Ante tantos problemas podemos tener la sensación de que rezar por ellos es inútil. Por ejemplo, ante el desánimo y la impotencia que sentimos ante algunos de los megaproblemas de nuestro mundo, es fácil sentir que rezar por ellos es inútil. ¿De qué servirá mi oración ante las guerras que asolan distintas partes del mundo? ¿Qué valor tiene mi oración ante la injusticia, el hambre, el racismo y el sexismo? ¿Qué hará mi oración ante las divisiones y el odio que dividen ahora a nuestras comunidades? Es fácil pensar que rezar por estas situaciones es inútil.
Lo mismo ocurre con el valor de la oración cuando nos aquejan enfermedades graves. ¿Conseguirá la oración curar a un enfermo de cáncer terminal? ¿Esperamos realmente una curación milagrosa? La mayoría de las veces, no, pero seguimos rezando a pesar de tener la sensación de que nuestra oración no va a cambiar la situación. ¿Por qué?
¿Por qué rezar cuando parece inútil hacerlo? Los teólogos y escritores espirituales nos han dado varias perspectivas sobre esto que son útiles, aunque no adecuadas. La oración, dicen, no pretende cambiar la mente de Dios, sino cambiar la mente de la persona que reza. No rezamos para poner a Dios de nuestra parte; rezamos para ponernos nosotros de parte de Dios. Además, nos han enseñado que la razón por la que podría parecer que Dios no responde a nuestras oraciones es que Dios, como un padre amoroso, sabe lo que es bueno para nosotros y responde a nuestras oraciones dándonos lo que realmente necesitamos en lugar de lo que ingenuamente queremos. C.S. Lewis dijo una vez que pasaremos mucho tiempo en la eternidad dando gracias a Dios por aquellas oraciones que Dios no respondió.
Todo esto es cierto e importante. Los caminos de Dios no son nuestros caminos. La fe nos pide que demos a Dios el espacio y el tiempo necesarios para ser Dios, sin tener que ajustarse a nuestras limitadísimas expectativas y a nuestra habitual impaciencia. De hecho, podemos estar agradecidos de que Dios no responda a muchas de nuestras oraciones de acuerdo con nuestras expectativas.
Pero aun así, aun así… cuando Jesús nos invitó a rezar, no lo hizo con una advertencia: pero tenéis que pedir las cosas correctas si esperáis que responda a vuestra oración. No, simplemente dijo: Pedid y recibiréis. También dijo que algunos demonios sólo se expulsan mediante la oración y el ayuno.
Entonces, ¿cómo podrían ser expulsados mediante la oración los demonios de la violencia, la división, el odio, la guerra, el hambre, el calentamiento global, la hambruna, el racismo, el sexismo, el cáncer, las enfermedades cardíacas, etc.? ¿Qué utilidad práctica tiene la oración ante estos problemas?
En resumen, la oración no sólo cambia a la persona que reza, sino también la situación. Cuando rezas, formas parte de la situación por la que rezas. La oración sincera te ayuda a convertirte en el cambio que pides. Por ejemplo, rezar por la paz te ayuda a calmar tu propio corazón y a traer un corazón más pacífico al mundo.
Aunque esto es cierto, también hay una realidad más profunda en juego. Más profundamente, cuando rezamos ocurre algo que va más allá de cómo imaginamos normalmente la simple interacción entre causa y efecto. Al cambiar nosotros mismos estamos cambiando la situación; sí, pero de una manera más profunda de lo que normalmente imaginamos.