Rastrillo Misionero Claretiano 2018

El horario de apertura es de 12:00 a 14:00 h y
de 18:00 a 21:00 horas 
todos los días de la semana. 


Un año más, al comenzar el Adviento, en los bajos de la Parroquia del Corazón de María se encuentra el Rastrillo Misionero Claretiano, cuya finalidad es ayudar económicamente  a las Misiones Claretianas que se encuentran en diferentes países del mundo.

Lo regentan un grupo de colaboradoras de la parroquia, que año tras año trabajan para mantener este fin. Esto se puede llevar a cabo gracias a las ayudas que reciben de diferentes entidades y comercios locales que con sus  aportaciones , tanto donativos como regalos hacen que estas ventas se puedan realizar.

  Desde el 29 de Noviembre hasta el 9 de Diciembre

Nuestra falta de acogida

“Viudas, huérfanos, extranjeros”, ese es el código de la escritura para los tres grupos más vulnerables en una sociedad de cualquier tiempo dado. Y tanto los grandes profetas judíos como Jesús mismo nos aseguran que, al fin, nosotros seremos juzgados por la manera como tratamos a estos mientras vivíamos.
Es interesante ojear cualquier libro de la biblia y hacer esta pregunta: “¿Qué consideró el autor de este libro como la esencia misma de la religión? Obtendréis diferentes respuestas. Por ejemplo, si hubierais preguntado a los autores del Éxodo, el Deuteronomio o los Números, habrían respondido que lo que era central a su fe era la adecuada práctica religiosa, guardando los Mandamientos y siendo fieles a los otros códigos prescritos de la práctica religiosa de su tiempo.
Sin embargo, cuando aparecieron los grandes profetas (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Joel) dibujaron un cuadro diferente. Para ellos, la verdadera religiosidad no se identificaba simplemente con la fidelidad a la práctica religiosa; se juzgaba más bien por cómo se trataba a los pobres. Según ellos, la calidad de vuestra fe va a ser juzgada por la calidad de la justicia en la tierra; y la calidad de la justicia en la tierra va a ser siempre juzgada por  cómo les va a “las viudas, los huérfanos y los extranjeros” mientras vosotros vivís. Para los profetas, la práctica de la justicia tuvo prioridad sobre la adecuada pertenencia religiosa y fidelidad a la práctica religiosa.
Vemos numerosos dichos expresados por los profetas que nos advierten que lo que Dios quiere de nosotros no es ofrecer sacrificios en los altares sino dar el jornal justo a los pobres, no la recitación de las oraciones prescritas sino practicar la justicia en favor de las viudas, y no la honorificación de las fiestas religiosas sino dar acogida a los extranjeros.
Se debería señalar, por supuesto, que, después de los profetas, tenemos las grandes figuras de la sabiduría en la historia judía. Para ellos, la esencia de la religión no fue ni la fiel práctica religiosa ni el simple acercamiento a los pobres, sino tener un corazón sabio y compasivo, por lo cual seríais entonces fieles a ambas cosas: la adecuada práctica religiosa y el acercamiento a los pobres.
Esta es la tradición que Jesús hereda. ¿Qué hace con ella? Ratifica las tres. Para Jesús, la verdadera religiosidad implica las tres: fiel práctica religiosa, acercamiento a los pobres, y corazónsabio y compasivo. Para Jesús, no elegís entre ellas, practicáis las tres. Él nos dice claramente: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14); pero también nos dice que al fin seremos juzgados por cómo tratamos a los pobres (Mateo 25); como también nos dice que lo que en realidad quiere Dios de notros es un corazón sabio y compasivo. (Lucas 6 y 15).
Para Jesús, somos verdaderos discípulos cuando tenemos corazones compasivos, por lo cual cumplimos los mandamientos y damos  humildemente culto a nuestro Dios; pero consideramos prioritario  religiosamente el hecho de acercarnos a los grupos más vulnerables de nuestra sociedad. En verdad, sobre este último punto, los avisos de Jesús son mucho más fuertes incluso que los de los grandes profetas judíos. Los profetas afirmaron que Dios está a favor de los pobres; Jesús afirmó que Dios está en los pobres (“cualquier cosa que hagáis a los más pequeños me lo hacéis a mí”). Como tratamos a los pobres es como tratamos a Dios.
Además, (y dudo de que alguna vez nos hayamos tomado esto seriamente) Jesús nos dice que, en el juicio final, seremos juzgados para el cielo o el infierno por cómo tratamos a los pobres, particularmente por cómo  tratamos a los más vulnerables entre ellos (“viudas, huérfanos y extranjeros”). En Mateo 25, establece los criterios sobre aquello de lo que seremos juzgados, para el cielo o el infierno. Advertid que en estos criterios particulares no hay preguntas sobre si guardamos los mandamientos, sobre si fuimos a la iglesia o no, ni siquiera si nuestras vidas sexuales estaban en orden. Aquí vamos a ser juzgados exclusivamente sobre cómo tratamos a los pobres. Puede ser más bien aterrador y confuso tomar esto al pie de la letra, a saber, que iremos al cielo o al infierno sólo por cómo tratamos a los pobres.
Destaco esto porque parece que hoy tantos de nosotros -sinceros,  asistentes a la iglesia, cristianos- no tenemos ni un ojo ni un corazón para las “viudas, huérfanos y extranjeros” que están a nuestro alrededor. ¿Quiénes son hoy los grupos más vulnerables de nuestro mundo? ¿Quién -como Gustavo Gutiérrez define a los pobres- no tiene hoy derecho a tener derechos?
Permitidme arriesgar manifestando lo que es obvio: Entre las “viudas, huérfanos y extranjeros” de nuestro mundo, hoy están los no-nacidos, los refugiados y los inmigrantes. Felizmente, los cristianos más sinceros no están ciegos a la condición de los no-nacidos. Menos felizmente, demasiados de nosotros estamos religiosamente ciegos a la condición de millones de refugiados que buscan que alguien los acoja. Todos los noticiarios que vemos nos dicen que no somos muy acogedores de los extranjeros.
¡Qué pronto olvidamos el aviso de Dios: “Ama a los extranjeros, porque en cierto tiempo vosotros mismos fuisteis extranjeros”! (Deuteronomio 10, 18-19).  
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Martes

Día de los abuelos en la parroquia

Este domingo, día 25, además de la festividad de Cristo Rey, la catequesis de infancia de la parroquia
celebró el DÍA DE LOS ABUELOS. El templo se llenó de niños y abuelos, en una misa muy alegre y participada, sobre todo por los niños-nietos y sus abuelos, acompañados por el coro y los catequistas. El momento explosivo tuvo lugar después de la Comunión con la oración-postal de los niños-nietos por sus abuelos, la entrega de un clavel de cada nieto a sus abuelos, cantando al final la canción "Gracias a ti", acompañada de corazones, para dar gracias a los abuelos por su entrega y servicio a sus nietos".
Oración de los abuelos
Oh Señor Jesús,
contigo me siento rejuvenecer.
Gracias, Señor,
por dar sentido  a mi vida.
Me das la luz de tu Espíritu
para que sea siempre
un ser de esperanza
y no encuentre vacío alrededor.
Me das tu amor,
para soportar los sufrimientos.
Me das tu fuerza,
para que no me debilite.
Gracias, Señor,
porque me buscaste
para participar de tu bondad.
Te alabo y te bendigo
porque todo lo bueno viene de Ti:
tu luz, tu verdad y tu amor.
Tú me miras y me escuchas.
¡Bendíceme!
ORACIÓN POR LOS ABUELOS
Querido Jesús,
muchas gracias por nuestros abuelos.
Dales mucha salud y que no enfermen.
Ayúdales para que estén bien, contentos,  sanos,
que tengan lo necesario para ser muy felices,
y que no les falte la alegría y las ganas de vivir.
Que no se sientan solos ni tristes o cansados.
Que descubran que tú estás siempre con ellos,
porque nos quieres a todos y nunca nos abandonas.
Danos fuerzas para quererlos mucho,
para visitarlos, cuidarlos con cariño
y atenderlos como merecen.
Acompáñalos siempre, Señor.
Que te sientan a su lado.
Muchas gracias por nuestros abuelos, Señor.

Doble nacionalidad

Vivo a ambos lados de una frontera. No geográfica, sino una que es con frecuencia una línea divisoria entre dos grupos.
Me educaron católico romano conservador, y conservador también en la mayoría de sus cosas. Aunque mi padre trabajó políticamente por el Partido Liberal, casi todo sobre mi educación fue conservador, sobre todo religiosamente. Fui un fiel católico romano en todos sentidos. Crecí bajo el papado de Pío XII (el hecho de que mi hermano más joven se llame Pío os dirá qué leal era nuestra familia a la interpretación de las cosas que nos daba ese papa). Creíamos que el Catolicismo Romano era la única religión verdadera y que los protestantes necesitaban convertirse y retornar a la verdadera fe. Memoricé el catecismo católico romano y defendí cada palabra de él. Por otra parte, más allá de ser fieles asistentes a la iglesia, mi familia se entregaba a la piedad y devociones: rezábamos el rosario juntos en familia todos los días; teníamos imágenes y cuadros religiosos por toda la casa; llevábamos medallas bendecidas colgadas del cuello; rezábamos letanías a María, a José y al Sagrado Corazón; y practicábamos una cálida devoción a los santos. Y eso era maravilloso. Siempre estaré agradecido por esa base religiosa.
Marché de mi casa familiar al seminario a la tierna edad de 17 años, y mis primeros años de seminario reforzaron sólidamente lo que mi familia me había dado. Los profesores eran buenos y nos animaban a leer a grandes pensadores en cada disciplina. Pero este aprendizaje superior estaba siempre plantado sólidamente en unas características católicas romanas que valoraban religiosa y devocionalmente aquello en lo que yo había sido educado. Mis estudios todavía eran aliados de mi piedad. Mi mente iba dilatándose, pero mi piedad permanecía intacta.
Pero el hogar es de donde partimos. Gradualmente, sin embargo, a través de los años, cambió mi mundo. Estudiar en diferentes universidades, enseñar en diferentes facultades, estar en contacto diario con otras expresiones de la fe, leer a novelistas y pensadores contemporáneos y tener compañeros académicos como apreciados amigos -lo confieso- ha puesto cierta tensión en la piedad de mi juventud. No es ningún secreto; nosotros no rezamos con frecuencia el rosario ni las letanías a María, ni al Sagrado Corazón en las clases de graduados ni en las reuniones de facultad.
Sin embargo, las clases académicas y las reuniones de facultad traen algo más, algo necesitado vitalmente en los bancos de iglesia y en los círculos de piedad, a saber, una visión teológica más amplia y principios críticos para mantener desembridada la piedad, el ingenuo fundamentalismo y el mal  dirigido fervor en los terrenos propios. Lo que he aprendido en los círculos académicos es también maravilloso y estoy eternamente agradecido por el privilegio de una educación superior.
Pero, por supuesto, eso es una fórmula para la tensión, aunque sana. Dejadme usar la voz de algún otro para explicar esto. En un reciente libro, Silencio y belleza, un artista japonés-americano, Makoto Fujimura, comparte este incidente desde su propia vida. Saliendo de la iglesia un domingo, le pidió su pastor añadir su nombre a una lista de personas que habían aceptado boicotear el film La última tentación de Cristo. Él apreciaba a su pastor y quería complacerlo firmando la petición, pero se sentía reticente a firmar por razones que, en ese tiempo, no podía expresar. Pero su esposa sí podía. Antes de que él pudiera firmar, ella intervino y dijo: “Los artistas pueden tener otros papeles que desempeñar en vez de boicotear este film”. Él entendió lo que ella quería decir. No firmó la petición.
Pero esta decisión le dejó considerando la tensión entre el boicot a tal película y su papel como artista y crítico. Aquí está cómo lo dijo: “Un artista es empujado a menudo en dos direcciones. La gente religiosamente conservadora tiende a ver la cultura como sospechosa en el mejor de los casos y, cuando las expresiones culturales se hacen para transgredir la realidad de la norma que ellos siguen apreciando, su reacción de la falta es oponerse y boicotear. La gente de una comunidad artística más liberal ve estos pasos transgresores como necesarios para su ‘libertad de expresión’. Un artista como yo, que valora tanto la religión como el arte, estará desterrado de las dos. Yo trato de mantener juntas las dos expresiones, pero esto es una lucha”.
Esa es también mi lucha. La piedad de mi juventud, de mis padres y de esa rica rama del Catolicismo es real y da vida; pero así también es la crítica (a veces inquietante) e iconoclasta teología de la academia. Las dos se necesitan desesperadamente una de otra; aun así, alguien que  esté tratando de ser leal a ambas puede, como Fujimura, acabar sintiéndose desterrado de las dos. Los teólogos tienen también otros papeles que desempeñar, más que boicotear películas.
Las personas a quienes tomo como guías en esta área son hombres y mujeres que, a mi juicio, pueden hacer ambas cosas: Como Dorothy Day, que podía estar igualmente cómoda dirigiendo el rosario o la marcha de la paz; como Jim Wallis, que puede defender tan apasionadamente el compromiso social radical como la intimidad personal con Jesús; y como Tomás de Aquino, cuyo entendimiento podía intimidar a los intelectuales, aun cuando podía orar con la piedad de un niño.
Los círculos de la piedad y la academia de teología no son enemigos; necesitan abrazarse.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Martes

Fotos de las Confirmaciones de la parroquia


El pasado martes, 30 de octubre, a las 8 de la tarde, celebramos en la parroquia la confirmación de 45 jóvenes, con sus catequistas, que les han acompañado en el este proceso durante 3 años. La celebración fue presidida por el vicario de oriente, D. Jorge Cabal. Confiamos que el espíritu de Dios se haya derramado en la vida de estos jóvenes y hayan salido fortalecidos para vivir intensamente su vida cristiana.






“Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo"

Misa en ocasión de la II Jornada Mundial de los pobres, celebrada por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro, este 18 de noviembre, en la que invitó a ir:
Hacia Dios, rezando, y hacia los necesitados, amando. Son los auténticos tesoros de la vida: Dios y el prójimo”.
Fuente

"Tender la mano a los pobres, encontrarlos, mirarlos a los ojos y abrazarlos, para hacerles sentir el calor que rompre la soledad". Papa Francisco

15 del 11, S.Alberto Magno quien decía que existen 3 géneros de plenitudes: "la del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y la de la fuente, que crea, retiene y da

Habla San Alberto Magno que existen tres géneros de plenitudes: "la plenitud del vaso, que retiene y no da; la del canal, que da y no retiene, y la de la fuente, que crea, retiene y da". ¡Qué tremenda verdad!
Efectivamente, yo he conocido muchos hombres-vaso. Son gentes que se dedican a almacenar virtudes o ciencia, que lo leen todo, coleccionan títulos, saben cuanto puede saberse, pero creen terminada su tarea cuando han concluido su almacenamiento: ni reparten sabiduría ni alegría.
Tienen, pero no comparten. Retienen, pero no dan. Son magníficos, pero magníficamente estériles. Son simples servidores de su egoísmo.
También he conocido hombres-canal: es la gente que se desgasta en palabras, que se pasa la vida haciendo y haciendo cosas, que nunca rumia lo que sabe, que cuanto le entra de vital por los oídos se le va por la boca sin dejar pozo adentro. Padecen la neurosis de la acción, tienen que hacer muchas cosas y todas de prisa, creen estar sirviendo a los demás pero su servicio es, a veces, un modo de calmar sus picores del alma. Hombre-canal son muchos periodistas, algunos apóstoles, sacerdotes o seglares. Dan y no retienen. Y, después de dar, se sienten vacíos.
Qué difícil, en cambio, encontrar hombres-fuente, personas que dan de lo que han hecho sustancia de su alma, que reparten como las llamas, encendiendo la del vecino sin disminuir la propia, porque recrean todo lo que viven y reparten todo cuanto han recreado. Dan sin vaciarse, riegan sin decrecer, ofrecen su agua sin quedarse secos. Cristo -pienso- debió ser así. El era la fuente que brota inextinguible, el agua que calma la sed para la vida eterna. Nosotros -¡ah!- tal vez ya haríamos bastante con ser uno de esos hilillos que bajan chorreando desde lo alto de la gran montaña de la vida. Autor: Padre José Luis Martín Descalzo. Fuente

El paracaídas. Interesante reflexión sobre quienes nos rodean.

Charles Plumb era piloto de un bombardero en la guerra de Vietnam.
Después de muchas misiones de combate, su avión fue derribado por un misil.
Plumb se lanzó en paracaídas, fue capturado y pasó seis años en una prisión norvietnamita. A su regreso a los Estados Unidos, daba conferencias relatando su odisea, y lo que aprendió en la prisión. Un día estaba en un restaurante y un hombre lo saludó:
- "Hola, usted es Charles Plumb, ¿verdad? Era piloto en Vietnam y lo derribaron.
- Y usted, ¿como sabe eso?, le preguntó Plumb.
- "Porque yo plegaba su paracaídas. Parece que le funcionó bien, ¿verdad?"
Plumb casi se ahogó de sorpresa y gratitud. "¡Claro que funcionó! Si no hubiera funcionado, hoy yo no estaría aquí."
Plumb no pudo dormir esa noche, preguntándose: "¿Cuántas veces lo ví en el portaviones?, y no le dije ni los buenos días, porque yo era un arrogante piloto y él era un humilde marinero."
Pensó también en las horas que ese marinero pasaba en las entrañas del barco, enrollando los hilos de seda de cada paracaídas, teniendo en sus manos la vida de alguien que no conocía.
Ahora, Plumb comienza sus conferencias preguntándole a su audiencia, "¿Quien plegó hoy tu paracaídas?"
Todos tenemos a alguien cuyo trabajo es importante para que nosotros podamos salir adelante. A veces, en los desafíos que la vida nos lanza a diario, perdemos de vista lo que es verdaderamente importante.
Dejamos de saludar, de dar las gracias, de felicitar a alguien o aunque sea, decir algo amable sólo porque sí.
Hoy, esta semana, este año, cada día, trata de darte cuenta de quién pliega tu paracaídas, y agradéceselo. Aunque no tengas nada importante que decir, las personas alrededor de ti notarán ese gesto, y te lo devolverán plegando tu paracaídas con ese amor especial, que puedes llegar a necesitar algún día. Fuente

¿Cuándo nuestra vida está cumplida?

¿Cuándo nuestra vida está cumplida? ¿En qué momento de nuestras vidas decimos: “¡Eso es todo! ¡Eso es el clímax! Nada que pueda hacer de ahora en adelante superará esto. He dado lo que tengo que dar”?
¿Cuándo podemos decir esto? ¿Después de haber alcanzado el punto culminante de nuestra salud y fuerza física? ¿Después de dar a luz a un niño? ¿Después de educar acertadamente a nuestros hijos? ¿Después de haber publicado un best-seller? ¿Después de ser famosos? ¿Después de haber ganado un campeonato mayor? ¿Después de celebrar el 60º aniversario de nuestro matrimonio? ¿Después de haber encontrado un alma gemela? ¿Después de estar en paz tras una larga lucha con el dolor? ¿Cuándo por fin está realizado? ¿Cuándo nuestro crecimiento ha llegado a su punto más alto?
El místico medieval Juan de la Cruz dice que alcanzamos este punto en nuestras vidas cuando hemos llegado a lo que él llama “nuestro centro más profundo”. Pero él no concibe esto a la manera como comúnmente lo pintamos nosotros, esto es, como el centro más profundo de nuestra alma. Más bien, para Juan, nuestro centro más profundo es el punto óptimo de nuestro crecimiento humano, o sea, la madurez más profunda a la que podemos llegar antes de que empecemos a morir. Si esto es verdad, entonces, para una flor, su centro más profundo, su punto más alto de  crecimiento sería, no su florecimiento, sino el acto de dar sus semillas cuando muere. Ese es el punto más alto de crecimiento, su máximo logro.
¿Cuál es nuestro punto más alto de crecimiento? Sospecho que nosotros tendemos a pensar esto a modo de algún logro concreto y positivo, como una  carrera exitosa o alguna hazaña atlética, intelectual o artística que nos ha traído satisfacción, reconocimiento y popularidad. O bien, mirado desde el punto de vista de la profundidad de significado, podríamos responder diferentemente a la pregunta diciendo que nuestra mayor hazaña fue un matrimonio lleno de vida, o ser un buen padre, o vivir una vida de servicio a otros.
¿Cuándo, como lo hace una flor, entregamos nuestra semilla? Henri Nouwen sugiere que la gente responderá a esto muy diferentemente: “Para unos, es cuando están gustando el total resplandor de la popularidad; para otros, cuando han sido totalmente olvidados; para unos, cuando han alcanzado el punto culminante de su fortaleza; para otros, cuando se sienten impotentes y débiles; para unos, cuando su creatividad está en pleno florecimiento; para otros, cuando han perdido toda confianza en sus posibilidades”.
¿Cuándo entregó Jesús su semilla, la plenitud de su espíritu? Para Jesús, no fue inmediatamente después de sus milagros, cuando las muchedumbres quedaban asombradas; y no fue justo después de haber caminado sobre las aguas, ni fue cuando su popularidad alcanzó el punto en el que sus contemporáneos quisieron hacerle rey, cuando sintió haber llevado a cabo el proyecto de su vida y la gente empezó a ser tocada en sus almas por su espíritu. Ninguno de esos momentos. ¿Cuándo no tuvo Jesús nada más grande que llevar a cabo?
Vale la pena citar de nuevo a Henry Nowen, respondiendo a esta pregunta: “Sabemos una cosa, sin embargo; para el Hijo del Hombre, la rueda se paró cuando él hubo perdido todo: su facultad de hablar y de curar, su sensación de éxito e influencia, sus discípulos y amigos, incluso su Dios. Cuando fue clavado en un árbol, privado de toda dignidad humana, supo que había madurado lo suficiente, y dijo: “Está cumplido” (Juan 19, 30).
“¡Está cumplido!” La palabra griega aquí es Tetelesti. Esta era una expresión usada por los artistas para significar que un trabajo estaba totalmente acabado y que nada más se podía añadir a él. También era usada para expresar que algo estaba completo. Por ejemplo, Tetelesti era estampada en un documento de cargos contra un criminal después de que había cumplido su total sentencia de prisión; era usada por los bancos cuando una deuda había sido saldada; era usada por un siervo para informar a su dueño de que un trabajo había sido completado; y era usada por los atletas cuando, cansados y exhaustos, cruzaban con éxito la línea de meta en una carrera.
¡Está acabado! Una flor muere para desprender sus semillas; por tanto, es apropiado que estas fueran las últimas palabras de Jesús. En la cruz, fiel hasta el fin, a su Dios, a su palabra, al amor que predicó y a su propia integridad, dejó de vivir y empezó a morir; y entonces fue cuando desprendió su semilla y su espíritu empezó a impregnar el mundo. Había llegado a su centro más profundo, su vida estaba cumplida.
¿Cuándo se detiene nuestro vivir y empieza nuestro morir? ¿Cuándo pasamos de estar en florecimiento a entregar nuestra semilla? Superficialmente, por supuesto, es cuando nuestra salud, fuerza, popularidad y atractivo empiezan a declinar y nosotros empezamos a desvanecernos en los márgenes y finalmente en el ocaso. Pero cuando se ve esto a la luz de la vida de Jesús, observamos que en nuestro desvanecimiento, como una flor mucho más allá de su belleza, empezamos a entregar algo de más valor que el atractivo del florecimiento. Entonces es cuando podemos decir: “¡Está cumplido!”.   
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes

11 del 11. Centenario del final de la Primera Guerra mundial

El 11 de noviembre de 2018 se cumple el centenario del final de la Primera Guerra Mundial, que se desarrolló entre 1914 y 1918. Empezó cuando un joven terrorista ejecutó a los futuros emperadores austrohúngaros Francisco Fernando y Sofía Chotek. El Imperio Austrohúngaro atacó a Serbia por el atentado y la política de alianzas entre las potencias terminó desencadenando una guerra a nivel continental que se extendió rápidamente por el mundo.
A consecuencia del conflicto murieron cerca de 20 millones de personas, entre combatientes y civiles. Esta gran tragedia asoló con especial crueldad al continente europeo.
La celebración de este tipo de aniversarios debe servir para enseñar a las naciones y a los pueblos en general a no caer en conflictos bélicos y valorar enormemente la paz y la libertad. La solución a los problemas internacionales nunca es la guerra.
La paz no es solo cuestión de los gobiernos, sino que también depende de cada uno de nosotros.
Si la nota dijera: “Una sola nota no hace música...” no habría sinfonía.
Si la gota dijera: “Una sola gota no puede formar el mar...” no habría océano.
Si la piedra dijera: “Una sola piedra no puede formar una pared...” no habría casa
Si la palabra dijera: Una sola palabra no puede hacer una página...” no habría libros.
Si el ser humano dijera: “Un solo gesto de amor no puede salvar a la humanidad...” no habría justicia ni paz, ni dignidad, ni felicidad en el mundo.
Como la sinfonía necesita cada nota, como el libro necesita cada palabra, como la casa necesita cada piedra, como el océano necesita cada gota de agua... la humanidad te necesita, pues donde estés eres único e insustituible y formas parte del plan de Dios.
PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
Es interesante recordar las palabras que pronunció el Papa Francisco con motivo del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Al término del rezo del Ángelus del 27 de julio de 2014, quiso evocar el centenario, que se cumplía al día siguiente, del estallido de la Primera Guerra Mundial. “Millones de víctimas e inmensas destrucciones – recordó – en un conflicto, que el papa Benedicto XV definió como una ‘masacre inútil’, y que terminó, después de cuatro largos años, en una paz que resultó muy frágil”. “Mañana es un día de luto”, añadió el Papa.
“¡Deteneos por favor, os lo pido de corazón, es la hora de deteneros, deteneos por favor!”. El Papa Francisco se emocionó al lanzar desde su balcón del Vaticano un nuevo llamamiento por la paz a Ucrania, Oriente Medio e Irak. “¡Todo se pierde con la guerra, nada se pierde con la paz!”.
“Hermanos y hermanas, nunca la guerra, nunca la guerra, pienso sobre todo en los niños, a los cuales se les quita la esperanza de una vida digna, de un futuro, niños muertos, niños heridos, niños mutilados, niños huérfanos, niños que tienen como juguetes residuos bélicos, niños que no saben sonreír”.
“Mientras recordamos este trágico evento, auguro que no se repitan los errores del pasado, sino que se tengan presentes las lecciones de la historia, haciendo siempre prevalecer las razones de la paz mediante un dialogo paciente y valiente”. Fuente

Esta pobre viuda ha echado más que nadie.


Domingo XXXII del tiempo ordinario 




Gracias a: Rezando Voy

Al servicio de la paz – El Video del Papa 11 – Noviembre 2018

D.E.P Padre Daniel





Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara...

Queridos hermanos: Quien no se ha sentido aceptado tal y como es, en algún momento de su vida, no puede entender este fragmento del Evangelio de Lucas. Por algo a Lucas le llaman el evangelista de la misericordia.
De todo lo que se podría comentar hoy, me quiero fijar en un primer aspecto: vivir sin prejuicios. Nosotros también nos volvemos a veces fariseos, o sea, que somos intolerantes en nombre de la lógica, de lo que se ha hecho siempre y de lo que nos parece que debe ser así. Y a veces somos publicanos, o sea, nos creemos justos y nos permitimos juzgar a los demás. Nuestras propias ideas, nuestras concepciones nos impiden ver las cosas con los ojos de Dios. Quitarnos las propias gafas, y ponernos las gafas de Dios, para verlo todo como Él lo ve, es el primer paso para sentir la misericordia divina. ¿Juzgo a los demás o los comprendo? ¿Acepto las críticas o solamente me gusta criticar? ¿Creo que la gente puede cambiar? ¿Creo que yo puedo ser mejor?
Un segundo comentario. Alegrarse y compartir. Sentir la misericordia divina es motivo de alegría, da sentido a la vida y nos permite mirar al mundo de otra manera. Por eso hay que compartirlo con los demás. No podemos guardarnos para nosotros la felicidad de saber que podemos comenzar de nuevo el camino, porque Él ha borrado nuestros pecados y nos permite de nuevo escribir en la página en blanco de nuestra vida. Un cuento de Anthony de Mello nos puede ayudar.
Durante años fui un neurótico. Era un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos, y deseaba cambiar, pero no acababa de conseguirlo por mucho que lo intentara.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como atrapado.
Pero un día me dijo: «No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies o dejes de cambiar. Yo te quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte». Aquellas palabras sonaron en mis oídos como música: «No cambies. No cambies. No cambies... Te quiero...». Entonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ¡Oh, maravilla!, cambié. (Anthony de Mello; No cambies). FuenteReflexión del Evangelio - Homilía de hoy jueves, 8 de noviembre de 2018

Beata Marta Robin, vivió 50 años postrada en cama sin comer ni beber ni dormir; sólo se alimentaba de la Eucaristía.

   Se llamaba Marta Robin, y era una campesina francesa que nació el 13 de marzo de 1902 en el departamento de la Drôme, en Châteauneuf-de-Galaure, cerca de los Alpes, y murió el 6 de febrero de 1981. Nunca abandonó la casa paterna. Marta era una sencilla mujer que tenía como talento más destacado el de bordar. No tenía gran cultura. Apenas leía y no había recibido clases de teología o filosofía. Era una chica de campo. Se está estudiando su beatificación. En 1936 fundó los Foyers de charité (casas de retiro espiritual), que se han extendido por 70 países y ayudó a miles de personas, organizando retiros espirituales y enviando paquetes de ayuda a encarcelados y a las misiones.
   Ofrecemos el resumen testimonial de su vida en un reportaje escrito y en un vídeos además de dos libros para leer con tranquilidad: “Retrato de Marta Robin” de Jean Guitton y “Marta Robin, un milagro viviente” escrito por el P. Ángel Peña O.A.R.
   (Álex Rosal / Religíón en libertad) A casa de Marta Robin llegaban cada día decenas de personas que querían hablar con ella para pedirle consejo, una palabra de esperanza o, simplemente, un consuelo… Ministros, médicos, jueces, obispos, empresarios, campesinos, todos querían recibir una solución a las preocupaciones que llevaban consigo. A su casa entraban todos. También los pobres y marginados. Y los niños, por supuesto, que solían trepar por la cama. Se calcula que más de 100.000 personas pudieron hablar con Marta a lo largo de su vida.
   Consejos para todos: Marta Robin Marta permanecía todo el día en su oscura habitación, con las cortinas corridas, haciendo de freno a cualquier rayo de luz que se intentará colar. Siempre inmóvil, recostada en una cama de metro diez, con un par de almohadones que elevaban su espalda y sujetaban la cabeza, y con la mano derecha sobre la barriga. Las piernas en forma de M mayúscula, vueltas sobre sí misma y los muslos ligeramente doblados sobre la pelvis.
   Sin probar en todo el día ni comida ni bebida. Sin dormir ni poder ver. Vivía en una permanente oscuridad. Su trabajo era «recibir», y sus visitas apenas vislumbraban su cara. Marta Robin era sobre todo voz. Quienes la conocieron dicen de ella que modulaba gran cantidad de sonidos. Su voz podía pasar con gran facilidad de infantil, juguetona, tímida, dulce o melosa, a firme, voluminosa o directa. Lo que más sorprendía a los visitantes era ese cambio, a veces, brusco, del registro de voz.
   Con los políticos hablaba de sus cosas, o sea, la gestión de lo público, las batallitas de unos y otros, lo de siempre; con los obispos, de los problemas de conciencia que le traían. Con los campesinos y ganaderos de sus quebraderos de cabeza con las cosechas, la venta de los terneros, la leche de las vacas, en fin, lo del campo.
   Curiosos y médicos: Solía repetir: «No pertenezco al sindicato de las echadoras de cartas». Y era verdad. No era ni una pitonisa o ni una curandera. Muchos la definieron como mística. Una «Catalina Emmerich» del siglo XX. Una mujer capaz de hacer coincidir en su persona el cielo y la tierra. En cierta ocasión, una de sus visitas, tras hablar con ella unos minutos y contarla sus preocupaciones, exclamó: «Fuera no hay más que problemas. Junto a ella no hay más que soluciones, ¿por qué será así?».
   Marta Robin Aunque podía estar en un plano sobrehumano, tenía los pies en la tierra. A veces recomendaba a algún amigo que la frecuentaba: «Cierre la puerta de su casa y hágase el enfermo, que lo veo cansado». Otras, se preocupaba por lo difícil que era para los labriegos ganar un jornal. El filósofo Jean Guitton, asiduo a la compañía de Marta, llegó a decir: «Cada uno en aquella habitación se sentía unido a sí mismo, a los otros y a Dios».
   Entre las miles de visitas que recibió Marta muchas tenían un ingrediente detectivesco. ¿Cómo logrará vivir esta mujer sin comer, ni beber y sin dormir ni un solo día en años?, ¿quién avitualla clandestinamente a esta mujer?, ¿dónde está el truco de esta gran ilusionista? Un caso tan extraordinario era normal que atrajera a tantos curiosos y que interpelara a creyentes y no creyentes. Decenas de médicos, muchos de ellos ateos, pasaron por su habitación para diagnosticar una locura, un estado de ansiedad desproporcionado o cualquier otro tipo de enfermedad mental. Pero nada de nada. La ciencia no fue capaz de explicar que le pasaba a esta pequeña campesina.
   El jueves revivía la Pasión de Cristo: Marta Robin La «semana» de Marta comenzaba los martes con la Eucaristía. No lograba tragar la hostia que se le colocaba en la boca. Era absorbida sin que ella pudiera engullirla. «Es como si un ser vivo entrará en mí», decía Marta. A partir de ahí entraba en un estado de éxtasis que podía durar horas. «Después de comulgar sucede que siento una renovación pero no necesariamente en cada ocasión, pues puede ocurrir también fuera de la comunión». En otro momento comentó: «Tengo deseos de gritar a los que me preguntan si como, que yo como más que ellos, pues yo me alimento en la Eucaristía de la sangre y la carne de Jesús. Tengo deseos de decirles que ellos impiden en sí los efectos de este alimento. Bloquean sus efectos».
   El jueves era el otro día «grande» para Marta. Revivía semanalmente la Pasión. Sus ojos comenzaban a llorar sangre, uniéndose así a las llagas de sus manos, pies y costado que tampoco cesaban de expulsar líquido durante todas las noches de la semana.
   A las veintiuna horas, con la puntualidad que marca un reloj, comenzaba a murmurar débilmente: «Padre mío, Padre mío, que se aparte de mí este cáliz, pero que se haga tu voluntad». A continuación se producía como un gemido o una melopea melódica en tres notas, que, según los presentes, «podía compararse a los pequeños gritos que da un recién nacido».
   La Pasión contada por el sacerdote que le atendía: El padre Georges FinetEl Padre Finet, fiel colaborador de Marta, y testigo de esta Pasión semanal, cuenta su experiencia: «Yo volvía el viernes hacia las dos de la tarde. Para reproducir las tres caídas de la Pasión, Marta había sido movida. Yo la tornaba a su posición; ponía su cabeza en la almohada. Esa cabeza caía sobre el cojín, donde ordinariamente había un chal blanco. Añadiré que, en el momento de la estigmatización, a comienzo de octubre de 1930, Jesús, no sólo la marcó aquel día con los estigmas en los pies, las manos y el costado derecho, sino que además le encasquetó su corona de espinas profundamente en la cabeza, y Marta se puso a sangrar no sólo de los pies, manos y costado, más igualmente en toda su cabeza; y comenzó a verter cada noche lágrimas de sangre. Fue en ese momento cuando Jesús le dijo que la había elegido para que ella viviera su pasión más que nadie,después de la Virgen, y que nadie después la viviría más totalmente. Jesús añadió que cada día aumentaría más su sufrimiento y que, por esto, no dormiría jamás durante la noche».
   A la hora que llegaba el Padre Finet, el viernes, se cerraba el ciclo de la Pasión. Marta, que hasta el momento había lanzando continuos gemidos de dolor, cesaba sus quejidos y repetía las palabras de Jesús en la Cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu». En ese momento daba un profundo suspiro para quedarse completamente inmóvil, sin apenas respiración. Tras dos horas como muerta, Marta volvía a gemir. Esos gemidos se prolongaban hasta la tarde del lunes. A partir de ahí, y hasta el martes, Marta entraba en un éxtasis del que salía con dificultad y con ayuda del Padre Finet: «Hija mía, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, por María, madre nuestra, os lo ordeno: volved a nosotros».
   Sufrimientos morales, sobre todo: Marta solía comentar que sus sufrimientos físicos no podían compararse con los padecimientos que sentía en el orden moral. La Pasión de los viernes era para ella como una entrada en las tinieblas que le provocaba una gran desolación. De alguna manera sentía que representaba a la humanidad del siglo XX que había oficializado la ruptura con Dios, y experimentaba en su propio ser ese abandono.
   Al morir Marta en 1981, pocos fueron los que se enteraron, y menos la prensa. Otra historia ocultada. Lo extraordinario de su caso lo dejó dictado: «Mi ser ha sufrido una transformación tan misteriosa como profunda. Mi felicidad es divina. Y, ¡cuánta agonía de la voluntad para morir a mí misma! Jesús se hacia tan tierno para un alma sangrante, tomando sobre él todo lo penoso de la prueba, dejándome el mérito de seguirle sin resistencia». Fuente

¡DEJA DE HACER DE TIGRE!.

Qué gran decepción tenía la joven de esta historia. Su amargura absoluta era por la forma tan inhumana en que se comportaban todas las personas: al parecer, ya a nadie le importaba nadie.
Un día, dando un paseo por el monte, vio sorprendida que una pequeña liebre le llevaba comida a un enorme tigre malherido que no podía valerse por sí mismo.
Le impresionó tanto al ver este hecho, que regresó al siguiente día para ver si el comportamiento de la liebre era casual o habitual. Con enorme sorpresa, pudo comprobar que la escena se repetía: la liebre dejaba un buen trozo de carne cerca del tigre.
Pasaron los días y la escena se repitió de un modo idéntico, hasta que el tigre recuperó las fuerzas y pudo buscar la comida por su propia cuenta.
Admirada por la solidaridad y cooperación entre los animales, se dijo: - "No todo está perdido. Si los animales, que son inferiores a nosotros, son capaces de ayudarse de este modo, mucho más lo haremos las personas."
Así que la joven decidió rehacer la experiencia... se tiró al suelo, simulando que estaba herida, y se puso a esperar que pasara alguien y la ayudara. Pasaron las horas, llegó la noche y nadie se acercó en su ayuda. Siguió así durante todo el día siguiente... y el siguiente... ya se iba a levantar, mucho más decepcionada que cuando comenzamos a leer esta historia, con la convicción de que la humanidad no tenía el menor remedio. Sintió dentro de sí todo el desespero del hambriento, la soledad del enfermo, la tristeza del abandono, su corazón estaba devastado, si casi no sentía deseo de levantarse, entonces allí, en ese instante, le oyó... ¡Con qué claridad, qué hermoso! ...era una voz, muy dentro de ella, que decía:
- "Si quieres encontrar a tus semejantes, si quieres sentir que todo ha valido la pena, si quieres seguir creyendo en la humanidad... deja de hacer de tigre y simplemente sé la liebre." Fuente

Una manera correcta de morir

Yo no quiero morir de ninguna condición médica. ¡Quiero morir de muerte!
Eso lo escribió Ivan Illich. ¿Qué se quiere decir aquí? ¿No morimos todos de muerte? Por supuesto, en realidad eso es de lo que todos morimos; pero, en nuestra idea de las cosas, casi siempre morimos de una condición médica o de mala suerte: de cáncer, enfermedad del corazón, diabetes, Alzheimer o como víctimas de un accidente. A veces, por la manera como pensamos en la muerte, morimos de una condición médica.
Es lo que Ivan Illich está tratando de destacar aquí. La muerte debe ser recibida y respetada como una experiencia humana normal, no como un fracaso médico. La muerte y su inevitabilidad en nuestras vidas tienen que ser entendidas como un punto de crecimiento, una maduración necesaria, algo a lo cual estamos destinados orgánica y espiritualmente,  y no como una aberración o intrusión innatural en el ciclo de la vida (una intrusión que podía haber sido evitada a no ser por un accidente o fracaso de la medicina). Necesitamos entender la muerte al modo como una mujer embarazada contempla su alumbramiento, no como aberración o arriesgada actuación médica, sino como la total floración de un proceso de vida.
Pagamos un precio por nuestra falsa idea del morir, más de lo que nos imaginamos. Cuando la muerte es vista como un fracaso médico o como una trágica mala suerte, entonces su amenaza viene a ser un espectro intimidante y una oscuridad conminatoria en el recipiente de todas esas otras energías y temores de las que no tratamos conscientemente y en las que no nos atrevemos a arriesgar.
Ernest Becker habla de algo que él llama “la repulsa de la muerte” y sugiere que nuestro rechazo a esperar y respetar la muerte como un proceso natural más bien que como una aberración, nos empobrece de incalculable manera. Cuando tememos falsamente la muerte, entonces  el iniciado sentido de nuestra propia mortalidad viene a ser un rincón oscuro del que nos mantenemos alejados. Pagamos un precio por esto en que, paradójicamente, al temer falsamente la muerte, somos incapaces de entrar propiamente en la vida.
Martin Heidegger afirma mucho lo mismo en su comprensión de la vida. Sugiere que cada uno de nosotros es (en palabras suyas) un “ser-hacia- la-muerte”, esto es, desde el momento en que nacemos ya tenemos una condición terminal (llamada vida) y sólo podemos estar libres de falso  temor si vivimos conscientemente nuestras vidas ante esa verdad no  negociable. Estamos muriendo. Su lenguaje a propósito de esto nos puede dejar desalentados; pero, como Illich, marca un punto positivo. Para Heidegger, al fin no morimos a causa de mala medicina o mala suerte. Morimos porque la naturaleza tiene su curso y la naturaleza corre ese curso; y nosotros, de hecho, gozaremos más de nuestras vidas  si respetamos el curso natural, porque esa aceptación nos ayudará a valorar más lo apreciados que son nuestros momentos de vida y amor.
Irónicamente, la eutanasia, por todas sus sofisticadas reclamaciones de que es algo que nos permite controlar la muerte, nos haría morir precisamente de una condición médica y no de la muerte (que es un proceso natural).
Desde luego, querer morir de muerte y no de condición médica no significa que no valoremos la medicina y lo que ella ofrece en favor de nuestra salud y la conservación de nuestras vidas. Estamos comprometidos -por nuestra naturaleza, por nuestros seres queridos, por el sentido común y por un inalienable principio, justo dentro del orden moral mismo- a tomar todas las ordinarias medidas médicas  disponibles para conservar nuestra salud. La medicina moderna es maravillosa; y muchos de nosotros, yo incluido, estamos hoy vivos sólo  gracias a la medicina moderna. Pero también debemos tener claro que,  cuando estemos para morir, no será a causa de un fracaso médico, sino más bien porque nuestra muerte es nuestro fin natural. Exactamente como una vez nacimos del vientre de nuestra madre, llega  un momento en que necesitamos nacer de nuevo del vientre de la tierra.
Además, aceptar la muerte de esta manera no es un negativo estoicismo que nos quita la vida de deleite y gozo. Al contrario, como te dirá alguien que alguna vez ha tenido una crisis de salud que le puso a las puertas de la muerte, enfrentarse a la muerte hace que todas cosas de la vida sean más valiosas, puesto que ya no se dan más por supuestas.
Una bandera preventiva: Esta clase de conversación no es necesariamente para los jóvenes, en los cuales la negación de la muerte es, por una buena razón, muy poderosa. Aunque la gente joven no debería estar voluntariamente ciega a su propia mortalidad ni vivir como si la vida aquí fuera a seguir para siempre, ellos no deberían centrarse aún en la muerte. Su tarea es construirse un futuro para sí y el mundo. De la muerte se puede tratar más tarde. Hablando metafóricamente, ellos necesitan estar centrados más en alimentar el embrión que en preocuparse de su alumbramiento.
En el centro de la enseñanza de Jesús, subyace una gran paradoja: Todo aquel que se aferre a la vida la perderá, y todo aquel que la pierda la encontrará. Ivan Illich, al parecer, está de acuerdo. 
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes