Nos quedamos alucinados y se lo dijimos. Él nos agradeció los cumplidos, pero nos contó que, por desgracia, casi nunca salía al balcón a disfrutar de las vistas. Nos dijo algo así: «Debería darle este piso a una familia pobre que pudiera disfrutarlo. Yo podría vivir en un sótano, porque nunca tengo tiempo para esto. No recuerdo la última vez que salí a ver un atardecer o un amanecer. Siempre estoy liadísimo, estresado, con mil cosas en la cabeza. Este sitio es un desperdicio para mí. Solo salgo cuando tengo visitas y quiero fardar de las vistas».
Jesús dijo una vez algo parecido a esto: ¿De qué te sirve tenerlo todo si estás siempre tan ocupado y estresado que no puedes disfrutarlo?
Cuando Jesús habla de ganar el mundo entero y perder tu alma, no se refiere solo a llevar una mala vida, morir en pecado e ir al infierno. Esa es la advertencia más fuerte de su mensaje. Podemos perder nuestra alma de otras maneras, incluso siendo buenas personas, dedicadas y con principios. El hombre de la historia que acabo de contar es una buena persona, dedicada, con principios y amable. Pero él mismo reconoce que le cuesta conectar con su vida, disfrutarla de verdad, porque cuando vives bajo presión constante y siempre tienes prisa, no es fácil levantarte por la mañana y decir: «Este es el día que ha hecho el Señor, ¡vamos a disfrutarlo!». Es más probable que digamos: «¡Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este día!».
Además, cuando Jesús nos dice que es difícil para un rico entrar en el Reino de los Cielos, no se refiere solo al dinero y a las cosas materiales, aunque eso también está incluido. El problema también puede ser una agenda a tope, un trabajo o una pasión que nos consume tanto que casi nunca nos tomamos el tiempo (ni siquiera se nos ocurre) para disfrutar de la belleza de un atardecer o del simple hecho de estar sanos y tener la suerte de tener una vida tan llena.
Para ser sincero, esta es una de mis luchas. Durante todos mis años como sacerdote, siempre he tenido la suerte de tener una agenda llena, un trabajo importante, un trabajo que me encanta. Pero, si soy honesto, tengo que admitir que durante estos años he estado demasiado ocupado y estresado para ver muchos atardeceres (a menos que, como mi amigo, estuviera enseñándoselos a una visita).
He intentado salir de esto obligándome a tener momentos de oración tranquila, paseos, retiros y varias semanas de vacaciones al año. Eso ha ayudado, sin duda, pero sigo siendo un adicto al trabajo, estresado y con prisa casi todo el tiempo, deseando tener tiempo para la tranquilidad, la oración, los atardeceres, un paseo por el parque, una copa de vino o whisky, un cigarro contemplativo. Y me doy cuenta de la ironía: ¡Me estoy matando a trabajar para tener tiempo para relajarme!
No soy Thomas Merton, pero me consuela saber que él, un monje en un monasterio, a menudo estaba demasiado ocupado y presionado para encontrar la soledad. Buscándola, pasó los últimos años de su vida como ermitaño, lejos del monasterio principal, excepto para la Eucaristía y los rezos diarios. Y cuando encontró la soledad, se sorprendió de lo diferente que era de cómo la había imaginado. Así la describe en su diario:
«Hoy estoy en soledad porque en este momento me basta con ser, de forma humana normal, con mi hambre y mi sueño, mi frío y mi calor, levantarme e irme a la cama. Ponerme y quitarme las mantas, hacer café y luego bebérmelo. Descongelar el frigorífico, leer, meditar, trabajar, rezar. Vivo como vivieron mis antepasados en esta tierra, hasta que finalmente muera. Amén. No hay necesidad de hacer una declaración sobre mi vida, especialmente sobre ella como mía… Debo aprender a vivir de manera que olvide los programas y las pretensiones».
¡Y para ver el atardecer desde mi balcón!
Cuando somos ricos, estamos ocupados, presionados y preocupados, es difícil disfrutar de tu propio café. Artículo original en Ingles. Imagen: Depositphotos. Ron Rolheiser OMI (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Fuente: Ciudad Redonda.org