lava los pies de los reclusos no católicos,
en la prisión "Regina Coeli" de Roma,
entre ellos dos musulmanes,
un ortodoxo y un budista.
Si leemos las escrituras atentamente, veremos que este fue también el caso de Jesús. Él tampoco tuvo una muerte fácil, no porque temiera lo que se iba a encontrar al otro lado de la muerte; pero como mi papá, él amaba profundamente esta vida. Vemos eso claramente en su lucha en el huerto de Getsemaní. Afrontando su muerte, las escrituras nos dicen que, literalmente, “sudó sangre” y pidió a su Padre que de algún modo pudiera escapar de morir. Nosotros (ingenuamente) tendemos a pensar que Jesús tenía miedo por el dolor físico que le esperaba, los azotes y los clavos; pero eso no es lo que narran los Evangelios. Suda sangre en un huerto, no en una pista de deportes. Arquetípicamente, los huertos son el lugar del amor. Jesús es el amante, no el atleta, que está sudando sangre. Su miedo a la muerte se afirma en el amor, amor por la vida, esta vida.
El teólogo jesuita Michael Buckley escribió un ensayo en el que comparó a Jesús con Sócrates, puramente como un estudio en excelencia humana. Lo sorprendente es que, puramente en términos de excelencia humana, Jesús parecía quedarse corto comparado con Sócrates. Aquí va una emocionante cita de ese ensayo.
Sócrates fue a su muerte con calma y serenidad. Aceptó el juicio de la corte, razonó sobre las alternativas sugeridas por la muerte y sobre las indicaciones dialécticas de la inmortalidad, no encontró ninguna razón para el temor, bebió el veneno y murió. Jesús, ¡bien al contrario! Jesús se encontraba casi histérico de terror y miedo; “a gritos y con lágrimas acudió al que podía salvarlo de la muerte”. Buscó repetidamente a sus amigos en busca de consuelo e imploró escapar de la muerte, y no encontró a nadie. … Yo pensé una vez que esto era porque Sócrates y Jesús sufrieron muertes diferentes, una tanto más terrible que la otra, el dolor y la agonía de la cruz eclipsando de este modo la liberación de la cicuta. … Ahora creo que Jesús era un hombre más profundamente débil que Sócrates, más expuesto al dolor físico y a la fatiga, más sensible al rechazo y al menosprecio humano, más afectado por el amor y el odio. Sócrates nunca lloró sobre Atenas”. Jesús fue incurablemente humano.
Soren Kierkegaard en sus diarios confesó que se estremeció ante la idea de morir al mundo, morir a la vida ordinaria: Me gusta ser un ente humano; no tengo el coraje de ser enteramente espíritu de ese modo. Aún me gusta tanto ver el placer puramente humano que otros logran en la vida, algo para lo cual tengo un ojo mejor que ordinario, porque para ello tengo un ojo de poeta.
Una de las primeras señales de depresión clínica es la pérdida de vivacidad en la vida de uno, una pérdida de cualquier sensación del placer personal y el aislamiento que viene con eso, a saber, la fácil capacidad para permitir que se marchen todas las cosas que solían energizarnos y traernos el sentido y el gozo. Fuera, eso puede parecer bueno religiosamente. ¡Mirad qué maravillosamente desprendido es! Con todo, la santidad no debería ser confundida con la depresión, ni la fe con la resignación emotiva.
Si sois sanos espiritualmente, no os sorprendáis si, como Jesús, sudáis algo de sangre ante la muerte en cualquiera de sus formas, particularmente si amáis vuestra vida; y más, si tenéis ojo de poeta. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
CONFESIONES: 30 minutos antes de las celebraciones.
Reflexiones cuaresmales desde la
D. Alberto Reigada Campoamor,
párroco de san Francisco Javier.
Reflexiones cuaresmales desde la
A Dorothy Day la cautivó la espiritualidad de Teresa porque la entendió más allá de su equivocada interpretación popular. Entre todos los santos conocidos, Teresa de Lisieux sobresale como una de los santos más populares de todos los tiempos y como una de los santos más incomprendidos de todos los tiempos, y su popularidad es parte del problema. La devoción popular ha incrustado a su persona y su espiritualidad en una piedad excesivamente simplista que generalmente sirve para esconder su verdadera profundidad. Teresa llamó a su espiritualidad “el caminito”. La piedad popular, fundamentalmente, piensa de su “caminito” como una espiritualidad que nos invita a vivir una vida pacífica, humilde, sencilla y anónima, en la que hacemos todo, especialmente las humildes tareas pequeñas que nos piden, con fidelidad y dulzura, modestia, ternura, agradecidos a Dios únicamente por estar a su servicio. Aunque hay mucha verdad en ese modo de comprenderlo, se echa de menos algo de la profundidad de la persona y la espiritualidad de Teresa.
Para entender el “caminito” de Teresa y su conexión con la justicia en favor de los pobres, necesitamos entender ciertas cosas de su vida que ayudaron a constelar la visión que se situaba detrás de su “caminito”.
Teresa de Lisieux tuvo una niñez muy compleja. Por una parte, su vida estuvo impactada por una profunda tristeza, especialmente la muerte de su madre cuando Teresa tenía cuatro años, y varios episodios de depresión clínica, a causa de los cuales estuvo a punto de morir. Su infancia no resultó un camino de rosas. Por otra parte, tuvo una niñez excepcionalmente agraciada. Creció en una familia de santos que la amaban profundamente y le honraban (y frecuentemente fotografiaban) cada uno de sus gozos y dolores. Era también una joven bella, atractiva y agraciada, con una cordialidad y sensibilidad que desarmaban. Su familia y todos los que estaban a su alrededor la consideraban especial y preciosa. Era muy amada; pero esto no contribuyó a malcriarla. Nunca podemos ser malcriados por ser demasiado amados, sino por ser amados de manera errónea. Su familia la amaba de manera pura, y el resultado fue una joven que abrió su corazón y persona al mundo de un modo excepcional.
Además, mientras maduraba, empezó a darse cuenta de algo. Observó que, cuando era niña, cada lágrima suya era tenida en cuenta, valorada y honrada; pero que este no era el caso de muchas otras personas. Reconoció que incontables personas sufren pesares e injusticias, padecen abusos, son humilladas, viven en la vergüenza y derraman lágrimas de las que nadie se da cuenta ni se preocupa. Su dolor no se ve, ni se honra, ni se valora. Desde esta perspectiva, articuló esta metáfora fundamental que apuntala su “caminito”.
Sus palabras: Un domingo, mirando un cuadro de Nuestro Señor en la Cruz, me impresionó la sangre que brotaba de una de sus divinas manos. Sentí una punzada de gran pesar al tiempo que consideraba que esta sangre estaba cayendo al suelo sin nadie que se apresurara a recogerla. Estaba dispuesta a permanecer en espíritu al pie de la Cruz y recibir su rocío. … No quiero que esta preciosa sangre se pierda. Emplearé mi vida recogiéndola por el bien de las almas.
De esto deducimos que su “caminito” no es cuestión de una piedad privatizada, sino de caer en la cuenta y responder al dolor y las lágrimas de nuestro mundo. Metafóricamente, es cuestión de caer en la cuenta y “recoger” la sangre que está goteando del sufriente rostro de Cristo, que actualmente está padeciendo en nuestro mundo en los rostros de los pobres, los rostros de los que están sangrando y derramando lágrimas a causa de pesares, injusticias, pobreza, falta de amor y falta de ser considerados valiosos.
Dorothy Day anduvo por las calles de los pobres cayendo en la cuenta de su sangre, secando sus lágrimas, intentando recogerlas a su manera. Teresa hizo lo mismo místicamente, muy dentro del cuerpo de Cristo. No es extraño que Dorothy Day la escogiera como su santa patrona. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -
D. José Antonio Rodríguez Gutiérrez, OP.
Párroco de santo Domingo.
Reflexiones cuaresmales desde la
D. Miguel Ángel Niño, CMF,
párroco del Corazón de María.
Meditaciones del Arciprestazgo para la Cuaresma,
comentando la Carta apostólica sobre San José.
D. Roberto Gutiérrez, OCD.
Párroco de Nuestra Señora del Carmen.
Meditaciones del Arciprestazgo para la Cuaresma,
comentando la Carta apostólica sobre San José.
D. Jesús Francisco González De La Vega,
párroco de san Julián de los Prados.
ven a mi casa, que te espero.
Ven y mira, tú sabes qué falta,
ven y fíjate, trae lo que falta.
Y si algo no es para mi casa,
ven y llévatelo...»
«San José, maestro de la vida interior,
enséñame a orar, a sufrir y a callar»
(Oraciones populares a san José).
“El día en que el avión se partió en dos”
Un avión se partió en dos en España en 1992, usted estaba terminando la treintena a San José, ¿qué pasó en ese momento?
Padre Gonzalo: estaba yo estudiando en Roma en 1992 y residía en el Colegio Español de San José, que ese año celebraba su centenario. San Juan Pablo II vino a conmemorarlo y cenó con nosotros; yo obtuve la gracia de cantarle una canción que le había hecho once años antes, con ocasión de su atentado en la Plaza De San Pedro. Dos días después terminaba una oración de treinta días para pedir cosas imposibles al Santo Patriarca y un avión se partió en dos al aterrizar en una ciudad de España con casi cien personas: el piloto era mi hermano. Sólo hubo un herido de consideración que, gracias a Dios se recuperó. Aquel día supe que San José tiene mucho poder ante el Trono de Dios.
¿Qué le animó a decirle nuevamente que sí a San José?
Padre Gonzalo: “Cuando Hozana me pidió hace dos años
escribir algo sobre San José yo iba andando por la calle y pensé que no
tenía tiempo para más cosas, pero, al pararme para decirles que no, me
encontré ante una iglesia de cuya fachada colgaba un cartel enorme con
la imagen de San José que me miraba sonriente. Les dije que sí”
La treintena a San José, para conmemorar a San José en marzo
Padre Gonzalo: Este año he vuelto a rezar la oración de treinta días al Esposo de María, en este su mes de marzo; ya son treinta los años que llevo haciéndolo y nunca me ha defraudado, antes bien ha sobrepasado con mucho mis esperanzas. Sé de quién me he fiado. Para entrar en este mundo, Dios sólo necesitó a una Mujer. Pero también era necesario que un hombre cuidara de Ella y de su Hijo, y Dios pensó en un hijo de la Casa de David: José, el Esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.
El ángel en sueños le dijo a José, que no se creía digno de llevar a su casa a la Madre del Señor y Arca de la Nueva Alianza, que no dudara en hacerlo pues él habría de ponerle por nombre Jesús ya que Él salvaría a su Pueblo de sus pecados. Disipados sus temores, José obedeció y llevó a su casa a María su mujer. Pidamos a San José que nos enseñe a llevar a María con Jesús a nuestra casa para que vivamos siempre para servirles a ellos. Como hizo él. Sofía Villalba, de Hozana - Entrevista al Padre Gonzalo Mazarrasa. Fuente: Ciudad Redonda.org
¡Tú estás tan enfermo como tu secreto más morboso! Ese es un axioma inteligente. Lo que está enfermo en nosotros permanecerá enfermo a no ser que lo abramos a los demás y a la luz del día. Mientras es un secreto, es una enfermedad. No obstante, quizás el problema no es con qué mantengamos el secreto, sino el hecho de que lo mantengamos secreto. Acaso la enfermedad sea el secreto, en vez de lo que consideramos estar enfermo.
Todos tenemos nuestras luchas, por lo cual podemos dar gracias a Dios. La imagen y semejanza de Dios en nosotros no es simplemente un bello icono grabado en nuestras almas. Es fuego, divino, insaciable, desconcertante fuego. Por nuestra misma naturaleza, hay complejidades en nosotros que no pueden hacer fácil la paz con la persona que nos gusta pensar que somos. Todos tenemos fantasías salvajes y obsesiones oscuras. Si nuestros sueños fueran hechos públicos alguna vez, revelarían que todos alimentamos fantasías de grandiosidad, odio, justificación, y que todos estamos atrapados periódicamente en las garras de diferentes obsesiones emocionales y sexuales. Hay cosas en nuestros sueños sobre las que estaríamos avergonzados de hablar. Todos abrigamos fantasías que son salvajes, terrenas, grandiosas y egotistas. Así pues, las mantenemos secretas y tratamos de ellas ya sea al patologizarlas (relegándolas a una enfermedad) ya sea al negarlas.
Relegamos nuestras fantasías a una enfermedad cuando creemos que son algo de lo que sólo nosotros sufrimos, algo enfermizo, vergonzoso y únicamente nuestro. Son algo que nunca queremos que los demás conozcan de nosotros. Como resultado, nuestras fantasías y obsesiones vienen a ser algo de lo que estar avergonzados, un oscuro secreto, una enfermedad bajo nuestro yo normal.
Otra opción es la negación. Podemos negar conscientemente que alguna vez tenemos estos pensamientos y sentimientos. La negación nos salva de sentir vergüenza, pero al final pagamos otro precio por esto. Negar nuestros pensamientos y sentimientos es semejante a vivir en la planta baja de una casa y coger la basura o alguna otra cosa más de la que no queremos tratar y simplemente arrojarla al sótano y cerrar la puerta. Fuera de la vista, fuera de la mente. Por algún tiempo. La basura nunca deja de existir por el solo hecho de que la hayamos echado al sótano. Al fin, fermenta y emite sus gases venenosos a través de respiraderos para contaminar el aire que respiramos.
No obstante -y esta es la cuestión- los complejos anhelos, obsesiones y grandiosidad que hay en nuestra alma no son una enfermedad ni algo que necesitemos negar. Nuestra alma, a pesar de todo su desierto, no está enferma. El problema es que echamos en falta una comprensión de la parte más profunda de nuestra alma, nuestra sombra, y creemos que hay alguna enfermedad allí dentro; y esto está guardando un secreto que es la verdadera enfermedad.
¿Cuál es nuestra sombra? La literatura popular nos ha dado una explicación unilateral de lo que contribuye a nuestra sombra. La explicación popular es que nuestra sombra es algún lugar oscuro y espantoso al que nos da miedo ir, un desierto interior al que de ninguna manera queremos arriesgarnos a entrar, demonios interiores que queremos evitar a sabiendas. Aun cuando a veces pudimos sentir esos temores ante nuestra propia sombra, nuestra sombra de ninguna manera es una cosa oscura. Lo contrario.
Así es como se forma nuestra sombra. Cuando nace un bebé, resulta lúcido, maravillosamente abierto y consciente, mirando alrededor, simplemente bebiendo en realidad. Con todo, en esta fase de la vida, un bebé no puede pensar, porque carece de ego; y, de esta suerte, le falta autoconsciencia. Con el fin de formar un ego y llegar a ser autoconsciente, el bebé tiene que hacer una serie de masivas contracciones mentales, cada una de la cuales le interrumpe la comunicación de parte de su propia luminosidad. Primero, al comienzo de su vida, distingue entre lo que es él mismo y lo que es otro; yo no soy mi mamá. Poco después, distingue entre viviente y no viviente; un cachorrillo es viviente, una piedra no. Algo después de eso, distingue entre la mente y el cuerpo; un cuerpo es una cosa dura y sólida, pensar es diferente. Por fin, y esta es la pieza decisiva en la formación de nuestra sombra, en un momento de su vida, el bebé hará distinción entre lo que puede afrontar conscientemente dentro de sí mismo y lo que es demasiado agobiante para afrontar conscientemente. Al hacer eso, forma su sombra al dividir una enorme parte de su luminosidad (la total imagen y semejanza de Dios dentro de sí mismo) de su propia conciencia consciente. Observad que nuestra sombra se compone de nuestra luz, no de nuestra oscuridad. Como Marianne Williamson dice con razón (en una frase que Nelson Mandela usó en el discurso inaugural) es nuestra luz, no nuestra sombra, lo que nos espanta. En una persona sana, los secretos oscuros generalmente esconden las cosas que emanan fuera de la excesiva luz, la divina energía, los infinitos anhelos y la religiosa grandiosidad que hay dentro de nosotros. Cuando los acercamos a la luz, vemos que no están ni oscuros ni enfermos. La enfermedad estriba sólo en no traerlos a la luz. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -