente, el único grito verdadero: "Ten piedad de mí, que soy un pecador". El orgullo me mata, humildemente te busco, Señor.
CONTEMPLATIO: Me preguntáis [...] si un alma puede acudir a Dios confiadamente conociendo su propia miseria. Respondo que el alma conocedora de su propia miseria no sólo puede tener una gran confianza en Dios, sino que le será imposible alcanzar la verdadera confianza si carece del conocimiento de su propia miseria; porque el conocimiento y la confesión de esta miseria nos introducen en la presencia de Dios. Por eso los grandes santos, como Job, David y otros, comenzaban siempre sus oraciones confesando la propia miseria e indignidad; es, por lo tanto cosa excelente reconocerse pobre, vil, bajo e indigno de comparecer ante el divino acatamiento.
El célebre dicho de los antiguos: "Conócete a ti mismo", se suele interpretar así: "Conoce la grandeza y excelencia de tu alma para no envilecerla ni profanarla con cosas indignas de su nobleza". Pero se interpreta también de esta otra manera: "Conócete a ti mismo, es decir, tu indignidad, tu imperfección, tu miseria.
Cuanto más miserables somos, tanto más debemos confiar en la bondad y misericordia de Dios; porque entre la misericordia y la miseria existe un parentesco tan grande que la una no se puede ejercitar sin la otra.
Si Dios no hubiera creado a los hombres, hubiera sido ciertamente bondadoso, pero no misericordioso, puesto que no hubiera podido ejercitar su misericordia con ninguno, ya que la misericordia se practica con los miserables (Francisco de Sales, Conversaciones espirituales, II)
ACTIO: Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra: "Conoces hasta el fondo de mi alma(Sal 138,14).
LECTURA ESPIRITUAL: De la ascesis de pobreza surge cada día un hombre nuevo, todo paz, benevolencia y dulzura. Queda para siempre marcado por el arrepentimiento, pero un arrepentimiento lleno de alegría y de amor que aflora por todas partes y siempre y permanece en segundo plano de su búsqueda de Dios. Este hombre ha alcanzado ya una paz profunda, pues fue quebrantado y reedificado en todo su ser por pura gracia. Apenas se reconoce. Es diferente. En el mismo instante en que tocó el abismo profundo del pecado, fue precipitado al abismo de la misericordia. Ha aprendido a entregar las armas ante Dios, a no defenderse ante él. Está despojado y sin defensa.
Ha renunciado a la justicia personal y no tiene proyectos de santidad. Sus manos están vacías o sólo conservan su miseria, que se atreve a exponer ante la misericordia. Dios se ha hecho verdaderamente Dios para él, y nada más que Dios. Eso es lo que quiere decir Salvator, salvador del pecado. Incluso está casi reconciliado con su pecado, como Dios se ha reconciliado con él.
Para sus hermanos y prójimos se ha convertido en un amigo benevolente y dulce que comprende sus debilidades. No tiene ya confianza en sí mismo, sino sólo en Dios. Es el primer pecador -así lo piensa-, pero pecador perdonado. Por eso debe abrirse, como a un igual y a un hermano, a todos los pecadores del mundo. Se siente cercano a ellos porque no se cree mejor que los demás. Su oración preferida es la del publicano, que se parece a su respiración y al latir del corazón del mundo, su deseo más profundo de salvación y curación: "Señor Jesús, ten piedad de mi, pobre pecador(A. Louf, A merced de su gracia, Madrid 1991, 125s, passim). Gracias a: Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda