Relaciones inacabadas. Artículo.

Un colega mío, terapeuta clínico, cuenta esta historia: Una mujer acudió a él estando en manifiesta necesidad de atención. Su esposo había muerto recientemente de un ataque cardiaco. Su muerte había sido repentina y en el momento más inoportuno. Habían estado felizmente casados durante treinta años y, durante todos esos años, nunca habían tenid una considerable crisis en su relación. Pero el día en que su esposo murió, se habían enzarzado en una discusión sobre algo muy insignificante y había ido en aumento hasta que empezaron a lanzarse entre sí palabras indignas e hirientes. En un momento determinado, su esposo, agitado y  airado, salió de la habitación, le dijo que iba de compras y poco después murió de un ataque cardiaco antes de llagar al coche. Como se comprenderá, la mujer quedó devastada, por la súbita muerte de su esposo y por esa mutación postrera. “¡Todos estos años -se lamentaba- tuvimos una relación muy cariñosa, y luego tenemos tan inútil discusión por una nonada que acaba siendo nuestra última conversación!”

El terapeuta lo desvió con algo de signo humorístico. Dijo: “¡Qué horrible resultó que le hiciera eso a Ud.: morir precisamente entonces!” Obviamente, el hombre no había intentado su muerte, pero su momento fue de hecho terriblemente injusto para con su esposa, ya que eso la dejó cargando con una culpa en apariencia permanente, sin la menor posibilidad de  solución.

Después, el terapeuta introdujo una orientación diferente. Preguntó: “Si recuperara a su esposo durante cinco minutos, ¿qué le diría Vd.?” Sin dudarlo, respondió: “Le diría lo mucho que lo amaba, lo bueno que fue para conmigo durante todos estos años y cómo, al final, nuestro breve momento de enfado fue un episodio carente de sentido, que no significa nada en relación a nuestro amor”.

El terapeuta dijo entonces: “Vd. es una mujer de fe, cree en la comunión de los santos. Bien, en este momento, su esposo aún está vivo y presente en su vida;  así pues, ¿por qué no le dice todas estas cosas ahora mismo? ¡No es demasiado tarde para expresarle todo eso!”

Tenía razón. ¡Nunca resulta demasiado tarde! Nunca resulta demasiado tarde decir a nuestros seres queridos difuntos cuánto lo sentimos de verdad por ellos. Nunca resulta demasiado tarde pedir perdón por las maneras en que podríamos haberles hecho daño. Nunca resulta demasiado tarde pedir su perdón por la negligencia en la relación, y nunca resulta demasiado tarde expresar las palabras de aprecio, declaración y gratitud que deberíamos haberles dicho mientras estaban vivos. Como cristianos, tenemos el gran consuelo de saber que la muerte no es el final, que nunca resulta demasiado tarde.

Y necesitamos desesperadamente ese particular consuelo, esa segunda oportunidad. No importa quiénes somos, siempre somos inadecuados en nuestras relaciones. No siempre podemos estar presentes a nuestros seres queridos como deberíamos; a veces decimos cosas con ira y amargura que dejan profundas cicatrices, traicionamos la confianza en toda clase de formas, y generalmente estamos necesitados de la madurez y autoconfianza para expresar la declaración que deberíamos estar transmitiendo a nuestros seres queridos. Ninguno de nosotros toma medidas totalmente. Cuando Karl Rahner dice que ninguno de nosotros tiene nunca en su vida la “sinfonía acabada”, no sólo se está refiriendo al  hecho de que ninguno de nosotros llega a cumplir totalmente su sueño,  sino también se está refiriendo al hecho de que, en todas nuestras relaciones más importantes, ninguno de nosotros está nunca a la altura totalmente. A veces, no podemos dejar de defraudar.

A fin de cuentas, todos nosotros perdemos a nuestros seres queridos de modos semejantes a como esa mujer perdió a su marido, con asuntos inacabados, en mal momento. Siempre hay cosas que deberían haber sido dichas y no lo fueron, y hay cosas que no deberían haber sido dichas y lo fueron.

Pero aquí es donde entra nuestra fe cristiana. Nosotros no somos los únicos que nos quedamos cortos. En el momento de la muerte de Jesús, de hecho todos sus discípulos habían desertado. El momento aquí también fue muy malo. El Viernes Santo fue malo mucho antes de que fuera bueno. Pero -y este es el punto- como cristianos, no creemos que siempre serán perfectos nuestros fines en esta vida, ni que siempre seremos adecuados en la vida. Más bien, creemos que la plenitud de la vida y la felicidad nos vendrá por medio de la redención de lo que ha ido equivocado, sobre todo con lo que ha ido equivocado a causa de nuestras propias inadecuaciones y debilidad.

  1. K. Chesterton dijo que el Cristianismo es especial porque, en su creencia en la comunión de los santos, “aun los muertos tienen un voto”. En realidad, tienen más de un voto. Incluso logran oír lo que estamos diciéndoles.
  2. Así pues, si habéis perdido a un ser querido en una situación donde aún había algo no resuelto, donde aún había una tensión que necesitaba ser suavizada, donde deberíais haber sido más cuidadosos, o donde os lamentáis de no haber expresado adecuadamente la declaración y el afecto que podríais haber expresado, daos cuenta de que no es demasiado tarde. ¡Aún puede hacerse todo! Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

San Agustín de Hipona. 28 de agosto.

 
¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
   Tú estabas dentro de mí, y yo fuera,
y por fuera te buscaba, y deforme como era
me lanzaba sobre las cosas hermosas por Ti creadas.
   Tú estabas conmigo,
y yo no estaba contigo.
Me retenían lejos de Ti todas las cosas,
aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían.

Frases de San Agustín:

"Una lágrima se evapora, una flor sobre mi tumba se marchita, mas una oración por mi alma la recoge Dios. No lloréis, amados míos, Voy a unirme con Dios y os espero en el cielo. Yo muero, pero mi amor no muere, yo os amaré en el cielo como los he amado en la tierra. A todos los que me habéis querido os pido que roguéis por mí, que es la mayor prueba de cariño.

Cuando descubres tus faltas, Dios las cubre. Cuando las escondes, Dios las descubre. Cuando las reconoces, Dios las olvida.

Agustín nació en Tagaste el 13 de noviembre del año 354. Fue educado siguiendo los hábitos cristianos de su madre, Mónica, y, como se reveló enseguida como un joven de prometedoras cualidades, fue encaminado a la carrera de retórica. Ya desde los tiempos de estudio en Cartago estuvo marcado por una incomodidad interior que le llevaría lejos. La primera respuesta a esta sed de totalidad fue una vida mundana tejida por varios vínculos, más o menos límpidos. Ahora bien, la inquietud es también sed y búsqueda de la verdad: se apasiona con la lectura del Ortensio de Cicerón, lee la Sagrada Escritura, pero no se entusiasma con ella y acaba por adherirse al racionalismo y al materialismo de la secta de los maniqueos. Tras haber enseñado en Tagaste y en Cartago, se traslada primero a Roma (383) y después a Milán (384). Aquí su viaje espiritual da un viraje decisivo: conoce y escucha al obispo Ambrosio, revisa sus posiciones sobre la Iglesia católica, vuelve a leer la Sagrada Escritura y, en medio de la lucha entre sus antiguos hábitos de vida y los nuevos impulsos interiores, al final se abre a la luz y a la riqueza de Cristo.

Fue bautizado el año 387 por Ambrosio. Decidido a volver a África, se establece en Tagaste y funda allí su primera comunidad monástica, siguiendo el modelo de la comunidad cristiana de Jerusalén. En el año 391 fue ordenado sacerdote por el obispo Valerio, a quien en el 395 le sucede en la guía de la diócesis de Hipona. Desde entonces se dedicó por completo a la vida de la Iglesia -ministerio de la Palabra, defensa de la fe-, aunque prosigue con la experiencia de vida común con un grupo de hermanos monjes, a los que traslada al episcopio. Escribió más de doscientos libros y casi un millar de documentos, entre sermones y cartas. Murió el 28 de agosto del año 430. Hasta tal punto fue hijo de la Iglesia que se convirtió en padre... y doctor.- Oración: Renueva, Señor, en tu Iglesia el espíritu que infundiste en tu obispo san Agustín, para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de ti, fuente de la sabiduría, y te busquemos como el único amor verdadero. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

San Agustín, la Película

MEDITATIOLas palabras de Agustín son palabras de un amor apasionado. Una inquietud del corazón, una nostalgia y un deseo que se traducen en una búsqueda incansable, posible y fecunda sólo en el interior de una oración interminable, que es su misma existencia.

De la nostalgia del corazón asoman los rasgos de la belleza interior: un deseo de verdad y de amor que Agustín comprende como "suspiro de identidad"; es la divina semejanza. Y Agustín abre a Dios todo su ser: el pasado, el presente, el futuro, consciente de que sólo Dios puede vencer sus resistencias, sus miedos, todas sus debilidades de hombre, y satisfacer su sed. "Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras no descanse en ti" (Agustín de Hipona, Confesiones I, 1). A la luz de la verdad encontrada, Agustín ve con mayor claridad su pecado y la necesidad de la gracia, de la intervención divina, y comprende toda la orgullosa pretensión de su yo. Pero eso es lo que tiene lugar ahora en el corazón de su ininterrumpido diálogo con Dios, el Padre de su despertar. El Padre le ama, y nada puede apartar a Agustín de la confiada certeza de que la gracia de Cristo vencerá sobre el pecado; se restaurará en él "el orden del amor" y, con él, la bienaventuranza de la paz y de la libertad.

ORATIOA ti te invoco, Dios Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas verdaderas. Dios, Sabiduría, en ti, de ti y por ti saben todos los que saben.

Dios, verdadera y suma vida, en quien, de quien y por quien viven las cosas que suma y verdaderamente viven. Dios bienaventuranza, en quien, de quien y por quien son bienaventurados cuantos hay bienaventurados.

Dios, Bondad y Hermosura, principio, causa y fuente de todo lo bueno y hermoso. Dios, Luz inteligible, en ti, de ti y por ti luce inteligiblemente todo cuanto inteligiblemente luce. Dios, cuyo Reino es todo el mundo, que no alcanzan los sentidos. Dios, la ley de cuyo Reino también en estos reinos se describe. Dios, de quien separarse es caer, a quien volver es levantarse, permanecer en ti es hallarse firme. Dios, darte a ti la espalda es morir, volver a ti es revivir, morar en ti es vivir. Dios, a quien nadie pierde sino engañado, a quien nadie busca sino avisado, a quien nadie halla sino purificado. Dios, dejarte a ti es perderse, seguirte a ti es amar, verte es poseerte.

Dios, a quien nos despierta la fe, levanta la esperanza, une la caridad. Te invoco a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo. Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente. Dios que nos exhortas para que vigilemos.

Dios, por quien discernimos los bienes de los males. Dios, por quien evitamos el mal y seguimos el bien. Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.

Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno. Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro y nuestro lo que creímos ajeno. Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos. Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen. Dios, por quien lo mejor de nosotros no está sujeto a lo peor. Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria. Dios, que nos conviertes.

Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es. Dios, que nos haces dignos de ser oídos. Dios, que nos defiendes. Dios, que nos guías a toda verdad.

Dios, que nos muestras todo bien, dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena. Dios, que nos vuelves al camino. Dios, que nos llevas hasta la puerta. Dios, que haces que sea abierta a los que llaman. Dios, que nos das el Pan de la vida. Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia. Dios, que arguyes al mundo de pecado, de justicia y juicio. Dios, por quien no nos arrastran los que no creen. Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti. Dios, por quien no somos esclavos de los serviles y pobres elementos. Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio, acude propicio en mi ayuda (Agustín de Hipona, Soliloquios I, 3). 

CONTEMPLATIONo con conciencia dudosa, sino cierta, Señor, te amo yo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé. Mas también el cielo y la tierra y todo cuanto en ellos se contiene he aquí que me dicen de todas partes que te ame; ni cesan de decírselo a todos, a fin de que sean inexcusables.

Sin embargo, tú te compadecerás más altamente de quien te compadecieres y prestarás más tu misericordia con quien fueses misericordioso: de otro modo, el cielo y la tierra cantarían tus alabanzas a sordos.

Y qué es lo que amo cuando yo te amo? No belleza de cuerpo ni hermosura de tiempo, no blancura de luz, tan amable a estos ojos terrenos; no dulces melodías de toda clase de cantilenas, no fragancia de flores, de ungüentos y de aromas; no manas ni mieles, no miembros gratos a los amplexos de la carne: nada de esto amo cuando amo a mi Dios. Y, sin embargo, amo cierta luz, y cierta voz, y cierta fragancia, y cierto alimento, y cierto amplexo, cuando amo a mi Dios, luz, voz, fragancia, alimento y amplexo del hombre mío interior, donde resplandece a mi alma lo que no se consume comiendo, y se adhiere lo que la saciedad no separa. Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios (Confesiones X, 6,8).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL: En Agustín no vivió un solo hombre: vivió en él la criatura de carne y hueso, de nervios y sangre, con su desarrollo misterioso, múltiple; vivió el escritor, conjuntamente sumo escritor, sumo filósofo, sumo teólogo, y sobre cualquier otra cosa poeta sumo de los afectos y de las verdades; vivió el cristiano y el monje, el sacerdote y el obispo, el santo. Recibió de Dios toaos los clones más altos: una juventud tempestuosa, la palabra creadora, el silencio inenarrable de la oración, la fuerza necesaria para gobernar su ánimo en la navegación ultraterrena y en el aura de lo divino. Experiencia de hijo y de padre, de pecador desbandado y de obispo muy rígido, de escolar y profesor y, por tanto, de maestro de su pueblo y de todo el Occidente; de mundano y de monje, de escritor y de filósofo, de polemista y de amigo, de pensador y de contradictor y orador.

En todos esos pasajes no perdáis nada de su riquísima y potentísima humanidad: todo lo llevó consigo y lo fundió en el ardor y en la luz única de su santidad doloroso y extática. Amó, y de su experiencia de amor surgirá un amor a Dios, tal vez el más elevado que jamás haya salido de corazón humano [...].

Cuando moría Agustín en su ciudad asediada, no moría nada: nacía, para él, en los cielos amados sin paz y deseados sin tregua; nacía, para nosotros, en nuestra historia y en nuestra alma. Desde aquel día hay algo de agustiniano tanto en la historia de todos los hombres como en la historia de cada uno de ellos (G. de Luca, Sant'Agostino. Scrítti d'occasione e traduzioni). Gracias a: Santa Clara de Estella

«Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?»

Domingo 21º del Tiempo Ordinario

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Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo

Comentario



   Santa Mónica nació en Tagaste, la actual Souk Aliarás (Argelia), el año 331 en el seno de una familia cristiana y de buena condición social. Siendo aún adolescente, fue entregada como esposa a Patricio, que todavía no era cristiano. Tenía éste un modesto patrimonio y era miembro del consejo municipal de Tagaste.

Mónica era una mujer africana del bajo imperio romano, madre de uno de los más grandes padres de la Iglesia, san Agustín. Era, podríamos decir, una mujer paleocristiana, muy alejada de nosotros en el tiempo y, sin embargo, enormemente actual. "Con traje de mujer, fe de varón, seguridad de anciana, caridad de madre y piedad cristiana"
[Confesiones IX, 4,8), se ganó a su marido para Cristo y obtuvo también la conversión del "hijo de tantas lágrimas".
   Estuvo presente en el bautismo de Agustín en Milán y participó de una manera activa en su primera experiencia monástica en Cassiciaco. Mientras regresaba a África con su hijo y los amigos de éste, murió en Ostia Tiberina, cerca de Roma, antes del 13 de noviembre de 387. Dos semanas antes de que esto se produjera, madre e hijo tuvieron el dulce éxtasis de Ostia": "Y mientras hablábamos y suspirábamos por ella [la Sabiduría], llegamos a tocarla un poco con todo el ímpetu de nuestro corazón; y suspirando y dejando allí prisioneras las primicias de nuestro espíritu" (/feícUX, 10,24). Oración: Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

¿Cómo será el cielo? Artículo.


Andrew Greeley sugirió una vez que podríamos meditar con provecho sobre la siguiente visión del cielo: La condición del éxtasis físico y  satisfacción emocional que resulta del intercambio sexual entre dos personas profundamente enamoradas es el mejor anticipo comúnmente disponible para nosotros de nuestra permanente condición del estado resucitado. “El poderoso valor inspirador de la electricidad sexual y los llamativos esplendores del cuerpo humano no serán inhibidos en el estado de resucitados como son por las debilidades de este mundo. Los gozos de la resurrección, en tal caso, serán interpersonales, físicos, sexuales y compartidos porque los gozaremos entre unos y otros”.

No son pocos los sorprendidos por esta clase de imágenes cuando son aplicadas al cielo. En cambio, es precisamente esta clase de imagen la que sobresale en la manera como algunos grandes místicos cristianos, incluidos Juan de la Cruz y Teresa de Ávila, describen el cielo. Para ellos, la muerte es vuestra noche de bodas.

Además, cuando uno examina cómo algunos de los profetas, singularmente Isaías, fantasean sobre “los últimos tiempos”, uno ve una considerable semejanza entre su visión de lo que constituye la salvación y las imágenes sexuales de los místicos. En ambos casos, al final, la visión es de plenitud, de consumación, de amor sin límite, de vida normal vuelta al revés, de una paz final que es extática. Por ejemplo, cuando Isaías indica que en los últimos tiempos el lobo se acostará con el cordero, la pantera con el cabrito, y la vaca y el oso se harán amigos, e incluso el león comerá paja lo mismo que el buey; y cuando se imagina el fin de los tiempos como un gran banquete de los manjares más enjundiosos y los vinos más selectos, su fantasía es diferente sólo en imagen, no en sustancia, de lo que sugiere Greeley. En ambos casos, una imagen deliciosa y profundamente sensual es usada para describir cómo pueden ser las cosas, y cómo serán, si estamos abiertos al don de la salvación.

Destaco estas fantasías porque ha sido demasiado raro que nos  enseñaran que nuestras fantasías, por cierto también las sexuales, puedan ser el lugar donde intuimos la salvación. Somos la excepción privilegiada si nos han enseñado que nuestras fantasías terrenales pueden ser, potencialmente al menos, una rica fuente para el discernimiento y crecimiento espiritual. ¿Cómo así?

En nuestras ilusiones favoritas, concebimos frecuentemente algunos de los componentes esenciales de la salvación, esto es, nuestras mejores fantasías son inevitablemente imágenes de consumación y plenitud. En ellas, somos consumados y consumantes, hechos plenos y actores plenos, plenamente conocedores aun cuando somos conocidos plenamente, cara a cara (como Pablo describe esto en 1 Corintios 13: 12-13). En nuestras  ilusiones, nunca nos falta un abrazo que da vida. En nuestros sueños, podemos hacer el amor sin reservas y de verdad.

Nuestras mejores fantasías vuelven la realidad gozosamente al revés, en donde, como en Isaías, los leones comen paja lo mismo que los bueyes. En nuestras ilusiones, las reglas normales del mundo son suspendidas y nosotros podemos ejecutar cosas grandes y nobles sin tener en cuenta nuestras propias limitaciones atléticas, artísticas, educativas ni prácticas. En nuestras fantasías nunca estamos limitados  por nuestro cuerpo, raza, educación, origen, situación ni inteligencia. Nada es imposible en nuestras ilusiones. En nuestras fantasías podemos volar… y ser ese artista, novelista, atleta, estrella de cine única en un millón, y santo.

Además, en nuestras fantasías existe justicia y vindicación. Exactamente como los profetas imaginaron un gran día de ajuste de cuentas, cuando el arrogante será humillado, el cruel tendrá que responder por sus mezquindades, y la oculta virtud de los que sufren en silencio será revelada, así también en nuestras ilusiones. Una buena fantasía, a su   deliciosa manera propia, siempre labra justicia. En nuestras fantasías,  intuimos un nuevo cielo y una tierra nueva.

Finalmente, en nuestras fantasías sanas también estamos siempre en  nuestro mejor y más noble momento. Nunca nos mostramos mezquinos,  intolerantes ni pequeños en nuestras ilusiones. Ahí siempre somos ejemplo de virtud y nobleza: generosos, amables, profundamente cordiales y bondadosos.

Tomás de Aquino distinguió entre dos clases de unión. Para él, tú puedes estar en unión con algo tanto por medio de la posesión como por medio del deseo. En nuestras fantasías, incluso también en las que son tan sensuales y privadas como para avergonzarnos de ellas, nos conceden la  privilegiada oportunidad de intuir cómo se percibe y se siente la salvación.

Tristemente, el concepto de cielo que nos llega por medio de la predicación de la iglesia, la catequesis y la escuela del domingo es a menudo tan inconsistente, antiséptico, dualista, asexual y platónico que no queremos negociar esta vida terrenal por él. La vida aquí, aun con todas sus penas y frustraciones, todavía aparece más rica y más estimulante que el cielo que se nos promete después de la muerte. La compañía con los ángeles, la luz perfecta y la expectativa de estar sentado en silencio por toda la eternidad alabando a Dios, aunque resulta maravillosamente correcto y lleno de significado si se entiende, es demasiado abstracto para seducirnos más allá de los placeres de esta vida.

De esta suerte, nos queda algo por aprender de los profetas bíblicos, los místicos… y de la imaginación de Andrew Greeley, irreverente en  apariencia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Santa María Virgen y Reina. 22 de agosto.

Celebramos a María, la madre de Jesucristo y madre nuestra, glorificada por el Padre como Reina junto a su Hijo. 

Aunque el título de Reina se atribuye a María desde antiguo -recuérdese la Salve Regina, el Regina coeli o las letanías lauretanas- su fiesta fue instituida por Pío XII en 1954. 

Desde el año siguiente, la Iglesia la celebraba el 31 de mayo, como coronación del mes mariano. 

En la última reforma litúrgica, la celebración se ha trasladado al 22 de agosto, octava de la Asunción, para subrayar el vínculo de la realeza de María con su participación especial en la obra de la redención y en el misterio de la Asunción. 

Dice el Concilio Vaticano II en su Constitución dogmática: «María fue asunta a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo»

Oración: Dios todopoderoso, que nos has dado como Madre y Reina a la Madre de tu Unigénito, concédenos que, protegidos por su intercesión, alcancemos la gloria de tus hijos en el reino de los cielos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Fuente: santaclaradeestella.es

Mi casa será casa de oración para todos los pueblos.


Domingo 20º del Tiempo Ordinario

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Ten compasión de mí, Señor, hijo de David

Comentario


La verdad es que Cristo había salido de sus términos y la mujer de los suyos, y de este modo pudieron encontrarse uno con otro. Comienza el evangelista por acusar a la mujer a fin de poner más de relieve la maravilla y proclamarla luego con más gloria. Al oír ese nombre de <<cananea>>, acordaos de aquellas naciones inicuas que fundamentalmente trastornaron aun las mismas leyes de la naturaleza. Y con ese recuerdo, considerad el poder de la presencia de Cristo. Porque los que habían sido expulsados de la tierra para que no extraviaran a los judíos, esos mismos se muestran ahora tanto mas aptos que los judíos, que salen de sus propios términos para acercarse a Cristo, mientras aquéllos lo arrojan de los suyos cuando va a ellos.

Acercándose, pues, a Jesús, la mujer cananea se contenta con decirle: <<!Ten piedad de mi!>>, y pronto con sus gritos reúne en tomo a si todo un corro de espectadores. A la verdad, tenia que ser un espectáculo lastimoso ver a una mujer gritando con aquella compasión, y una mujer que era madre, que suplicaba en favor de su hija, y de una hija tan gravemente atormentada por el demonio. Porque ni siquiera se había atrevido a traer a la enferma en presencia del Señor sino que, dejándola en casa, ella dirige la suplica y solo le expone la enfermedad y nada mas añade.

La cananea, después de contar su desgracia y lo grave de la enfermedad, solo apela a la compasión del Señor y la reclama a grandes gritos. Y notemos que no dice: <<Ten piedad de mi hija>>, sino <<!Ten piedad de mi!>>. Mi hija en realidad no se da cuenta de lo que sufre. <<Más él no le respondió palabra>>. Qué novedad, qué extrañeza es esta? !Y ni respuesta se le concede! Tal vez, muchos de los que la oyeron se escandalizaron, pero ella no se escandalizó. Yo creo que los mismos discípulos  del Señor tuvieron alguna compasión de la desgracia de la mujer y hasta se turbaron y entristecieron un poco. Y, sin embargo, ni aun turbados se atrevieron a decirle al Señor: <<Concédele esta gracia>>. No. <<Y llegándose sus discípulos , le rogaban, diciendo: Despáchala, porque viene gritando detrás de nosotros>>, Pero Cristo les respondió: <<Dios me ha enviado solo a las ovejas perdidas del pueblo de Israel>>.

Qué hace, pues, la mujer? Se calló por ventura al oír esa respuesta? Se retiró? Aflojó en su fervor? !De ninguna manera! Lo que hizo fue insistir con más ahínco. Realmente, no es eso lo que nosotros hacemos. Apenas vemos que no alcanzamos lo que pedimos, desistimos de nuestras suplicas cuando, por eso mismo, mas debiéramos insistir A la verdad, a quién no hubiera desanimado la Palabra del Señor? El silencio mismo pudiera haberla hecho desesperar de su intento, y mucho mas aquella respuesta, Y sin embargo, la mujer no se desconcertó. Ella, que vio que sus intercesores nada podían, se desvergonzó con la más bella desvergüenza.

Cuanto mas la mujer intensifica su súplica, con más fuerza también él se la rechaza. Ya no llama ovejas a los israelitas, sino hijos; a ella, en cambio, solo le llama cachorrillo. Qué hace entonces la mujer? De las palabras mismas del Señor sabe ella componer su defensa, He ahí por qué difirió Cristo la gracia: él sabía lo que la mujer había de contestar. Así puntualmente con esta cananea. No quería el Señor que quedara oculta virtud tan grande de esta mujer De modo que sus palabras no procedían del ánimo de insultarla, sino de convidarla, del deseo de descubrir aquel tesoro escondido en su alma, Por eso no le dijo Cristo: <<Quede curada tu hija>>, sino: <<Mujer; qué grande es tu fe! Que te suceda lo que pides>>. Con lo que nos da a entender que sus palabras no se decían sin motivo, ni para adular a la mujer sino para indicarnos la fuerza de la fe (Juan Crisóstomo, <<Homilías sobre el evangelio de san Mateo>>, 52,1-2, en Obms de san Juan Crisóstomo, H, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1956, 105-106).

La ilusión de la autosuficiencia. Artículo.

Hace algunos años, asistí al funeral de un hombre que murió a la edad de noventa. Por todos los indicios, había sido un hombre bueno, sólidamente religioso, padre de familia numerosa, respetado en la comunidad y de corazón generoso. Además, había sido también un hombre fuerte, con talento, líder natural, alguien al que un grupo buscaría espontáneamente para que tomara las riendas y liderara. De ahí que ocupara algunos puestos relevantes en la comunidad. Era un hombre de gran responsabilidad.

Uno de sus hijos, sacerdote católico, pronunció la homilía en el funeral. Empezó con estas palabras: La Escritura nos dice que el total de la vida de un hombre llega hasta los setenta años, ochenta para los que son fuertes. Ahora bien, nuestro padre vivió noventa años. ¿Por qué esos veinte años extra? Bueno, no es ningún misterio. Era demasiado fuerte y estaba demasiado responsabilizado de cosas como para morir a los setenta u ochenta. Dios necesitó un extra de veinte años para madurarlo. Y resultó. Los últimos diez años de su vida fueron tiempo de debilitamiento masivo. Su esposa murió, y él nunca superó eso. Tuvo un derrame cerebral que lo redujo a una vida asistida, y eso fue un total contratiempo para él. Después, pasó los últimos años de su vida con otros que tenían que ayudarle a cuidar en sus necesidades corporales básicas. Para un hombre como él, eso fue humillante.

Pero este fue el efecto de todo eso. Lo maduró. En esos últimos años, siempre que lo visitabas, te tomaba la mano y decía: “ayúdame”. No había sido capaz de decir esas palabras desde que tenía cinco años y podía atarse los cordones de los zapatos. Para el momento en que murió, ya estaba preparado. Cuando se encontró con Jesús y san Pedro al otro lado, estoy seguro de que simplemente tendería una mano y diría: “ayudadme”. Hace diez y veinte años -estoy seguro- habría dado a Jesús y san Pedro algún consejo sobre cómo podrían correr más eficientemente las  nacaradas puertas del cielo.

Esa es una parábola que habla profunda y directamente sobre un lugar al que finalmente todos debemos acudir, o por medio de elección proactiva o  por sumisión a la circunstancia; todos debemos acudir en definitiva a un lugar donde aceptemos que no somos autosuficientes, que necesitamos ayuda, que necesitamos a los demás, que necesitamos la comunidad, que necesitamos la gracia, que necesitamos a Dios.

¿Por qué es eso tan importante? Porque no somos Dios, y nos hacemos sabios y más afectuosos cuando nos damos cuenta y aceptamos eso. Los teólogos cristianos clásicos definieron a Dios como ser autosuficiente, y destacan que solo Dios es autosuficiente. Únicamente Dios deja de tener necesidad de algo más que de Sí mismo. Todo lo demás, todo lo que no es Dios, es definido como contingente, como no autosuficiente, como necesitando algo más allá de sí mismo para ponerlo en existencia y mantenerlo en esa existencia cada segundo de su ser.

Eso puede sonar a teología abstracta; pero, irónicamente, son los niños pequeños los que lo comprenden, los que tienen un conocimiento de eso. Saben que no pueden bastarse a sí mismos y que todo nos viene como don. Saben que necesitan ayuda. Aun así, no mucho después de que aprenden a atarse los lazos de los zapatos, este conocimiento empieza a debilitarse y, mientras ellos llegan a la adolescencia y más tarde a la adultez, particularmente si son sanos, fuertes y exitosos, empiezan a vivir con la ilusión de la autosuficiencia. ¡Me basto a mí mismo!

Y eso, en realidad, les sirve bien a la hora de abrirles camino en este mundo. Pero eso no sirve a la verdad, a la comunidad, al amor, ni al alma. Es una ilusión, la mayor de todas ilusiones. Ninguno de nosotros entrará profundamente en la comunidad mientras nos nutramos de la ilusión de la autosuficiencia, cuando estemos diciendo aún: “¡no necesito a los demás! ¡Yo elijo a quien y lo que dejo entrar en mi vida!”

K. Chesterton escribió una vez que la familiaridad es la mayor de todas ilusiones. Está en lo cierto, y con lo que estamos más familiarizados es con cuidarnos y creer que nos somos suficientes a nosotros mismos. Como sabemos, esto nos ayuda a pasarlo bien en nuestra vida. Con todo, por suerte para nosotros, aunque resulte penoso, Dios y la naturaleza siempre están conspirando juntos para enseñarnos que no somos autosuficientes. El proceso de maduración, envejecimiento y, en definitiva, muerte está calibrado para enseñarnos, tanto si acogemos con agrado la lección como si no, que no estamos a cargo, que la autosuficiencia es una ilusión. Después de todo, para todos nosotros vendrá un día en que, como nos sucedió antes de que pudiéramos atarnos los cordones de los zapatos, tendremos que tender la mano y decir: “ayúdame”.

El filósofo Eric Mascall tiene un axioma que dice que no somos ni sabios ni maduros mientras damos la vida por supuesta. Llegamos a ser sabios y maduros precisamente cuando la damos por supuesta: por Dios, por los otros, por el amor. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Hoy es la gran fiesta de María, la fiesta de su Pascua, la Asunción de Nuestra Señora.


Solemnidad de la Asunción de Nuestra Señora.

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¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?

Comentario




Gracias a: CiudadRedonda  /  Rezando Voy  /  María José Bravo y Cristobal Fones S.J.

Pulsa sobre el enlace para escucharla Dios te salve María Sagrada, María Señora de nuestro camino. Llena eres de gracia, llamada entre todas para ser la Madre de Dios. El Señor es contigo y tu eres la sierva dispuesta a cumplir su misión. Y bendita tú eres, dichosa te llaman a ti, la escogida de Dios. Y bendito es el fruto que crece en tu vientre el Mesías del Pueblo de Dios al que tanto esperamos que nazca y que sea nuestro Rey. María, he mirado hacia el cielo pensando entre nubes tu rostro encontrar y al fin te encontré en un establo entregando la vida a Jesús Salvador. María he querido sentirte entre tantos milagros que cuentan de ti y al fin te encontré en mi camino en la misma vereda que yo. Tenías tu cuerpo cansado un niño en los brazos durmiendo en tu paz. María, mujer que regalas la vida sin fin. Tú eres Santa María, eres nuestra Señora porque haces tan nuestro al Señor. Eres Madre de Dios, eres mi tierna madre y madre de la humanidad. Te pedimos que ruegues por todos nosotros heridos de tanto pecar desde hoy y hasta el día final de este peregrinar. María, he buscado tu imagen serena vestida entre mantos de luz, y al fin te encontré dolorosa llorando de pena a los pies de una cruz. María he querido sentirte entre tantos milagros que cuentan de ti y al fin te encontré en mi camino en la misma vereda que yo. Tenías tu cuerpo cansado un niño en los brazos durmiendo en tu paz. María, mujer que regalas la vida sin fin. Dios te salve, María Sagrada, María, Señora de nuestro camino.

San Maximiliano María Kolbe 14 de agosto.

«Sólo el amor crea».

Nació cerca de Lodz (Polonia) en 1894. Ingresó en los Franciscanos Conventuales, estudió en Roma y allí recibió la ordenación sacerdotal. Pronto, encendido en el amor a la Madre de Dios, fundó la asociación «Milicia de la Inmaculada» que propagó con entusiasmo con varias publicaciones y a cuyo servicio fundó la «Ciudad de la Inmaculada». En 1930 marchó como misionero a Japón, donde se esforzó por extender la fe cristiana bajo el patrocinio de la misma Virgen Inmaculada. Vuelto a Polonia en 1936, intensificó la publicación y difusión de revistas marianas. Desencadenada la II Guerra Mundial, fue detenido por los nazis e internado en el campo de concentración de Oswiecim o Auschwitz (Cracovia, Polonia), donde lo destinaron a un trabajo tan penoso como el de trasportar cadáveres al crematorio. Y allí murió el 14 de agosto de 1941, tras haberse ofrecido voluntariamente a sustituir a un padre de familia condenado a la muerte por hambre. Juan Pablo II lo canonizó en 1982 y decretó que se le venerase también como mártir.

 Algunas de sus invocaciones:

«Reina en mí, oh Dios mío, y permíteme difundir en todos tu Reino a través de la  Inmaculada».

«Oh María, concebida sin pecado, ora por nosotros, los que recurrimos a ti, y por cuantos no lo hacen; en particular, por los enemigos de la santa Iglesia y por aquellos que te han sido encomendados».

«¡Gloria a la Inmaculada por todo!»

«¡Oh Inmaculada, soy tuyo!»

«Virgen Inmaculada, Madre mía, María, te renuevo, hoy y para siempre, la consagración de toda mi persona, a fin de que dispongas de mí para el bien de las almas. Sólo te pido, oh Reina mía y Madre de la Iglesia, cooperar fielmente en tu misión para la venida de Jesús al mundo. Te ofrezco, por tanto, oh Corazón Inmaculado de María, las oraciones, las acciones y los sacrificios de este día» (Consagración cotidiana a María de la Milicia de la Inmaculada).

Algunos dichos de san Maximiliano María Kolbe

 «Lo primero que tenemos que hacer es trabajar en nuestro propio perfeccionamiento».

«La humildad es lo más difícil de conquistar en el trabajo por nuestra propia santificación».

«La oración es una condición indispensable para la regeneración y para la vida de toda alma».

«Todo lo puedo en Aquel que me da fuerza a través de la Inmaculada».

«Sin un espíritu de penitencia y de renuncia de nosotros mismos no se puede ser amor».

«Sin amor, no puede haber virtud alguna; con amor, todas».

«Busca sólo la gloria de Dios, con serenidad».

«El amor mutuo es lo principal».

«Trabaja, a través de la Inmaculada, por la salvación de las almas».

Reflexiones:

En todos los continentes, o casi, es conocida y notoria la figura de san Maximiliano María Kolbe. Y quien ha recibido el don de acercarse a él, queda profundamente conquistado por el santo. Porque se quedará tan presente en su propia vida, que sentirá la necesidad de invocarlo, imitarlo y enamorarse de su poliédrica figura de hombre, sacerdote, religioso, apóstol y mártir.

«Sólo el amor crea», había repetido miles y miles de veces el padre Kolbe durante su vida. «Sólo el amor crea», cantaban las obras que iba ideando y concretando una tras otra, a fin de llevar la vida de la verdad a cada hombre con la imprenta; para llevar las ondas de la vida a cada casa por medio de la radio; para dar un signo de la vida eterna a través de las esculturas y las pinturas dé los hermanos. Y en sus largos viajes no perdía la ocasión de acercarse al ateo, al masón, al judío, al incrédulo, al cristiano adormecido en su fe, para que el nuevo destello de la vida iluminara el camino que lleva a la salvación.

«Sólo el amor crea», ha ido repitiendo el papa «venido de lejos », cada vez que se detiene a hablar de este hombre: el hombre de nuestro tiempo, el hombre de la magna y profunda herencia.  La herencia espiritual de san Maximiliano María Kolbe no tiene límites. La consagración total a la Inmaculada con propósitos apostólicos, que él vivía y promovía, es y debe ser una verdadera espiritualidad. Indudablemente, es una herencia muy comprometedora, porque se trata de imitar a aquel que nos la ha dejado. A saber: se trata no de tener «algo» de él (posibles reliquias, algún autógrafo, su biografía, etc.), sino de poseer su espíritu, porque de los santos queda sobre todo lo que han hecho, actuando según la voluntad de Dios. Recoger su herencia significa permitir a Dios que obre en nosotros como obró en ellos. Como obró en san Maximiliano María Kolbe y en muchos de sus seguidores.

Oración : Oh Dios, que al mártir san Maximiliano María Kolbe, apóstol de la Inmaculada, le llenaste de celo por las almas y de amor al prójimo; concédenos, por su intercesión, trabajar generosamente por tu gloria en el servicio de los hombres y tener el valor de asemejarnos a tu Hijo, incluso hasta en la muerte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Fuente: santaclaradeestella.es / Imagen: ACIPrensa