Los catequistas – El Video del Papa 12 – Diciembre 2021


“Los catequistas tienen una misión insustituible en la transmisión y profundización de la fe.  

El ministerio laical del catequista es una vocación, es una misión. Ser catequista significa que uno ‘es catequista’, no que ‘trabaja de catequista’. Es todo un modo de ser, y hacen falta buenos catequistas que sean a la vez acompañantes y pedagogos. 

Hacen falta personas creativas que anuncien el Evangelio, pero que lo anuncien, no digo con sordina pero no con bocina, sino con su vida, con mansedumbre, con un lenguaje nuevo y abriendo caminos nuevos.

Y en tantas diócesis, en tantos continentes, la evangelización fundamentalmente está en manos de un catequista. 

Demos las gracias a los catequistas, a las catequistas, por el entusiasmo interior con que viven esta misión al servicio de la Iglesia. 

Recemos juntos por los catequistas, llamados a proclamar la Palabra de Dios: para que sean testigos de ella con valentía, con creatividad, con la fuerza del Espíritu Santo, con alegría y con mucha paz”.



Adviento 2021 Un Mundo Nuevo. Meditaciones para el Adviento de Proclade.


El Adviento es una mezcla entre la esperanza y la sorpresa. 

Las presentes meditaciones para el Adviento van a mezclar los textos bíblicos de la liturgia de Adviento con el documento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La Nueva Humanidad deseada, se expresa en ambos.

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Fuente: “PROCLADE Centro” (Promoción Claretiana de Desarrollo).



La Virgen de Fátima aún sobrevive al volcán.

Una fotografía que ofrece esperanza. 
La historia de un monumento que se creó para dar gracias a la Virgen tras acabar la anterior erupción.
Se trata del monumento a la Virgen de Fátima que comenzó a construirse en 1951, justo en el lugar en el que el caudal de lava se desvió para no llegar a la Ermita de San Nicolás. Es un lugar emblemático que aún sigue resistiendo.
Ahora se encuentra rodeado de metros de ceniza y permanece inmóvil recordando la promesa que en aquel momento de hizo La Palma a la Virgen. La fotografía la hicieron los fotógrafos de I Love The World que pudieron acceder a la zona. 

Fuente: Aleteia.org.  / Imagen:  I Love The World / Apoya a Aleteia

La noción de vocación. Artículo.


Fui educado en una generación que enseñó que Dios daba a cada uno de nosotros una vocación que vivir para siempre. En la característica religiosa de aquel tiempo, particularmente en la religiosidad romana católica, creíamos que nos ponían en esta tierra con un plan divino para nosotros, que Dios nos daba a cada uno una especial vocación que vivir de por vida. Además, esto no era algo que nosotros mismos pudiéramos elegir libremente; era dado por Dios. Nuestra misión era discernir esa vocación y rendirnos a ella, aun a precio de tener que renunciar  a nuestros propios sueños. Seguíamos siendo libres de aceptar o no, pero con un riesgo: ser infiel a tu vocación suponía una vida extraviada.

Se da una importante verdad en esta noción, aunque necesita ciertos matices críticos. Primero, en esa espiritualidad, consideraban las vocaciones en un sentido muy restrictivo, teniendo en cuenta esencialmente sólo cuatro vocaciones básicas: sacerdocio, vida religiosa, matrimonio y vida de soltero. A más de esto, tendían a poner demasiada importancia en la elección, esto es, si escogías equivocadamente o si te resistías a tu vocación dada por Dios, podías arriesgar tu eterna salvación. Había algunos temores malsanos relativos a la elección.

Vi eso de primera mano cuando estuve al servicio como superior provincial de nuestra congregación durante seis años. Una de mis tareas era solicitar a Roma la laicización de sacerdotes que abandonaban el sacerdocio. Vi cómo muchos de esos que abandonaban el sacerdocio habían escogido esa vocación bajo indebida presión y falso temor. Su elección no había sido libre.

Dicho eso, la antigua noción de vocación es aún esencialmente válida y se  pierde demasiado fácilmente en un mundo y una cultura que generalmente sitúa la libertad personal por encima de todo lo demás. Necesitamos aprender de nuevo la importancia de encontrar la vocación de uno y entregarse a ella. Por supuesto, la vocación necesita ser definida más ampliamente que la elección entre sacerdocio, vida religiosa, matrimonio y vida de soltero. En vez de eso, necesita ser definida como obediencia a los dictados internos de nuestra alma, nuestros dones, nuestros talentos y el innegociable mandato que hay en nuestro interior de ponernos al servicio de los demás y del mundo.

James Hollis, terapeuta junguiano que escribe desde un punto de vista puramente secular, destaca precisamente este punto: “Nuestros deseos reales y nuestro destino no son escogidos para nosotros por nuestro ego sino por nuestra naturaleza y ‘las divinidades’. … Algo en nosotros conoce lo que es procedente para nosotros, y su insistencia en la expresión es lo que nos mantiene despiertos por la noche, nos empuja desde dentro en nuestras horas más activas, o nos induce a envidiar a otros. La vocación  es un requerimiento del alma. … Es como si fuéramos enviados a esta tierra con una asignación real; y, si sólo hemos dudado y olvidado la tarea, entonces hemos violado nuestra razón de estar aquí”. ¡Qué cierto!

El columnista  David Brooks, hablando igualmente desde una situación  secular, está completamente de acuerdo. Una vocación -escribe- es un factor irracional en el que oyes una voz interior que es tan fuerte que viene a ser impensable desoír y donde sabes intuitivamente que no tienes una opción sino sólo puedes preguntarte a ti mismo ¿cuál es mi responsabilidad aquí? También, el requerimiento a una vocación es una cosa sagrada, algo místico, una llamada desde lo profundo. Así pues,  discernir tu vocación no es cuestión de preguntar lo que tú esperas de la vida, sino más bien lo que la vida espera de ti.

¿Qué diría Jesús? Según sabemos, Jesús era amigo de enseñar en parábolas, y su parábola de los talentos (Mt 25 y Lc 19) trata, en definitiva, de vivir uno la vocación dada por Dios. En esa parábola, los que usan su talento medran y aun reciben más talentos. Por el contrario, los que esconden sus talentos son castigados. En esencia, el mensaje es este: Si usamos nuestros talentos dados por Dios, encontraremos sentido y bendición en nuestras vidas; por otra parte, si no usamos nuestros talentos, aquellos mismos talentos nos morderán como serpientes, envenenarán nuestra felicidad y amargarán en general nuestros espíritus.

Presentadme a un hombre que es amargado y envidioso, y casi siempre veréis a un hombre dotado que, consciente o inconscientemente, está frustrado porque no ha usado sus talentos o los ha usado de un modo que no sirve a los demás. La amargura y la envidia son frecuentemente el infeliz resto de ser mordidos por nuestra propia inteligencia y dones no usados o mal usados.

Hay una voz dentro de nosotros que brota fuera de las profundidades de nuestra alma y habla por nuestros talentos, nuestro temperamento, nuestra única circunstancia en la vida, nuestras sensibilidades morales y religiosas e incluso por nuestras heridas. Esta voz es amable, pero firme e implacable, mientras nos dice que no somos libres de hacer nada que queremos con nuestras vidas. Necesitamos rendirlas a algo más alto que nosotros mismos.

Y, verdaderamente, hay un peligro en no escuchar, aunque lo que está en peligro no es nuestra eterna salvación, sino nuestra felicidad y generatividad a este lado de la eternidad. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Tú lo dices: soy rey

 







Domingo 34º Cristo Rey

Gracias a: Rezando Voy. 

¿El pensamiento de la vida eterna impide saborear plenamente las alegrías de la vida presente...?

Ante nosotros se impone esta alternativa: o persuadirnos de que, más allá del tiempo, no existe una eternidad que nos espera, y entonces este caminar nuestro sobre la tierra -más aún, este correr nuestro- se quedaría sin meta y por consiguiente sin justificación y sentido, o convencernos de que, más allá del tiempo, hay para nosotros un atracadero, un destino de plenitud, una casa última y segura tras la continua mudanza del espíritu, y entonces sólo a la luz de la eternidad debemos valorar todos los actos y todos los acontecimientos.

       Hay quien considera que el pensamiento de la vida eterna impide saborear plenamente las alegrías de la vida presente. La verdad es lo contrario: encuentro más gusto en vivir los días que me son dados aquí abajo cuando sé que tienen un sentido y un objetivo, cuando sé que no constituyen una carrera hacia la nada; vivo con mayor placer cuando estoy persuadido de que no vivo para nada.

       Nunca ha estado el hombre sumergido como hoy en lo llamativo y en lo efímero, y nunca como hoy ha tenido necesidad de lo que es sustancioso y no perecedero. Se deja trastornar por ritmos y sonidos que le quitan la capacidad de reflexionar, se deja encaminar de una manera pasiva y estólida hacia la catástrofe de la muerte, y nunca como hoy ha sentido tantos deseos de vivir. Tiene necesidad de una vida verdadera, no de un frenesí que remedie sólo exteriormente la exuberancia del espíritu; tiene necesidad de una vida plena, no de sensaciones epidérmicas que proporcionan la ilusión de la satisfacción, mientras que el corazón permanece árido y la mente está desierta de toda verdad y toda certeza.       La «vida eterna» -esa que ya puede ser nuestra desde ahora-, según nos ha dicho el Señor, es ésta: «Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a aquel que has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3). No se trata de dos conocimientos: es el mismo e idéntico conocimiento que conduce, a quien ha descubierto de una manera existencial al Señor Jesús y se ha entregado a él, a la comunión de vida con el Creador de todo, principio y meta de toda aventura humana (G. Biffi, La meraviglia del)'evento cristiano, Cásale Monf. 199ó, pp. 436-438). Fuente: santaclaradeestella.es

La bolsa de agua caliente y la muñeca. Fe y oración.

Una noche yo había trabajado mucho ayudando a una madre en su parto; pero a pesar de todo lo que hicimos, murió dejándonos un bebé prematuro y una hija de dos años.
Nos iba a resultar difícil mantener el bebé con vida porque no teníamos incubadora (¡no había electricidad para hacerla funcionar!), ni facilidades especiales para alimentarlo.
Aunque vivíamos en el ecuador africano, las noches frecuentemente eran frías y con vientos traicioneros. Una estudiante de partera fue a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana con la que lo arroparíamos.
Otra fue a llenar la bolsa de agua caliente. Volvió enseguida diciéndome irritada que al llenar la bolsa, había reventado. La goma se deteriora fácilmente en el clima tropical. "¡Y era la última bolsa que nos quedaba!", exclamó, y no hay farmacias en los senderos del bosque".
"Muy bien", dije, "pongan al bebé lo más cerca posible del fuego y duerman entre él y el viento para protegerlo de éste. Su trabajo es mantener al bebé abrigado".
Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les hice a los niños varias sugerencias de motivos para orar y les conté lo del bebé prematuro.
Les dije el problema que teníamos para mantenerlo abrigado y les mencioné que se había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía morir fácilmente si tomaba frío. También les dije que su hermanita de dos años estaba llorando porque su mamá había muerto.
Durante el tiempo de oración, Ruth, una niña de 10 años oró con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos:
"Por favor Dios", oró, "mándanos una bolsa de agua caliente. Mañana no servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso, Dios, mándala esta tarde".
Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración la niña agregó:
"Y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una muñeca para la pequeña, y así pueda ver que Tú le amas realmente?"
Frecuentemente las oraciones de los chicos me ponen en evidencia. ¿Podría decir honestamente "Amén" a esa oración? No creía que Dios pudiese hacerlo.
Sí, claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay límites, ¿no? Y yo tenía algunos grandes "peros".
La única forma en la que Dios podía contestar esta oración en particular, era enviándome un paquete de mi tierra natal. Había ya estado en África casi cuatro años y nunca jamás recibí un paquete de mi casa.
De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién iba a poner una bolsa de agua caliente?
A media tarde cuando estaba enseñando en la escuela de enfermeras, me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa. Cuando llegué, el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Por supuesto no iba abrir el paquete yo sola, así que invité a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos.
La emoción iba en aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos estaban enfocados en la gran caja.
Había vendas para los pacientes del leprosario y los chicos un poco aburridos. Luego saqué una caja con pasas de uvas variadas, lo que serviría para hacer una buena tanda de panecitos el fin de semana.
Volví a meter la mano y sentí... ¿sería posible? La agarré y la saqué... ¡Sí, era una bolsa de agua caliente nueva!
Lloré... Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa de agua caliente, ni siquiera creía que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada en la primera fila, y se abalanzó gritando:
"¡Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la muñeca!"
Escarbé el fondo de la caja y saqué una hermosa muñequita. A Ruth le brillaban los ojos.
Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: "¿Puedo ir contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama de verdad?
Ese paquete había estado en camino durante cinco meses. La había preparado mi antigua profesora de religión, quien había escuchado y obedecido la voz de Dios que la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a pesar de estar en el ecuador africano.
Y una de las niñas había puesto una muñequita para alguna niñita africana cinco meses antes en respuesta a la oración de fe de una niña de diez años que la había pedido para esa misma tarde.
Esto nos habla de la fuerza que tiene la oración que se hace con fe y confianza.
Y tú, ¿tienes esa confianza?... ¿Tienes esa actitud cuando oras? Fuente: Web católico de Javier

Santa Isabel de Hungría. Hija de reyes, madre, viuda e imitando a San Francisco renuncia a sus riquezas para ayuda de pobres y enfermos.

Hija del rey Andrés II de Hungría y de Gertrudis de Merano, nació el 1207, en Bratislava. A los 14 años se desposó con Luis IV, Landgrave de Turingia, con quien tuvo tres hijos. Vivió de forma eminente los ideales evangélicos que promovían las recientemente fundadas órdenes mendicantes. Acogió a los primeros franciscanos en su llegada a Turingia (1225), y si no hay documentos de su pertenencia a la Orden Tercera, sí los hay de sus relaciones con los hijos de San Francisco y de su vida según los ideales evangélico-franciscanos. Su vida austera, de caridad y de renuncia, contrastó con el fasto de la corte. Se dedicó asiduamente a la oración y a las obras de caridad, sin que su marido se opusiera a ello. Muerto su esposo en la sexta Cruzada (1227), víctima de la epidemia, antes de llegar a Tierra Santa, parece que las dificultades con sus cuñados la obligaron a dejar la corte de Wartbug, dirigiéndose a Marburgo, donde, sin hacer caso a los ruegos de su familia para que regresara a Hungría, a la corte de sus padres, abrazó voluntariamente la pobreza, y fundó un hospital, dedicado a San Francisco, en el que servía personalmente a los enfermos más desgraciados. Murió en Marburgo el 17 de noviembre de 1231 a los 24 años de edad.

Su tumba se convirtió pronto en meta de peregrinaciones y lugar de milagrosas curaciones. Conrado de Marburgo, principal predicador de las cruzadas en Alemania, en su lucha contra los valdenses propuso el ejemplo de Isabel como modelo de la nueva espiritualidad, resultando de este modo ser el principal promotor de su causa de canonización (1235); escribió, además, como director espiritual suyo la primera biografía de la futura santa, en la que nos ha dejado estos datos y rasgos de su personalidad: «Pronto comenzó a destacar por sus virtudes, consolando y remediando a los hambrientos. Mandó construir un hospital y acogió en él gran cantidad de enfermos e inválidos...; llegó a agotar todas las rengas provenientes de los cuatro principados de su marido, .., se vio obligada a vender a favor de los pobres todas las joyas y vestidos lujosos... Por la mañana y por la tarde visitaba a todos sus enfermos y curaba a los más repugnantes... Su esposo no veía mal estas cosas. Muerto su esposo, quiso mendigar de puerta en puerta... Un Viernes Santo hizo renuncia de todas sus cosas... Fue a Marburgo, hizo edificar un hospital, en el que dio acogida a enfermos e inválidos, sentando a su mesa a los más míseros y despreciados... A esta gran actividad unió el don de la contemplación, de modo que, cuando volvía de la intimidad de la oración, su rostro resplandecía de un modo admirable y de sus ojos salían como unos rayos de sol... Recibidos los santos sacramentos, expiró como quien se duerme plácidamente.

Su culto fue promovido por numerosos monarcas y dinastías principescas de Europa. Se la considera como esposa devota, dotada de carismas espirituales que empleó a favor de pobres, enfermos y necesitados; como viuda ejemplar, que se desprende de todos sus haberes para darlos a los pobres. Muchos escritores de renombre se han ocupado de la vida de Santa Isabel. Luis Pérez Simón, O.F.M. Fuente: Dominicos.org

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

Darnos una mejor historia. Artículo.

En un reciente libro, Viviendo entre mundos, James Hollis ofrece una obra de ingenio que lleva más profundidad de lo que es evidente a primera vista. Un terapeuta dice a un cliente: Yo no  puedo resolver su problema, pero puedo darle una historia más convincente para su dolor. Eso es algo más que una simple ocurrencia. Tanto si nos sentimos bien o mal con nosotros mismos, con frecuencia se trata de qué clase de historia nos imaginamos que vivimos.

Recuerdo un seminario, hace algunos años, en el que uno de los oradores principales era un joven sacerdote canadiense francés, Pierre Olivier Tremblay. Tremblay inició su charla con palabras en este sentido: Soy capellán en una universidad, y estoy trabajando con estudiantes universitarios jóvenes. Están llenos de vitalidad, sueños y energía; desgraciadamente, sin embargo, sobre todo están vacíos de esperanza porque no tienen ninguna meta-narrativa. Sufren mucho porque no  tienen una historia mayor en la que entenderse a sí mismos, ni hacer que tenga más sentido su propia historia. Sus propias historias, aun siendo preciosas, son demasiado pequeñas e individualistas como para que les dé mucho que tomar como base cuando el dolor y la angustia los cercan. Necesitan una historia mayor en la que situarse, una meta-narrativa. Aunque esto no necesariamente les quitaría su dolor y angustias, les daría algo más amplio en lo que entender su sufrimiento.

Oyendo esto, pienso en mis padres y la espiritualidad que ayudó a sostener a ellos y a su generación. Tuvieron una meta-narrativa, a saber, la historia cristiana de la historia de la salvación y de cómo, en esa historia,  en el comienzo mismo de la historia, Adán y Eva cometieron  un ‘pecado original’ que desde entonces ha torcido la realidad para dejarnos con la imposibilidad de lograr la sinfonía plena en esta vida. Cuando sus vidas se pusieron difíciles, como nos pasa a todos nosotros, ellos tuvieron una perspectiva religiosa sobre el motivo por el que estaban frustrados y doloridos. Se sabían nacidos en un mundo dañado y una naturaleza dañada. De ahí que su oración incluyera estas palabras: por ahora vivimos, gimiendo y llorando en un valle de lágrimas.

Hoy podríamos rechazar esto y verlo como insano y mórbido, pero esa narrativa de Adán y Eva ayudó a dar alguna explicación y significado a todos los defectos de sus vidas. Aunque no quitó su dolor, ayudó a dar dignidad a sus desgracias. Hoy veo a muchos padres sinceros tratando de dar de nuevas maneras una mayor narrativa a sus hijos jóvenes por medio de historias como El rey león. Ciertamente, eso podría ser útil para sus hijos jóvenes; pero, como indica Pierre Olivier Tremblay, finalmente se necesita una narrativa mucho mayor y más convincente.

La historia en la que encuadramos nuestro dolor marca toda la diferencia en el mundo frente al modo como rivalizamos con  ese dolor. Por ejemplo, James Hillman nos dice que quizás el mayor dolor que experimentamos con el envejecimiento es nuestra idea del envejecimiento. Esto es cierto también para muchas de nuestras luchas. Necesitan la dignidad de ser vistas bajo un dosel más amplio. Me agrada lo que dice Robertson Davies cuando se queja de que no quiere luchar con una `ventaja creciente’, sino que quiere más bien ser ‘tentado por el demonio’. ¡Quiere conceder una mayor dignidad a sus tentaciones!

Una mayor historia nos trae esta dignidad porque nos ayuda a diferenciar lo que es el significado de lo que es la felicidad. Invariablemente confundimos los dos. Lo que necesitamos buscar en la vida es el significado, no la felicidad. En verdad, la felicidad (como la entendemos  por lo general) nunca puede ser perseguida, porque siempre es una consecuencia de algo más. Además, la felicidad es efímera y episódica; viene y va. El significado es estable y puede coexistir con el dolor y el sufrimiento. Dudo de que Jesús fuera particularmente feliz mientras colgaba moribundo en la cruz; pero sospecho que, a pesar de todo el dolor, estaba experimentando un significado profundo, tal vez el  significado más profundo de todos. No casualmente, encontró este significado más profundo de todos porque se sabía a sí mismo como estando en la más profunda de todas las historias.

Al fin del día, ni la fe, ni la religión, ni la comunidad, ni la amistad ni la terapia nos pueden quitar los problemas. Las más de las veces, no tienen solución; un problema debe ser vivido y superado. Como Gabriel Marcel  dijo con famosa frase, la vida es un misterio que vivir, no un problema que resolver. La historia en la que encuadramos nuestro dolor es la clave para trocar el problema en misterio.

Art Schopenhauer escribió una vez que todo dolor es soportable si puede ser compartido. La participación a la que se refería no sólo tiene que ver con la amistad, la comunidad y la intimidad. Tiene que ver también con la historia. El dolor puede ser soportado más generativamente cuando se encuentra en una historia más grande que la nuestra propia, cuando comparte una meta-narrativa, un horizonte suficientemente amplio para empequeñecer la soledad idiosincrática.

Hollis está en lo cierto. Ningún terapeuta puede solucionar nuestro problema, pero puede ayudarnos a encontrar una historia mayor que pueda dar más significado y dignidad a nuestra desgracia. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) -  

Caminamos juntos. Sínodo 2021-2023.


PREPARATIVOS DEL SÍNODO 2023. HEMOS INICIADO EL CAMINO SINODAL.
“La misión evangelizadora debe ser llevada a cabo en comunión para que sea creíble y fecunda, y esa comunión, para que no se convierta en una palabra vacía, debe de expresarse y encarnarse en ámbitos de participación efectiva, y así seamos capaces de “caminar juntos”, sinodalmente.
Este es el título del Sínodo convocado por el papa Francisco: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Este Sínodo tiene una fase diocesana (de octubre a marzo de este curso) en la cual se nos invita a renovar y revisar este camino que debemos hacer juntos, como Iglesia, planteándonos preguntas que puedan ayudarnos a discernir cuál debe ser el camino que debemos seguir guiados por el Espíritu.
En el Arciprestazgo de Oviedo, el sábado, 6 de noviembre, se ha celebrado un encuentro para iniciar este camino sinodal y hacer un ejercicio práctico de esta amplia consulta que el papa Francisco quiere que se lleve a cabo en toda la Iglesia”. (Marcelino Garay, arcipreste)
La parroquia le ofrece la oportunidad de participar, bien dentro de los grupos o por medio de este formulario¡Muchas gracias!


Atar y desatar. Artículo.

Decir a alguien, con todo el corazón,Te amo’, es virtualmente lo mismo que decirTú nunca morirás’. El filósofo del siglo XX Gabriel Marcel escribió esas palabras, que repiten las escritas quinientos años antes por la beata Magdalena Panattieri,  terciaria dominica, quien escribió a un amigo: Yo no podría ser feliz en el cielo si tú no estuvieras allí también. Además, tanto Marcel como Panattieri repiten palabras dichas por Jesús hace dos mil años: Todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo; todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo.

¿Qué significa “atar y desatar”? Entre otras cosas, significa que, como cristianos, como miembros del Cuerpo de Cristo, como Jesús cuando caminaba por esta tierra, nosotros tenemos el poder de otorgar la misericordia y el perdón de Dios y ser un lazo salvífico que conecta a otros con la familia de Dios. Si alguien está conectado con nosotros, está conectado con Cristo y con la comunidad de salvación.

En anteriores escritos, usé este ejemplo como ilustración: Imaginaos que tenéis un hijo, un cónyuge o un amigo que no va a la iglesia y es indiferente u hostil a la religión. Aparentemente,  ha roto con la comunidad de fe. A pesar de todo, en tanto en cuanto améis a esa persona (y ella no rechace vuestro amor) no puede perderse. En tanto en cuanto se dé ese vínculo de amor entre ella y vosotros, ella está conectada con el Cuerpo de Cristo y con la comunidad de salvación, y esto es lo que Gabriel Marcel quiso expresar cuando indica que decir a otro ‘Te amo’ es decirle ‘Tú nunca morirás’.

Casi todas las veces que he escrito sobre esto, me han desafiado sobre su ortodoxia (a pesar de que nunca por un teólogo profesional ni un obispo). Invariablemente, el desafío viene de una de estas dos maneras. Un grupo presenta esta objeción: ¿Cómo puedes decir esto? ¡Solamente Cristo tiene el poder de hacer esto! Irónicamente, eso responde a su propia pregunta. Es verdad, solo Cristo tiene el poder de hacer esto, pero nosotros somos el Cuerpo de Cristo. Así, es Cristo, no nosotros, los que estamos haciendo esto. Un segundo grupo objeta diciendo que ellos simplemente encuentran el concepto indigno de ser creído: ¿Cómo puede ser verdad esto? ¡Si lo fuera, resultaría demasiado bueno para ser verdad! Pero, ¿no es eso, de hecho, una idónea descripción de la encarnación? ¡Es simplemente demasiado bueno para ser verdad! La encarnación nos da ese poder y, consecuentemente, como la beata Magdalena Panattieri, nosotros tenemos el poder de decir a Dios que nuestro cielo necesita incluir a un ser querido.

Quizás un desafío más serio es este: ¿A quién exactamente se dio este poder? ¿No se le dio explícitamente a Pedro, como vicario de Cristo y, por extensión, a la iglesia institucional en sus poderes sacramentales, en lugar de darlo a cada cristiano sincero?

Una primera ojeada al Evangelio de Mateo (capítulo 16) parecería indicar que se le dio exclusivamente a Pedro. He aquí su contexto: Pedro acababa de hacer una valiente confesión de fe, diciendo a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. En respuesta, Jesús le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi comunidad. Y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino del cielo; todo lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra será desatado en el cielo”.

Así pues, ¿atar y desatar están reservados exclusivamente para Pedro? No, más bien por medio de Pedro se le da a la Iglesia entera y a todo aquel que hace la misma confesión de fe que él hizo. Se le da a todo aquel que confiesa que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, porque es esta confesión de fe y amor lo que otorga a “la roca” que ningún poder, incluso el infierno mismo, pueda prevalecer contra ella. Cuando hacemos la misma confesión de fe que hizo Pedro, nosotros también nos convertimos en la roca, con poder para atar y desatar.

Al hacer una confesión de fe, venimos a ser miembros del Cuerpo de Cristo y entonces, exactamente como en el caso de Jesús al caminar por esta tierra, cuando la gente nos toca está tocando a Cristo. Además, como Jesús nos asegura, “todo el que crea en mí realizará las mismas obras que yo mismo hago, e incluso mayores”. (Jn 14, 12)

El amor es el supremo poder que hay en la vida. Dios es amor, y al final sólo habrá amor.  Ya a un nivel puramente humano, fuera de cualesquiera consideraciones de fe, sentimos su poder, como algo que al fin puede resistir todo. ¡El amor es la roca! Este es doblemente el caso cuando sucede en la encarnación. El amor es la roca sobre la que Jesús edificó su iglesia. De aquí que, cuando amamos a alguien y somos correspondidos a nuestro amor, ser miembros del Cuerpo de Cristo nos da el poder de decir: Mi cielo incluye a este ser amado. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Tened cuidado con vuestros círculos internos. Artículo.

Ningún hombre es una isla. John Donne escribió esas palabras hace cuatro siglos, y son tan válidas ahora como lo fueron entonces, aunque nosotros ya no las creemos.

Hoy día, más y más gente entre nosotros está empezando a definir nuestras familias nucleares y nuestro círculo de amigos, elegido con cuidado precisamente como una autosuficiente isla, y nos estamos volviendo más selectivos sobre aquel a quien se le permite entrar en nuestra isla, en nuestro círculo de amigos y en el círculo de los que son considerados dignos de respeto. Definimos y protegemos nuestras idiosincráticas islas por una  particular ideología, visión de la política, visión de la moralidad, visión del género y visión de la religión. Cualquiera que no comparte nuestra visión es mal recibido e indigno de nuestro tiempo y respeto.

Además, los medios contemporáneos juegan a esto. Más allá de los cientos de principales canales de televisión de  los que tenemos que escoger, cada uno con su propia agenda, tenemos redes sociales en las que cada uno de nosotros puede encontrar la exacta ideología, política,  moral y perspectiva religiosa que alienta, protege e incomunica nuestra isla, y hace de nuestra pequeña pandilla nuclear un espacio autosuficiente, exclusivo e intolerante. Hoy, todos tenemos los instrumentos para sondear los medios hasta encontrar exactamente la “verdad” que nos gusta. Hemos andado un gran camino desde los viejos tiempos de un Walter Cronkite que transmitía una verdad en la que todos podíamos confiar.

Los efectos de esto están por dondequiera, sobre todo en la polarización incesantemente amarga que estamos experimentando frente a casi todos problemas políticos, morales, económicos y religiosos de nuestro mundo. Hoy nos encontramos en islas separadas, no abiertos a la escucha, respeto ni diálogo con el que no sea de nuestra clase. Cualquiera que discrepa de mí es indigno de mi tiempo, mi escucha y mi respeto; esta parece ser la actitud popular hoy.

Vemos algo de esto en ciertas formas estridentes de la Cultura de cancelación, y vemos mucho de ello en el rostro del nacionalismo que crece duro y vuelto hacia dentro en tantos países hoy. Lo que es extranjero es mal acogido, pura y simplemente. No trataremos con nada que desafíe nuestras características raciales.

¿Qué hay de malo en eso? Casi todo. Al margen de si lo estamos mirando desde una perspectiva bíblica y cristiana o si lo miramos desde el punto de vista de la salud y madurez humana, esto es simplemente reprochable.

Bíblicamente, está claro. Dios irrumpe en nuestras vidas de maneras manifiestas, principalmente por medio de “lo extraño”, por medio de lo que es extranjero, por medio de lo que es otro, y por medio de lo que sabotea nuestro pensamiento y hace saltar por los aires nuestras calculadas expectativas. La revelación nos viene normalmente en la sorpresa, a saber, de una forma que pone nuestro pensamiento patas arriba. Tomad como ejemplo la encarnación misma. Durante siglos, el pueblo esperó la llegada de un mesías, un dios en carne humana, que vencería y humillaría a todos sus enemigos y les ofrecería, a aquellos que implorasen fielmente por esto, el honor y la gloria. Oraron pidiendo y anticipando a un superman, y ¿qué lograron? Un indefenso bebé tendido  en la paja. La revelación funciona de esa manera. Por eso san Pablo nos recomienda acoger siempre a un extraño, porque podría ser de hecho un ángel con disfraz.  

Todos nosotros -estoy seguro- en algún momento de nuestras vidas hemos tenido personalmente esa experiencia de encontrarnos con un ángel disfrazado en un extraño al que quizás acogimos sólo con algo de reserva y miedo. Yo sé que, en mi propia vida, ha habido ocasiones en que no quise acoger a cierta persona o situación en mi vida. Vivo en una comunidad religiosa, donde no está en tu mano escoger con quien vas a vivir. Se te asigna tu “inmediata familia” y (menos unas pocas excepciones cuando hay una disfunción clínica) la afinidad mental no es un criterio para decidir quién es asignado a convivir en nuestras casas religiosas. No raramente, he tenido que vivir en comunidad con alguien al que no habría elegido por amigo, colega, vecino ni miembro de mi familia. Para sorpresa mía, con frecuencia ha sido la  persona a la que menos habría escogido para convivir la que ha sido un vehículo de gracia y transformación en mi vida.

Además, esto me ha pasado durante mi vida en general. Frecuentemente, me he sentido agraciado por las causas más inverosímiles, inesperadas e inicialmente inoportunas. Por supuesto, esto no siempre se ha dado sin dolor. Lo que es extraño, lo que es otro, puede ser trastornador y doloroso durante un largo tiempo antes de que la gracia y la revelación sean reconocidas, pero es lo que trae la gracia.

Ese es nuestro desafío siempre, a pesar de que, particularmente hoy, tantos de nosotros estamos retirándonos a nuestras propias islas, imaginando esto como madurez; entonces lo racionalizamos por una falsa fe, un falso nacionalismo y una falsa idea de lo que constituye la madurez. Esto es al mismo tiempo equivocado y peligroso. Comprometernos con lo que es otro nos engrandece. Dios está en el extraño, y así nos apartamos de una especial vía de gracia siempre que no queremos dejar al extranjero entrar en nuestras vidas. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, CMF) -