En 2011, un libro de una escritora joven, Bieke
Vandekerckhove, ganó el premio como el Libro Espiritual del Año en su nativa
Bélgica. Titulado El sabor del silencio, el libro registra sus propias luchas
después de serle diagnosticada, a la edad de diecinueve años, esclerosis
lateral amiotrófica (ALS), comúnmente llamada enfermedad de Lou Gehrig, una
situación neurológica degenerativa de la que siempre se sigue un masivo
debilitamiento del cuerpo de uno y casi siempre acaba en muerte no mucho
después. Para la vibrante joven, diagnosis nada fácil de aceptar.
Pero, después de una profunda depresión inicial, encontró
sentido en su vida a través de la meditación, el silencio, la literatura, el
arte, la poesía y, no lo menos, a través de una relación que al fin la condujo
al matrimonio. Inesperadamente también su enfermedad fue debilitándose, y ella
vivió otros veinte años. Entre los muchos ricos aspectos que comparte con
nosotros, ofrece una interesante reflexión sobre el hastío.
Discutiendo el fenómeno generalizado del hastío hoy, ella
destaca una ironía, a saber, que el aburrimiento está creciendo entre nosotros
aun cuando estamos produciendo diariamente toda clase de artilugios para ayudar
a evitarlo. Dado que hoy llevamos en nuestras manos aparatos tecnológicos que
nos unen a todo desde noticias diarias del mundo hasta fotos de nuestros seres
queridos jugando con sus niños, ¿no deberíamos estar aislados contra el hastío?
Irónicamente, parece que es verdad lo
contrario. Todos esos artilugios no están aliviando nuestro
aburrimiento. ¿Por qué no? Nosotros aún luchamos con el aburrimiento porque
toda la estimulación del mundo no contribuye necesariamente a darle sentido. El
sentido y la felicidad -sugiere ella- no consisten tanto en encontrarse con
gente interesante y exponerse a cosas interesantes; más bien consisten en tener
un interés más profundo en las personas y en las cosas.
La palabra interés se deriva de dos palabras latinas: inter
(dentro) y esse (ser), que, cuando son combinadas, significan estar dentro de
algo. Las cosas nos resultan interesantes cuando estamos lo suficientemente
interesados en ellas para entrar de hecho en ellas. Y nuestro interés no está afirmado
necesariamente en cómo estimular naturalmente algo está en eso mismo, aunque se
admite que ciertos eventos y experiencias puedan ser tan poderosos como para
captar literalmente nuestro interés. Eso es lo que explica nuestro fuerte
interés en los mayores acontecimientos mundiales, partidos de campeonatos
deportivos, celebraciones de premios de academia, como también nuestra insana
obsesión con la vida privada de nuestras celebridades. Ciertas personas, cosas
y sucesos nos interesan naturalmente y queremos estar “dentro” de esas vidas y
eventos.
Pero las mayores historias de noticias mundiales,
acontecimientos deportivos de campeonatos, los premios de academia y las vidas
privadas de nuestras celebridades no son nuestro alimento diario, nuestra mesa
familiar, nuestro lugar de trabajo, nuestro abono para trabajar, nuestro
servicio de iglesia, nuestra venta de artículos del vecindario, nuestra rutina
diaria, nuestro pan de cada día. Y es aquí donde tendemos a sufrir el hastío
porque es aquí donde tendemos a no estar profundamente dentro de la realidad de
la gente y de acontecimientos, con los cuales estamos obrando recíprocamente.
Es aquí donde frecuentemente sentimos la vida como insulsa, aburrida y
rutinaria. Pero, al final del día, luchamos con el hastío no porque nuestras
familias, lugares de trabajo, compañeros, vecinos, iglesias y amigos no sean
interesantes. Estamos hastiados porque nos encontramos internamente demasiado
empobrecidos, distraídos o auto-centrados para tener verdadero interés en
ellos. La experiencia no es lo que nos sucede, es lo que hacemos con lo que nos
sucede. Así se expresa Einstein.
Vandekerckhove destaca además otra ironía: Es irónico que
tendamos a luchar con el hastío y aburrimiento cuando estamos en la flor de
nuestras vidas, sanos y trabajando; mientras que la gente como ella, que ha
perdido su salud y está reflejando la muerte en su rostro, encuentra con
frecuencia las más ordinarias experiencias en la alegría de la vida.
Sus puntos de vista tienen mucha semejanza con los de Rainer
Maria Rilke en su libro Cartas a un poeta joven. Como Vanderkerckhove, él
también sugiere que el hastío resulta un defecto por nuestra parte, una mirada
desinteresada. En su correspondencia con un joven poeta aspirante, hace suya la
queja del joven de que él, el joven, no estuvo suficientemente expuesto a la
clase de experiencias que generan poesía porque vivió en una pequeña ciudad
donde nunca parecía suceder nada interesante. Continuó confesando que él
envidiaba a Rilke, que viajó extensamente a lo largo de Europa y se encontró
con todas clases de gente interesante. Para él, los puntos de vista poéticos de
Rilke eran muy reafirmados por el hecho de que anduvo por grandes ciudades, se
encontró con gente interesante y tuvo estímulos de modos a los que un joven
nunca podría esperar aproximarse en una ciudad pequeña.
La contestación a este joven ha venido a ser una clásica
respuesta a la cuestión del hastío: “Si tu vida diaria parece pobre, no eches la
culpa a ella; cúlpate a ti mismo, reconócete que no eres lo bastante poeta como
para hacer que salgan sus riquezas; pues para el creador no hay pobreza ni un
pobre lugar indiferente”.
Encontrar interesante la vida no depende de dónde estás tú
ni con quién te encuentras sino más bien de tu propia capacidad para ver
profundamente dentro de las cosas. La vida en todos sitios es lo
suficientemente rica para ser interesante; pero nosotros, por nuestra parte,
debemos estar interesados.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 31 de octubre de 2016
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