Hoy celebramos la memoria de un hombre que centró toda su existencia en la llegada de Jesucristo a su vida y en el deseo de que esta riqueza llegue, también, a la vida de sus hermanos y hermanas de todo el mundo: San Antonio María Claret. Si tuviese que sintetizar toda la vida de este gran apóstol del siglo XIX en pocas palabras, elegiría la oración que rezaba en cada misión que emprendía por los caminos de Cataluña, Canarias, Cuba y toda España, en medio de fuertes calores, fríos, guerras, calumnias y peligros: “Señor y Padre mío, que te conozca y te haga conocer, que te ame y te haga amar, que te sirva y te haga servir, que te alabe y te haga alabar por todas tus criaturas”. Como ven, esta oración expresa la hondura de una vida totalmente centrada en la acogida de la sorpresa de Dios que se conoce, se ama, se sirve y se alaba cada día, y en el deseo de que esa riqueza llegue a todos los demás. Cuando un cristiano se toma en serio la llegada de Dios a su vida, inmediatamente se convierte en un apóstol que busca por todos los medios posibles que Dios sea conocido, amado, servido y alabado.
Termino recordando la respuesta que el P. Claret dio a una persona admirada de su inmensa capacidad de trabajo apostólico, quien le preguntó: “¿cómo es posible que pueda hacer tanto? El P. Claret le respondió: “Enamoraos de Jesucristo y del prójimo y haréis cosas mayores”. Allí está el desafío: estar vigilantes para acoger ese amor que es capaz de centrarnos, enamorarnos y comprometernos de lleno en la construcción del Reino de Dios. Un saludo fraterno. Carlos Sánchez Miranda, cmf.
Biografía: Antonio Claret nace en Sallent (Barcelona), en la víspera de Nochebuena de 1807, en el seno de una familia profundamente cristiana, dedicada a la fabricación de tejidos.Su infancia transcurrió en medio de la guerra napoleónica, la influencia de las ideas de la revolución francesa y las tensiones entre absolutistas y liberales que marcaron de alguna manera la vida del santo. La eternidad y la providencia de Dios son dos aspectos que marcan su piedad religiosa infantil a la vez influida por la devoción a la Virgen María y a la Eucaristía.
A los doce años, su padre le pone a trabajar en el telar familiar y posteriormente le envía a Barcelona para perfeccionarse en el arte textil. Se dedica con verdadera pasión al trabajo; vivía para él día y noche. Sus oraciones, en cambio, no eran tantas ni tan fervorosas, aunque no deja la misa dominical ni el rezo del rosario. Obsesionado por la fabricación, a veces se sorprende durante la misa con “más máquinas en la cabeza que santos en el altar”. Un día recuerda las palabras de Cristo en el evangelio: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si al fin pierde su alma?”. Y a los 22 años ingresa en el seminario de Vic, sin perder de vista la intención de ser monje cartujo.
Pero de modo providencial el Señor le demuestra que su vocación es otra. A los 27 años es ordenado sacerdote y comienza su tarea parroquial, reforzada siempre por una intensa vida de oración y de estudio.
La parroquia no era lo suyo. Siente, cada vez con más fuerza, que el Señor lo llama a evangelizar. La situación política en Cataluña, dividida por la guerra civil entre liberales y carlistas, y la de la Iglesia, sometida a la desconfianza de los gobernantes, no dejaba otra solución que la de salir de su patria y ofrecerse a Propaganda Fide, encargada entonces de toda la obra de evangelización de cualquier tipo.
En Roma se prepara con unos ejercicios espirituales y el director, que es jesuita, le invita a realizar su proyecto ingresando en la Compañía de Jesús. Pero una enfermedad inesperada le descubre que tampoco ése es su camino y se ve forzado a regresar a su tierra. El P. General de los jesuitas le dijo con resolución: “Es la voluntad de Dios que usted vaya pronto a España; no tenga miedo; ánimo”.
Poco después es enviado por su Obispo a predicar por Cataluña y por toda la Península como misionero apostólico. Recorrió prácticamente toda la región de 1843 a 1847, predicando la Palabra de Dios, siempre a pie, sin aceptar dinero ni regalos por su ministerio. Le movía a ello la imitación de Jesucristo. A pesar de su neutralidad política, pronto iba a sufrir persecuciones por parte de los gobernantes, y calumnias de quienes combatían la fe.
Pero San Antonio María Claret no iba a ser sólo predicador incansable de misiones al pueblo y de ejercicios a sacerdotes y religiosas. Pronto va descubriendo otros medios de apostolado más eficaces. Muy pronto se dio cuenta del ansia de buena parte de la población por la lectura, del efecto que causaba la propaganda anticatólica y de que la palabra escrita permanece y llega incluso a más gente que la hablada. Publicó devocionarios, pequeños opúsculos dirigidos a sacerdotes, religiosas, niños, jóvenes, casadas, padres de familia.y fundó la Librería Religiosa en 1847 con el objeto de recaudar fondos y publicar y difundir obras buenas. Allí edita la Biblia, el Catecismo explicado y hojas de promoción cristiana.
Al serle imposible predicar en Cataluña por la rebelión armada, su obispo lo envió a las Canarias. De febrero de 1848 a mayo de 1849 recorrió las islas. Pronto y familiarmente se le comenzó a llamar “el Padrito”. Tan popular se hizo que es copatrono de la diócesis de las Palmas con la Virgen del Pino.
De vuelta ya en Cataluña, el 16 de julio de 1849, funda en una celda del seminario de Vic la Congregación de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María. La gran obra de Claret comienza humildemente con cinco sacerdotes dotados del mismo espíritu que el Fundador. A los pocos días, el 11 de agosto, comunican a Mosén Claret su nombramiento como Arzobispo de Cuba. A pesar de su resistencia y sus objeciones a cuenta de la Librería Religiosa y la recién fundada Congregación de Misioneros, hubo de aceptar ese cargo por obediencia y fue consagrado en Vic el 6 de octubre de 1850.
La situación en la isla de Cuba es deplorable: explotación y esclavitud, inmoralidad pública, inseguridad familiar, desafecto a la Iglesia y sobre todo progresiva descristianización. Nada más llegar comprende que lo más necesario es emprender un trabajo de renovación en la vida cristiana y promueve una serie de campañas misioneras, en las que participa él mismo, para llevar la Palabra de Dios a todos los poblados. Dio a su ministerio episcopal una interpretación misionera. En seis años recorrió tres veces toda su diócesis. Se preocupó de la renovación espiritual y pastoral del clero y la fundación de comunidades religiosas. Para la educación de la juventud y el cuidado de las instituciones asistenciales logró que los Escolapios, los Jesuitas y las Hijas de la Caridad establecieran comunidades en Cuba. Con la M. Antonia París fundó las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas el 27 de agosto de 1855. Luchó contra la esclavitud; creó una Granja-escuela para los niños pobres, puso una Caja de Ahorros con marcado carácter social, fundó bibliotecas populares. Tanta y tan diversa actividad le supone enfrentamientos, calumnias, persecuciones y atentados. El sufrido en Holguín (1 febrero 1856) casi le cuesta la vida, aunque le hace derramar su sangre por Cristo.
La Reina Isabel II lo elige personalmente como su Confesor en 1857 y se ve obligado a trasladarse a Madrid. Debe acudir semanalmente al menos a la Corte a ejercer su ministerio de confesor y a cuidarse de la educación cristiana del príncipe Alfonso y de las infantas. Debido a su influencia espiritual y a su firmeza, poco a poco va cambiando la situación religiosa y moral de la Corte. Vive austera y pobremente.
Los ministerios de palacio no llenan ni el tiempo ni el espíritu apostólico de monseñor Claret: ejerce una intensa actividad en la ciudad: predica y confiesa, escribe libros, visita cárceles y hospitales. Aprovecha los viajes con los Reyes por España para predicar por todas partes. Promueve la Academia de San Miguel, un proyecto en el que pretende aglutinar a intelectuales y artistas para que “se asocien para fomentar las ciencias y las artes bajo el aspecto religioso, aunar sus esfuerzos para combatir los errores, propagar los buenos libros y con ellos las buenas doctrinas”.
A raíz de la revolución de septiembre de 1868 parte con la Reina hacia el exilio. En París mantiene su ministerio con la Reina y el Príncipe de Asturias, funda las Conferencias de la Sagrada. Familia y se prodiga en múltiples actividades apostólicas.
Para la celebración de las bodas de oro sacerdotales del Papa Pío IX va a Roma. Participa en la preparación del Concilio Vaticano I, en el que interviene defendiendo la infalibilidad pontificia. Al concluir las sesiones, con la salud ya muy quebrantada y presumiendo próxima su muerte, se traslada a la comunidad que sus Misioneros tienen en Prades (Francia). Hasta ahí llegan sus perseguidores, que pretenden apresarle y llevarlo a España para juzgarlo y condenarlo. Debe huir como un delincuente y refugiarse en el monasterio cisterciense de Fontfroide, donde a los 63 años, rodeado del afecto de los monjes y de algunos de sus misioneros, fallece el 24 de octubre de 1870.
Sus restos mortales se trasladaron a Vic en 1897. Es beatificado por Pío XI el 25 de febrero de 1934. Pío XII lo canoniza el 7 de mayo de 1950. Fuente