Sobre la base de su aparente derrota, Murdoch plantea la pregunta:
¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está la equidad? ¿No debería triunfar la
bondad? Murdoch, una agnóstica, sugiere que, en la realidad, una vida
buena no siempre contribuye al triunfo de la bondad. Sin embargo, si la
bondad se mantiene y no se traiciona a sí misma, su derrota será honrosa.
Así, para ella, lo que tú deseas evitar es una derrota deshonrosa, o sea, la derrota a la que te enfrentarás, a pesar de tu bondad. A veces no puedes salvar el mundo o incluso la situación. Pero puedes salvar tu propia integridad y traer ese componente moral al mundo y a la situación; y al hacer eso, preservas tu propia dignidad. Fuiste derrotado, pero con honor. Entonces la bondad no habrá sufrido una derrota deshonrosa.
Eso es un bello estoicismo; y, si tú no eres creyente, es un consejo tan sabio como el que hay: ¡Sé sincero contigo mismo! No traiciones al que y lo que eres, aun cuando te encuentres como unanimidad-menos-uno. Sin embargo, el Cristianismo, aun respetando esta clase de estoicismo, sitúa la cuestión de la victoria y la derrota en una perspectiva muy diferente.
En nuestra fe cristiana, la derrota y la victoria están radicalmente redefinidas. Hablamos, por ejemplo, de la victoria de la cruz, del día en que Jesús murió como Viernes “Bueno” (“Santo”), del poder transformador de la humillación y de cómo ganamos nuestras vidas al perderlas. La derrota terrena, para nosotros, aún puede ser victoria, justo como la victoria terrena puede ser una triste derrota. Verdaderamente, en una perspectiva cristiana, aun sin considerar la otra vida, a veces nuestras derrotas y humillaciones son lo que permite que fluyan en nosotros la profundidad y la vida más rica, y a veces nuestras victorias nos privan de las verdaderas cosas que nos traen comunidad, intimidad y felicidad. El misterio pascual redefine radicalmente tanto la derrota como la victoria.
Pero esta comprensión no viene fácilmente. Es la antítesis de la sabiduría cultural. Verdaderamente, ni siquiera a los contemporáneos de Jesús les resultó fácil. Después de que Jesús murió de la manera más humillante que una persona podía sufrir en ese tiempo, al ser crucificado, la primera generación de cristianos tuvo una masiva lucha no sólo con el hecho de que murió, sino particularmente con la manera en que murió. Primero, para ellos, si Jesús era el Mesías largamente esperado, de ninguna manera se suponía que iba a morir. Dios está por encima de la muerte y ciertamente más allá de ser matado por los humanos. Además, como doctrina de fe, ellos creían que la muerte era la consecuencia del pecado; y así, si alguien no pecaba, se suponía que no moría. Pero Jesús había muerto. Finalmente, lo más desconcertante de todo respecto de la fe fue la manera humillante de su muerte. La crucifixión era señalada por los romanos no sólo como pena capital sino como una manera de muerte que humillaba total y públicamente el cuerpo de la persona. Jesús tuvo una muerte lo más humillante posible. Nadie llamó al Viernes Santo “bueno” durante los primeros días y años que siguieron a su muerte. En cambio, dada su resurrección, ellos intuyeron, sin comprenderlo explícitamente, que la derrota de Jesús en la crucifixión era el triunfo culminante, y que las categorías que contribuyeron a la victoria y derrota eran ahora diferentes para siempre.
Inicialmente, carecieron de las palabras para expresar esto. Durante varios años después de la resurrección, los cristianos fueron reacios a mencionar la manera como murió Jesús. Era un derrota a los ojos del mundo y no estaban para contarlo. Así que permanecieron en su mayor parte callados sobre eso. La conversión de san Pablo y sus posteriores puntos de vista cambiaron esto. Como alguien educado en la fe judía, Pablo también luchó para explicar cómo una derrota humillante en este mundo podía ser de hecho una victoria. Sin embargo, después de su conversión al Cristianismo, por fin entendió cómo la bondad podía asumir el pecado e incluso “venir a ser pecado él mismo” por nuestra causa. Eso transformó radicalmente nuestros conceptos de derrota y victoria. La cruz fue vista a partir de entonces como la victoria suma; y, en vez de la humillación de la cruz siendo causa de vergüenza, vino a ser la joya de la corona: “Yo no predico más que la cruz de Cristo”. Eso nos dio los relatos de la pasión.
Vivimos en un mundo en el que, mayoritariamente, aún se define la derrota y la victoria como quien consigue estar en lo más alto en términos de éxito, adulación, fama, influencia, reputación, dinero, confort, placer y seguridad en esta vida. Habrá muchas derrotas en nuestras vidas; y, si carecemos de una perspectiva cristiana, entonces lo mejor que podemos hacer es tomar en serio el consejo de Iris Murdoch: Siendo realistas, la bondad no triunfará; así que trata de evitar una derrota deshonrosa.
Nuestra fe cristiana, mientras honra esa verdad, nos desafía a algo más.
Así, para ella, lo que tú deseas evitar es una derrota deshonrosa, o sea, la derrota a la que te enfrentarás, a pesar de tu bondad. A veces no puedes salvar el mundo o incluso la situación. Pero puedes salvar tu propia integridad y traer ese componente moral al mundo y a la situación; y al hacer eso, preservas tu propia dignidad. Fuiste derrotado, pero con honor. Entonces la bondad no habrá sufrido una derrota deshonrosa.
Eso es un bello estoicismo; y, si tú no eres creyente, es un consejo tan sabio como el que hay: ¡Sé sincero contigo mismo! No traiciones al que y lo que eres, aun cuando te encuentres como unanimidad-menos-uno. Sin embargo, el Cristianismo, aun respetando esta clase de estoicismo, sitúa la cuestión de la victoria y la derrota en una perspectiva muy diferente.
En nuestra fe cristiana, la derrota y la victoria están radicalmente redefinidas. Hablamos, por ejemplo, de la victoria de la cruz, del día en que Jesús murió como Viernes “Bueno” (“Santo”), del poder transformador de la humillación y de cómo ganamos nuestras vidas al perderlas. La derrota terrena, para nosotros, aún puede ser victoria, justo como la victoria terrena puede ser una triste derrota. Verdaderamente, en una perspectiva cristiana, aun sin considerar la otra vida, a veces nuestras derrotas y humillaciones son lo que permite que fluyan en nosotros la profundidad y la vida más rica, y a veces nuestras victorias nos privan de las verdaderas cosas que nos traen comunidad, intimidad y felicidad. El misterio pascual redefine radicalmente tanto la derrota como la victoria.
Pero esta comprensión no viene fácilmente. Es la antítesis de la sabiduría cultural. Verdaderamente, ni siquiera a los contemporáneos de Jesús les resultó fácil. Después de que Jesús murió de la manera más humillante que una persona podía sufrir en ese tiempo, al ser crucificado, la primera generación de cristianos tuvo una masiva lucha no sólo con el hecho de que murió, sino particularmente con la manera en que murió. Primero, para ellos, si Jesús era el Mesías largamente esperado, de ninguna manera se suponía que iba a morir. Dios está por encima de la muerte y ciertamente más allá de ser matado por los humanos. Además, como doctrina de fe, ellos creían que la muerte era la consecuencia del pecado; y así, si alguien no pecaba, se suponía que no moría. Pero Jesús había muerto. Finalmente, lo más desconcertante de todo respecto de la fe fue la manera humillante de su muerte. La crucifixión era señalada por los romanos no sólo como pena capital sino como una manera de muerte que humillaba total y públicamente el cuerpo de la persona. Jesús tuvo una muerte lo más humillante posible. Nadie llamó al Viernes Santo “bueno” durante los primeros días y años que siguieron a su muerte. En cambio, dada su resurrección, ellos intuyeron, sin comprenderlo explícitamente, que la derrota de Jesús en la crucifixión era el triunfo culminante, y que las categorías que contribuyeron a la victoria y derrota eran ahora diferentes para siempre.
Inicialmente, carecieron de las palabras para expresar esto. Durante varios años después de la resurrección, los cristianos fueron reacios a mencionar la manera como murió Jesús. Era un derrota a los ojos del mundo y no estaban para contarlo. Así que permanecieron en su mayor parte callados sobre eso. La conversión de san Pablo y sus posteriores puntos de vista cambiaron esto. Como alguien educado en la fe judía, Pablo también luchó para explicar cómo una derrota humillante en este mundo podía ser de hecho una victoria. Sin embargo, después de su conversión al Cristianismo, por fin entendió cómo la bondad podía asumir el pecado e incluso “venir a ser pecado él mismo” por nuestra causa. Eso transformó radicalmente nuestros conceptos de derrota y victoria. La cruz fue vista a partir de entonces como la victoria suma; y, en vez de la humillación de la cruz siendo causa de vergüenza, vino a ser la joya de la corona: “Yo no predico más que la cruz de Cristo”. Eso nos dio los relatos de la pasión.
Vivimos en un mundo en el que, mayoritariamente, aún se define la derrota y la victoria como quien consigue estar en lo más alto en términos de éxito, adulación, fama, influencia, reputación, dinero, confort, placer y seguridad en esta vida. Habrá muchas derrotas en nuestras vidas; y, si carecemos de una perspectiva cristiana, entonces lo mejor que podemos hacer es tomar en serio el consejo de Iris Murdoch: Siendo realistas, la bondad no triunfará; así que trata de evitar una derrota deshonrosa.
Nuestra fe cristiana, mientras honra esa verdad, nos desafía a algo más.