Si os mantenéis firmes, conseguiréis salvaros.

 



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


    Las piedras del templo caerán bajo los golpes de las legiones romanas en el año 70, después de que el fuego de los dominadores extranjeros se inflame para incendiar los paramentos sagrados. La comunidad cristiana de los orígenes, sostenida por la Palabra de su Señor, reflexiona sobre estos acontecimientos y verifica su capacidad de resistencia en este trance delicado de la historia.

           La enseñanza de Jesús nos lleva a comprender que el final del templo no coincide ni con el final del tiempo ni con la parusía. Si bien desde muchos lugares se habían elevado voces en este sentido por parte de personajes que se presentaban con prerrogativas mesiánicas, en la comunidad cristiana resuena con fuerza la voz de aquel que dice "Yo soy" en el hoy salvífico de la historia, incluso en medio de la confusión producida por los desbarajustes políticos y bélicos. Lo que tienen que hacer los  discípulos, en medio de tantos falsos profetas de mal agüero, es ser testigos del verdadero Señor de la historia, sus siervos fieles que saben esperar, soportar, perseverar en el trabajo humilde y sencillo de cada día (Lc 17,10).

           Como siervos proclamarán unas palabras tan verdaderas ante los jefes de las sinagogas, los gobernadores y los reyes que éstos no sabrán qué responder. En consecuencia, se hace justicia a la sabiduría tanto en el tiempo de la fiesta como en el tiempo del llanto y del luto (7,35). Bendito sea, pues, el Padre celestial, que ha revelado a los pequeños el misterio de su Reino {cf. 10,21). Lo hace ahora, con la Palabra de Jesús, y lo hará siempre a lo largo de la historia, con la palabra repetida y predicada por los apóstoles y por los discípulos. Es una palabra de aliento: "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá" (Lc 21,18; cf. 12,7). La capacidad de aguante debe ser entendida, pues, no como victimismo, sino como alegría en el martirio (cf Esteban en Hch 7,59), paz en la hora de la disidencia doméstica, deseo de dar la vida por el Señor. Aunque el templo haya sido destruido, Dios no deja de construir su Reino, no permite que su pueblo, reunido por Cristo, sea presa del pánico.



 Gracias a: Rezando Voy,Santa Clara de Estella y Ciudad Redonda