A todos nosotros -estoy seguro- nos es familiar la persona de Dorothy Day y aquello sobre lo que fue el trabajo de su vida. Por cierto, que el papa Francisco, dirigiéndose al Congreso de Estados Unidos, escogió a cuatro americanos que -sugiere él- conectaron la espiritualidad a la vida de servicio de una manera extraordinaria: Abraham Lincoln, Martin Luther King, Thomas Merton y Dorothy Day. Esta nueva biografía nos da un fiel retrato de quién fue, de hecho, esta maravillosa mujer.
Este libro es extraordinario por varias razones: Kate Hennessy es una escritora muy buena, el libro es el producto de años de investigación, ella es nieta de Dorothy y tuvo una relación muy estrecha y especial con su abuela, y consigue, al contar la historia de Dorothy, mantener una distancia sanamente crítica y a la vez estética. Su visión es privilegiada y también rara; privilegiada por su íntima relación con Dorothy y rara porque la mayoría de los autores que están tan íntimamente atados a su asunto, no pueden mantener una distancia crítica y equilibrada. Hennessy admite que hacer esto no fue una tarea fácil: “Ese es el peligro de la santidad en el peldaño de tu propia puerta, en tu propia familia. Tanto si no puedes verlo porque la vista es demasiado cercana, como si lo haces, sientes que no tienes una ocasión de ser la persona que ella fue. Sientes que es una lástima que estés emparentada”.
Y esa combinación contribuye a un extraordinario libro que nos permite ver un lado de Dorothy Day que nunca veríamos de otro modo. Más allá de esta cercanía de Dorothy Day, Hennessy cuenta historias sobre algunas de las personas claves que rodearon a Dorothy: Su relación con el hombre que fue el padre de su hija, Forster Buttermann, con el que mantuvo una amistad de por vida. La biografía de Hennessy deshace el mito de que, con su conversión, Dorothy dio fríamente y para siempre la espalda a este hombre. No es cierto. Ellos siempre mantuvieron cercanas sus vidas; y Forster, hasta la muerte de ella, continuó siendo compañero íntimo y fiel sostén.
Central también a esta biografía es la historia de la hija de Dorohty, Tamar, la cual, aun cuando es vitalmente importante en la vida de Dorothy, está injustamente ausente en todo que de hecho se conoce sobre Dorothy en la opinión popular. La historia de Tamar, que guarda su propia riqueza y no es ajena a la historia del Catholic Worker (El Obrero Católico), es decisiva para entender a Dorothy Day. No hay comprensión de Dorothy sin la comprensión de la historia de su hija y la de sus nietos. Para entender a Dorothy Day también se tiene que verla como madre y abuela.
Hennessy cuenta cómo, cuando fueron abiertos sus diarios algunos años después de la muerte de Dorothy, Tamar estaba al principio amargamente resistente a tener que desprenderse de ellos para su publicación y cómo esa resistencia sólo fue superada gracias al hombre que los transcribió, Robert Ellsberg. La familia y la misma Tamar se dieron cuenta de que su resistencia estaba basada en el hecho de que los diarios mismos de Dorothy eran injustos en su omisión de la historia de Tamar y el papel de su historia en un relato más extenso de la vida, trabajo y legado de Dorothy.
El libro es una historia también de algunas de las personas que jugaron un papel clave en fundar el Catholic Worker: Peter Maurin, Stanley Vishnewski y Ade Bethune.
Esta no es una historia que siga el clásico género para enaltecer las vidas de los santos, donde la forma es con frecuencia exagerada para destacar la esencia, y el resultado es una sobre-idealización que coloca al santo en un icono. Hennessy destaca que la fe de Dorothy no fue una fe que nunca dudó y que anduvo sobre el agua. De lo que Dorothy nunca dudó fue de que la fe nos llama a la hospitalidad, la no-violencia y al servicio a los pobres. En estas cosas, Dorothy estaba suficientemente centrada en el solo propósito de ser una santa y eso lo manifestaba en su obstinada perseverancia, de modo que al fin ella podía decir: “Cuanta más edad tengo, más siento que la fidelidad y la perseverancia son las virtudes más grandes – aceptando el sentido de fracaso que todos nosotros debemos tener en nuestro trabajo y en el trabajo de otros que están nuestro alrededor, ya que Cristo fue el mayor fracaso del mundo”.
Dicho eso, su vida fue desordenada, muchos de sus proyectos estuvieron frecuentemente en crisis, estuvo siempre desbordada; y, en palabras de su nieta: “Era impetuosa, dictatorial, controladora, crítica y con frecuencia airada, y ella lo sabía. Eso le costó al Catholic Worker, su propia creación, difundir sus teorías”.
Esta es una hagiografía como debería escribirse. Cuenta la historia de cómo una verdadera persona humana, puesta al corriente de las flaquezas, debilidades y confusión que nos acosan a todos, puede, como santa Brígida, echar su manto sobre un rayo de sol y verlo extenderse hasta que trae abundancia y belleza al campo entero.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 08 de mayo de 2017
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