Ecumenismo: el requisito para la plenitud en el Cuerpo de Cristo. Artículo.

Durante más de mil años, los cristianos no han experimentado el gozo de formar una única familia en Cristo. Aunque ya existieron tensiones en las primeras comunidades cristianas, hasta el año 1054 no se dio un cisma formal, el cual implantó, en consecuencia, dos comunidades cristianas formales: la Iglesia Ortodoxa en Oriente y la Iglesia Católica en Occidente. Más tarde, con la Reforma Protestante en el siglo XVI, se dio otro cisma con la Iglesia Occidental, y el Cristianismo se fragmentó todavía más. Hoy existen cientos de denominaciones cristianas, muchas de las cuales, por desgracia, no se llevan muy amigablemente entre sí.

La división y las desavenencias son comprensibles, inevitables, el precio de ser humanos. No hay comunidades que no tengan tensiones; así que no resulta un gran escándalo que los cristianos a veces no lleguen a entenderse mutuamente. El escándalo viene más bien de que nos hemos instalado, incluso nos sentimos satisfechos de nosotros mismos con el hecho de que no nos entendemos unos con otros; ya no anhelamos la plenitud ni nos echamos en falta en nuestras iglesias separadas.

Actualmente, en casi todas nuestras iglesias, apenas existe nostalgia por aquellos con los que no tomamos parte en el culto. Por ejemplo, enseñando hoy día a  seminaristas católicos romanos, tengo la sensación de una cierta indiferencia hacia el problema del ecumenismo. Para muchos seminaristas, esto no es en el presente una cuestión de particular interés. Por no referirme exclusivamente a los seminaristas católicos, esto vale para casi todos nosotros en todas las denominaciones.

Pero esta clase de indiferencia resulta esencialmente anticristiana. Jesús llevaba la unidad en el corazón, y quiere a todos sus seguidores en la misma mesa, como vemos en esta parábola.

Una mujer posee diez monedas y pierde una. Se pone ansiosa y agitada, y empieza a buscar afanosa e incansablemente la moneda perdida, encendiendo lámparas, mirando bajo las mesas, barriendo todos los pisos de su casa. Al fin, encuentra la moneda, está loca de contenta, congrega a sus vecinas y organiza una fiesta cuyo coste sin duda excedía con mucho el valor de la moneda que había perdido. (Lucas, 15, 8-10)

¿Por qué tal ansiedad y alegría por haber perdido y encontrado una moneda cuyo valor era probablemente de diez céntimos? Bien, lo que se pone en cuestión no es el valor de la moneda, sino algo más. En su cultura, el nueve no era considerado número entero; el diez, sí. Tanto la ansiedad de la mujer por haber perdido la moneda como su alegría al haberla encontrado justificaban la importancia de la totalidad. Una totalidad en su vida había sido quebrada y una preciosa serie de relaciones ya no resultaba completa.

En realidad, la parábola podría ser reinterpretada de la siguiente manera: Una mujer tiene diez hijos. Con nueve de ellos tiene una buena relación, pero una de sus hijas vive alejada afectivamente. Sus otros nueve hijos vienen regularmente a casa a la mesa familiar, pero su hija alejada no. La mujer es incapaz de descansar estando en tal situación, no puede estar en paz. Necesita que esa hija alejada se reintegre a ellos. Trata por todos los medios de reconciliarse con su hija y, de pronto, milagro de milagros, un día, se cumple su deseo. Su hija se reintegra a la familia. Su familia vuelve a estar completa, todos están a la mesa nuevamente. La mujer está loca de alegría, retira del banco sus modestos ahorros y organiza una suntuosa fiesta para celebrar ese reencuentro.

La fe cristiana demanda que, al igual que esa mujer, nosotros necesitemos estar ansiosos, molestos, encendiendo lámparas simbólicamente y buscando maneras de recuperar la iglesia entera. El nueve no es un número entero. Ni siquiera es el número de los normalmente pertenecientes a nuestras respectivas iglesias. El Catolicismo Romano no es un número entero. El Protestantismo no es un número entero. Las Iglesias Evangélicas no son un número entero. Las Iglesias Ortodoxas no son un número entero. Ninguna denominación cristiana es un número entero. Juntos integramos un número cristiano entero, y ni siquiera eso llega a ser un número entero de fe.

Y así, debemos estar preocupados por estas cuestiones: ¿Quién es el que ya no acude a la iglesia con nosotros? ¿Quién es el que se encuentra incómodo tomando parte en el culto con nosotros? ¿Cómo podemos encontrarnos tranquilos cuando ya no hay tanta gente a la mesa con nosotros?

Tristemente, hoy, muchos de nosotros nos sentimos cómodos en iglesias que están lejos, bien lejos de estar completas. A veces, en nuestros momentos menos reflexivos, incluso nos alegramos de ello: “¡Esos otros de ninguna manera son auténticos cristianos! ¡Nos sentimos mejor sin ellos, siendo en su ausencia una iglesia más pura y más fiel! ¡Somos el único remanente auténtico!”

Pero esta falta de preocupación por la plenitud compromete nuestro seguimiento a Jesús, como también nuestra madurez humana básica. Somos maduros, cercanos y verdaderos seguidores de Jesús sólo cuando, como hizo el mismo Jesús, nosotros también lloramos por aquellas “otras ovejas que no son de este redil”. Cuando -al igual que la mujer que perdió una de sus monedas- somos incapaces de dormir hasta que cada rincón de la casa ha sido puesto patas arriba en una frenética búsqueda por lo que se ha perdido, también nosotros necesitamos buscar con solicitud una plenitud perdida; y es posible que no nos sintamos en paz hasta que logremos encontrarla. Ron Rolheiser OMI / Tradujo al Español para CiudadRedonda Bejamín Elcano, cmf / Original en Inglés.

El megáfono de Dios. Artículo.

Estuve enfermo. Así de taxativo lo dijo, mientras todos alrededor se miraban unos a otros sin saber qué decir. Pero luego redondeó todavía más una extraña lista de cosas que a todas luces resultaban incomprensibles. Era una retahíla de desgracias encadenadas unas con otras como quien relata sus desventuras en una película de miedo. Estuve enfermo. Esta era la realidad. Y ¿de qué enfermedad? Entonces él dijo: de todas. Porque toda dolencia que sufra cualquier persona me duele a mí también. La mirada de aquellos contertulios albergaba su pregunta secreta que nadie se atrevía a formular. Todos quedaron en vilo ante lo que no sabían por dónde podría llegar ni en qué consistiría.

Esta escena sucedía en un rincón de aquella Palestina lejana hace ya más de veinte siglos, cuando Jesús espetó sin anestesia a sus amigos los principios de su divina solidaridad. Por ese motivo comenzaba esta provocación con una amable expresión que captaba la atención más llena de benevolencia: venid a mí, benditos de mi Padre… porque estuve enfermo con todas las penurias que te dejan molido el cuerpo con el miedo que atenaza, y tuve hambre y sed de tantas cosas necesarias, me encarcelaron sin derechos pisando mi libertad, me expulsaron de mi tierra condenándome a ser un paria si patria como extranjero errante, me despojaron de mis ropas hasta desnudar mi dignidad…

Era necesaria una aclaración urgente. Pero no encontraron otra explicación que la de un Maestro cercano hasta el extremo de toda situación de riesgo que pone a prueba nuestra esperanza. Él mostraba con los hechos que con nuestras lágrimas hacía su propio llanto, y con nuestras alegrías dibujaba en su rostro la mejor de las sonrisas. Suyos nuestros pesares pesarosos, suyo nuestro brindis de fiesta.

Hace unos días celebrábamos el día del enfermo. Una realidad por la que antes o después todos pasamos, cuya circunstancia aligera siempre nuestro abultado equipaje para recordarnos cuáles son las cosas que verdaderamente valen la pena y que a menudo son eclipsadas o ninguneadas por lo banal, lo frívolo y lo mediocre. Hasta que el médico nos lee el inesperado diagnóstico que nos afecta de lleno o que irrumpe en quien queremos de veras. ¡Cuántas cosas se nos pasan entonces por la cabeza mientras un dedo invisible nos apunta recriminándonos el tiempo perdido, las oportunidades malogradas, los abrazos no dados, los perdones que todavía siguen en las trincheras de nuestras batallas!

La enfermedad no es una maldición, sino una ocasión única para aprender de golpe lo que en una vida plácida quizás jamás hemos escuchado: su mensaje, su susurro, su grito. El gran escritor inglés Clive Staples Lewis, autor de las célebres Crónicas de Narnia, al que tanto influyeron Chesterton y Tolkien, decía que “Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es su megáfono para despertar a un mundo sordo”. 

Podemos situarnos ante esta realidad desde la rebeldía blasfema o desde la desesperación angustiada, pero cabe también mirarla de otra manera, siendo llevados en la carne propia o en la de un ser especialmente querido, a una síntesis de la vida, retomando cosas, sentimientos, recuerdos y sueños que únicamente valen la pena. Sabemos que somos mortales, pero no siempre gestionamos sabiamente nuestros años. La “hermana enfermedad” tiene esa cualidad purificadora de adherencias espurias, simplificadora de la hojarasca inútil, para asomarnos con gratitud por tanto y por tantos, pidiendo perdón a tantos y por tanto, dejando que en esa página en blanco se recomience o se estrene el relato que se nos confió, ese que Dios quiere escribir conmigo, con nuestros renglones torcidos o algún borrón inesperado. El punto final no lo ponemos nosotros, sino que nos adentra en el eterno cielo. Bendito megáfono que nos despierta y reconcilia con lo más hermoso que Dios ha puesto en nuestra entraña y nuestras manos. (Texto adaptado y mejorado en Religión en Libertad)

Fr. Jesús Sanz Montes, ofmArzobispo de Oviedo

CONTEMPLATIO: Dios, por ser creador de lo que existe y no de lo que no existe, es extraño a la causa responsable del mal: Dios ha creado la vista, no la ceguera; ha suscitado la virtud, no la privación de la misma; ha otorgado como premio a la buena voluntad el don de sus bienes a quien regula virtuosamente su propia vida, sin someter a su propia voluntad la naturaleza humana con violenta necesidad, arrastrándola de manera forzada al bien como un objeto inanimado. Si ante la luz, que se difunde pura desde el ciclo sereno, cerramos los ojos bajando los párpados, el que no ve no puede considerar al sol culpable (Gregorio de Nisa, La grande catechesi, Roma 21990, p. 67).

LECTURA ESPIRITUAL: "El buen Dios, que nos ama tanto, ya tiene bastante pena con estar obligado a dejarnos cumplir nuestro tiempo de prueba en la tierra, sin que vengamos constantemente a decirle que estamos mal en ella; no tenemos que adoptar el aspecto de que nos damos cuenta de ello(CSG, 58). Este pasaje de santa Teresa, cuando lo comparamos con la idea generalmente difundida, tiene un carácter singular. Se ha empleado tanto el vocabulario del sufrimiento en la teología occidental que parece que Dios, sin complacerse propiamente en el sufrimiento del hombre, lo desea en sí mismo. Recordemos, por ejemplo, a Pascal diciendo que la enfermedad es el estado natural del cristiano, que debe asombrarse de estar sano: !qué horrible proposición!

         Ahora bien, el pasaje de santa Teresa que acabamos de citar implica una sensibilidad nueva en relación con el sufrimiento. No se trata de que santa Teresa quiera una vida sembrada de facilidades: es sabido que siempre tomó en la religión su dimensión de austeridad y de esfuerzo, que siempre tuvo una devoción particular al rostro crucificado del Señor, hasta el punto de llevar su nombre. En efecto, se llama Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se puede decir que su corta vida fue una sucesión de pruebas, la más doloroso de las cuales fue la parálisis de su padre, antes de que llegara su consunción.

   Pero no atribuye a este sufrimiento un valor de salvación en cuanto es sufrimiento, como a menudo hacen los cristianos, y, sobre todo, como los adversarios del cristianismo les reprochan.

         El sufrimiento, para Teresa, es un medio en vistas a un fin. Eso supone unirse a la idea profunda de la epístola a los Filipenses y de la epístola a los Hebreos: el sufrimiento de Cristo es una consecuencia de su obediencia al Padre. No le fue impuesto a causa de ningún valor del sufrimiento en sí mismo. Ahora bien, tras la caída, el sufrimiento (por el que podemos brindar a Dios una adhesión desinteresada y redimir el mal uso de la libertad), el sufrimiento, decía, es un medio corto de acercarnos a nuestro fin. Dios, que lo ve y lo quiere, lo ve y lo quiere a la manera de un remedio o de una operación de cirugía. Y este medio violento es tan pasajero, y sobre todo es tan ínfimo, cuando lo comparamos con lo que obtiene, que es de otro orden: eterno, dichoso, inmutable. Por eso, se comprende que la hermana de Teresa haya condensado su pensamiento sobre el mal en esta imagen atrevida y virgiliana: Dios sufre por nuestro sufrimiento, Él nos lo envía volviendo la cabeza.

         Desde esta perspectiva, el Dios de los cristianos no es un Dios "vengador", sino un Amor eterno, educador, prudente y sabio, que, lejos de multiplicar las penas, se las ingenia para abreviarlas, suspenderlas y reducirlas, en la medida en que ello es divinamente posible, para satisfacer su justicia, que, por lo demás, es idéntica a la gloria que desea para las almas.

         Estamos lejos de la idea del valle de lágrimas. Tampoco se trata de la lluvia de rosas que el lector superficial de santa Teresa se imagina que la santa quería que cayera continuamente sobre sus amigos. Estamos más allá de ambas imágenes, comprendemos el sufrimiento en su finalidad profunda: lo trasladamos a su medida divina.

         Volvemos a encontrar aquí, bajo una forma muy sencilla, la enseñanza de san Pedro y san Pablo cuando decían, sin haberse puesto de acuerdo y partiendo de puntos de vista bastante diferentes, que los sufrimientos de este tiempo no tienen ninguna comparación con el peso eterno de la gloria, o que estamos tristes durante un breve lapso de tiempo por diversas pruebas, puesto que es necesario. Modicum, leve, momentaneum.

         Y podríamos decir que ése es también, en san Lucas, el pensamiento de Jesús resucitado, cuando conversa con los discípulos por el camino de Emaús: Jesús no hace alusión a la rapidez de la cruz, pero los tres compañeros sabían que la cosa había sido rápida, puesto que el jueves precedente ya no se hablaba de ella. Y Jesús recuerda la ley de toda carne y de todo espíritu: "No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Le 24,26).

         Cuando se piensa en la objeción del racionalismo, del humanismo y del comunismo contra la doctrina cristiana como enemiga de la felicidad, se puede calibrar qué oportuna es esta dirección de la mística teresiana.

         El sufrimiento no es obra de Dios, del Dios bueno, del Padre de quien viene todo bien; es obra del pecado, fruto de la desgracia original: pero la adorable misericordia divina transforma ese fruto amargo en un remedio "ennoblecedor". Goza ya de nosotros. "!Oh, cuánto bien hace este pensamiento a mi alma -escribe Teresa-, comprendo entonces por qué Él nos deja sufrir!" (J. Guitton, El genio de Teresa de Lisieux, Edicep, Valencia 1996, pp. 33-35). Fuente.

Los enormes beneficios psicológicos de ser un católico contemplativo. Artículo.

El pasado martes estuvo en El Hormiguero Marian Rojas Estapé, una de las psiquiatras de mayor renombre en el panorama actual. Pues bien, tras escuchar con avidez su intervención, pude comprobar que lo esencial de la psicología está íntimamente ligado con las enseñanzas del Evangelio; y con el Catecismo de la Santa Madre Iglesia.

Para empezar, la prestigiosa psiquiatra dijo que la depresión y la ansiedad son las dos grandes enfermedades del siglo XXI; la primera, causada por la falta de reconciliación con el pasado; la segunda, por estar excesivamente preocupados por el futuro; habida cuenta de que ambas cosas nos disuaden de vivir el presente con plenitud y armonía.

En lo que se refiere a la falta de reconciliación con el pasado, la Iglesia católica pone a disposición de nosotros el sacramento de la Confesión -y las indulgencias plenarias a lo largo de este Año Jubilar- para que erradiquemos de un plumazo la culpa por los pecados cometidos en el pasado; con la máxima de que, como nos alentaba San Pablo, sustituyamos al hombre viejo por el hombre nuevo.

El Evangelio de San Mateo no puede ser más meridiano en lo concerniente a estar extremadamente preocupados por nuestro porvenir: “No andéis preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el mañana traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad” (Mt 6, 24-34).

Por otro lado, la doctora Rojas Estapé nos previno de uno de los grandes motores de la ansiedad, el exceso de dopamina y la intoxicación de cortisol: la sobreestimulación, generada por los estruendos, las luces y las pantallas. Nos habló de los inenarrables beneficios de refugiarnos en el silencio contemplativo, para recomendar la oración de los católicos como una maravillosa manera de escaparnos de ese mundanal ruido que nos tiene extasiados. Marian dejó diametralmente claro que la persona necesita momentos de desconexión, de silencio y reflexión, porque atenta contra nuestra naturaleza el hecho de vivir estabulados en la cultura de los estímulos permanentes.

Para ello, recomiendo con especial énfasis asistir a Adoraciones Eucarísticas, por obsequiarnos con un interludio silencioso y reflexivo en compañía del mismísimo Jesucristo. De hecho, todos los fieles que conozco han salido renovados después de practicarla; porque adorar a Dios en cuerpo presente nos eleva a un estadio de tranquilidad inefable, muy superior al que podemos obtener a base de hacer deporte o disfrutar de una actividad lúdica. Ese estadio de tranquilidad tan especial se llama Paz, algo que supera con creces a la mera relajación. Prueba poner esto en práctica y luego me cuentas el resultado.

También, la doctora Rojas estaba consternada por el hecho de que tuviésemos cada vez menor apego a la lectura, por culpa de esta sobreestimulación desencadenada por los ruidos, las luces y las pantallas, que son más divertidas.

Con esta realidad encima de la mesa, me parece imprescindible que nos volvamos a zambullir en la lectura espiritual, porque, además de obsequiarnos con un momento de desconexión intelectual que reduzca nuestra sobreestimulación, nos concede el privilegio de escuchar la voz de Dios. Cuando rezamos, somos muy dados a hablarle al Señor, pero, para escucharle, es imprescindible leer su Palabra.

La insigne psiquiatra recomendó, a un joven un tanto alterado por los estímulos de los ruidos, las luces y las pantallas, que dedicase un rato a escuchar a un matrimonio de personas muy mayores, por mucho esfuerzo que le costase permanecer inmóvil escuchando las historias y las preocupaciones de dos viejecitos entrañables; ello con el objetivo de que aprendiese a escuchar con quietud los problemas de los demás, como manera de dominar sus impulsos ante el fantasma de la sobreestimulación.

Así pues, este Año Jubilar no puede ser más idóneo para ejercitar las catorce obras de misericordia, porque, además de servir a Dios y al prójimo (y de mermar nuestros niveles de cortisol), nos brinda la posibilidad de obtener hasta dos indulgencias plenarias ¡al día! Una, en beneficio de quien la obtiene, y la otra, en auxilio de las almas del Purgatorio.

Estas catorce obras de misericordia están divididas en dos bloques, que son las corporales y las espirituales. Entre las primeras, figuran la siguientes: visitar a los enfermos; dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; dar posada al peregrino; vestir al desnudo; visitar a los presos; y enterrar a los difuntos. En la segunda categoría, se encuentran: enseñar al que no sabe; dar buen consejo al que lo necesita; corregir al que se equivoca; perdonar al que nos ofende; consolar al triste; sufrir con paciencia los defectos del prójimo; y rezar a Dios por los vivos y los difuntos.

En resumen, no hay mejor cura para el exceso de dopamina y la intoxicación de cortisol que poner en práctica estas catorce obras de misericordia.

Por último, la doctora Rojas Estapé incidió en que el vivir con sentimientos de rencor, además de elevar nuestros niveles de cortisol, puede llegar a perjudicar nuestra salud. Como remedio a esta amenaza, vuelvo a mencionar dos de las catorce obras de misericordia: perdonar al que nos ofende; y sufrir con paciencia los defectos del prójimo.

Esta liberación del rencor, que tan magníficos efectos puede proporcionar tanto a nuestra salud mental como física, no puede encontrarse más en sintonía con el mensaje principal de la fe católica: amar a aquellos que no nos aman y que incluso nos desagradan, como imitación de Jesucristo, quien llegó al punto de dejarse crucificar por amor a todos nosotros. Quien sólo ama a quienes le despiertan simpatía no está imitando la manera de amar de Jesucristo. Fuente: Religión en Libertad

Autor: Ignacio Crespí de Valldaura 

Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo

 

     Domingo VI del Tiempo Ordinario

 

 Comienza aquí -y continúa hasta Le 8,3- la llamada "pequeña inserción" de Lucas respecto a Marcos, su fuente. Lucas, a diferencia de Mateo, reduce las bienaventuranzas de ocho a cuatro, pero a las cuatro bienaventuranzas añade cuatro amenazas. Según la opinión de los exégetas, Lucas nos presentaría una versión de las palabras de Jesús más cercana a la verdad histórica, y esto tiene su particular relevancia. Con todo, bueno será recordar que la mediación de los diferentes evangelistas a la hora de referir las enseñanzas de Jesús no traiciona la verdad del mensaje; al contrario, la centran y la releen para el bien de sus comunidades.

             Tanto las ocho bienaventuranzas de Mateo como las cuatro de Lucas pueden ser reducidas a una sola: la bienaventuranza -es decir, la fortuna y la felicidad- de quien acoge la Palabra de Dios en la predicación de Jesús e intenta adecuar a ella su vida. El verdadero discípulo de Jesús es, al mismo tiempo, pobre, dócil, misericordioso, obrador de paz, puro de corazón... Por el contrario, quien no acoge la novedad del Evangelio sólo merece amenazas, que, en la boca de Jesús, corresponden a otras tantas profecías de tristeza y de infelicidad. La edición lucana de las bienaventuranzas-amenazas se caracteriza asimismo por una contraposición entre el "ya" y el "todavía no", entre el presente histórico y el futuro escatológico. Como es obvio, la comunidad para la que escribía Lucas tenía necesidad de ser invitada no sólo a expresar su fe con gestos de caridad evangélica, sino también a mantener viva la esperanza mediante la plena adhesión a la enseñanza, radical, de las bienaventuranzas evangélicas.

 

       



Un camino hacia algo superior. Artículo.


¿Qué es un pecado? ¿Es un pecado no ir a misa el domingo? ¿Es un pecado hacer trampa en tus impuestos? ¿Es un pecado emborracharse? ¿Guardar rencor es un pecado? ¿La masturbación es un pecado? ¿La infidelidad en el matrimonio es un pecado?

Durante demasiado tiempo, los predicadores, catequistas, profesores de escuela dominical, la jerarquía eclesiástica y los teólogos morales se han enfocado demasiado en el pecado. Sí, es cierto que el pecado existe, pero eso no debería ser el centro de nuestra comprensión de lo que significa vivir una vida cristiana moral. En esto, deberíamos tomar como ejemplo a Jesús.

En su Sermón del Monte (Mateo 5-7), Jesús dice: “No piensen que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles cumplimiento.” Básicamente, lo que está diciendo aquí es: No he venido a deshacerme de los Diez Mandamientos; he venido a invitarlos a algo más elevado.

Lamentablemente, tendemos a pensar que vivir una vida moral se trata principalmente de cumplir los Mandamientos y evitar el pecado. Lo que llamamos “teología moral” se ha centrado clásicamente en cuestiones éticas: ¿qué es correcto y qué es incorrecto? Pero eso no es lo que escuchamos de Jesús como maestro moral. Su Sermón del Monte (quizás el mayor código moral jamás escrito) se enfoca, en cambio, en una invitación a hacer algo más elevado. Presupone que ya vivimos lo esencial de la moralidad, los Diez Mandamientos, y en su lugar nos invita a ir más allá de esos fundamentos: a ser los adultos en la sala que ayudan al mundo a llevar sus tensiones.

Jesús no nos ofrece la teología moral en su forma clásica o popular. Más bien, nos invita a un discipulado cada vez más profundo (que es lo que la teología moral, una catequesis adecuada y la escuela dominical deberían hacer).

Aquí hay un ejemplo de una invitación que está en el corazón mismo del Sermón del Monte. En un momento, Jesús nos invita a una “virtud más profunda que la de los escribas y fariseos.” Es fácil pasar por alto el punto aquí porque, casi sin excepción, tendemos a pensar que Jesús se refiere a la hipocresía de algunos escribas y fariseos. No es así. La mayoría de los escribas y fariseos eran personas buenas, honestas y sinceras que practicaban una gran virtud. Para ellos, vivir una buena vida moral y religiosa significaba cumplir con los Diez Mandamientos (¡todos ellos!) y ser hombres o mujeres escrupulosamente justos con todos. Significaba ser una persona justa.

Entonces, ¿qué falta aquí? Si soy una persona que cumple con todos los Mandamientos y soy justa y equitativa en todas mis relaciones con los demás, ¿qué me falta moralmente? ¿Por qué no es suficiente?

La respuesta de Jesús nos lleva más allá de los Diez Mandamientos y las exigencias de la justicia. Nos invita a algo más.

Señala que las demandas de la justicia aún nos permiten odiar a nuestros enemigos, maldecir a quienes nos maldicen y ejecutar a los asesinos (ojo por ojo). Nos invita a algo más allá de eso: a amar a quienes nos odian, a bendecir a quienes nos maldicen y a perdonar a quienes nos matan. Esa es la esencia de la teología moral. Y nótese que viene como una invitación, invitándonos siempre a algo más elevado. No se preocupa por lo que es pecado y lo que no lo es (no harás). Más bien, es una invitación positiva que nos llama a llegar más alto, a trascender nuestros impulsos naturales, a ser más que alguien que simplemente cumple los mandamientos y evita el pecado.

Recuerdo haber escuchado una vez una conferencia del fallecido Michael Hines en la que ofrecía esta imagen de Dios invitándonos constantemente a algo más elevado: imaginen a una madre animando a un bebé a caminar. Agachada en el suelo frente al niño, a un brazo de distancia, con las puntas de los dedos apenas a unos centímetros de las del niño, lo anima suavemente a arriesgarse a dar un paso adelante; luego, cuando el niño da ese paso, mueve sus dedos unos centímetros hacia atrás y, de nuevo, intenta coaxar al niño para que se arriesgue a dar otro paso. Y así, todo el camino a través del suelo.

Esa es la imagen que necesitamos para el discipulado cristiano y la teología moral. Nuestra primera preocupación no debería ser: ¿es esto un pecado o no? ¿Es un pecado no ir a misa el domingo? ¿Es un pecado tener pensamientos lujuriosos? ¿Es un pecado guardar rencor?

La pregunta con la que necesitamos desafiarnos a nosotros mismos es, más bien: ¿a qué estoy siendo invitado? ¿Dónde necesito esforzarme para alcanzar algo más elevado? ¿Estoy amando más allá de mis impulsos naturales? Y, más específicamente: ¿Estoy amando a quienes me odian? ¿Estoy bendiciendo a quienes me maldicen? ¿Estoy perdonando a los asesinos?

No he venido a deshacerme de los Diez Mandamientos; he venido a invitarlos a algo más elevado, todo el camino a través del sueloArtículo Original en Inglés / Imagen: Depositphotos /  Ron Rolheiser OMI / Tradujo para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf 

Se celebra la Semana del Matrimonio en la diócesis, con un reto muy especial.

 

«Se busca peligroso matrimonio por flagrante testimonio de fidelidad, compromiso y amor para siempre. 59 años de casados. Viven en Asturias. Se ofrece recompensa a la primera persona que dé con ellos. Se agradecerá cualquier información que lleve a su localización».

Con este anuncio arrancaba, ayer domingo, la Semana del Matrimonio en la diócesis, una iniciativa que nació hace varios años en la Conferencia Episcopal Española para celebrar, en torno a la festividad de San Valentín, la «grandeza y dignidad del matrimonio cristiano y mostrar a la sociedad su belleza». Desarrollaba la idea en la página web matrimonioesmas.

El año pasado, la Delegación episcopal de Familia y Vida fue publicando, cada día de la semana, un vídeo testimonio con distintos matrimonios de la diócesis, que siguen disponibles en el canal de YouTube, y para este año, en cambio, se ha elegido un matrimonio asturiano casado en 1965 y se ha propuesto públicamente el reto de intentar conseguir que alguien pueda reconocerlos, a través de una serie de pistas que irán desgranando cada día, hasta que el mismo 14 de febrero, festividad de San Valentín, se desvele su identidad.

Este simpático juego de pistas se desarrolla a través de las redes sociales de la diócesis Facebook e Instagram y las primeras reacciones no se han hecho esperar: «No es un mal plan, puede ser cualquiera de nuestros conocidos o amigos», afirma uno de ellos. Fuente: Iglesia de Asturias.




¿Está Internet «salvando» a la Iglesia? El «crecimiento explosivo de la espiritualidad» parece corroborarlo. Artículo.

La Iglesia católica atraviesa momentos difíciles a nivel mundial: la falta de vocaciones (al menos, en los países más desarrollados); los casos de pederastia –reales–, amplificados –también– por diversos grupos mediáticos e ideológicos; la confusión doctrinal que se ha generado entre los fieles –y entre los clérigos–, y la intolerancia religiosa que convierte al cristianismo en el credo más perseguido del planeta, según diversos informes.

Sin embargo, junto a estas banderas rojas, aparecen otros datos sorprendentes –y, seguramente, inesperados– que suponen una corriente fresca para la Iglesia, haciendo realidad esa frase atribuida a Santa teresa de Jesús: «Cuando Dios cierra una puerta, abre una ventana». El londinense Catholic Herald –ese periódico fundado en 1888 y del que G. K. Chesterton dijo que era del único del que se fiaba– aventuraba hace unos días que «Internet está salvando a la Iglesia católica de la autodestrucción». Una aseveración atrevida pero que probaba con datos concretos observados en los Estados Unidos (y que, por tanto, con mucha probabilidad se replicará en el resto del planeta).

«Uno de los fenómenos más extraordinarios de los últimos diez años ha sido el crecimiento explosivo de la espiritualidad católica en Internet en forma de podcasts y otras transmisiones», no duda en subrayar el analista Gavin Ashenden en el Herald. Otro autor del mismo medio, Thomas Casemore, se refería al «asombroso crecimiento de los podcasts religiosos en general y de los católicos en particular», asegurando que «los podcasts cristianos están ganando popularidad» y que «2025 podría ser su año de mayor éxito».

«La mayoría de la gente no es consciente del extraordinario éxito que tuvo el padre Mike Schmidt cuando, en 2021, ofreció la oportunidad de leer la Biblia en un año a través de su aplicación Ascension. Desde entonces, ha sido descargada más de 700 millones de veces. Su aplicación complementaria, el Rosario en un año, alcanzó un millón de descargas en los cuatro días siguientes a su lanzamiento el 1 de enero de 2025», añadía Ashenden. El padre Schmidt se ha convertido en el podcast número 1 en la todopoderosa plataforma de Apple.

Según los analistas, el católico de a pie, cansado de que los medios de comunicación convencionales le ofrezcan una visión uniformada de la realidad, busca en Internet respuestas, alternativas y explicaciones que se salgan de esa corrección política que parece permearlo todo. «Autores como Tom Holland han apoyado y argumentado la tesis de que la fe católica proporciona las bases de los valores de nuestra civilización», afirma Ashenden, y «actúan como una especie de antídoto contra los apologetas ateos más ruidosos y enérgicos».

«El nuevo ateísmo –apostillaba Casemore– relegó al cristianismo a la sombra intelectual durante décadas; se convirtió en un tema tabú en muchas áreas de la vida, visto con superstición y burla. Pero aquí está, de nuevo, en primer plano y en el centro, con la ayuda de podcasts, pero también de otros eventos mediáticos y personalidades públicas que hacen que el cristianismo sea más común y aceptable».

Matt Fradd, un australiano que se mudó a los EE. UU., dirige Pints with Aquinas (Unas cañas con Aquino), y alcanza a una audiencia de 644.000 personas. El obispo Barron tiene más de 500.000 personas registradas para recibir sus reflexiones diarias por correo electrónico, mientras que el Dr. Taylor Marshall, un ex clérigo episcopaliano convertido al catolicismo, suma una audiencia de 1,2 millones. Fuente: Alex Navajas (El Debate). Otros artículos relacionados:

Belén Perales: «En mi canal de YouTube nos reunimos 500.000 personas para rezar el rosario»

11 de febrero día de los enfermos y de Nuestra Señora de Lourdes

El mayor lugar de curaciones en el mundo…

Con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra el día 11 coincidiendo con la festividad de la Virgen de Lourdes, les invito a leer lo siguiente: Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial del Enfermo en su 30 aniversario: Artículo

Inteligencia artificial sin corazón. Artículo.

En una deliciosa y aguda entrevista radiofónica, el filósofo Fernando Savater fue preguntado sobre la Inteligencia Artificial (IA). Su respuesta fue ingeniosa y sorprendente, cuando confesó que apenas conocía esta moderna herramienta, pero que más que preocuparle la IA, le preocupaba sobremanera la “estupidez natural” de la que sí tenía conocimiento en su larga experiencia docente. Me pareció provocativamente ajustado a la cruda realidad.

Se ha abierto una batalla comercial con el consiguiente control por el poder, ante el pulso por las distintas aplicaciones de la IA entre el poderoso mercado norteamericano y el emergente mercado chino, con su consecuencia en la bolsa internacional y sus importantes altibajos. La Santa Sede acaba de publicar una instrucción (Antiqua et nova) muy oportuna sobre la IA, en la que, reconociendo los desafíos y oportunidades del saber científico y tecnológico, se debería acertar en el uso razonable al servicio del bien humano. Dentro de esta perspectiva han de afrontarse las cuestiones antropológicas y éticas planteadas por la IA, en cuanto que uno de los objetivos de esta tecnología es el de imitar la inteligencia humana que la ha diseñado. Se trata, pues, de una “imitación” que pone en juego toda la potencialidad de los algoritmos, con su inmensa combinación de datos, donde una máquina nos puede suplir supuestamente por su rapidez y competencia, pero carece de lo más rico y decisivamente humano como es el corazón. Inteligencia significa “leer por dentro” (intus legere), y esto no lo sabe hacer la máquina.

En un reciente documento el papa Francisco habla nada menos que del “corazón de Dios”. En el hombre y la mujer al haber sido creados a su imagen y semejanza, su corazón humano se convierte en el centro más decisivo de la persona, imposible de ser suplido ni puenteado por ninguna máquina: «el corazón es el lugar de la sinceridad, donde no se puede engañar ni disimular. Suele indicar las verdaderas intenciones, lo que uno realmente piensa, cree y quiere, los “secretos” que a nadie dice y, en definitiva, la propia verdad desnuda… La pura apariencia, el disimulo y el engaño dañan y pervierten el corazón. Más allá de tantos intentos por mostrar o expresar algo que no somos, en el corazón se juega todo, allí no cuenta lo que uno muestra por fuera y los ocultamientos, allí somos nosotros mismos. Y esa es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón. La apariencia y la mentira sólo ofrecen vacío» (Dilexit nos, 5-6).

Por eso, bienvenida esa herramienta de la IA que bien usada nos reporta tantos avances en el campo científico y social (medicina, artes, retos actuales, etc.), pero debemos reconocer que sus capacidades computacionales representan sólo una parte de las posibilidades de la mente humana, sin poder realizar el discernimiento moral o la capacidad de relaciones auténticas. Dado que la IA no tiene «la apertura del corazón humano a la verdad y al bien, sus capacidades, aunque parezcan infinitas, son incomparables con las capacidades humanas de captar la realidad. Se puede aprender tanto de una enfermedad, como de un abrazo de reconciliación e incluso de una simple puesta de sol. Tantas cosas que experimentamos como seres humanos nos abren nuevos horizontes y nos ofrecen la posibilidad de alcanzar una nueva sabiduría. Ningún dispositivo, que sólo funciona con datos, puede estar a la altura de estas y otras tantas experiencias presentes en nuestras vidas» (Antiqua et nova, 32-33). Y es que, Dios no nos hizo máquinas, sino tan a su imagen que nuestra semejanza se le parece en lo más hermoso: el corazón.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofmArzobispo de Oviedo

No temas; desde ahora serás pescador de hombres

 



     Domingo V del Tiempo Ordinario

 

El evangelista nos presenta la vocación de los discípulos con una simple nota final, después de la enseñanza a las muchedumbres (w. 1-3) y de una serie de milagros a través de los cuales Jesús manifiesta el poder de Dios en Cafarnaún (4,33-41). Lucas nos recuerda en la vocación de los primeros discípulos, como también hace Marcos, las estructuras esenciales del discipulado -la iniciativa de Cristo y la urgencia de la llamada-, pero subraya sobre todo el desprendimiento y el seguimiento.

El abandono debe ser radical por parte del discípulo: "Dejaron todo y lo siguieron" (v. 11), y el seguimiento es consecuencia de una toma de conciencia respecto a Jesús de una manera consciente y libre. Con todo, el tema principal del relato no es ni el desprendimiento ni el seguimiento, sino brindarnos unas palabras seguras del Maestro: "Desde ahora serás pescador de hombres" (v. 10). Existe una estrecha relación entre el milagro de la pesca milagrosa y la vocación del discípulo, y esa relación está afirmada en el hecho de que la acción del hombre sin Cristo es estéril, mientras que con Cristo se vuelve fecunda. Es la Palabra de Jesús la que ha llenado las redes y es la misma Palabra la que hace eficaz el trabajo apostólico del discípulo. Éste se siente llamado así, como el apóstol Pedro, a abandonarse con confianza a la Palabra de Jesús, a reconocer su propia situación de pecador y a responder a su invitación obedeciendo incluso cuando un mandato pueda parecerle absurdo o inútil. La respuesta de la fe es así fruto de la acogida de una revelación y de un encuentro personal con el Señor. 

 

       




Las mentiras y el pecado contra el Espíritu Santo. Artículo.

No hay nada tan peligroso para la mente y la moral como mentir, como negar la verdad. Jesús nos advierte sobre un pecado imperdonable: la blasfemia contra el Espíritu Santo.

¿Qué es este pecado? ¿Por qué no se puede perdonar? ¿Y qué tiene que ver con mentir?

El contexto de esta advertencia es el siguiente: Jesús acababa de expulsar a un demonio. Algunos de los que lo presenciaron creían firmemente que solo alguien enviado por Dios podía hacer algo así. Sin embargo, odiaban a Jesús. El hecho de verlo expulsar un demonio era una verdad incómoda para ellos, tan incómoda que decidieron negar lo que habían visto con sus propios ojos. A pesar de saber que estaban mintiendo, dijeron que Jesús había expulsado al demonio con el poder de Beelzebú, el príncipe de los demonios.

Jesús trató primero de hacerles ver su mentira, apelando a la lógica: si Beelzebú expulsa demonios, entonces el reino de Satanás está dividido y no puede sostenerse. Pero ellos insistieron en su mentira. Fue en ese contexto que Jesús dio esta advertencia sobre un pecado que no puede ser perdonado porque blasfema contra el Espíritu Santo.

¿Qué significa esta advertencia?

Aquellas personas negaron una realidad que habían visto porque aceptar la verdad era demasiado difícil. Negaron la verdad siendo conscientes de que estaban mintiendo.

Cuando contamos nuestra primera mentira, todavía sabemos que estamos mintiendo, y eso nos permite arrepentirnos. Pero si seguimos mintiendo y negando la verdad, podemos llegar a un punto en el que creemos nuestra propia mentira. Entonces, lo falso se convierte en verdad para nosotros, lo malo parece bueno, y lo oscuro parece luz.

En ese momento, el pecado se vuelve imperdonable, no porque Dios se niegue a perdonarnos, sino porque nosotros ya no queremos ese perdón, ni siquiera creemos necesitarlo.

Cada vez que mentimos o negamos la verdad, deformamos nuestra conciencia. Si persistimos, nuestra alma puede llegar a un punto en el que lo falso nos parezca verdadero, el mal nos parezca virtud, y el infierno nos parezca el cielo.

El infierno no es una sorpresa desagradable para alguien honesto. Es el resultado de una vida de deshonestidad prolongada, de negar la realidad durante tanto tiempo que llegamos a aceptar la mentira como la única verdad.

En el infierno no hay personas arrepentidas deseando una segunda oportunidad. Si alguien está allí, aunque sufra internamente, seguirá sintiéndose superior, despreciando la ingenuidad de quienes vivieron honestamente y están en el cielo.

¿Cómo es esto una blasfemia contra el Espíritu Santo?

San Pablo, en su carta a los Gálatas, describe dos formas fundamentales de vivir:

1.Fuera del Espíritu de Dios: Esto ocurre cuando vivimos en infidelidad, idolatría, odio, divisiones y deshonestidad. La mentira nos conduce a este camino.

2.Dentro del Espíritu de Dios: Esto sucede cuando vivimos en caridad, paz, paciencia, bondad, fidelidad, amabilidad y pureza. Y para vivir así, debemos ser honestos.

Cuando mentimos, negamos la realidad y la verdad. Al hacerlo, nos apartamos del Espíritu de Dios y lo despreciamos, lo que equivale a una blasfemia.

El peligro de las mentiras en nuestro mundo

Satanás es el príncipe de las mentiras. Por eso, uno de los mayores peligros de nuestra época es la cantidad de mentiras, desinformación y negación de la realidad que vemos a diario, especialmente cuando la verdad no nos resulta cómoda.

Negar la realidad destruye nuestra alma, rompe nuestras comunidades, pone en peligro el futuro del planeta y daña nuestra salud mental.

Cuando se niega algo que ha sucedido, como reescribir la historia para borrar una verdad dolorosa, o decir que lo que viste con tus propios ojos no ocurrió, no solo se deshonra a las personas afectadas, sino que se atenta contra la cordura de toda una sociedad.

Negar hechos como el Holocausto, la existencia de la esclavitud o la tragedia de Sandy Hook no solo deshonra a millones de personas, sino que afecta profundamente la sanidad mental de una cultura entera, incluyendo a quienes perpetúan esas mentiras.

Negar la verdad no solo destruye su propio sentido, sino también nuestra capacidad de vivir en paz con la realidad. Ron Rolheiser OMI / Tradujo para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf / Artículo Original en Inglés / Imagen: Pixabay

Auschwitz, in memoriam. Artículo.

El cielo se puso tremendamente oscuro, como yo nunca antes había visto. En aquellas primeras horas de la tarde se cernía la tormenta que luego explotó: un viento huracanado y una lluvia torrencial. Estaba en el bloque 18 del barracón que alberga la celda en la que Maximiliano Mª Kolbe fue asesinado. Al no poder salir afuera, volví al pasillo subterráneo donde estaba la celda, durante casi media hora. Fue allí, donde una inyección letal acabaría con la vida de aquel sacerdote polaco, franciscano, que decidió ponerse en lugar de un padre de familia que iban a fusilar por una falsa acusación. El fraile, ante el pasmo de los vigilantes nazis, dio un paso al frente y, entre risas y sarcasmos, le aceptaron tamaño trueque. Sería canonizado por su compatriota Juan Pablo II el 10 de octubre de 1982. Allí en la plaza de San Pedro, totalmente conmovido con su traje de presidiario, estaría aquel esposo y padre de familia que se cruzó con la entrega martirial de alguien que daría la vida por él, como aprendió del mismo Jesús.

Tengo en mi retina aquel rato de silencio, mi soliloquio en una celda que hablaba de un amor de otro mundo. Muchos pensamientos me venían a la mente, latidos veloces me palpitaban en el corazón, y aquel lugar maldito por el odio más feroz y absurdo, fue para mí una inmensa provocación. Se trataba del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. Uno de los más grandes construidos por el loco delirio de Adolf Hitler para asesinar, de tantas formas, a cuantos allí terminaron su viaje en el tren de la desesperanza.

Se cumplen los 80 años de la liberación de aquella tragedia inhumana. La puerta de entrada al campo, señalaba con sarcasmo la bienvenida: “Arbeit macht Frei” (El trabajo libera), pero era una encerrona sin más puerta de salida que el crematorio después de pasar por la cámara de gas. En Alemania conservan algunos campos de exterminio mostrados con pudor, no como macabra exposición de los horrores humanos, sino como humillante recordatorio para no repetir los errores que avergüenzan a la humanidad. Me he acercado a otros dos campos de exterminio: Dachau (cerca de Munich), donde albergaron a sacerdotes y religiosos, y Mauthausen (en Austria), donde fueron gaseados muchos españoles. Una conmoción que te deja sin habla, te quita el aire. El Papa Wojtyla comparó estos campos con la antesala del infierno, porque difícilmente se pueden dar tantas inhumanidades al servicio de un mal casi infinito. Era sobrecogedor estar allí, respirar sus olores, flanquear los edificios de ladrillo, merodear las alambradas de la muerte, los paredones de fusilamiento, las celdas de castigo letal, las cámaras de gas, los hornos crematorios… Bastaba ver las fotografías, los documentos en alemán, los utensilios y herramientas, gafas, maletas, ropa, guedejas rubias de mujer que no lograron encanecer, o las trenzas de niñas que no verían su mañana. Todos fueron gaseados en la sala que a continuación pude ver en un profundo silencio sobrecogido. ¿Qué hicieron esos pequeños para merecer tan terrible y prematuro final? Aquellos zapatitos no calzaron más los pies que no corretearon los senderos de la vida. ¿Qué caminos les fueron censurados? ¿Qué talentos les fueron de ese modo truncados? ¿Qué plan de Dios sobre cada uno de ellos fue así roto y malogrado?

Aquella guerra terminó. Hoy tenemos otras, en el hampa de la mentira, de la corrupción y la violencia en cuyos cauces malditos de nuevo se atenta contra la vida más inocente en todas sus formas: la del no nacido, la que pena para sobrevivir dignamente y la de quien termina su periplo natural. Porque la única memoria histórica creíble es la que aprende de los horrores propios y ajenos, y no desentierra viejos rencores que propician nuevos errores con insidias. El Padre Kolbe dio la vida, como el trigo que cae en tierra: hasta dar mucho fruto. Es la esperanza con la que Dios hace nuevas todas las cosas. Fuente.

Fr. Jesús Sanz Montes, ofmArzobispo de Oviedo

San Blas. 3 de febrero

Tradiciones, refranes, devociones: 
Hiela las Candelas, 30 días con ellas; hiela San Blas, 30 más.
Por San Blas ajete, mete uno y sacarás siete
Por San Blas, higuera plantarás e higos comerás
Por San Blas la cigüeña verás, si la vieres año de bienes, si no la vieres año de nieves.
Por San Blas, la cigüeña verás, si no la ves mal año es.
San Blas cura de la garganta, al mozo que come y que no canta.

En algunas iglesias se realiza la «bendición de las gargantas», al finalizar la misa de san Blas, se colocan, cruzadas, dos candelas -que pueden haber sido bendecidas el día anterior o con una bendición propia para el día 3- sobre la garganta y se reza: «Por la intercesión de S. Blas, obispo y mártir, te libre de todo mal de la garganta y de cualquier otro mal. Amén». Antiguamente esta bendición se realizaba aplicando sobre la garganta una reliquia del santo, por lo que no podía realizarse en cualquier iglesia.
Cuando un chico se atraganta hay que hacerle levantar los brazos, y darle palmadas en la espalda diciendo «san Blas, san Blas».
Vida: Blas nació rico, de padres nobles; fue educado cristianamente y se le consagró obispo cuando todavía era bastante joven. Al comenzar la persecución, por inspiración divina, se retiró a una cueva en las montañas, frecuentada únicamente por las fieras. San Blas recibía con afecto a sus salvajes visitantes y cuando estaban enfermos o heridos, los atendía y los curaba. Se dice que los animales acudían en manadas para que los bendijera. Cierta vez unos cazadores que buscaban atrapar fieras para el anfiteatro, encontraron al santo rodeado por ellas. Repuestos de su asombro, los cazadores intentaron capturar a las bestias, pero san Blas las espantó y entonces le capturaron a él. Al saber que era cristiano, lo llevaron preso ante el gobernador Agrícola. Se dice que cuando le conducían a la ciudad, encontraron a una mujer que gemía desesperada, porque un lobo acababa de llevarse a uno de sus lechones; entonces san Blas llamó con voz recia a la fiera y el lobo apareció a poco, con el lechón en el hocico, y lo dejó intacto a los pies de la maravillada mujer. Pero aquel prodigio no conmovió a los cazadores, que continuaron su camino arrastrando al preso consigo. En cuanto el gobernador se enteró de que el reo era un obispo cristiano, mandó que lo azotaran y después lo encerraran en un calabozo, privado de alimentos. San Blas soportó con paciencia el castigo y tuvo el consuelo de que la mujer, dueña del lechón que había salvado, se presentara en la oscura celda para ayudarle, llevándole provisiones y velas para alumbrarse. Pocos días más tarde, fue torturado para que renegara de su fe; sus carnes fueron desgarradas con garfios y, como el santo se mantuviera firme, se dio orden de que fuera decapitado.
Así murió san Blas en Capadocia y, años más tarde, sus supuestas reliquias se trasladaron al Occidente, donde se extendió su culto enormemente en razón de las curaciones milagrosas que, al parecer, se realizaban por su intercesión. Se le venera como el santo patrono de los cardadores de lana y los animales salvajes y, en virtud de varias célebres curas que hizo en vida a enfermos de la garganta, es el abogado para esta clase de males; una de las variantes de la leyenda recuerda especialmente que el santo, camino del suplicio, curo el mal de un niño que se había atragantado con una espina. En Alemania se le honra, además como uno de los catorce «heilige Nothelfer» (santos auxiliadores en las necesidades). En algunas partes, el día de la fiesta de san Blas, se administra una bendición especial a los enfermos, colocando dos velas (al parecer en memoria de las que llevaron al santo en su calabozo) en posición de una cruz de san Andrés, en el cuello o sobre la cabeza del suplicante, pronunciándose estas palabras: «Per intercessionem Sancti Blasi Liberet te Deus a malo gutturis et a quovis alio malo» (por intercesión de san Blas te libere Dios de todo mal de la garganta y de todo otro mal). También leemos sobre el «agua de san Blas», que se bendice en su día y que generalmente se da a beber al ganado que está enfermo. Fuente 
Imágenes de la Fiesta en San Pelayo de Oviedo
(sanpelayomonasterio.org/)


En el siglo XIX, nuestro monasterio recibió una reliquia de san Blas.
Procedía de la Comunidad de monjas benedictinas de Santa María de la Vega, también en Oviedo, que fue expulsada de su monasterio y recibida en nuestra casa. Con ellas trajeron la reliquia y la devoción al santo. Hemos recuperado la tradición de las rosquillas de San Blas, extendida por muchos lugares. También hoy el santo obispo mártir, convoca muchas personas que acuden a nuestro monasterio a venerar su reliquia pidiendo su intercesión para las enfermedades de garganta.