Santa Margarita María Alacoque, virgen, monja de la Orden de
la Visitación de la Virgen María, que progresó de modo admirable en la vía de
la perfección y, enriquecida con gracias místicas, trabajó mucho para propagar
el culto al Sagrado Corazón de Jesús, del que era muy devota. Murió en el
monasterio de Paray-le-Monial, en la región de Autun, en Francia, el día
diecisiete de octubre.
A pesar de los grandes santos y del inmenso número de
personas piadosas que hubo en Francia en el siglo XVII, no se puede negar que
la vida religiosa de dicho país se había enfriado, en parte debido a la
corrupción de las costumbres y, en parte, a la mala influencia del jansenismo,
que había divulgado la idea de un Dios que no amaba a toda la humanidad. Pero,
entre 1625 y 1690, florecieron en Francia tres santos, Juan Eudes, Claudio de
la Colombiére y Margarita María Alacoque, quienes enseñaron a la Iglesia, tal
como la conocemos actualmente, la devoción al Sagrado Corazón como símbolo del
amor sin límites que movió al Verbo a encarnarse, a instituir la Eucaristía y a
morir en la cruz por nuestros pecados, ofreciéndose al Padre Eterno como
víctima y sacrificio.
Margarita, la más famosa de los «santos del Sagrado Corazón»
nació en 1647, en Janots, barrio oriental del pueblecito de L'Hautecour, en
Borgoña. Margarita fue la quinta de los siete hijos de un notario acomodado.
Desde pequeña, era muy devota y tenía verdadero horror de «ser mala». A los
cuatro años «hizo voto de castidad», aunque ella misma confesó más tarde que a
esa edad no entendía lo que significaban las palabras «voto» y «castidad».
Cuando tenía unos ocho años, murió su padre. Por entonces, ingresó la niña en
la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se
sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad de Margarita
produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la primera comunión a los
nueve años. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad
reumática que la obligó a guardar cama hasta los quince años; naturalmente,
tuvo que retornar a L'Hautecour. Desde la muerte de su padre, se habían
instalado en su casa varios parientes y una de sus hermanas, casada, había
relegado a segundo término a su madre y había tomado en sus manos el gobierno
de la casa. Margarita y su madre eran tratadas como criadas. Refiriéndose a
aquella época de su vida, la santa escribió más tarde en su autobiografía: «Por
entonces, mi único deseo era buscar consuelo y felicidad en el Santísimo
Sacramento; pero vivíamos a cierta distancia de la iglesia, y yo no podía salir
sin el permiso de esas personas. Algunas veces sucedía que una me lo daba y la
otra me lo negaba». La hermana de Margarita afirmaba que no era más que un
pretexto para salir a hablar con algún joven del lugar. Margarita se retiraba
entonces al rincón más escondido del huerto, donde pasaba largas horas orando y
llorando sin probar alimento, a no ser que alguno de los vecinos se apiadase de
ella. «La mayor de mis cruces era no poder hacer nada por aligerar la de mi
madre».
Dado que Margarita se reprocha amargamente su espíritu
mundano, su falta de fe y su resistencia a la gracia, se puede suponer que no
desperdiciaba las ocasiones de divertirse que se le presentaban. En todo caso,
cuando su madre y sus parientes le hablaron de matrimonio, la joven no vio con
malos ojos la proposición; pero, como no estuviese segura de lo que Dios quería
de ella, empezó a practicar severas penitencias y a reunir en el huerto de su
casa a los niños pobres para instruirlos, cosa que molestó mucho a sus
parientes. Cuando Margarita cumplió veinte años, su familia insistió más que
nunca en que contrajese matrimonio; pero la joven, fortalecida por una
aparición del Señor, comprendió lo que Dios quería de ella y se negó
rotundamente. A los veintidós años recibió el sacramento de la confirmación y
tomó el nombre de María. La confirmación le dío valor para hacer frente a la
oposición de su familia. Su hermano Crisóstomo le regaló la dote, y Margarita
María ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial, en junio de
1671. La joven se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado.
Según el testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad «por
su caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que
pudiese molestarlas, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y
humillaciones a las que fue sometida con frecuencia». En efecto, el noviciado
de la santa no fue fácil. Una religiosa de la Visitación debe ser
«extraordinaria, en lo ordinario», y Dios conducía ya a Margarita por caminos
muy poco ordinarios. Por ejemplo, era absolutamente incapaz de practicar la
meditación discursiva: «Por más esfuerzos que hacía yo por practicar el método
que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro (es
decir, la oración de simplicidad), aunque no quisiese». Cuando Margarita hizo
la profesión, Dios la tomó por prometida suya «en una forma que no se puede
describir con palabras». Desde entonces, «mi divino maestro me incitaba
continuamente a buscar las humillaciones y mortificaciones». Por lo demás,
Margarita no tuvo que buscarlas cuando fue nombrada ayudante en la enfermería.
La hermana Catalina Marest, la directora, era una mujer activa, enérgica y
eficiente, en tanto que la santa era callada, lenta y pasiva. Ella misma se
encargó de resumir la situación en las siguientes palabras: «Sólo Dios sabe lo
que tuve que sufrir allí, tanto por causa de mi temperamento impulsivo y
sensiIde como por parte de las creaturas y del demonio». Hay que reconocer, sin
embargo, que si bien la hermana Marest empleaba métodos demasiado enérgicos,
también ella tuvo que sufrir no poco. Durante esos dos años y medio, Margarita
María sintió siempre muy cerca de sí al Señor y le vio varias veces coronado de
espinas.
El 27 de diciembre de 1673, la devoción de Margarita a la
Pasión fructificó en la primera gran revelación. Hallábase sola en la capilla,
arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto y de pronto, se sintió
«poseída» por la presencia divina, y Nuestro Señor la invitó a ocupar el sitio
que ocupó san Juan (cuya fiesta se celebraba ese día) en la última Cena, y
habló a su sierva «de un modo tan sencillo y eficaz, que no me quedó duda
alguna de que era Él, aunque en general tiendo a desconfiar mucho de los
fenómenos interiores». Jesucristo le dijo que el amor de su Corazón tenía
necesidad de ella para manifestarse y que la había escogido como instrumento
para revelar al mundo los tesoros de su gracia. Margarita tuvo entonces la
impresión de que el Señor tomaba su corazón y lo ponía junto al Suyo. Cuando el
señor se lo devolvió, el corazón de la santa ardía en amor divino. Durante
dieciocho meses, el Señor se le apareció con frecuencia y le explicó claramente
el significado de la primera revelación. Le dijo que deseaba que se extendiese
por el mundo el culto a su corazón de carne, en la forma en que se practica
actualmente esa devoción, y que ella estaba llamada a reparar, en la medida de
lo posible, la frialdad y los desvíos del mundo. La manera de efectuar la
reparación consistía en comulgar a menudo y fervorosamente, sobre todo el
primer viernes de cada mes, y en velar durante una hora todos los jueves en la
noche, en memoria de su agonía y soledad en Getsemaní. (Actualmente la devoción
de los nueve primeros viernes y de la hora santa se practican en todo el mundo
católico). Después de un largo intervalo, el Señor se apareció por última vez a
Santa Margarita, en la octava del Corpus de 1675 y le dijo: «He aquí el Corazón
que tanto ha amado a los hombres, sin ahorrarse ninguna pena, consumiéndose por
ellos en prueba de su amor. En vez de agradecérmelo, los hombres me pagan con
la indiferencia, la irreverencia, el sacrilegio y la frialdad y desprecian el
sacramento de mi amor». En seguida, pidió a Margarita que trabajase por la
institución de la fiesta de su Sagrado Corazón, que debía celebrarse el viernes
siguiente a la octava del Corpus. De esa suerte, por medio del instrumento que
había elegido, Dios manifestó al mundo su voluntad de que los hombres reparasen
la ingratitud con que habían correspondido a su bondad y misericordia, adorando
el Corazón de carne de su Hijo, unido a la divinidad, como símbolo del amor que
le había llevado a morir para redimirlos.
Nuestro Señor había dicho a santa Margarita: «No hagas nada
sin la aprobación de tus superiores, para que el demonio, que no tiene poder
alguno sobre las almas obedientes, no pueda engañarte». Cuando Margarita habló
del asunto con la madre de Saumaise, su superiora, ésta «hizo cuanto pudo por
humillarla y mortificarla y no le permitió poner en práctica nada de lo que el
Señor le había ordenado, burlándose de cuanto decía la pobre hermana». Santa
Margarita comenta: «Eso me consoló mucho y me retiré con una gran paz en el
alma». Pero esos sucesos afectaron su salud y enfermó gravemente. La madre de
Saumaise, que deseaba una señal del cielo, dijo a la santa: «Si Dios os
devuelve la salud, lo tomaré como un signo de que vuestras visiones proceden de
Él y os permitiré que hagáis lo que el Señor desea, en honor de su Sagrado
Corazón». La santa se puso en oración y recuperó inmediatamente la salud; la
madre de Saumaise cumplió su promesa. Sin embargo, como algunas de las
religiosas se negaban a prestar crédito a las visiones de Margarita, la
superiora le ordenó someterlas al juicio de ciertos teólogos; desgraciadamente
esos teólogos, que carecían de experiencia en cuestiones místicas, dictaminaron
que se trataba de meras ilusiones y se limitaron a recomendar que la visionaria
comiese más. Nuestro Señor había dicho a la santa que le enviaría un director
espiritual comprensivo. En cuanto el P. de la Colombiére se presentó en el
convento como confesor extraordinario, Margarita comprendió que era el enviado
del Señor. Aun que el P. de la Colombicre no estuvo mucho tiempo en Paray, su
breve estancia le bastó para convencerse de la autenticidad de las revelaciones
de Margarita María, por quien concibió un gran respeto; además de confirmar su
fe en las revelaciones, el P. de la Colombiére adoptó la devoción al Sagrado
Corazón. Poco después partió para Inglaterra (donde no encontró «Hijas de
María, ni mucho menos a una hermana Alacoque») y Margarita atravesó el período
más angustioso de su vida. En una visión, el Señor la invitó a ofrecerse como
víctima por las faltas de la comunidad y por la ingratitud de algunas
religiosas hacia su Sacratísimo Corazón. Margarita resistió largo tiempo y
pidió al Señor que no le diese a beber ese cáliz Finalmente. Jesucristo le
pidió que aceptase públicamente la prueba, y la santa lo hizo así, llena de
confianza, pero al mismo tiempo apenada porque el Señor había tenido que
pedírselo dos veces. Ese mismo día, 20 de noviembre de 1677, la joven
religiosa, que sólo llevaba cinco años en el convento, obtuvo de su superiora
la autorización de «decir y hacer lo que el Señor le pedía» y, arrodillándose
ante sus hermanas, les comunicó que Cristo la había elegido como víctima por
sus faltas. No todas las religiosas tomaron aquello con el mismo espíritu de
humildad y obediencia. La santa comenta: «En aquella ocasión, el Señor me dio a
probar el amargo cáliz de su agonía en el huerto». Se cuenta que, a la mañana
siguiente, los confesores que había en Paray no fueron suficientes para
escuchar las confesiones de todas las religiosas que acudieron a ellos.
Desgraciadamente, existen razones para pensar que no faltaron religiosas que
mantuvieron su oposición a santa Margarita María por muchos años.
Durante el gobierno de la madre Greyfié, que sucedió a la
madre de Soumaise, santa Margarita recibió grandes gracias y sufrió también
duras pruebas interiores y exteriores. El demonio la tentó con la
desesperación, la vanagloria y la compasión de sí misma. Tampoco las
enfermedades escasearon. En 1681, el P. de la Colombiére fue enviado a Paray
por motivos de salud y murió allí en febrero del año siguiente. Santa Margarita
tuvo una revelación acerca de la salvación del P. de la Colombiére y no fue ésa
la única que tuvo de ese tipo. Dos años después, la madre Melin, quien conocía
a Margarita desde su ingreso en el convento, fue elegida superiora de la
Visitación y nombró a la santa como ayudante suya, con la aprobación del capítulo.
Desde entonces, la oposición contra Margarita cesó o, por lo menos, dejó de
manifestarse. El secreto de las revelaciones de la santa llegó a la comunidad
en forma dramática (y muy molesta para Margarita), pues fue leído
incidentalmente en el refectorio en un libro escrito por el beato de la
Colombiére. Pero el triunfo no modificó en lo más mínimo la actitud de
Margarita. Una de las obligaciones de la asistenta consistía en hacer la
limpieza del coro; un día en que cumplía ese oficio, una de las religiosas le
pidió que fuese a ayudar a la cocinera y ella acudió inmediatamente. Como no
había tenido tiempo de recoger el polvo, las religiosas encontraron el coro
sucio. Esos detalles eran los que ponían fuera de sí a la hermana de Marest, la
enfermera y, probablemente, debió acordarse entonces con una sonrisa de la que
fuera su discípula doce años antes. Santa Margarita fue nombrada también
maestra de novicias y desempeñó el cargo con tanto éxito, que aun las profesas
pedían permiso para asistir a sus conferencias. Como su secreto se había
divulgado, la santa propagaba abiertamente la devoción al Sagrado Corazón y la
inculcaba a sus novicias. En 1685, se celebró privadamente en el noviciado la
fiesta del Sagrado Corazón. Al año siguiente, los parientes de una antigua
novicia acusaron a Margarita María de ser una impostora y de introducir
novedades poco ortodoxas, lo que suscitó nuevamente la oposición durante algún
tiempo; pero el 21 de junio de ese año, toda la comunidad celebró en privado la
fiesta del Corazón de Jesús. Dos años más larde, se construyó allí una capilla
en honor del Sagrado Corazón, y la devoción empezó a propagarse por todos los
conventos de las visitandinas y por diversos sitios de Francia.
En octubre de 1690, después de haber sido elegida asistenta
de la superiora por un nuevo período, Margarita cayó enferma. «No viviré mucho
-anunció-, pues ya he sufrido cuanto podía sufrir». Sin embargo, el médico
declaró que la enfermedad no era muy seria. Una semana después, la santa pidió
los últimos sacramentos: «Lo único que necesito es estar con Dios y abandonarme
en el Corazón de Jesús». Cuando el sacerdote le ungía los labios, Margarita
María expiró. Su canonización tuvo lugar en 1920.
En la biografía escrita por el P. A. Hamon, Vie de Ste
Marguerite-Marie (1907), que es muy completa, hay casi treinta páginas
consagradas al estudio de las fuentes y la bibliografía. Nosotros nos
contentaremos con mencionar la semblanza autobiográfica, escrita por la santa
cinco años antes de su muerte, a petición de su director espiritual, así como
las 133 cartas suyas y las notas espirituales escritas de su mano. Existen,
además, un interesante memorial escrito por la madre Greyfié y los testimonios
de sus hermanas, con miras a la beatificación. El primer resumen biográfico de
la santa fue publicado en 1691; el P. Croiset lo incluyó en forma de apéndice
en su libro sobre la "Devoción al Sagrado Corazón". A este resumen
siguió una cuidadosa biografía escrita por Mons. Languet, obispo de Soissons (1729).
Generalmente se citan las obras de la santa, refiriéndose a Vie et Oeuvres,
publicado por las religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial en 1876.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert
Thurston, SI
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