Queridos hermanos en el episcopado: Sr. Arzobispo emérito de Madrid, Cardenal Antonio Mª Rouco; Sr. Obispo emérito de Santa Cruz de la Sierra, Mons. Braulio Sáez. Sr. Vicario General, Sr. Abad de Covadonga, hermanos sacerdotes y diáconos. Excmo. Sr. Alcalde de Cangas de Onís y corporación municipal, Excmo. Sr. Presidente de la Junta General de Asturias, Parlamentarios autonómicos y nacionales. Sr. Presidente del Tribunal Superior de Justicia de Asturias y demás autoridades Judiciales, Civiles, Militares, Académicas, Culturales y Sociales. Miembros de la vida consagrada, seminaristas, fieles cristianos laicos. Hermanos que nos seguís a través de los medios de comunicación: El Señor llene de Paz vuestro corazón y acompañe con Bondad vuestros pasos.
Las campanas de la Basílica rompieron
esta mañana el silencio de la noche llenando el valle del Auseva con su llamada
que nos convoca a un día de fiesta. Es la cita que nos reúne cada año en este
día memorable en el que celebramos la Santina de Covadonga, en un lugar y una
fecha que nos congrega a tanta gente de bien que sabe reconocer el significado
que tiene este marco de belleza natural entre las montañas de nuestros Picos de
Europa, igualmente la historia imborrable de un pueblo cristiano que aquí nace,
y un lugar, también, de identidad religiosa y asturiana donde venimos a rendir el
sentido homenaje a Nuestra Señora.
Durante la novena hemos peregrinado desde toda Asturias, desde otros sitios de España y desde otros países, cada uno con el fardel de preguntas que nos cuestionan y con las heridas de nuestros pesares, pero también con la certeza de ser esperados por quien tiene las respuestas y el bálsamo que aminora las dolencias. Este año se enmarca en un año santo jubilar, en el que todos los cristianos celebramos los 2025 años del nacimiento de Jesucristo. La esperanza nos está guiando en esta andadura. La esperanza no coincide con la buena fortuna donde aparentemente nunca pasa nada y todo resulta grato y sin problemas, sino con la mirada distinta a cuanto acontece cuando lo vemos y vivimos desde los ojos de Dios y con su gracia. La esperanza es un don que nos evita ser rehenes de cuanto nos duele o acorrala, y más bien nos hace testigos de la discreta y fiel compañía de Dios que nos sostiene y nos levanta. Él hace de nuestras lágrimas su propio llanto y brinda con nuestros gozos la alegría de su fiesta eternamente inacabada.
Hoy aquí en Covadonga, en esta
fiesta grande y con gozo celebrada nos encontramos este buen número de
cristianos, y a través del canal de televisión de 13TV estamos en toda Asturias
y en toda España, llegando incluso a la América hermana con la retransmisión de
MaríaVisión, y con el canal del Santuario en YouTube en toda Europa. Dios sea
bendito por esta posibilidad que dilata con altura y anchura la fiesta de
Covadonga donde la Santina preside desde hace tantos años y seguirá presidiendo
el día de Asturias en la Basílica y la Santa Cueva de su montaña.
La palabra de Dios nos ha vuelto
a acercar escenas entrañables, como hemos escuchado en el salmo tomado del
Cantar de los Cantares con su preciosa cadencia literaria y belleza musical. La
roca dura se dejó abrir con una hendidura en su piedra para adentrarnos con
nuestras cuitas y cuestiones que nos hacen vulnerables. Pero en la aparente
dureza infranqueable de una montaña se hizo sitio la oquedad que se nos brindó
como refugio en medio de las tempestades, como lugar seguro cuando por doquier
surgen las hostilidades que pretenden acallar nuestra voz y censurar nuestro
mensaje. Esta es la experiencia que desde hace tantos siglos se repite una y
otra vez en medio de este paisaje que alarga en la historia aquella primera
victoria sobre los que intentaron someter a un pueblo, borrar su pretérito e
imponer un presente ajeno a cuanto había representado su sentimiento, sus
creencias y sus venideros desenlaces.
Es el salmo que pondrá siempre
la letra a la música de nuestros momentos claroscuros y agridulces, cuando
parece que lo sórdido, lo zafio, lo injusto, lo violento, lo corrupto y
ceniciento han ganado la batalla a la verdad, a la bondad y la belleza, introduciendo
una maldición de la que no es posible salir. Hay maldiciones de las que se
sale, y por eso la tradición cristiana sabe resistir con paciencia y valor,
nutriendo a diario lo que sabemos que es fuente de nuestra esperanza que no
defrauda ni engaña.
Pero si esto nos decía el salmo cuya
hermosura hemos gustado, el Evangelio nos ha traído una escena que tiene como
protagonista a la Virgen, a nuestra Señora. Un largo viaje entre Nazaret y Aim
Karem para verificar un milagro. María está encinta milagrosamente siendo núbil
prometida esposa. Isabel, su prima, está también esperando en su edad avanzada
para tan buena esperanza. Es el milagro de la vida, cuando la vida no tocaba
todavía en la mocedad intacta o cuando la vida jamás pasó por la puerta de la
espera soñada. Pero la vida convocó sorpresivamente y surgió con brío la
esperanza verdadera que anida siempre en las entrañas. Dos madres de un milagro
levantando acta de cómo los avatares de una historia pueden ser saludados sin
el miedo que nos hostiga, sin la impostura que nos aplasta, sin la maldición
que nos condena a caminos que no tienen salida en donde parece que no es
posible la esperanza. Un relato que puede tener la fecha de nuestros días.
Así fue el testimonio de ese
feliz encuentro entre dos mujeres, con parentesco de primas y maternidad
compartida ante el asombro que se deja sorprender por un Dios que nunca aburre
y que siempre cumple sus promesas sin repetirse jamás. María fue saludada como
bendita e Isabel será testigo de cómo lo mejor que tenía en sus entrañas
saltará de alegría como un canto de algazara con la más agradecida cantata. Es
un requiebro que nos invita a remedar tamaño regalo, siendo portadores de Jesús
desde el corazón, como hizo María, y siendo cronistas de una alegría que salta
abriendo la esperanza en la vida, como hizo Isabel.
Si venimos ahora a nuestro inmediato
recuerdo no podemos dejar de pensar en lo que ha ensombrecido nuestro camino
con los incendios que por doquier nos han asolado. Un incendio devastador
siempre se lleva por delante el pasado que guardaba la memoria de lo que somos.
Cuando hemos visto arder no sólo bosques, sino casas en las que guardábamos
tanto que nos recordaba quiénes somos y de dónde venimos, pero hemos visto el
pasado reducido a cenizas. Igualmente, el presente ha sido alcanzado por unas
llamas que abrasaron a personas cercanas hasta su muerte sumiéndonos en tanto
dolor. Un presente donde el fuego nos ha impedido cambiarnos de ropa y ducharnos,
compartir una mesa con los que amamos, abrir nuestra casa a los amigos, pero
también nos impidió seguir sembrando semillas que darían frutos en las campiñas
o los ganados que nos alimentaban: todo ha quedado reducido a tierra quemada de
la que no sacaremos nada. Un presente que queda hipotecado ante nuestra
incertidumbre más asustada.
Pero hay un espacio y un tiempo a
los que las llamas no llegan. Es el futuro de nuestro inmediato mañana. Podemos
y debemos lamentar con lágrimas lo perdido por los incendios que han quemado
parte de nuestro pasado y nuestro presente, pero tenemos por delante un futuro
al que los pirómanos o las inclemencias jamás llegarán con sus fechorías
calculadas o fortuitas. No podemos dejar de mirar al futuro con esperanza.
Yo he visto ese futuro como la bendición que recibió María, como el salto alegre en el seno de Isabel, como una hendidura en la dureza de la realidad abriendo caminos de esperanza cuando el túnel sin salida muestra su puerta de entrada a un horizonte infinito. Lo he visto precisamente en los jóvenes que nos han visitado este verano aquí en Covadonga. Fueron más de 400 los que acompañé subiendo al Santuario de la Santina adentrándonos por los bosques el primer sábado de mayo. O los casi 2000 que llenaron de alegría este bendito lugar a primeros de julio en unas jornadas inolvidables. O aquellos más de 2000 que desde Oviedo peregrinaron a Covadonga a fines de julio viniendo de tantos lugares del mundo.
Es la misma esperanza llena de
futuro al que las llamas no alcanzan, lo que pudimos compartir con el Papa León
en el jubileo de los jóvenes a comienzos de agosto con aquel millón de chavales
que dijeron sí a las propuestas cristianas del evangelio de Cristo. Creen en la
verdad y saben distinguir a los que a mansalva mienten, creen en la justicia y
reconocen a los que la usan torticeramente, creen en la honestidad y se
distancian de los que de tantos modos se corrompen, creen en la belleza y evitan
a los que la manchan con sus perversiones inmorales, creen en la bondad y se
protegen de los que la envilecen en la insidia que divide y enfrenta. Esta
juventud tiene otra mirada y se separa de los dioses falsos que denunciaba
Th.S. Eliot cuando señalaba los tres ídolos que adoran los que se alejan del
verdadero Dios: el dinero, el poder y la lujuria. Esta juventud nos asoma a una
Iglesia joven y a una sociedad fresca como recordaba Benedicto XVI, que nos
permite pasar página de tantos incendios de diverso tipo ideológico que se
llevan nuestro pasado, complican nuestro presente y difuminan nuestro futuro,
pero que no destruirán el mañana de la esperanza, aunque lo chamusquen. La
esperanza de los jóvenes como los que ayer fueron canonizados en Roma: Pier
Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que fueron capaces de escribir otra historia
desde la bondad, la verdad y la belleza que nutre la esperanza.
Rafael Narbona, en su ensayo
titulado “Elogio del amor”, trae a colación un texto precioso de Antoine de
St.Exupery cuando éste pedía respeto por el hombre: “La fraternidad es la casa
común de todos los que anhelan calentarse con el calor de otro corazón humano.
En esa hoguera, los hombres intercambian ideas y sentimientos sin renunciar a
sus convicciones. El que piensa de otro modo es como un viajero que nos relata
sus aventuras enriqueciendo nuestras vidas con aspectos desconocidos”. Algo que
contrasta con las guerras declaradas en este momento crucial de la historia.
Por eso pedimos por la paz como nos repite el Papa León XIV cuando pensando
especialmente en los escenarios de Gaza, Ucrania y Sudán, nos dice que “la
guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas
profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar.
Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los
niños, el futuro robado”. Es la paz que nace de la esperanza cristiana.
Día de la Virgen de Covadonga, día de Asturias, en esta fecha y en este lugar, con un abrazo a toda esa España que nos contempla y a todo ese mundo al que queremos de verdad. Amigos y hermanos, gracias por haber venido a esta celebración que tiene las puertas abiertas para quien se quiere acercar. Feliz día de la Virgen de Covadonga, nuestra patrona. Feliz día de Asturias nuestra patria chica y querida. El Señor nos guarde y nos bendiga siempre, y que María nuestra Santina nos siga cuidando. Amén. + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm.



