El texto evangélico de Lucas se presenta como una resonancia de las bienaventuranzas evangélicas y nos ayuda a descubrir el fundamento primero y último de toda bienaventuranza cristiana. "Amad a vuestros enemigos" (w. 27.35): el discurso no puede ser más claro.
De este modo, Jesús, como maestro y guía, se destaca frente a todos los demás rabinos de su tiempo: no sólo contrapone el amor al odio, sino que exige que el amor de sus discípulos se concrete precisamente en quienes les odian. Un ideal de vida tan exigente y tan sublime no ha sido requerido ni lo será nunca por ningún maestro.
No se trata, obviamente, de un amor abstracto, sino de un amor que se traduce en un montón de pequeños gestos que, día a día, interpelan y verifican la autenticidad de ese mismo amor. Sería ridículo, para Jesús, amar sólo a los que nos aman: no tendríamos mérito alguno y, sobre todo, nuestro amor no sería signo distintivo de nuestra exclusiva e inequívoca pertenencia a Cristo, porque "también los pecadores aman a quienes los aman" (v. 32).
La enseñanza de Jesús termina con la conocida expresión en la que Lucas emplea "misericordia" donde Mateo pone "perfección": "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (v. 36). En la lógica de la espiritualidad evangélica no se da otra perfección que la de un amor fraterno que revela nuestra identidad filial respecto a Dios. No hay otra meta a la que tender más que la de un amor que es capaz de perdonar porque ha experimentado el don del perdón. No hay otro mandamiento que tengamos que observar más que el de tender a la imitación de Dios, que es amor misericordioso, mediante gestos de bondad y de misericordia.
Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda