¿ Qúe significa “nacer de nuevo”?


¿Qué significa “nacer de nuevo” o “nacer de lo alto”? Si eres evangélico o baptista ya habrás respondido por ti mismo. Pero si eres un católico o perteneces a la corriente principal del protestantismo entonces la frase no forma parte habitual de tu vocabulario espiritual y, además, podría connotar para ti un cierto fundamentalismo bíblico que te confunde.

¿Qué significa “nacer de nuevo”? La expresión aparece en el Evangelio de Juan en una conversación que Jesus tuvo con un hombre llamado Nicodemo. Jesus le dice que “necesita nacer de nuevo de lo alto”. Nicodemo se toma esto literalmente y replica que es imposible para un hombre ya crecido volver a entrar en el vientre de su madre para poder nacer una vez más. Jesus recurre a la frase metafóricamente, diciendo a Nicodemo que este segundo nacimiento no es de la carne, sino “del agua y el espíritu”. Bien… esto tampoco clarifica las cosas demasiado para Nicodemo, o para nosotros. ¿Qué significa “nacer de nuevo de lo alto”?
Quizás hay muchas respuestas, incluso tantas como personas hay en el mundo. El nacimiento espiritual a diferencia del físico no significa lo mismo para todos. Tengo amigos evangélicos que dicen que para ellos esto se refiere a un momento afectivo particularmente poderoso en su interior cuando como María Magdalena en el jardín con Jesus en el domingo de pascua, tienen un profundo encuentro personal en el que indubitadamente afirma su íntimo amor por Él. En dicho momento, según sus propias palabras, se encuentran con Jesucristo y nacen de nuevo, incluso a pesar de que desde su niñez siempre hayan sabido sobre Jesus y hayan sido cristianos.
La mayoría de los católicos y la corriente principal del protestantismo no identifican el “conocer a Jesús” con dicha experiencia afectiva personal. Pero entonces ellos se preguntan que pretende Jesús exactamente cuando os reta a “nacer de nuevo de lo alto”.
Un sacerdote que conozco comparte esta historia en relación con su manera de entender esto. Su madre, ya viuda desde algún tiempo antes de su ordenación, vivía en la misma parroquia donde él mismo había sido destinado para ejercer el ministerio. Fue una mezcla de bendición, el estaba encantado de ver a su madre cada día en la Iglesia, pero ella, viuda y sola comenzó a apoyarse bastante en él demandándole tiempo y él, como hijo obediente, tenía que emplear todo su tiempo libre con su madre, llevándola a comer, o a pasear y siendo su primer contacto vital con el mundo de fuera del estrecho espacio de la residencia para mayores dentro de la cual vivía. En el tiempo en el que pasaban juntos ella recordaba frecuentemente y se quejaba por vivir sola y la soledad. Pero un día, en un paseo con ella, después de un rato de silencio, dijo algo que le sorprendió y captó su atención profundamente: “¡Me he dejado vencer por el miedo!” dijo, “Ya no tengo miedo a nada. He gastado toda mi vida viviendo con miedo. Pero ahora, me lo he derrotado porque no tengo nada que perder. Ya lo he perdido todo, mi marido, la belleza de mi cuerpo, mi salud, mi lugar en el mundo, y mucho de mi orgullo y dignidad ¡Ahora soy libre! ¡Ya no tengo miedo!”
Su hijo, que la había escuchado solo a medias a lo largo del tiempo, ahora empezó a escuchar. Comenzó a estar muchas horas con ella, dándose cuenta de que ella tenía algo importante que enseñarle. Después de un par de años más, ella murió. Pero, por entonces ella había podido enseñar a su hijo algunas cosas que le ayudaron a entender su propia vida con mayor profundidad. “Mi madre me parió dos veces; una desde abajo, y otra desde arriba”, decía. El ahora entiende algo que Nicodemo no pudo captar.
Cada uno, sin duda, tiene su propia historia.
Y ¿qué nos enseñan los estudiosos de la Biblia sobre esto? Los evangelios sinópticos, dicen los estudiosos, nos dicen que sólo podemos entrar en el Reino de Dios si nos convertimos en niños pequeños, queriendo decir que debemos en nuestra vida concreta, reconocer nuestra dependencia de Dios y de los otros. No somos autosuficientes y esto supone verdaderamente reconocer y vivir nuestra dependencia humana desde la grandiosa providencia de Dios. Hacer esto, es nacer de lo alto.
El Evangelio de Juan añade algo a esto. Raymond Brown, comentando el evangelio de Juan lo dice de esta manera: Nacer de nuevo de lo alto significa que debemos, en un cierto punto de nuestra vida, entender que el fundamento de nuestra vida está más allá de este mundo, un lugar más allá del vientre de nuestra madre y que una vida más profunda significa llegar a darse cuenta de ello. De esta manera experimentamos dos nacimientos, uno que nos da la vida biológica (nacimiento en este mundo) y otro que nos da la vida escatológica (nacemos en este mundo a la fe, el alma, el amor y el espíritu). Y a veces, como fue el caso de mi amigo, puede ser tu propia madre quien ayude nuevo en este segundo nacimiento. A Nicodemo le costó superar su instintivo empirismo. Al final, lo pudo hacer. ¿Podremos nosotros?
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

El dedo de Dios en nuestras vidas

El problema en el mundo y en las iglesias -sugiere Jim Wallis- es que, constantemente, los conservadores se equivocan, y los liberales (por sobre- reacción a los conservadores) entonces no lo hacen de ninguna manera. En ningún sitio es más cierto esto -creo yo- que en cómo discernimos el dedo de Dios en los acontecimientos de nuestras vidas.
Jesús nos dice que discernamos el dedo de Dios en nuestras vidas leyendo los signos de los tiempos. ¿Qué se quiere decir con eso? La idea no es tanto que miremos toda clase de análisis social, político y religioso para tratar de entender lo que sucede en el mundo, sino más bien que miremos todos los acontecimientos de nuestras vidas, personales o globales, y nos preguntemos: ¿Qué está diciéndome Dios en este acontecimiento? ¿Qué está diciéndonos Dios en este acontecimiento?
Una generación anterior entendió esto como el intento de armonizarlo con la actuación de la “divina providencia”. Esa práctica vuelve a los tiempos bíblicos. Cuando leemos la biblia, vemos que para el pueblo de Dios nada sucedía que fuera entendido como puramente secular o religiosamente neutral. Más bien en todo acontecimiento, fuera accidental y secular, ellos veían el dedo de Dios. Por ejemplo, creían  que, si perdían una guerra, no era porque el otro lado tuviera mejores soldados, sino más bien porque Dios había dirigido de alguna manera esto para darles una lección. O, si eran castigados con una sequía, era porque Dios había parado activamente la lluvia de los cielos, para darles de nuevo una lección.
Ahora es fácil malentender esto porque, frecuentemente, al escribirlo, los autores sagrados dan la impresión de que Dios causó el acontecimiento activamente. Esa fue su expresión, aunque no intentaron dar ese significado. La biblia no trata de enseñarnos que Dios causa guerras o hace que los cielos dejen de llover; acepta que son el resultado de la contingencia natural. La lección es sólo que Dios habla a través de ellos.
Y es aquí donde los conservadores tienden a equivocarse, y los liberales tienden a perder el punto. Un reciente ejemplo de esto es  la reacción  de ciertos círculos religiosos, conservadores y liberales, al estallido del SIDA. Cuando el SIDA irrumpió por primera vez, algunas de las fuertes voces conservadoras religiosas hablaron diciendo que el SIDA  era un castigo de Dios sobre nosotros por nuestra promiscuidad sexual, particularmente por la homosexualidad. Las voces liberales religiosas, por su parte, se extrañaron tanto de esto, que su respuesta fue: ¡Dios no tiene nada que ver con esto!
Ambos necesitan una lección sobre la actuación de la divina providencia. Los conservadores religiosos se equivocan en su interpretación: Dios no causa el SIDA para castigarnos por la promiscuidad sexual. A la inversa, los religiosos liberales están también equivocados al decir que esto no tiene nada que ver con Dios. Dios no causa el SIDA (ni ninguna otra enfermedad), pero Dios habla por medio del SIDA y todas las demás enfermedades. Nuestra tarea religiosa es discernir el mensaje. ¿Qué nos está diciendo Dios con esto?
James Mackey enseña que la divina providencia es una conspiración de accidentes a través de los cuales Dios habla. Frederick Buechner va un poco más allá de esto al decir: “Esto no significa que Dios haga que nos ocurran acontecimientos que nos muevan en ciertas direcciones como piezas de ajedrez. En vez de eso, los acontecimientos suceden bajo su propia corriente tan casual como la lluvia, lo cual significa que Dios está presente en ellos, no como su causa sino como el único que, incluso en los más duros y más espeluznantes de ellos, nos ofrece la posibilidad de esa nueva vida y de la sanación, que yo creo es la salvación”.
Dios está siempre hablándonos en cada acontecimiento de nuestras vidas. Para un cristiano, no hay nada como una experiencia puramente secular. El acontecimiento puede ser el resultado de fuerzas puramente seculares y contingentes, pero contiene un mensaje religioso para nosotros, siempre. Nuestra tarea es leer ese mensaje.
Y una nota adicional: Generalmente, parece que oímos la voz de Dios sólo en experiencias que son profundamente dolorosas para nosotros, más bien que en los acontecimientos que nos traen gozo y placer. Pero no deberíamos malentender esto. No es que Dios hable sólo a través del dolor y esté callado cuando las cosas van bien. Por mejor decir, en palabras de C.S. Lewis, el dolor es el micrófono de Dios para un mundo sordo. Dios está hablando siempre; generalmente, nosotros no escuchamos. Empezamos a sintonizar con la voz de Dios sólo cuando nuestros corazones empiezan a romperse.
La divina providencia es una conspiración de accidentes por los que Dios habla, y nosotros debemos ser muy cuidadosos en lograr bien ambas partes de la ecuación. Dios no causa el SIDA, el calentamiento global, la situación de los refugiados en el mundo, el diagnóstico de un cáncer, el hambre en el mundo, los huracanes, los tornados, ni nada semejante con el fin de darnos una lección; pero algo en todas estas cosas nos invita a tratar de discernir lo que Dios está diciendo a través de ellos. Del mismo modo, Dios no hace que tu equipo deportivo favorito gane un campeonato; eso es también el resultado de una conspiración de accidentes. Pero Dios habla a través de todas estas cosas; incluso en el triunfo del campeonato por parte de vuestro equipo favorito
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Se requiere: Estilos particulares de santos

Simone Weil comentó una vez que hoy no vale ser simplemente santo; más bien “debemos profesar la santidad que demanda el momento presente”.
Tiene razón en esa segunda premisa; necesitamos santos cuyas virtudes digan algo a los tiempos.
¿Qué tipo de santo se necesita hoy? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo podemos perdonar de verdad a un enemigo? ¿Alguien que sea capaz de ayudarnos a avanzar juntos a través de amargas divisiones en nuestras comunidades e iglesias? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo llegar a los pobres? ¿Alguien que sea capaz de enseñarnos cómo orar realmente? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo descubrir el “Día Santo” en el bombardeo de diez mil canales de televisión, un millón de blogs y mil millones de tweets? ¿Alguien que sea capaz de mostrarnos cómo mantener  nuestra fe de la infancia en medio de la sofisticación, complejidad y agnosticismo de nuestras vidas adultas? ¿Alguien que, como Jesús, sea capaz de entrar en los bares de solteros y no pecar? ¿Alguien que irradie humanidad de cuerpo completo aun cuando sea, por la fe, dejado aparte? ¿Alguien que sea un místico, pero con un marcado sentido del humor? ¿Alguien que sea capaz de ser casto y sanamente sexual al mismo tiempo?
La lista podría continuar. Estamos en territorio pionero. Los santos de antes no hicieron frente a nuestros asuntos. Ellos tuvieron sus propios demonios que vencer y no están rodando sobre sus tumbas, sacudiendo con desgana sus dedos hacia nosotros en nuestras luchas e infidelidades. Conocen la  lucha, saben que el nuestro es territorio nuevo con nuevos demonios que vencer y nuevas virtudes solicitadas. Los santos de antes permanecen, por supuesto, como modelos esenciales del discipulado cristiano, evangelios vivientes, pero ellos caminaron en tiempos diferentes.
Así pues, ¿qué estilo de santos necesitamos hoy en día?
Necesitamos santos que sean capaces de honrar la bondad del mundo, incluso como honran a Dios. Necesitamos mujeres y hombres que sean capaces  de mostrarnos cómo andar con una fe viva en una cultura que cree que el mundo aquí es suficiente y que los asuntos de Dios y de la otra vida son periféricos. Necesitamos santos  que sean capaces de andar con una fe firme y adulta ante las sofisticaciones del mundo, su inquietud patológica, su sobre-estimulada grandiosidad, sus durmientes distracciones y sus irresistibles tentaciones. Necesitamos santos que sean capaces de empatizar con los que se han distanciado de la iglesia, aun cuando ellos mismos, sin compromiso, mantienen su propia moral y base religiosa. Necesitamos santos jóvenes que sean capaces de volver a inflamar románticamente la imaginación religiosa del mundo, como hicieron una vez Francisco y Clara. Y necesitamos santos ancianos que hayan andado toda la gama y sean capaces de mostrarnos cómo rozarse con todos los desafíos  de hoy y, aun así, mantener nuestra fe de la infancia.
También, necesitamos lo que Sarah Coakley llama “santos eróticos”, mujeres y hombres que sean capaces de traer castidad y eros juntos de un modo que hablen de la importancia de ambos. Necesitamos santos que sean capaces de modelar para nosotros la bondad de la sexualidad, que sean capaces de disfrutar en sus gozos humanos y honrar su lugar dado por Dios en el viaje espiritual, aunque nunca lo denigren al colocarlo contra la espiritualidad o lo deprecien al hacerlo simplemente otra forma de diversión.
Además, hoy necesitamos también santos que, con compasión, sean capaces de ayudarnos a ver nuestra ciega complicidad con sistemas de todas clases que victimizan a los vulnerables con el fin de salvaguardar nuestra propia comodidad, seguridad y privilegio histórico. Necesitamos santos que sean capaces de hablar proféticamente en favor de los pobres, en favor del medio ambiente, en favor de las mujeres, en favor de los refugiados, en favor de aquellos que están con inadecuado acceso al cuidado médico y a la educación, y en favor de todos los que están estigmatizados a causa de la raza, el color o el credo. Necesitamos santos, profetas solitarios, que sean capaces de presentarse como “unanimidad menos uno”, y sean capaces de apostar por la paz y apuntar nuestros ojos a una realidad más allá de nuestra propia miopía.
Y estos santos no necesitan ser formalmente canonizados; sus vidas necesitan simplemente ser lámparas para nuestros ojos y transformar nuestras vidas. Yo no sé quiénes son vuestros actuales santos, pero he encontrado los míos entre un grupo muy amplio de personas: viejos, jóvenes, católicos, protestantes, evangélicos, liberales, conservadores, religiosos, laicos, clericales, seculares, llenos de fe y agnósticos. Declaración completa: los nombres que menciono aquí no son personas cuyas vidas conozca yo al detalle. En su mayor parte, conozco lo que han escrito, pero sus escritos son una lámpara que ilumina mi camino.
Entre los de mi propia generación, estoy en deuda con Raymond E. Brown, Charles Taylor, Daniel Berrigan, Jean Vanier, Mary Jo Leddy, Henri Nouwen, Thomas Keating, Jim Wallis, Richard Rohr, Elizabeth Johneon, Parker Palmer, Barbara Brown Taylor, Wendy Wright, Gerhard Lohfink, Kathleen Dowling Singh, Jim Forest, John Shea, James Hillman, Thomas Moore y Marilynne Robinson.
Entre las voces más jóvenes cuyas vidas y escritos hablan también a una generación más joven que la mía, mencionaría a Shane Claiborne, Rachel Held Evans, James Martin, Kerry Weber, Trevor Herriot, Macy Halford, Robert Barron, Bryan Stevenson, Robert Ellsberg, Bierke Vandekerckhove y Annie Riggs.
Quizás estos no sean vuestros santos, lo justo sin más. Por tanto, apoyaos en aquellos que ayudan a iluminar vuestro camino. 

Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

Un nuevo libro importante

Cada año, escribo una columna compartiendo con los lectores el título y una breve sinopsis de los diez libros que más me impresionaron ese año. Ocasionalmente, sin embargo, juzgo que un libro es suficientemente excepcional como para merecer su propia columna. El nuevo libro de Robert Ellsberg Un Evangelio viviente: leyendo la historia de Dios en vidas santas es un libro así.
Robert Ellsberg es el editor y director de redacción de Orbis Books; y en ese papel ha llevado a imprenta algunos de los escritos espirituales más desafiantes de nuestra generación.Entre otras cosas, ha editado los escritos, diarios y cartas escogidas de Dorothy Day (con la cual tuvo el privilegio de estar en comunidad durante los últimos cinco años de la vida de ésta). Pero más allá de la publicación de los pensamientos de otros, el propio Ellsberg ha producido, calladamente, un enorme tesoro  de escritos sobre las vidas de los santos. Tiene tres libros mayores sobre las vidas de los santos (Todos los santos, Guía de los santos a la felicidad y Bendita entre todas las mujeres); y, cada día, escribe una relación de la vida de un santo para el opúsculo Give us this day.
Ellsberg es lo que técnicamente se llama un hagiógrafo, esto es, alguien que narra las vidas de algunos santos de modo que puedan servir de orientación para el resto de nosotros. Cualquiera que esté familiarizado con la historia de la espiritualidad cristiana sabe lo importante que ha sido esto. Los Evangelios mismos son, hablando en cierta manera, hagiografía, la vida de  Jesús narrada para nuestra orientación e imitación. Después, en la primitiva iglesia, tenemos las vidas de los mártires; y, más tarde, un desfile de santos a lo largo de los tiempos medievales y modernos hasta nuestros días. Siempre nos han contado historias de los santos.
Muchos de nosotros -sospecho yo- estamos familiarizados con la clásica serie de cuatro volúmenes de Alban Butler Vidas de los santos. Estas famosas mini-biografías fueron publicadas hace 200 años, pero emplearon el género literario de aquel tiempo para escribir las vidas de los santos. Ese género, la hagiografía, por principio, distorsionaba algo la realidad literaria con el fin de destacar la esencia, y esto dejó frecuentemente al lector con  la impresión de que los santos que eran descritos estaban privados de la normal debilidad y limitación humana. Nuestro tiempo ya no entiende esto; y así, se necesita un nuevo estilo de biografía, uno que revele la esencia sin sacrificar los hechos literales. Robert Ellsberg es ese nuevo estilo de hagiógrafo y hoy necesitamos esa hagiografía.
Cuando yo era joven, las vidas de los santos eran una de las principales maneras con las que se enseñaba la espiritualidad. Cada uno de nosotros tenía un santo patrón, cada ciudad tenía un santo patrón, cada parroquia tenía un santo patón. Todos nosotros leíamos las vidas de los santos y nos movían a ideales más altos por la imitación de santos tales como Tarsicio, apedreado de muerte por proteger el Santísimo Sacramento; Maria Goretti, que quiso morir antes que sacrificar su integridad personal; san Jorge, que por el poder de la fe pudo matar dragones; y san Cristóbal, cuyo providencial ojo podía guardarte seguro mientras conducías.
Por supuesto, mirando hacia atrás, uno puede ver ahora dónde aquellos que narraron estas historias se tomaron frecuentemente libertades con el  hecho histórico para destacar la esencia. Verdaderamente, tanto san Jorge como san Cristóbal están ahora relegados más al reino de la ficción que a la verdad. No importa; sus historias, como las de otros santos que leímos, levantaron nuestros ojos un poco más altos, pusieron un poco más de coraje en nuestros corazones, nos dieron ejemplos de verdadera vida del   discipulado cristiano y nos ayudaron a fijar nuestros ojos en lo que es más noble.
Hoy tenemos una versión diferente de las vidas de los santos. Los ricos, los famosos y los que viven del éxito han reemplazado efectivamente a los santos de los viejos tiempos. El libro de Butler Vidas de los santos ha sido reemplazado por la revista People, biografías, programas de televisión y lugares web que nos pintan y detallan las vidas de los ricos y los famosos. Y estas vidas, no obstante la bondad que con frecuencia veis ahí, no fijan nuestros ojos ni nuestros corazones en la misma dirección que lo hacen las vidas de Tarsicio, María Goretti, san Jorge o san Cristóbal. En una cultura que diviniza la celebridad, necesitamos algunas celebridades diferentes que  envidiar. Robert Ellsberg está señalándolas.
En este libro, entre otras cosas, Ellsberg narra las vidas de cuatro “santos” contemporáneos: Dorothy Day, Thomas Merton, Henri Nouwen y Charles de Foucauld (ninguno de los cuales está todavía canonizado ni podría estarlo alguna vez). Pero sus vidas -cree él- son capaces de ayudarnos a definir lo que el seguimiento de Jesús podría significar en las complejidades de nuestra propia generación.
Y esto es verdad también para la iglesia en conjunto. Comentando la vida de Charles de Foucauld, Ellesberg escribe: “En una época en la que el Cristianismo ya no es sinónimo de superación de la civilización occidental y poder colonial, el testimonio de Foucauld -pobre, desarmado, despojado de todo, no confiando en ninguna autoridad más grande que el poder del amor- puede representar bien el futuro de la iglesia, una iglesia enraizada en la memoria de sus orígenes y de su pobre fundador.
¡Los santos tienen algo para cada uno!
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

El reino de Dios ha llegado a vosotros

 Domingo 14º del  tiempo ordinario

Textos
Audio medio
Salomé ArricibitaCon paciencia de semilla
Con Teresa Nécega. Preciosa canción, para madurar en ese camino que hace crecer nuestro interior para “madurar el alma”.
Gracias a: Rezando Voy. 

La pérdida del cielo y el temor al infierno

Mientras crecía como católico romano, al igual que el resto de mi generación, me enseñaron una oración llamada Acto de contrición. En aquel momento, todo católico tenía que memorizarlo y recitarlo durante o después de la confesión. La oración comenzaba de esta manera: Oh, Dios mío, me pesa de haberos ofendido y detesto todos mis pecados porque temo la pérdida del cielo y las penas del infierno. …
Temer la pérdida  del cielo y temer las penas del infierno pueden parecer como una misma cosa. Pero no lo son. Hay una enorme distancia moral  entre temer la pérdida del cielo y temer las penas del infierno. La oración las separa sabiamente. El temor del infierno está basado en un temor de castigo, el temor de la pérdida del cielo está basado en un temor de no ser una persona buena y afable. Hay una enorme diferencia entre vivir temiendo el castigo y vivir temiendo no ser una buena persona. Somos más maduros, humanamente y como cristianos, cuando nos pesa más no haber amado lo suficiente que cuando tememos ser castigados por hacer algo malo.
Mientras crecía por los años 1950-60, asimilé la espiritualidad y catequesis del catolicismo romano del tiempo. En la mentalidad católica de entonces (y esto era esencialmente igual para protestantes y evangélicos) el énfasis escatológico se ponía mucho más sobre el temor de ir al infierno que sobre ser una persona afable. Como niño católico que era, juntamente con mis compañeros, yo estaba muy preocupado de no cometer un pecado mortal, esto es, hacer algo por egoísmo o debilidad que, si no fuera confesado antes de morir, me enviaría al infierno por toda la eternidad. Mi temor era que yo podía ir al infierno más bien que podía no ser una persona afable que pasara por alto el amor y la comunidad. Y así estaba preocupado de no ser malo más bien que de ser bueno. Me preocupaba hacer algo que fuera pecado mortal, que me enviara al infierno; pero no me preocupaba tanto tener un corazón suficientemente grande para amar como Dios ama. No me preocupaba tanto perdonar a otros, olvidar las ofensas, amar a los que son diferentes de mí, ser crítico, o ser tan tribal, racista, sexista, nacionalista o cerrado en mis criterios religiosos que sería incómodo sentarme con algunos otros en la mesa del banquete de Dios.
La mesa celestial está abierta a todos que quieran sentarse con todos. Este es un verso de un poema de John Shea y deletrea sucintamente -creo yo- una condición no-negociable para ir al cielo, a saber, la voluntad y capacidad de amar a todos y sentarnos con todos. Es no-negociable por esta razón: ¿Cómo podemos estar a la mesa celestial con todos si por alguna razón de orgullo, ofensa, temperamento, amargura, intolerancia, política, nacionalismo, color, raza, religión o historia no estamos abiertos a sentarnos con todos?
Jesús enseña esto también, precisamente de una manera diferente. Después de darnos la oración dominical,que acaba con estas palabras: “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, añade esto: “si vosotros perdonáis a otros cuando os ofenden,  también vuestro Padre del cielo os perdonará. Pero si vosotros no perdonáis a otros, tampoco vuestro Padre os perdonará”. ¿Por qué no puede Dios perdonarnos si nosotros no perdonamos a otros? ¿Ha escogido Dios arbitrariamente esta condición como su perrito-mascota para ir al cielo? No.
No podemos participar en el banquete celestial si aún somos selectivos de con quién podemos sentarnos. Si en la otra vida, como aquí en esta, seleccionáramos a quien amamos y abrazamos, entonces el cielo sería lo mismo que la tierra, con facciones, amargura, rencores, daño y toda clase de racismo, sexismo, nacionalismo y fundamentalismo religioso guardándonos a todos nosotros en nuestros separados silos. Sólo podemos participar en el banquete celestial cuando nuestros corazones son lo bastante generosos para abrazar a todos los demás que están a la mesa. El cielo demanda un corazón abierto al abrazo universal.
Y así, mientras me voy haciendo más viejo, me acerco al final de mi vida y acepto que pronto me encontraré cara a cara con mi Hacedor, me preocupa cada vez menos ir al infierno y me preocupa cada vez más la amargura, ira, ingratitud y falta de perdón que aún queda en mí. Me preocupa menos cometer un pecado mortal, y más si soy bondadoso, respetuoso y perdono a otros. Me preocupa más la pérdida del cielo que las penas del infierno, esto es, me preocupa que yo podría acabar como el hermano mayor del hijo pródigo, que se queda fuera de la casa del Padre, excluido por la ira más bien que por el pecado.
Y aun así, agradezco el Acto de contrición de mi juventud. El miedo al infierno no es una mala situación por la que empezar.  
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes