Cuando yo era niño, había una canción popular cuyo estribillo repetía esta frase: Everyone is searching for Utopia (Todos buscamos la Utopía). Sí, todos la buscamos. Todos nosotros ansiamos un mundo sin límites, una vida en la que nada vaya mal, un lugar en el que no haya tensión ni frustración. Pero eso nunca se da. No existe tal lugar.
Anahid Nersessian escribió recientemente un libro tituladoLa Utopía, limitada: Romanticismo y ajuste, en el que critica diversas ideologías por dar, ingenuamente, la impresión de que podemos tener un mundo sin límites. Particularmente reprocha la ideología liberal, la cual -refiere ella- privilegia la ilimitación oponiendo “a sí misma, al menos por negligencia, el regulador y la guía del deseo”. Pero, como ella arguye en el libro, la limitación es lo que da vida.
Encontraremos la felicidad sólo cuando nos acomodemos al mundo minimizando las demandas que ponemos en él. Para Nersessian, si hay que tener Utopía, se tendrá sólo encontrando los límites realistas de nuestras vidas y ajustándonos a ellos. La sobre-expectación contribuye a la decepción.
Está en lo cierto. Creer que hay un mundo sin límites contribuye a expectativas irrealistas y a mucha frustración. Pensando que podemos encontrar la Utopía, establecemosinvariablemente lo perfecto como el enemigo de lo bueno: denigrando habitualmente así nuestras actuales relaciones, matrimonios, carreras y vidas porque estas, a diferencia de nuestras fantasías, tienen límites perpetuamente y por tanto siempre parecen lo segundo mejor.
Nersessian tiende a reprochar a la ideología liberal por darnos esta impresión, pero el sueño irrealista y la expectativa de la Utopía es lo máximo en cualquier lugar del mundo. En efecto, ya no tenemos más, ni en nuestras iglesias o ni en nuestro mundo, las herramientas simbólicas para explicar con propiedad o manejar la frustración. ¿Cómo es eso?
Cuando yo era niño, mi cabeza no sólo reflejaba la tonada Everyone is looking for Utopia; reflejaba también algunas otras tonadas que había aprendido en la iglesia y en la cultura en general. Nuestras iglesias entonces nos instruían sobre algo llamado “pecado original”, la creencia de que una caída primera en los orígenes de vida humana había agrietado, hasta el final de los tiempos, nuestra naturaleza humana y la naturaleza misma, de tal manera que aquello que encontraremos y experimentaremos en esta vida siempre será imperfecto, limitado, algo doloroso y algo frustrante.
A veces, esto se entendió demasiado simplistamente y a veces nos dejó preguntándonos sobre la naturaleza de Dios, pero en cambio nos dio una visión con la que entender la vida y manejar la frustración. Al cabo del tiempo, eso nos enseñó que, a este lado de la eternidad, no hay nada como un gozo claro y puro. Todo tiene sombra. La felicidad se basa en aceptar estos límites, no en la resignación estoica sino en una visión práctica y alegre que, porque ya tiene límite incorporado y no tiene falsas expectativas, te permite recibir, honrar y gozar con propiedad las buenas cosas de la vida. Ya que lo perfecto no se puede tener en esta vida, date, por tanto, permiso para apreciar lo imperfecto.
Esta visión religiosa fue reforzada por una cultura que también nos dijo que no había Utopía que tener aquí. En vez de eso, nos dijo que, mientras tal vez sueñes alto y esperes vivir mejor que tus padres, no esperes poder tener todo. La vida no puede facilitarte eso. Como su contraparte en su explicación del pecado original, esta sabiduría secular también tuvo sus expresiones máximamente simplistas y devaluadas. Pero ello ayudó a estampar en nosotros algunas herramientas con las que entender la vida de una manera más realista. Nos dijo, en su propia forma devaluada, una verdad que he citado con frecuencia de Karl Rahner: En la angustia de la insuficiencia de todo lo accesible, entendemos por fin que, aquí en esta vida, no hay ninguna sinfonía acabada. ¡Qué sucinto y qué preciso!
Es interesante notar cómo esta visión religiosa tiene su paralelo en la visión atea del contemporáneo de Rahner, el escritor ganador del Premio Nobel Albert Camus. Camus, que no creía en Dios, propuso famosamente una imagen en la cual entender la vida humana y sus frustraciones: Comparó este mundo a una cárcel medieval. Algunas cárceles medievales estaban deliberadamente construidas con el fin de ser demasiado pequeñas para los prisioneros, con un techo tan bajo que el prisionero nunca pudiera estar totalmente de pie y el sitio mismo demasiado pequeño para que el prisionero nunca se estirara del todo. La idea era que la frustración de no poder levantarse o estirarse totalmente quebrara por fin el espíritu del prisionero, como un domador que amansa un caballo. Para Camus, esta es nuestra experiencia del mundo. Nunca podemos estar de pie totalmente ni estirarnos del todo. El mundo es demasiado pequeño para nosotros. Mientras esto pueda parecer riguroso, estoico y ateo, al fin enseña la misma verdad que el Cristianismo: no hay Utopía a este lado de la eternidad.
Y necesitamos, de manera sana, integrar esta verdad en las vidas como para equiparnos mejor con el fin de manejar la frustración y apreciar las vidas que de hecho estamos viviendo.