Queridos amigos, paz y bien.
Hoy el Evangelio nos propone la parábola del juez inicuo,
llamada también de la viuda importuna. Jesús estaba indicando a los suyos la
importancia de orar sin desfallecer y les propone la parábola citada.
Lógicamente las preguntas saltan inmediatamente en nuestro corazón y en nuestra
mente. ¿Acaso no hemos visto personas que ante la muerte de un ser querido
gritaban con desesperación que le habían pedido a Dios con mucha fe que sanara
a su familiar...? ¿Acaso no hemos oído maldecir a Dios por no conceder lo que
con tanta necesidad se le pedía...? ¿Acaso no es en las peticiones no
concedidas donde más personas encuentran un motivo para alejarse de Dios...?
Pero Jesús insiste que tenemos que orar sin desfallecer...
Para unas personas, Dios ha creado el mundo, pero luego se
ha desentendido de Él. Para otros, absolutamente todo, hasta en las cosas más
insignificantes de la existencia, Dios está actuando... Como siempre tenemos
que buscar el nivel necesario para descubrir la actuación de Dios en el mundo
respetando la autonomía de la naturaleza y la libertad de las personas.
La oración no es para el cristiano algo accesorio o de
simple conveniencia. Es algo imprescindible para entender la vida y lo que en
ella nos pasa. Todos tenemos un diálogo interior con nosotros mismos. Estamos
durante el día pensando y analizando nuestras vivencias interiores. En el
cristiano ese diálogo personal interno queda iluminado por la presencia viva de
Jesús. Ya el cristiano no dialoga individualmente consigo mismo, sino que en su
mente y en su corazón siente la cercanía de Dios acompañante y hacedor del
camino.
El Señor nos llama a orar siempre porque bien sabe que
necesitamos raíces con obras. Hacer presente a Jesús en el mundo significa
equilibrar estos dos aspectos que tanto hacen sufrir cuando van por separados.
Centrar nuestra vida en Cristo es la tarea de toda nuestra existencia, pero
centrarla no para guardar su presencia sino para que dé fruto abundante.
¿Por qué debemos orar incluso si no percibimos los
resultados de nuestras peticiones? En el mundo que vivimos, donde tanto se
premia la prontitud y la eficacia, se nos invita a entrar en otra dinámica
totalmente nueva. Tenemos que entrar en el ritmo de Dios.
Puede ser que estés necesitando hoy más que nunca de su
presencia. Es probable que pienses que el Señor te falla... Cuando vivimos
pegados al Señor salimos al mundo sin miedo porque el Espíritu Santo actúa en
nosotros. Dice la Escritura que donde hay amor no hay miedo. Tenemos que orar
con amor hacia Dios y hacia los demás. Muchas de las oraciones que hacemos
están llenas de abatimiento, de tristeza, de amarguras, de mil infelicidades.
Podemos rezar desde esas situaciones, pero no con esas actitudes. Si en plena
batalla somos capaces de orar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo desde el
amor, siempre encontraremos respuestas, quizá no la que deseamos, pero ten la
seguridad que cuando oramos con amor Dios nunca se queda mudo.
La Palabra, la oración y los sacramentos son los medios que
Dios nos ha dado para mantener un constante diálogo con Él y con el mundo, de
una manera muy especial con los más pobres y necesitados. Cuando vivimos estas
tres dimensiones: Palabra-oración-sacramentos, Dios nunca quedará arrinconado
en la caja fuerte de nuestro corazón para que nadie nos lo quite. Jesús quiere
repartirse a todos y para todos, de ahí que nos dejara su Palabra, su vida, su
cuerpo que se da por toda la eternidad. El que de verdad intenta seguir a
Cristo tiene que tener un corazón lo suficientemente grande para que en él
quepa toda la humanidad, y una vida lo suficientemente sintonizada con Dios
para que a través de lo que hace se abra una ventana del cielo para que las
personas descubran a Cristo.
Tenemos que confiar en los plazos de Dios. Cuando rezamos el
Padrenuestro decimos "Hágase tu voluntad en la tierra y en el cielo"
no podemos olvidarnos de estas dos dimensiones donde Dios actúa siempre para
nuestro bien, aunque en un determinado momento creamos que no es así.
¿Crees importante la oración constante? ¿Por qué? ¿Cómo
actúas cuando Dios no realiza lo que le pides? ¿Cómo se queda tu relación con
Dios cuando no te concede lo que solicitas? ¿Cómo está presente la Palabra, la
oración y los sacramentos en tu vida? ¿Qué importancia tienen?
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C. M. F.
Comentario al Evangelio del 12 de noviembre de 2016