La pregunta del Bautista: "Eres tú el que tenía que venir?", que domina la presente página del evangelio de Mateo, no expresa una mera curiosidad religiosa.
Juan estaba convencido de que el Mesías iba a inaugurar el Reino de Dios. Llevaba una vida ascética ejemplar llamando a penitencia a sus contemporáneos y fustigó las costumbres de los poderosos hasta ser encarcelado por tal motivo. Desde la prisión, manda a informarse acerca de los fundamentos de la "buena noticia" porque se ha jugado la vida sobre el sentido de lo que ha vivido hasta el presente. Ni siquiera el Bautista es una excepción en la oscuridad de la fe, ni goza desde el principio de una plena comprensión del proyecto de Dios que le puede preservar del escándalo (v. 6).
Jesús responde indicando lo que está haciendo; sus palabras (anuncia el evangelio a los pobres), sus acciones ("Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo...": v. 4), las Escrituras, mediante las cuales se pueden entender sus palabras y acciones (de hecho, espiga unas citas, tomadas la mayor parte de Is 35: "Los ciegos ven..."). Jesús sabe que a alguien que está disponible como el Bautista, el evangelio le habla por sí mismo; él comprenderá que Jesús es el que viene en nombre de Dios. Pero como el Bautista ha anunciado un Mesías un tanto diverso, juez severo, ministro de la ira de Dios, deberá estar dispuesto a rectificar su misma visión de Mesías.
También él debe convertirse. Mateo reserva al final una palabra dirigida al discípulo de Jesús: el Bautista era grande, pero no era más que un precursor, mientras que el discípulo ha conocido en plenitud el don de Dios, y por eso es más grande que el Bautista (v. 11). Su grandeza no estriba en una mayor estatura ascética y moral, sino en el don de Dios que ahora, en Jesús, se manifiesta plenamente.
John Muir se preguntó una vez: “¿Por qué los cristianos son tan reacios a dejar entrar a los animales en su cielo tacaño?”
Y sí, ¿por qué? Especialmente cuando san Pablo nos dice en la carta a los Romanos que toda la creación (mineral, vegetal y animal) gime deseando ser liberada de la corrupción para entrar en la vida eterna con nosotros. ¿Cómo? ¿Cómo entrarán los minerales, las plantas y los animales en el cielo? Eso está más allá de lo que ahora podemos imaginar, del mismo modo que tampoco podemos imaginar cómo entraremos nosotros: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni ha pasado por el corazón del hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman”. La vida eterna está más allá de nuestra imaginación presente.
Lo que John Muir pregunta sobre los animales podría aplicarse en un sentido más amplio: ¿somos también demasiado tacaños a la hora de decidir quién puede ir al cielo?
Cuando digo “tacaños” me refiero a cómo, con frecuencia, estamos tan obsesionados con la pureza, los límites, el dogma y las prácticas religiosas que terminamos excluyendo a millones de personas de nuestras iglesias, de nuestros programas, de los sacramentos, de nuestras mesas eucarísticas y hasta de nuestra idea de quién merece el cielo. Esto ocurre en todas las confesiones cristianas. Como cristianos, todos tendemos a construir un cielo tacaño.
Sin embargo, puedo entender el instinto que hay detrás de esto. Seguir a Jesús tiene que significar algo concreto. Ser discípulo de Cristo implica exigencias reales, y las iglesias necesitan límites claros en cuanto a doctrina, sacramentos, pertenencia y práctica. Es legítimo trazar una línea entre quién está “dentro” y quién está “fuera”. El instinto en sí es sano.
Pero su práctica no siempre lo es. A menudo hacemos del cielo un lugar tacaño. Metafóricamente, somos como aquel grupo del Evangelio que impide al paralítico acercarse a Jesús, de modo que solo puede llegar a Él entrando por un agujero en el techo.
Nuestro instinto puede ser correcto, pero nuestra práctica a menudo no lo es. Nosotros, los que estamos profundamente comprometidos con la Iglesia, necesitamos ser lo bastante firmes en nuestra fe y en nuestra práctica como para ser anclas de una espiritualidad y un estilo que acoja y comparta la mesa con quienes no lo están. ¿Cómo hacerlo? He aquí una comparación.
Imagina una familia de diez hijos, ya adultos. Cinco de ellos están profundamente comprometidos con la familia: vuelven a casa con frecuencia, comen juntos todos los fines de semana, mantienen el contacto, celebran rituales y encuentros regulares para seguir unidos, y se ocupan de que sus padres estén siempre bien. A estos podríamos llamarlos los “miembros practicantes” de la familia.
Ahora imagina que los otros cinco hijos se han distanciado. Ya no mantienen una relación constante con la familia, están desconectados de su vida cotidiana y de su espíritu, no se preocupan demasiado por sus padres, pero aún desean mantener algún lazo, compartir de vez en cuando una celebración o una comida familiar. A ellos podríamos llamarlos los “miembros no practicantes”.
Esto plantea una pregunta: ¿Deben los “miembros practicantes” impedirles asistir a las reuniones familiares, pensando que su presencia pondría en peligro los valores o el espíritu de la familia? ¿O deberían permitirles venir, pero solo si antes se comprometen a retomar una relación regular con la familia?
Creo que en la mayoría de las familias sanas, los “miembros practicantes” acogerían con alegría a los “no practicantes” en los encuentros y comidas familiares, agradecidos por su presencia, aceptándolos con generosidad y sin exigirles compromisos previos. Tampoco se sentirían amenazados por ellos ni temerían que su presencia ponga en peligro el espíritu familiar.
Como “miembros practicantes”, confiarían en que su propio compromiso basta para sostener el espíritu, las normas y las tradiciones familiares, de modo que quienes vienen sin compromiso no amenazan nada, sino que hacen la celebración más rica y más inclusiva. Esa confianza nacería del hecho de saber —en esta familia concreta— que ellos son los adultos del grupo, capaces de acoger sin perder nada. No serían tacaños con el don y la gracia de la familia.
Creo que aquí hay una lección: nosotros, los cristianos “practicantes”, responsables de la recta práctica eclesial, la doctrina, la moral y la auténtica transmisión de la Palabra y la Eucaristía, no deberíamos ser tacaños con el don y la gracia de la familia cristiana.
Como Jesús, que acogía a todos sin exigir primero conversión o compromiso, debemos abrir nuestras puertas y ampliar nuestros brazos. La inclusión, no la exclusión, debería ser siempre nuestro primer paso. Como Jesús, no debemos sentirnos amenazados por lo que parece impuro, y debemos estar dispuestos a escandalizar a otros por las personas con las que compartimos la mesa. No seamos tacaños al compartir la familia de Dios, sobre todo porque el Dios al que servimos es un Dios pródigo que no se siente amenazado por nada. Ron RolheiserOMI / Artículo original en inglés
La aparición se inició el 9 de diciembre de 1531 en las cercanías de la Ciudad de México, entonces ciudad capital del imperio Azteca: la Virgen se aparece al indio Juan Diego, y le pide que transmita al obispo del lugar su voluntad de que se construya un templo dedicado a Ella en el cerro Tepeyac. El obispo, al escuchar el relato del indio, le pide una prueba de la Presencia de la Madre de Dios allí. María hace crecer entonces un jardín de rosas en un cerro inhóspito y semidesértico, y se las hace recoger en su tilma (especie de poncho o manta) a Juan Diego. Luego le pide se las presente como prueba de Su Presencia al obispo. Cuando el indio abre su tilma frente al obispo, caen las flores al piso y aparece milagrosamente retratada la imagen de la Virgen María en la rústica tela. El templo dedicado a la Virgen de Guadalupe fue construido en el cerro Tepeyac, lugar de las apariciones, donde se exhibe la tilma original de Juan Diego, impresa con la mundialmente conocida imagen de la Virgen de Guadalupe.
Pío X proclamó a Nuestra Señora de Guadalupe "Patrona de toda América Latina".
Pío XI, de "todas las Américas";
Pío XII la llamó "Emperatriz de las Américas"
Juan XXIII, "La misionera celeste del Nuevo Mundo" y "la Madre de las Américas".
Juan Pablo II: “Tengo la alegría de anunciar ahora que he declarado que el día 12 de diciembre en toda América se celebre a la Virgen María de Guadalupe con el rango litúrgico de fiesta”
En la maravillosa gran basílica de Guadalupe, Juan Pablo II beatificó al indio Juan Diego el 6 de mayo de 1990. Además, en sus cuatro visitas a México, Juan Pablo II visitó el Tepeyac y honró con profundo amor filial a la Virgen de Guadalupe, a quien encomendó el continente Americano y su nueva evangelización.
Curiosidades sorprendentes sobre la tilma de Guadalupe:
Estudios oftalmológicos realizados a los ojos de María han detectado que al acercarles luz, la pupila se contrae, y al retirar la luz, se vuelve a dilatar, tal cual como ocurre en un ojo vivo. ¡Los ojos de María están vivos en la tilma!. También se descubre que los ojos poseen los tres efectos de refracción de la imagen que un ojo humano normalmente posee. Lograr estos efectos a pincel es absolutamente imposible, aún en la actualidad.
La fibra de magüey que constituye la tela de la imagen, no puede en condiciones normales perdurar más que 20 ó 30 años. De hecho, hace varios siglos se pintó una réplica de la imagen en una tela de fibra de maguey similar, y la misma se desintegró después de varias décadas. Mientras tanto, a casi quinientos años del milagro, la imagen de María sigue tan firme como el primer día. Se han hecho estudios científicos a este hecho, sin poder descubrirse el origen de la incorruptibilidad de la tela.
No se ha descubierto ningún rastro de pintura en la tela. De hecho, al acercarse uno a menos de 10 centímetros de la imagen, sólo se ve la tela de maguey en crudo. Los colores desaparecen. Estudios científicos de diverso tipo no logran descubrir el origen de la coloración que forma la imagen, ni la forma en que la misma fue pintada. No se detectan rastros de pinceladas ni de otra técnica de pintura conocida. El Dr. Phillip S. Callaghan, del equipo científico de la NASA americana, biofísico de la Universidad de Kansas (EE.UU.), investigador, científico y técnico en pintura, y el Profesor Jody Brant Smith, «Master of Arts», de la Universidad de Miami, Catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Pensacolla, afirmaron que el material que origina los colores no es ninguno de los elementos conocidos en la tierra. En su libro «La tilma de Juan Diego» exponen el estudio realizado por ellos a nivel particular.
Varias veces, a lo largo de los siglos, los hombres han pintado agregados a la tela. Milagrosamente estos agregados han desaparecido, quedando nuevamente el diseño original, con sus colores vivos.
En el año 1791 se vuelca accidentalmente ácido muriático en el lado superior derecho de la tela. En un lapso de 30 días, sin tratamiento alguno, se reconstituye milagrosamente el tejido dañado. Actualmente apenas se advierte este hecho como una breve decoloración en ese lugar, que testimonia lo ocurrido.
Las estrellas visibles en el Manto de María responden a la exacta configuración y posición que el cielo de México presentaba en el día en que se produjo el milagro, según revelan estudios astronómicos realizados sobre la imagen.
El 14 de noviembre de 1921, Luciano Pérez, un anarquista español, depositó un arreglo floral al lado de la Tilma de Juan Diego que contenía una bomba de alto poder. La explosión destruyó todo alrededor, menos la tilma, que permaneció en perfecto estado de conservación. Una Cruz de pesado metal que se encontraba en las proximidades fue totalmente doblada por la explosión, y se guarda como testimonio en el templo. Sin embargo, el cristal que protegía la Tilma no se rompió, teniendo en cuenta que en aquella época no había cristales antibala.
El Dr. Enrique Graue, oftalmólogo de fama internacional, director de un hospital oftalmológico en México, afirma: «Examiné los ojos con oftalmoscopio de alta potencia, y pude apreciar en ellos profundidad de ojo como al estar viendo un ojo vivo».
En estos ojos aparece el efecto Púrkinje-Sánsom: se triplica la imagen en la córnea y en las dos caras del cristalino. Este efecto fue estudiado por el Dr. Púrkinje de Breslau y Sánsom de París, y en oftalmología se conoce por el fenómeno Púrkinje-Sánsom. Este fenómeno, exclusivo del ojo vivo, fue observado también en el ojo de la Virgen de Guadalupe, por el Dr. Rafael Torija con la ayuda de un oftalmoscopio. Él lo certifica con estas palabras: «Los ojos de la Virgen de Guadalupe dan la impresión de vitalidad».
Lo mismo afirman los doctores Guillermo Silva Ribera, Ismael Ugalde, Jaime Palacio, etc. Desde el año 1950, los ojos de la Virgen de Guadalupe han sido examinados por una veintena de oftalmólogos.
Los ojos de la Virgen contienen un retrato de las personas que presenciaron el milagro de las rosas y la aparición de la imagen en 1531. El pionero en esta observación fue el fotógrafo mexicano José Carlos Salinas Chávez en 1951, quien notó una figura en el iris del ojo derecho. El estudio más detallado y conocido es el realizado por el ingeniero peruano Dr. José Aste Tonsmann. Utilizando tecnología digital de alta resolución, escaneó los ojos de la imagen y aumentó su tamaño hasta 2.500 veces.
Las imágenes microscópicas que se aprecian en las córneas de la Virgen corresponden a una escena que se asemeja al momento de la revelación de la imagen ante el obispo:
La Dama: Una mujer indígena con el pelo recogido en una trenza.
El Anciano (El Obispo Fray Juan de Zumárraga): Un hombre sentado, con barba y nariz prominente, que se identifica con el obispo.
El Indígena (Juan Diego): Un hombre de perfil, con un gorro o capucha, que se identifica con San Juan Diego, de pie frente al obispo.
El Hombre Joven: Se cree que es el traductor del obispo, posiblemente Juan González.
El Frayle con Barba: Un hombre joven con barba, probablemente el secretario o notario del obispo.
El análisis de Aste Tonsmann afirma que estas figuras no solo están presentes, sino que se encuentran en el ojo de la Virgen en la posición y con la distorsión que se esperaría de un reflejo de Purkinje (el fenómeno óptico por el cual un objeto se refleja en una superficie curva, como el ojo humano).
Santa Eulalia de Mérida, virgen y mártir, Patrona principal de la Archidiócesis, de la ciudad y comunidad.
Nació Eulalia, a finales del siglo III, en la ciudad de Mérida; y en esta, a la edad de 12 años, alcanzó la doble corona de la virginidad y del martirio, como describe primorosamente el poeta Prudencio en el Peristephanon.
Cuando la invasión musulmana, el cuerpo de santa Eulalia fue trasladado a Asturias; y actualmente las reliquias se veneran en la Catedral de Oviedo, en la capilla dedicada a la mártir. En 1639 fue declarada Patrona de la Diócesis Ovetense. Su culto y devoción se hizo tan popular, que decenas de parroquias en el Principado se hallan bajo el patrocinio de santa Eulalia (o Santolaya).
Tu pueblo, Señor, con amor agradecido venera a Santa María y a los santos cuyas reliquias se custodian en esta Iglesia Ovetense como signo de tu presencia salvadora; te rogamos que acrecientes su fe y así, al recordarlos con gozo, se sienta impulsado hacia las realidades del cielo, sin olvidar nunca las de la tierra. Amén. Fuente
En abril de 1990 Juan Diego (el vidente de la Virgen de Guadalupe) fue beatificado por el papa Juan Pablo II en el Vaticano. En Julio 2002 fue canonizado en una ceremonia presidida por Juan Pablo II, realizada en la Basilica de Guadalupe. Su fiesta es el 9 de diciembre.
Hay consenso entre los expertos que Juan Diego nació en 1474 en el calpulli de Tlayacac en Cuauhtitlán. Este lugar estaba localizado 20 kilómetros al norte de Tenochnitlán (ciudad de México) y fue establecido en 1168 por la tribu nahua y posteriormente conquistado por el jefe Azteca Axayacatl en 1467. El nombre azteca de Juan Diego era Cuauhtlatoatzin, algo así como “el que habla como águila” o “águila que habla”.
El Nican Mopohua lo describe como un “pobre indio”, que no pertenecía a ninguna de las categorías sociales relevantes del Imperio, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, o sea que pertenecía a la numerosa clase baja del Imperio Azteca, aunque no era esclavo. Él mismo hablándole a a la Virgen de Guadalupe que se le presenta se describe como “un hombrecillo” o un don nadie, y es por esto que dice que tiene falta de credibilidad ante el Obispo. El trabajaba la tierra e incluso era dueño de una parcela, donde vivía en una pequeña vivienda. Fabricaba mantas y las vendía. Estaba casado pero sin hijos.
Entre los años 1524 o 1525 se produce su conversión al cristianismo y fue bautizado junto con así como su esposa, con el nombre cristiano de Juan Diego y su esposa con el nombre de María Lucía.
Los bautizó un fraile Franciscano de nombre padre Peter da Gand, quien fue uno de los primeros misionarios franciscanos que llegó a Mexico.
En las Informaciones Guadalupanas de 1666, que fue la primera investigación formal realizada por la Iglesia sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe, Juan Diego aparece como un hombre muy devoto y religioso, aún que se hubiera convertido. Se dice que era reservado y de un carácter místico, de poco hablar y que hacía penitencias frecuentes. También se dice que caminaba 20 kilómetros desde su poblado hasta Tenochtitlán para recibir instrucción religiosa.
Su esposa María Lucía fallece en 1529 y Juan Diego se va a vivir con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, que así le quedaba mas cerca de la iglesia en Tlatilolco – Tenochtitlán, sólo 14 kilómetros.
Se cuenta que él se levantaba muy muy temprano los sábados y domingos, antes que amaneciera para ir caminando a la iglesia y llegar a tiempo a la Misa y a las clases de instrucción religiosa.
No usaba zapatos, caminaba descalzo como la gente de su clase macehualli, ya que solo los miembros de las clases superiores de los aztecas usaban cactlis, o sandalias, confeccionadas con fibras vegetales o de pieles. Usaba para protegerse del frío una manta, tilma o ayate, tejida con fibras del maguey, el cactus típico de la región. El algodón era solo usado por los aztecas mas privilegiados.
SE LE APARECE MARÍA: Las caminatas a Tenochtitlánle tomaban unas tres horas y medias atravesando montañas y poblados. En una de ellas ocurre la primera aparición de la Virgen de Guadalupe, en el lugar ahora conocido como “Capilla del Cerrito”.
La Santísima Virgen le habló en su idioma náhuatl. Y lo llamó “Juanito, Juan Dieguito”, “el mas pequeño de mis hijos”, “hijito mío”, mostrando así su cariño.
En el momento de las apariciones Juan Diego tenía 57 años, lo que significaba que era un anciano para los estándares de la época, porque la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40 años.
Luego de las apariciones de Guadalupe Juan Diego se fue a vivir a un pequeño cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, dejando sus pertenencias a su tío Juan Bernardino.
Pasó el resto de su vida completamente dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente de su pueblo. Algo similar a lo que le sucedió al Negro Manuel, que fue custodio de Nuestra Señora de Luján, Argentina.
Juan Diego muere el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años. Juan Diego amaba de sobremanera la Sagrada Eucaristía, y por permiso especial del Obispo, luego de las apariciones, recibía la Comunión tres veces por semana, algo completamente inusual en aquellos tiempos.
Su Santidad Juan Pablo II alabó en Juan Diego su simple fe nutrida por la catequesis y lo definió como un modelo de humildad para todos nosotros, refiriéndose a lo que le dijo a la Santísima Virgen:
“soy solo un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda”
LAS APARICIONES: El 9 de diciembre de 1531, cuando se dirigía a Tlatelolco, en un lugar denominado Tepeyac, tuvo una aparición de María Santísima, quien se le presentó como “la perfecta siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”.
María le encargó que pidiese al Obispo Juan de Zumárraga, la construcción de una iglesia en el lugar de la aparición, en su nombre. Y como el Obispo no aceptó, la Virgen le pidió que insistiese.
Al día siguiente, un domingo, Juan Diego volvió a hablar con el franciscano, quien le tomó examen sobre la doctrina cristiana y le solicitó pruebas objetivas de la aparición. El 12 de diciembre, un martes, Juan Diego se dirigía de nuevo a la ciudad y la Virgen se le volvió a presentar, le consoló, y le dijo que subiera hasta la cima del cerro Tepeyac para recoger flores y traérselas a ella. A pesar del frío invierno y la aridez del sitio, Juan Diego halló unas flores muy hermosas, que las recogió en su tilma y se las llevó a la Virgen, quien le dijo que se las presentara al Obispo como prueba de la veracidad de la aparición. Cuando Juan Diego estuvo ante el obispo, abrió su tilma y dejó caer las flores, mientras que apareció en el tejido de su tilma la imagen de la Virgen de Guadalupe, hasta hoy inexplicablemente impresa.
Esta es la historia oficial, pero hay quienes dudan de su veracidad, al punto que consideran que Juan Diego nunca existió y que fue una estratagema armada para convertir a los aztecas. Sin embargo hay un hecho sobrenatural que todavía no se puede explicar que son las características extraordinarias y sobre humanas de la pintura que quedó grabada en la tilma de Juan Diego, que es objeto de veneración del pueblo mexicano. Fuente
La aurora es un momento fabuloso: el que precede inmediatamente al salir el sol. Antes sólo eran tentativas. Un leve palidecer el cielo por oriente, apenas visible en la noche. Sigue un clarear creciente, lentamente al comienzo, luego más rápidamente, siempre más rápidamente. Finalmente un instante en el que el surgir de la luz es tan victorioso y ardiente, el esplendor tan cegador a los ojos habituados a la noche, que nos podríamos creer ante el mismo sol: apenas un instante después, como una llamarada, su luz arde en el hilo del horizonte. Y finalmente el sol. Hasta ese momento, nos podíamos haber engañado, pues ya se transparentaba en lo que sólo era la aurora. Lo mismo la Inmaculada concepción. Primero, a lo largo de los siglos precedentes, se trataba del alba de Cristo, de los comienzos de su pureza y santidad, ya maravillosos considerando que se realizaban en la naturaleza humana, pero aún oscuros respecto a El. María es el culmen de la aurora, el surgir del día. Pero su luz ilumina a todos. La Inmaculada concepción distingue a María de los demás humanos sólo para unirla más a Cristo, que pertenece a todos (...). Tras el decreto que estableció la venida de Cristo, se da esta larga preparación que ya la realiza inicialmente y que llena toda la historia antigua de la humanidad. Ahora bien, toda esta preparación lleva a María, porque ella (...) es portadora de Cristo. La preparación es inmensa: es la única obra de Dios mismo en este mundo; se compromete con todo su amor: haciendo confluir, en virtud de su gracia, todo lo que en nuestros esfuerzos humanos hay de verdaderamente bueno: se plasma una naturaleza humana que será la suya. Llega un día en que todo está preparado. En la Virgen todo se reúne para pasar de ella al Hijo (...). María es la figura absoluta y total, y lo es para siempre, porque, siendo Madre de Dios, es la que une el Hombre-Dios con la humanidad (É. Mersch, La théologie duCorps mystique, I, Tournai)
Descubra cómo la corona de 12 estrellas de las imágenes de la Inmaculada, pasó a ser la bandera de la Unión europea. 1,40'
Arsene Heitz es un artista octogenario de la ciudad de Estrasburgo. Su nombre no es muy conocido. Sin embargo, una de sus creaciones se despliega al viento como símbolo de todos los europeos. En efecto, en 1950 el Consejo de Europa convocó un concurso de ideas para confeccionar la bandera de la recién nacida Comunidad Europea. Heitz, entre otros muchos diseñadores, presentó varios proyectos, y uno de ellos resultó ser el elegido, ése que hoy todos conocemos: doce estrellas sobre un fondo azul.
Recientemente, Heitz ha desvelado a una revista francesa cuál fue el motivo de su inspiración. En aquellas fechas -dice él- leía la historia de las apariciones de la Santísima Virgen en la Rue du Bac de París, que hoy es conocida como la Virgen de la Medalla de la Milagrosa. Y según el testimonio del artista, concibió las doce estrellas en círculo sobre un fondo azul, tal como la representa la iconografía tradicional de esta imagen de la Inmaculada Concepción. En principio Heitz lo tomó como una "ocurrencia", entre las muchas que fluyen en la imaginación del artista; pero la idea despertó su interés, hasta el punto de convertirse en motivo de su meditación.
Por lo que dice en la revista, Heitz acostumbra a escuchar a Dios en su interior. Es decir, reza con el corazón y con la cabeza. Se declara un hombre profundamente religioso y devoto de la Virgen, a quien ni un solo día deja de rezar el Santo Rosario en compañía de su mujer. Y por todo ello concluye que en su inspiración confluyen, además de sus dotes de artista, esas voces silenciosas que el Cielo siempre pronuncia sobre los hombres de buena voluntad, de los que, sin duda, Heitz forma parte. Un artista que casi al final de su vida y en el cénit de su carrera, puede proclamar con la garantía de la autenticidad que concede ese momento -en el que los cosas que interesan son ya muy pocas pero muy importantes- que se considera un hombre que ama a todo el mundo, pero, sobre todo, a la Santísima Virgen, que es nuestra madre.
Es cierto que ni las estrellas ni el azul de la bandera son propiamente símbolos religiosos, lo que respeta las conciencias de todos los europeos, sean cuales sean sus creencias. En este sentido, cuando Paul M. G. Lévy, primer director del Servicio de Prensa e Información del Consejo de Europa, tuvo que explicar a los Miembros de la Comunidad Económica el sentido del diseño, interpretó el número de las doce estrellas, como "guarismo de plenitud", puesto que en la década de los cincuenta no eran doce ni los miembros de dicho Consejo, ni los de la Comunidad Europea. Sin embargo, en el alma de Heitz habían estado presentes las palabras del Apocalipsis: Una gran señal apareció en el Cielo, la Mujer vestida de sol y la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas. Y sin percatarse, quizás, los delegados de los ministros europeos adoptaron, oficialmente, la enseña propuesta por Heitz en la Fiesta de la Señora: el 8 de diciembre de 1955.
Muchas casualidades, como para que, a partir de ahora, no nos sea difícil descubrir entre los pliegues de nuestra bandera de europeos la sonrisa y el cariño de Nuestra Madre, la Reina de Europa, dispuesta a echarnos una mano en ese gran reto, que nos ha propuesto el sucesor de San Pedro, Juan Pablo II: recristianizar el Viejo Continente con el ejemplo de nuestras vidas y el testimonio de nuestra palabra. Javier Paredes. Fuente: Hispanidad.com
El "milagro" de Empel: Corría el año de 1585, era la noche del 7 de diciembre. El Tercio del Maestre de Campo Francisco Arias de Bobadilla, compuesto por 5.000 hombres, está bloqueado por la escuadra holandesa en la Isla de Bommel. La situación era desesperada para los tercios españoles pues además del estrechamiento del cerco se sumaba la escasez de víveres y ropas secas. El jefe enemigo propone entonces una rendición honrosa pero la respuesta española es clara: «Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos». Ante tal respuesta, los holandeses recurren a un método harto utilizado en ese conflicto: abrir los diques de los ríos para inundar el campamento enemigo. Pronto no quedó más tierra firme que el monte de Empel, donde a duras penas consiguen refugiarse. En cierto momento, cavando una trinchera, un soldado del Tercio encuentra enterrada una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. La imagen es colocada en un altar improvisado y, tomándolo como señal del cielo, imploran su auxilio con gran devoción. Y esa noche ocurre algo del todo inusual en las aguas del río Mosa: un viento frío las hiela. ¡Es la respuesta a sus plegarias! El comandante español no pierde un instante: en las brumas de la noche, marcha con sus hombres sobre el hielo, aproximándose a los buques holandeses y los ataca por sorpresa hasta el amanecer. La victoria es absoluta. "Hasta parece que Dios es español al obrar tan gran milagro", dice el almirante Hohenlohe-Neuenstein.
Aquel mismo día, entre vítores y aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de los Tercios, actual infantería española, y es fiesta nacional en España el día 8 de diciembre. Fuente: Felipe Barandiarán del Oratorio de San Antonio. Pintor: Augusto Ferrer-Dalmau Nieto
La predicación del Bautista, con su potente invitación a la conversión y a la penitencia, es para todos los evangelistas quien introduce la predicación de Jesús. Según la presentación de Mateo, el Bautista no lanza sólo una invitación a la conversión, sino que proclama antes el acontecimiento que hace posible la misma conversión: "Está cerca el Reino de los cielos". Para que pueda generarse el gran movimiento del pueblo que sale de sus casas para dirigirse al Jordán a confesar sus pecados, es necesario que se base en la certeza inquebrantable de que Dios quiere reinar, que él está actuando realmente en este mundo y desea colmar la existencia de las personas, arrancando de cuajo la raíz de los males humanos: el pecado, las enemistades, los egoísmos. Yo pueden enderezarse los senderos porque Dios lo quiere y lo hace posible.
El bautismo por inmersión en el Jordán aparece como el signo visible de la voluntad sincera de acoger esta cercanía de Dios. Por eso es necesario evitar todo tipo de hipocresía. Mateo pone en escena a fariseos y saduceos, que piden el bautismo sin las disposiciones adecuadas. "!Raza de víboras!": el bautista no exige ser justos de antemano, pues carecería de sentido su predicación; pide abandonar la hipocresía o tentativa de engańar a Dios, porque a Dios no se le puede engańar; sobre todo no se puede confiar en una justicia que proceda del mero pertenecer a la sangre o al pueblo de Dios: "No digáis: Somos descendientes de Abrahán".
Pero el Bautista es también consciente de su propia insuficiencia: sus palabras son auténticas y enardecidas, pero no valdrían para nada si no viniera otro que de verdad "bautizará con Espíritu Santo"