¿Hasta qué punto es serio esto? ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Aunque es irritante, en definitiva no es la principal causa de interés. Como iglesia, no estamos fundamentalmente amenazados por esto ni deberíamos reaccionar demasiado. ¿Por qué?
Primero, porque cierta cantidad de esas críticas nos es beneficiosa. Tenemos evidentes culpas y defectos, y nuestra cultura llama generosamente la atención sobre ellos. Las críticas actuales contra la iglesia nos humillan saludablemente y nos empujan hacia una purificación interior más intrépida. Nuestros críticos nos muestran las culpas; nos hacen un favor. Además, durante demasiado tiempo estuvimos gozando de una situación de privilegio, algo que nunca ha resultado bueno para la iglesia. Tendemos a ser cristianos más auténticos siempre que vivimos en un tiempo de postergación más bien que en un tiempo de privilegio, a pesar de que no resulta tan grato. Además, hay en juego algo de más peso.
Debemos tener cuidado de no reaccionar desmedidamente ante el actual clima antieclesial, porque esto puede guiarnos a una malsana defensa y colocarnos excesivamente en oposición frente a la cultura. Ahí no es donde el evangelio quiere que estemos, de ningún modo. Al contrario, nuestra tarea es asumir estas críticas, aunque puedan ser penosas, señalar amablemente su injusticia, pero resistir a toda tentación de estar demasiado situados a la defensiva. ¿Por qué? ¿Por qué no defendernos agresivamente?
Porque somos lo bastante fuertes como para no hacerlo, pura y simplemente. Podemos resistir a esto sin tener que volvernos duros y defensivos. Sin importar lo difundidas ni injustas que sean las críticas, la iglesia no va a sucumbir ni desaparecer a corto plazo. Somos más de dos mil millones de cristianos en el mundo, nos mantenemos en una tradición de dos mil años de existencia, poseemos entre nosotros una escritura universalmente reconocida, gozamos de dos mil años de firme estabilidad y refinamiento doctrinal, tenemos masivas instituciones centenarias, estamos insertados en las raíces mismas de la cultura y tecnología occidentales, constituimos uno de los mayores grupos multinacionales del mundo y estamos creciendo en número por todo el mundo. No somos sin más una caña sacudida por el viento, tambaleante, un barco a punto de naufragar. Somos fuertes, estables, bendecidos por Dios, un clásico en la cultura. Por esto debemos a la cultura afabilidad y comprensión.
Más allá de eso y más importante que nuestras energías históricas, es el hecho de que tenemos la promesa de Cristo de estar con nosotros y la realidad de su resurrección para confortarnos. Contando con todo esto, creo que es justo decir que podemos asumir una cierta cantidad de críticas sin miedo a perder nuestra identidad. Además, no debemos dejar que estas críticas nos hagan perder de vista en primer lugar por qué existimos.
La iglesia no existe por su propia causa ni para asegurar su propia supervivencia. Existe por la causa del mundo. Podemos olvidar esto demasiado fácilmente y, con toda sinceridad, perder de vista lo que el evangelio nos solicita. Por ejemplo, comparad estas dos respuestas. En una conferencia de prensa, alguien preguntó una vez al difunto cardenal Basil Hume lo que él consideraba el mayor desafío que se enfrentaba a la iglesia entonces. Respondió: “Salvar el planeta”. Algunos años más tarde, a otro cardenal (no mencionado aquí a causa de su respuesta), en una entrevista de televisión le hicieron aproximadamente la misma pregunta: “¿Qué ve como su primera tarea al hacerse cargo de esta diócesis?” Su respuesta: “Defender la fe”. Una respuesta muy diferente, sin duda.
Todo lo referente a Jesús sugiere que la visión de Hume está más cercana al evangelio que la otra. Cuando Jesús dice mi carne es alimento para la vida del mundo, nos está diciendo que la tarea fundamental de la iglesia no es defenderse, asegurar su continuidad ni protegerla del acoso del mundo. La iglesia existe por la causa del mundo, no por su propia causa. Esa es la razón por la que Jesús nació en un pesebre, un lugar al que los animales van a comer, y por eso él se entrega sobre una mesa para ser comido. Ser molido es parte de la tarea de Jesús. Todo lo relacionado con él sugiere vulnerabilidad en vez de defensa, riesgo en vez de seguridad, confianza en una promesa divina en vez de cualesquiera defensa y seguridad humanas.