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Viernes Santo. Celebración "de la Pasión del Señor".
El cansancio de los sacerdotes. Hoy día del amor fraterno, de la Eucaristía y de los sacerdotes... oremos por ellos
Es muy hermoso entrar, con el Salmista, en este soliloquio de nuestro Dios. Él habla de nosotros, sus sacerdotes, sus curas; pero no es realmente un soliloquio, no habla solo: es el Padre que le dice a Jesús: «Tus amigos, los que te aman, me podrán decir de una manera especial: ”Tú eres mi Padre”»(cf. Jn 14,21). Y, si el Señor piensa y se preocupa tanto en cómo podrá ayudarnos, es porque sabe que la tarea de ungir al pueblo fiel no es fácil, es dura; nos lleva al cansancio y a la fatiga. Lo experimentamos en todas sus formas: desde el cansancio habitual de la tarea apostólica cotidiana hasta el de la enfermedad y la muerte e incluso la consumación en el martirio.
El cansancio de los sacerdotes... ¿Sabéis cuántas veces pienso en esto: en el cansancio de todos vosotros? Pienso mucho y ruego a menudo, especialmente cuando el cansado soy yo. Rezo por los que trabajáis en medio del pueblo fiel de Dios que os fue confiado, y muchos en lugares muy abandonados y peligrosos. Y nuestro cansancio, queridos sacerdotes, es como el incienso que sube silenciosamente al cielo (cf. Sal 140,2; Ap 8,3-4). Nuestro cansancio va directo al corazón del Padre.Estad seguros que la Virgen María se da cuenta de este cansancio y se lo hace notar enseguida al Señor. Ella, como Madre, sabe comprender cuándo sus hijos están cansados y no se fija en nada más. «Bienvenido. Descansa, hijo mío. Después hablaremos... ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?», nos dirá siempre que nos acerquemos a Ella (cf. Evangelii gaudium 286). Y a su Hijo le dirá, como en Caná: «No tienen vino».
Sucede también que, cuando sentimos el peso del trabajo pastoral, nos puede venir la tentación de descansar de cualquier manera, como si el descanso no fuera una cosa de Dios. No caigamos en esta tentación. Nuestra fatiga es preciosa a los ojos de Jesús, que nos acoge y nos pone de pie: «Venid a mí cuando estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré» (Mt 11,28). Cuando uno sabe que, muerto de cansancio, puede postrarse en adoración, decir: «Basta por hoy, Señor», y rendirse ante el Padre; uno sabe también que no se hunde sino que se renueva porque, al que ha ungido con óleo de alegría al pueblo fiel de Dios, el Señor también lo unge, «le cambia su ceniza en diadema, sus lágrimas en aceite perfumado de alegría, su abatimiento en cánticos» (Is 61,3).Tengamos bien presente que una clave de la fecundidad sacerdotal está en el modo como descansamos y en cómo sentimos que el Señor trata nuestro cansancio. ¡Qué difícil es aprender a descansar! En esto se juega nuestra confianza y nuestro recordar que también somos ovejas y necesitamos que el Pastor nos ayude. Pueden ayudarnos algunas preguntas a este respecto.
¿Sé descansar recibiendo el amor, la gratitud y todo el cariño que me da el pueblo fiel de Dios? O, luego del trabajo pastoral, ¿busco descansos más refinados, no los de los pobres sino los que ofrece el mundo del consumo? ¿El Espíritu Santo es verdaderamente para mí «descanso en el trabajo» o sólo aquel que me da trabajo? ¿Sé pedir ayuda a algún sacerdote sabio? ¿Sé descansar de mí mismo, de mi auto-exigencia, de mi auto-complacencia, de mi auto-referencialidad? ¿Sé conversar con Jesús, con el Padre, con la Virgen y San José, con mis santos protectores amigos para reposarme en sus exigencias —que son suaves y ligeras—, en sus complacencias —a ellos les agrada estar en mi compañía—, en sus intereses y referencias —a ellos sólo les interesa la mayor gloria de Dios—? ¿Sé descansar de mis enemigos bajo la protección del Señor? ¿Argumento y maquino yo solo, rumiando una y otra vez mi defensa, o me confío al Espíritu Santo que me enseña lo que tengo que decir en cada ocasión? ¿Me preocupo y me angustio excesivamente o, como Pablo, encuentro descanso diciendo: «Sé en Quién me he confiado» (2 Tm 1,12)?Repasemos un momento las tareas de los sacerdotes que hoy nos proclama la liturgia: llevar a los pobres la Buena Nueva, anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor. E Isaías agrega: curar a los de corazón quebrantado y consolar a los afligidos.
No son tareas fáciles, exteriores, como por ejemplo el trabajo material —construir un nuevo salón parroquial, o delinear una cancha de fútbol para los jóvenes del Oratorio... —; las tareas mencionadas por Jesús implican nuestra capacidad de compasión, son tareas en las que nuestro corazón es «movido» y conmovido. Nos alegramos con los novios que se casan, reímos con el bebé que traen a bautizar; acompañamos a los jóvenes que se preparan para el matrimonio y a las familias; nos apenamos con el que recibe la unción en la cama del hospital, lloramos con los que entierran a un ser querido... Tantas emociones... Si tenemos el corazón abierto, esta mención y tanto afecto fatigan el corazón del Pastor. Para nosotros sacerdotes las historias de nuestra gente no son un noticiero: nosotros conocemos a nuestro pueblo, podemos adivinar lo que les está pasando en su corazón; y el nuestro, al compadecernos (al padecer con ellos), se nos va deshilachando, se nos parte en mil pedacitos, se conmueve y hasta parece comido por la gente: «Tomad, comed». Esa es la palabra que musita constantemente el sacerdote de Jesús cuando va atendiendo a su pueblo fiel: «Tomad y comed, tomad y bebed...». Y así nuestra vida sacerdotal se va entregando en el servicio, en la cercanía al pueblo fiel de Dios... que siempre, siempre cansa.Quisiera ahora compartir con vosotros algunos cansancios en los que he meditado.
Está el que podemos llamar «el cansancio de la gente, de las multitudes»: para el Señor, como para nosotros, era agotador —lo dice el evangelio—, pero es cansancio del bueno, cansancio lleno de frutos y de alegría. La gente que lo seguía, las familias que le traían sus niños para que los bendijera, los que habían sido curados, que venían con sus amigos, los jóvenes que se entusiasmaban con el Rabí..., no le dejaban tiempo ni para comer. Pero el Señor no se hastiaba de estar con la gente. Al contrario, parecía que se renovaba (cf. Evangelii gaudium,11). Este cansancio en medio de nuestra actividad suele ser una gracia que está al alcance de la mano de todos nosotros, sacerdotes (cf. ibíd., 279). ¡Qué bueno es esto: la gente ama, quiere y necesita a sus pastores! El pueblo fiel no nos deja sin tarea directa, salvo que uno se esconda en una oficina o ande por la ciudad con vidrios polarizados. Y este cansancio es bueno, es sano. Es el cansancio del sacerdote con olor a oveja..., pero con sonrisa de papá que contempla a sus hijos o a sus nietos pequeños. Nada que ver con esos que huelen a perfume caro y te miran de lejos y desde arriba (cf. ibíd., 97). Somos los amigos del Novio, esa es nuestra alegría. Si Jesús está pastoreando en medio de nosotros, no podemos ser pastores con cara de vinagre, quejosos ni, lo que es peor, pastores aburridos. Olor a oveja y sonrisa de padres... Sí, bien cansados, pero con la alegría de los que escuchan a su Señor decir: «Venid a mí, benditos de mi Padre» (Mt 25,34).También se da lo que podemos llamar «el cansancio de los enemigos». El demonio y sus secuaces no duermen y, como sus oídos no soportan la Palabra de Dios, trabajan incansablemente para acallarla o tergiversarla. Aquí el cansancio de enfrentarlos es más arduo. No sólo se trata de hacer el bien, con toda la fatiga que conlleva, sino que hay que defender al rebaño y defenderse uno mismo contra el mal (cf. Evangelii gaudium,83). El maligno es más astuto que nosotros y es capaz de tirar abajo en un momento lo que construimos con paciencia durante largo tiempo. Aquí necesitamos pedir la gracia de aprender a neutralizar —es un hábito importante: aprender a neutralizar—: neutralizar el mal, no arrancar la cizaña, no pretender defender como superhombres lo que sólo el Señor tiene que defender. Todo esto ayuda a no bajar los brazos ante la espesura de la iniquidad, ante la burla de los malvados. La palabra del Señor para estas situaciones de cansancio es: «No temáis, yo he vencido al mundo» (Jn 16,33). Y esta palabra nos dará fuerza.Y por último —para que esta homilía no os canse demasiado— está también «el cansancio de uno mismo» (cf. Evangelii gaudium.277). Es quizás el más peligroso. Porque los otros dos provienen de estar expuestos, de salir de nosotros mismos a ungir y a trabajar (somos los que cuidamos). Este cansancio, en cambio, es más auto-referencial; es la desilusión de uno mismo pero no mirada de frente, con la serena alegría del que se descubre pecador y necesitado de perdón, de ayuda: este pide ayuda y va adelante. Se trata del cansancio que da el «querer y no querer», el haberse jugado todo y después añorar los ajos y las cebollas de Egipto, el jugar con la ilusión de ser otra cosa. A este cansancio, me gusta llamarlo «coquetear con la mundanidad espiritual». Y, cuando uno se queda solo, se da cuenta de que grandes sectores de la vida quedaron impregnados por esta mundanidad y hasta nos da la impresión de que ningún baño la puede limpiar. Aquí sí puede haber cansancio malo. La palabra del Apocalipsis nos indica la causa de este cansancio: «Has sufrido, has sido perseverante, has trabajado arduamente por amor de mi nombre y no has desmayado. Pero tengo contra ti que has dejado tu primer amor» (2,3-4). Sólo el amor descansa. Lo que no se ama cansa y, a la larga, cansa mal.La imagen más honda y misteriosa de cómo trata el Señor nuestro cansancio pastoral es aquella del que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1): la escena del lavatorio de los pies. Me gusta contemplarla como el lavatorio del seguimiento. El Señor purifica el seguimiento mismo, él se «involucra» con nosotros (cf. Evangelii gaudium 24), se encarga en persona de limpiar toda mancha, ese mundano smog untuoso que se nos pegó en el camino que hemos hecho en su nombre.
Sabemos que en los pies se puede ver cómo anda todo nuestro cuerpo. En el modo de seguir al Señor se expresa cómo anda nuestro corazón. Las llagas de los pies, las torceduras y el cansancio son signo de cómo lo hemos seguido, por qué caminos nos metimos buscando a sus ovejas perdidas, tratando de llevar el rebaño a las verdes praderas y a las fuentes tranquilas (cf. ibíd. 270). El Señor nos lava y purifica de todo lo que se ha acumulado en nuestros pies por seguirlo. Eso es sagrado. No permite que quede manchado. Así como las heridas de guerra él las besa, la suciedad del trabajo él la lava.
El seguimiento de Jesús es lavado por el mismo Señor para que nos sintamos con derecho a estar «alegres», «plenos», «sin temores ni culpas» y nos animemos así a salir e ir «hasta los confines del mundo, a todas las periferias», a llevar esta buena noticia a los más abandonados, sabiendo que él está con nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo. Y, por favor, pidamos la gracia de aprender a estar cansados, pero ¡bien cansados!
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA SANTA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO 2 DE ABRIL DE 2015. Fuente: santaclaradeestella / Monasterio Virtual para acercarnos a la Vida Contemplativa.
Jueves santo. Día del amor fraterno, de la Eucaristía y de los sacerdotes.
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Pedro tiene los pies en el agua. Apoya una mano en el hombro de Jesús (lo que indica que entre ellos hay una relación de intimidad) y alza la otra, como queriendo detener a Jesús.
Jesús está completamente inclinado, postrado por tierra, con la mirada puesta en los pies de Pedro, concentrado en su acción.
Además, Jesús está revestido con el “talit”, el manto judío para la oración, indicando que el lavatorio de los pies es un acto de culto. El culto que Él ofrece al Padre es el servicio a los pecadores, la entrega incondicional de sí mismo.
Un rabino podía pedir cualquier servicio a sus discípulos, excepto que le lavaran los pies. Esa labor estaba reservada a los esclavos o a las mujeres. Los esclavos lavaban los pies a sus amos y las mujeres a sus esposos, padre o hijos. Pero Jesucristo rompe con esa tradición y con la ideología que la sustentaba.
En el agua sucia de la palangana se refleja el rostro de Cristo. Es el rostro del que se despoja de su rango y se convierte voluntariamente en esclavo de todos, el rostro del que no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por los pecadores.
Yo no soy distinto de Pedro:
- Amo a Jesús con sinceridad, pero soy capaz de traicionarle en cualquier momento.
- Lo reconozco como mi Señor, pero no termino de comprenderle.
- Quiero seguirle, pero me avergüenzo de que Él se rebaje a servirme, a perdonarme siempre las mismas faltas, a lavarme los pies una y otra vez; me canso de tropezar continuamente en las mismas piedras y me cuesta dejarme limpiar por su gracia.
Necesito descalzarme, dejar que Jesús lave mis pies sucios, que entre en las zonas oscuras de mi corazón, para limpiarlas y sanarlas.
Es precisamente
en el agua sucia de mi debilidad donde puedo descubrir su rostro
amoroso, que “castiga mis muchas faltas con grandes bendiciones” (tal
como decía santa Teresa de Jesús). Es allí donde se revela su rostro:
cuando dejo que su gracia sane mis heridas, que su amor limpie mis
pecados, que su fidelidad ilumine mis tinieblas.
Fuente: Blog del padre Eduardo
Las indulgencias plenarias en Semana Santa
Via Crucis. Meditaciones de San John Henry Newman.
Pasión: Viacrucis de Hakuna
Viacrucis con dibujos de Fano
Viacrucis simplificado y dimensiones para un móvil.
14 sacerdotes en el camino de Cristo a la cruz
Tantum Ergo / Anima Christi
Según enseña la Iglesia Católica, la indulgencia plenaria elimina totalmente la pena temporal que merecemos por nuestros pecados y que aún tenemos pendiente de purificar en el purgatorio. Se aplica a los pecados ya perdonados, de modo que el alma queda limpia, como un recién bautizado. Para obtenerla, sigue estas condiciones:
Jueves Santo: Asiste a la Misa de la Cena del Señor, y recita piadosamente el himno eucarístico “Tantum ergo” (Adorad postrados) en el momento de la reserva eucarística / Visita y adorar el Santísimo Sacramento reservado en el Monumento por al menos 30 minutos.
Viernes Santo: Asiste con piedad y devoción a la adoración de la Cruz en la solemne celebración de la Pasión del Señor / Participa devotamente en el Vía Crucis.
Sábado Santo: Reza el Rosario con 2 ó más personas./ Asiste a la Vigilia Pascual por la noche y renueva las promesas del Bautismo.
Además de la obra, debes rechazar todo afecto hacia cualquier pecado, incluso venial, y también confesarte, comulgar y rezar por las intenciones del Papa (un Padre Nuestro y un Ave María o cualquier otra fórmula según la piedad y devoción).
Si bien puedes cumplir estas condiciones unos días antes o después de realizar la obra, conviene comulgar y orar el mismo día. Recuerda que con una Confesión se pueden obtener varias indulgencias, aunque es mejor confesarse con frecuencia para ahondar en la conversión y pureza de corazón. En cambio, con una sola Comunión y oración por el Papa sólo se gana una indulgencia plenaria. Fuente: aciprensa
Miércoles santo. El día de los interrogantes.
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El día de los interrogantes
En la 1ª lectura de hoy, miércoles santo, del profeta Isaías (3º Cántico del Siervo de Yahvé) se hacen tres preguntas que bien podrían estar en boca de Jesús y no dejar de interpelarnos: “¿Quién pleiteará contra mí?” “¿Quién es mi rival?” “¿Quién probará que soy culpable?”
También nosotros, amaestrados por la Pascua de Jesús, debemos, como el Siervo, confiar plenamente en Dios. Estamos empeñados en una tarea cristiana que supone lucha y que es signo de contradicción. Pero, de la mano de Dios, no debemos darnos nunca por vencidos: ¿Quién pleiteará contra mí? Si alguna vez nos toca «aguantar afrentas» o «recibir insultos», basta que miremos a Cristo en la cruz para aprender generosidad y fidelidad. Incluso cuando alguien nos traicione, como a él.
Curiosamente hay otros tres interrogantes en el Evangelio que hoy se proclama. Y que de igual modo no dejan de interpelarnos “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” “Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?” Éstos están pronunciados por los discípulos.
Con respecto al primero, tal vez nosotros, haciendo mal uso de nuestra libertad, podríamos proponer un interrogante como éste a nuestro mundo, ese mundo de tinieblas que en ocasiones nos tienta para que de un modo u otro le entreguemos al Señor. Meditemos en ello y pidamos fuerza para mantenernos fieles en el momento de la prueba.
El segundo interrogante se lo podemos hacer nosotros a Jesús, y también como los discípulos escuchar: “en tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos”. Sí, en tu casa, en tu corazón, en tu interior.
Ya lo dijo san Andrés de Creta:
“Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena...”
Pero sin intimismos, porque Jesús desea celebrar esta Pascua con sus discípulos, con todo hombre.
Así pues, preparemos nuestro corazón para celebrar con dignidad estos días santos que se avecinan.
Y por último abordamos ese tercer interrogante: “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?” Y reconozcamos con toda la humildad de que seamos capaces y conscientes de que todos podemos, en nuestra fragilidad, ser el traidor.
Con este interrogante podríamos responder a cada uno de los que nos planteaba Isaías.
“¿Quién pleiteará contra mí?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
“¿Quién es mi rival?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
“¿Quién probará que soy culpable?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
Sigamos a Jesús muy cerca en este Triduo santo para que participemos de la alegría de saberlo Resucitado. Sor Flora Mª Collado O. P.Monasterio Sancti Spiritus Dominicos.org
Martes santo. Lecturas, comentarios y audio.
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«El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de allí! Todos los santos han bebido de aquí» (Francisco)
Jesús, después del lavatorio de los pies y las primeras alusiones a la traición (vv. 10-11.18), declara abiertamente, profundamente conmovido: "Uno de vosotros me va a traicionar". El anuncio y su misma turbación dejan perplejos y desconcertados a los apóstoles, que tratan de identificar al traidor... En estas circunstancias aparecen algunos rasgos de la vida de la comunidad de los Doce con Jesús: la iniciativa de Pedro, evidenciando su autoridad; la relación de particular sintonía de un discípulo con el Señor; la infinita delicadeza de Jesús, que, mientras señala a Judas el traidor, le ofrece un bocado de pan untado, signo de honor y deferencia, última provocación del amor. Pero como Judas rechaza definitivamente responder al amor de Jesús, la suerte del Nazareno está echada, y no tolera demora (v. 27b). Por lo demás, una vez tomado el bocado de la amistad y rechazando al Amigo, Judas no puede estar en el círculo de los amigos: "Salió inmediatamente. Era de noche". La noche de la mentira, del odio que relega en la soledad, en el reino de Satanás. Jesús explica el sentido de cuanto está acaeciendo.
Precisamente ahora que Judas ha salido a ejecutar su plan de traicionar a su Maestro, el Hijo del hombre es glorificado. Y Dios es glorificado en él porque, en la entrega del Hijo a la cruz, manifiesta su amor sin límites a la humanidad. La hora de la muerte y la de la resurrección constituyen, juntas, la hora única de la gloria, de la espléndida manifestación de Dios, que es amor.
Con el v. 33 comienza el discurso de despedida de Jesús a los suyos. Sabe que dejará un vacío imposible de llenar (v. 33a), aunque necesario (v. 33b) y no definitivo, como aparece en la respuesta a Pedro. Pero en su generosidad intempestiva, el apóstol no soporta esperar y dice estar dispuesto a dar la vida con tal de seguir al Señor. Precisamente aquí se revela la necesidad de la separación de Jesús: sin la fuerza que brota de su pasión y resurrección, sin la presencia del Espíritu, nadie está en disposición de seguir a Cristo {"Antes de que el gallo cante...": v. 38b).
MEDITATIO: Como un amigo al que estamos habituados de repente puede parecemos desconocido, extraño en el misterio de su persona, así debió de pasar a los discípulos en el cenáculo aquella tarde. Lo mismo nos pasa a nosotros hoy con Jesús: no comprendemos ya nada, nos quedamos perplejos ante la predicción que nos hace. Percibimos que verdaderamente conoce la posibilidad de nuestra traición, de nuestra falta de mantener la palabra, de esas sutiles, insinuantes afirmaciones que tenemos a flor de labios y hieren el corazón de la comunidad cristiana...
Y nosotros ni siquiera nos damos cuenta de lo profunda que es la herida en su corazón, del que está en agonía hasta el fin del mundo, según la expresión de Pascal.
Y a pesar de todo -por siempre-, para él el traidor sigue siendo el amigo al que brinda un último gesto de predilección. Porque el amor no retira lo que ha dado, no reniega de lo que es. Prefiere consumirse en el dolor y la muerte...
Pero hoy, en la noche que rodea la sala de la cena, una luz queda encendida: finalmente hemos intuido algo del misterio de Jesús. Para cada uno de nosotros, que llevamos dentro las tinieblas de Judas, las frágiles corazonadas de Pedro y -esperemos- el amor de Juan, por cada uno de nosotros no cesa de ofrecerse a sí mismo, porque nos ha amado hasta el extremo. Ésta es su gloria: mostrar en el rostro desfigurado por el sufrimiento que el amor de Dios es fiel siempre, que el amor vencerá a la muerte. Es más, ya la ha vencido.
ORATIO: Señor Jesús, en este crepúsculo del tiempo compartimos contigo la cena: pero todavía no comprendemos tu misterio. Y, sin embargo, creíamos que te conocíamos desde hacía tanto...
Y cuando con profunda emoción tú nos revelas nuestro propio misterio -la tremenda posibilidad de traición y odio-, intuimos que tú nos conoces desde siempre.
Ayúdanos, Señor, a acoger la verdad del mal que hay en nosotros sin mirarnos con desconfianza unos con otros, sin manifestar un disgusto desesperado de nosotros mismos, sin presumir de ser diferentes, mejores, dispuestos a dar la vida por ti: no cantaría el gallo y te habríamos negado no tres, sino infinitas veces.
Danos la fortaleza de permanecer en la luz de aquella sala en la planta de arriba: allí se revela, a tu luz, lo que de verdad somos, y fuera es de noche. Entonces podremos comprender algo de ti, que eres el Amigo por siempre y no cesas de atraernos con vínculos de bondad: aunque te neguemos, tú permaneces fiel, porque no puedes negarte a ti mismo.
CONTEMPLATIO: Ahora llega la tarde de aquel día y la tarde de una vida tan breve. Jesús está con los suyos [...]. Notemos la profunda soledad que le rodea. Jesús está tan solo que nuestro corazón se llena de miedo. Él está sentado en medio de los suyos; les dirige la palabra, pero ellos no le comprenden.
En torno a él reina una terrible y misteriosa soledad, en la que lo aprisiona el mundo que se ha cerrado en sí mismo. Se trata -si se nos permite decirlo así- de la soledad de Dios en el mundo que le pertenece pero que no ha querido acogerle (Jn 1,11).
Y, a pesar de todo, quiere regalarles el don supremo.
Jesús pone su misma persona en este misterio del cordero pascual: él es el viviente que mañana deberá morir para expiar con su muerte el pecado del mundo. Tratemos de ser muy conscientes del alcance de este acontecimiento, frente al cual sólo caben dos alternativas: la opción que nos lleva a creer y a adorar o el rechazo.
Esto es lo que acontece aquella tarde. Luego llegará la muerte. Y, después de la muerte, la resurrección. Y cincuenta días después, tendrá lugar el acontecimiento de Pentecostés, y el Espíritu Santo hará su entrada en el tiempo. Él asumirá la dirección de la Historia Sagrada y hará a los creyentes capaces de comprender o, mejor dicho, de revivir lo que pasó en la soledad y desorientación de esa última tarde (R. Guardini, // messaggio di san Giovanni).
"Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros" (Rom 8,32).
LECTURA: La miseria del hombre consiste en haber traicionado a Dios. Ninguna injusticia humana será de verdad reparada hasta que no se repare esta injusticia con Dios. Nos acusamos unos a otros, y todos somos culpables. Y los más culpables somos nosotros, los cristianos mediocres. Siempre deberemos hacer esta confesión, siempre seremos indignos de Cristo. Pero no es el momento de procesar al hombre cuando Dios agoniza en nuestros corazones.
Ciertamente, hay necesidades materiales que debemos satisfacer hoy, pues hay miserias corporales que no pueden demorarse ni una hora más. Mi intención no es tanto la de atenuar el sentimiento de su urgencia cuanto demostrar que su existencia proviene de nuestro abandono de Dios y que su curación se derivará infaliblemente de nuestro retorno a Dios. Lo que resulta tan grave en la hora presente - y a la vez tan grande- es que todos los problemas conllevan, de manera muy acuciante, una resonancia mística, comprometen el Reino de Dios y nos imponen el deber inexorable de ayudar a Dios crucificado, condenado por nuestro egoísmo y prisionero de su Amor; compadeciendo su dolor antes de enternecernos por el nuestro, esforzándonos por aliviar la herida que hace derramar sangre a su corazón.
Ahora es el tiempo de salir a su encuentro en el camino doloroso al que las culpas humanas le arrastran martirizando su rostro en el alma pecadora. Es necesario que nuestro corazón se convierta en sacramento del suyo y que ninguno de nuestros hermanos pueda lamentarse de no haber encontrado en nosotros su ternura. Entonces disminuirán el dolor y la sombra que proyecta sobre el rostro del Amor (M. Zundel, Vangelo interiore). Gracias a: Rezando Voy, Santa Clara de Estella, evangeli.net y Ciudad Redonda.org. Imágenes: Nerina Canzi / Sieger Koder
Lunes santo. Lecturas, comentarios y extras.
No gritará, no alzará la voz, no voceará por las calles;
no romperá la caña cascada ni apagará la mecha que se extingue. Proclamará fielmente la salvación
y no desfallecerá ni desmayará hasta implantarla en la tierra. Los pueblos lejanos anhelan su enseñanza.
Así dice el Señor Dios, que creó y desplegó el cielo, que asentó la tierra y su vegetación, que concede aliento a sus habitantes y vida a los que se mueven en ella:
Yo, el Señor, te llamé según mi plan salvador; te tomé de la mano, te formé e hice de ti alianza del pueblo y luz de las naciones,
para abrir los ojos de los ciegos, sacar de la cárcel a los cautivos y del calabozo a los que habitan las tinieblas.
En estos días santos, se yergue ante nosotros la figura del Siervo de YHWH silenciosa y majestuosa, para introducirnos en el misterio pascual: su elección, misión y sufrimientos son profecía de la suerte de Cristo. Dios mismo presenta a su Siervo. Él lo ha elegido para una misión difícil y de capital importancia, por ello le sostiene. Consagrado con el espíritu profético, el Siervo llevará el "derecho" a todas las gentes, es decir, el conocimiento práctico de los juicios de Dios (v. 1). Este carácter "judiciario" se ilustra con la imagen de los vv. 2s, donde la misión del Siervo se describe teniendo en cuenta la figura del "heraldo del gran Rey". Según las costumbres de Babilonia, el heraldo estaba encargado de proclamar en las plazas de la ciudad los decretos de condenas a muerte. Si al concluir el pregón no surgía ningún testimonio en defensa del condenado, rompía la caña y apagaba la lámpara que llevaba, para indicar que la condena era ya irrevocable.
Ahora bien, el Siervo del único verdadero Rey, Dios, no quiebra la caña cascada. Mensajero de su juicio, no viene a condenar, sino a salvar. Con la fuerza de la mansedumbre y la firmeza de la verdad, perseverará en su tarea; las regiones más remotas, los que están lejanos de Dios, atenderán a la torah, la enseñanza que nos trae (v. 4). En Cristo, la figura se convierte en realidad. Cristo es a la vez verdadero Siervo doliente y verdadero libertador de la humanidad de la cárcel del pecado, elegido y enviado para la salvación. El es la luz que ha venido al mundo a iluminar a todas las gentes. El es el mediador de una nueva y eterna alianza (vv. 6s), ratificada con su cuerpo entregado y con su sangre derramada.
El Señor es mi luz y mi salvación. Salmo 26:1-3, 13-14
Yahveh es mi luz y mi salvación, a quién he de temer? Yahveh, el refugio de mi vida, por quién he de temblar?
Cuando se acercan contra mí los malhechores a devorar mi carne, son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben.
Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme; aunque estalle una guerra contra mí, estoy seguro en ella.
Ay, si estuviera seguro de ver la bondad de Yahveh en la tierra de los vivos!
Espera en Yahveh, ten valor y firme corazón, espera en Yahveh.
Evangelio: Juan 12,1-11 Seis días antes de la fiesta judía de la pascua, llegó Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos.
Ofrecieron allí una cena en honor de Jesús. Marta servía la mesa y Lázaro era uno de los comensales.
María se presentó con un frasco de perfume muy caro, casi medio litro de nardo puro, y ungió con él los pies de Jesús; después, los secó con sus cabellos. La casa se llenó de aquel perfume tan exquisito.
Judas Iscariote, uno de los discípulos -el que lo iba a traicionar-, protestó, diciendo:
Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para repartirlo entre los pobres?
Si dijo esto, no fue porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón y, como tenía a su cargo la bolsa del dinero común, robaba de lo que echaban en ella.
Jesús le dijo: - !Déjala en paz! Esto que ha hecho anticipa el día de mi sepultura.
Además, a los pobres los tenéis siempre con vosotros; a mí, en cambio, no siempre me tendréis.
Un gran número de judíos se enteró de que Jesús estaba en Betania, y fueron allá, no sólo para ver a Jesús, sino también a Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos.
Los jefes de los sacerdotes tomaron entonces la decisión de eliminar también a Lázaro,
porque, por su causa, muchos judíos se alejaban de ellos y creían en Jesús.
"Seis días antes de la fiesta judía": la habitual precisión de Juan nos permite hoy revivir puntualmente, en la liturgia, la gracia de los últimos acontecimientos que preparan la pascua del Señor. La cena de Betania es preludio de la última cena. Según la mentalidad de aquel tiempo, la comida, particularmente la consumida juntos, reviste un carácter sagrado, pues indica comunión de vida y acción de gracias por la misma vida. Este aspecto, en esta cena, se profundiza ulteriormente por la presencia de Lázaro, "resucitado de entre los muertos", del que se dice que era uno de los que "estaban recostados" con Jesús (según la costumbre de comer recostados): gran proximidad de vida y muerte, presagio de comunidad de destino... Pero es la figura de María la que aparece en primer plano con su silencioso gesto de amor de adoración, sin cálculo ni medida. El perfume que derrama a los pies de Jesús es sumamente caro: trescientos denarios corresponden al salario de diez meses de trabajo de un obrero. Y toda la casa -nota el evangelista aludiendo al Cantar de los Cantares (1,12)- se llenó de la fragancia. Es un detalle que nos muestra en María la imagen de la Iglesia-Esposa unida amorosamente al sacrificio de Cristo-Esposo. A la donación total sin límites se contrapone la tacañería de Judas Iscariote (vv. 4-6).
Sin medias tintas, Juan nos presenta dos tipos en el seguimiento del Señor, María y Judas: el amor dilató el corazón de una; la mezquindad cerró de par en par el corazón del otro.
MEDITATIO: También se nos invita a la cena de Betania para estar con Jesús en esa atmósfera cálida de afecto y amistad.
Permanecemos en esa casa acogedora para afianzar nuestro seguimiento de Jesús: un camino de salvación, de la muerte a la vida, como le sucedió a Lázaro, o de activa solicitud que se convierte en servicio cotidiano al Maestro y a los suyos, como Marta. Un camino de amor, de adoración, que dilata día tras día el corazón, o quizás de reservas, resistencias y cálculos cada vez más mezquinos que acaban ahogándonos en la avaricia: María y Judas, ambos discípulos del Señor, se nos presentan como ejemplos-límite.
El estar con Jesús, escuchar su Palabra, compartir con él la existencia, no es todavía lo que decide nuestra meta y los pasos para lograrla. Es decisivo reconocer y acoger el amor que él da, el Amor que él es. Judas no lo acogió, por eso condena el "derroche" de María, haciendo sus cuentas con el pretexto de los pobres... María ha hecho de ese amor su vida; el centro de gravedad que la saca fuera de sí misma sin cálculos, sin razonamientos; con intuición muy precisa y luminosa, se ha quedado con lo esencial: con el pobre Jesús que da todo.
María no puede esperar, y quiere imitar, con el símbolo de un gesto, a su Maestro: derrama sobre esos pies que le han abierto el camino de una plenitud inesperada de amor -ahora en el tiempo y, lo cree firmemente, también en la eternidad- el nardo preciosísimo guardado con cuidado, imagen de una vida totalmente derramada en la caridad. "Y toda la casa se llenó de la fragancia del perfume."
ORATIO: Señor Jesús, Hijo de Dios, que has venido al mundo para ser el hombre más familiar de nuestra casa, ven esta tarde y todas las tardes a compartir con nosotros la cena de los amigos. Haz de cada uno de nosotros tu Betania perfumada de nardo, donde los íntimos secretos de tu corazón encuentren el camino silencioso de nuestro corazón, para que podamos vivir contigo la hora suprema del amor y decirte, con un gesto de pura adoración, cómo queremos -porque tú mismo lo has hecho por nosotros- vivir tu vida y morir tu muerte. Amén.
Estando ocupada con este afán, de repente oí una voz que me dijo: "Yo no te amé fingidamente". Aquella palabra me hirió con dolor de muerte, pues se me abrieron al punto los ojos del alma, viendo cuan verdadero era lo que me decía. Veía los efectos de aquel amor y lo que movido por él hizo el Hijo de Dios. Veía en mí todo lo contrario, porque yo le amaba sólo fingidamente, no de verdad. Ver esto era para mí un dolor de muerte tan insufrible que me creía morir. De pronto me fueron dichas otras palabras que aumentaron mi dolor.
Mientras daba vueltas a aquellas palabras, él añadió: "Soy yo más íntimo a tu alma que lo es tu alma a sí misma". Esto aumentaba mi dolor, porque cuanto más íntimo le veía a mí misma, tanto más reconocía la hipocresía de mi parte. Estas palabras suscitaron en mi alma deseos de no querer sentir, ni ver ni decir nada que pudiese ofender a Dios. Y es que eso es lo que Dios requiere a sus hijos, a los que ha llamado y escogido para sentirle, verle y hablar con él Ángela de Foligno,
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ACTIO: "Haced del amor la norma de vuestra vida, a imitación de Cristo, que nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros" (Ef 5,2).
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LECTURA: El ungüento que María extiende es el símbolo de la comunión nupcial con Jesús manifestado por la comunidad cristiana. Celebramos la llamada de nuestras comunidades cristianas, representadas por María de Betania, a la comunión total con Jesús, dador de vida. Es él quien transforma lo que debería haber sido un banquete fúnebre en memoria de Lázaro en un banquete gozoso. Es él quien cambia el hedor insoportable de un muerto "de cuatro días" en el perfume que inunda la casa de alegría. Es él quien contesta a todos los Judas de la tierra, que consideran un despilfarro el ungüento precioso de la intimidad con Dios y oponen los pobres al Señor. Es él quien rechaza la "práctica" de los que prefieren la eficiencia del dinero a cualquier éxtasis de amor y reducen maliciosamente a un valor monetario lo que no tiene precio. Es a él, en resumidas cuentas, a quien debemos buscar en la oración del abandono, en la experiencia contemplativa y en nuestro modo de vivir.
Que el Señor nos libre del error de Judas, que, insensible al perfume de nardo, sólo escucha el tintinear de las monedas, y en vez de percibir el resplandor del aceite, se deja seducir por el brillo del dinero. Cuál es este perfume de ungüento con el que debemos llenar la casa, y cuál es este buen olor de Cristo que debemos difundir por el mundo? El perfume que debe llenar la casa es la comunión. Naturalmente, como el que compró María de Betania, el ungüento de la comunión tiene un precio muy elevado. Y debemos pagarlo sin rebajas, con mucha oración, ya que no se trata de un producto comercial de venta en nuestras perfumerías, ni es fruto de nuestros esfuerzos titánicos. Es un don de Dios que debemos implorar sin cansarnos. Pero lo obtendremos, estoy seguro, y su perfume llenará toda nuestra Iglesia (A. Bello, Lessico di comunione, Terlizzi). Gracias a: antaclaradeestella.es