Domingo XXVI tiempo ordinario
*•• La intervención de Juan refiere la oposición de los discípulos a un exorcista que, aunque no pertenecía a su grupo, obraba en nombre de Jesús (v. 38). Esto le permite al Maestro proporcionar una enseñanza importante para la vida de la comunidad cristiana. No están en comunión con Jesús sólo los que son, oficialmente, de los suyos (v. 39); el que invoca su nombre obrando el bien es, a buen seguro, un simpatizante suyo, puesto que es correcto pensar que no ultrajará, en un segundo momento, a aquel cuyo poder había invocado antes.
Jesús, que ha venido para salvar a todos {cf. Jn 12,32; Hch 10,34ss), no es propiedad de nadie y, con mayor razón aún, no puede pretender poseerlo en exclusiva su comunidad, que, más bien, está llamada a continuar su misión universal. Hay personas que, aunque no se consideran discípulos de Jesús, no son, de hecho, contrarias a él y llevan a cabo gestos de atención respecto a los cristianos: estos tienen asegurada su recompensa (vv. 40ss).
Enlazando con los precedentes dichos de Jesús dirigidos a los pequeños (cf. vv. 37.41), refiere el evangelista algunas sentencias contra los que son motivo de escándalo o de tropiezo y, por consiguiente, de caída. Es preferible morir antes que atentar con nuestro propio comportamiento contra la debilidad del hermano, en particular si se sobreentiende la debilidad en la fe (v. 42).
Esta idea aparece articulada en los versículos siguientes con tres afirmaciones extremas: es mejor amputarse un miembro del propio cuerpo que sea ocasión de caída que conservar la integridad del cuerpo y perder la comunión con Dios. El carácter trágico de esta última condición está reforzada con la cita del Is 66,24, que evoca la destrucción provocada por la putrefacción y por la combustión: un tormento sin tregua (v. 48).