Vigilia de jóvenes en Covadonga

Como viene siendo habitual en los últimos años, en la víspera de la fiesta de la Santina los jóvenes de Asturias nos reuniremos en Covadonga para celebrar con nuestro arzobispo una vigilia de oración en la casa de nuestra Madre. Vigilia que este año cobra mayor relevancia ante el inicio del año jubilar mariano con el que conmemoraremos el centenario de la coronación canónica virgen de Covadonga.
La vigilia comenzará a las 22:00 horas en la basílica y concluirá sobre las 23:00 horas en la cueva.




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Campamento 2017

Y se dio por finalizado el Campamento Doney 2017 al que asistieron 300 niños y jóvenes y 60 monitores.




Peregrinación a la Virgen de la Aparecida


Grupo de jóvenes en una actividad


Reflexión con el cuaderno del aprendiz a las 12 de la noche


 Eucaristía del día 15 fiesta de la Asunción



 Procesión de las antorchas en la noche del día de la Asuncion


Despedida de los 60 jóvenes y monitores


Y asi quedo desierta la viña del Señor 


Misión cumplida.......... 

El poder del ritual

No siempre encuentro fácil orar. Frecuentemente estoy rendido, aturdido, atrapado en tareas, presionado por el trabajo, escaso de tiempo, sin ganas de orar, o más tentado de hacer otra cosa. Pero hago oración a diario; a pesar de que frecuentemente no quiero, y aunque muchas veces la oración puede ser aburrida y sin interés. Hago oración diariamente porque estoy comprometido con algunos rituales de oración, el oficio de la Iglesia, las laudes y vísperas, la Eucaristía y la meditación diaria.
Y estos rituales me vienen bien. Me mantienen, me tienen estable y me guardan regularmente aun cuando, muchas veces, no tengo ganas de orar. Ese es el poder del ritual. Si sólo orara cuando tuviera ganas, no oraría muy regularmente.
La práctica del ritual nos mantiene haciendo lo que deberíamos estar haciendo (orar, trabajar, estar a la mesa con nuestras familias, ser corteses) aunque nuestros sentimientos no siempre estén en juego. Necesitamos hacer ciertas cosas no porque siempre sintamos que nos gusta hacerlas, sino porque es procedente hacerlas.
Y esto es verdad para muchas áreas de nuestras vidas, no sólo para la oración. Tomad, por ejemplo, los rituales sociales de urbanidad y buenas maneras que apoyamos cada día. Nuestro corazón no siempre está en los saludos y expresiones de amor, aprecio y gratitud que nos damos unos a otros cada día. Nos saludamos, nos  despedimos, nos expresamos amor y gratitud a través de  algunas fórmulas sociales, palabras rituales: ¡Buenos días! ¡Qué bueno verte! ¡Que tengas un gran día! ¡Que tengas una estupenda noche! ¡Que duermas bien! ¡Encantado de encontrarme contigo! ¡Encantado de trabajar contigo! ¡Te quiero! ¡Gracias!
Nos decimos estas cosas diariamente, aun cuando tenemos que admitir que hay momentos, muchos momentos, en los que  estas expresiones aparentar ser puramente formales y de ninguna manera parecen consecuentes con los sentimientos que estamos teniendo en ese momento. Y aun así las decimos y son sinceras en lo que expresan que subyace en nuestros corazones a un nivel más profundo que nuestros sentimientos más momentáneos y efímeros de distracción, irritación, contratiempo o ira. Además, estas palabras nos mantienen en civismo, en buenas maneras, en afabilidad, en cortesía, en respeto y en amor, a pesar de las fluctuaciones en nuestra energía, humor y sentimientos. Nuestra energía, humor y sentimientos, en cualquier momento dado, no son un verdadero indicio de lo que hay en nuestros corazones, como todos nosotros sabemos y por lo que frecuentemente necesitamos disculparnos. ¿Quién de nosotros no se ha mostrado alguna vez molesto y amargo hacia alguien a quien amamos profundamente? La profunda verdad es que amamos a esa persona, pero eso no es lo que estamos sintiendo entonces.
Si sólo expresáramos afecto, amor y gratitud en esos momentos en que nuestros sentimientos estaban completamente en juego, no los expresaríamos muy frecuentemente. Gracias a Dios por los rituales ordinarios y sociales que nos mantienen en amor, afecto, afabilidad, civismo y buenas maneras en esos momentos en que nuestros sentimientos están de mal humor con lo que es más verdadero de nosotros mismos. Estos rituales, como un fuerte recipiente, nos mantienen seguros hasta que vuelven los buenos  sentimientos.
Hoy, en demasiadas áreas de la vida, ya no entendemos el ritual. Eso nos deja intentando vivir nuestras vidas por nuestros sentimientos; no es que los sentimientos sean malos, sino que más bien nos sobrevienen como huéspedes salvajes y no invitados. Iris Murdoch afirma que nuestro mundo puede cambiar en quince segundos porque nosotros podemos enamorarnos en quince segundos. ¡Pero también podemos dejar de estar enamorados en quince segundos! Los sentimientos funcionan de esta manera. Y así, no podemos mantener el amor, el matrimonio, la familia, la amistad, las relaciones colegiales y la ciudadanía por sentimientos. Necesitamos ayuda. Los rituales pueden ayudar a mantener nuestras relaciones más allá de los sentimientos.
Dietrich Bonhoeffer solía dar esta instrucción a una pareja cuando  oficiaba en su boda. Les decía: Hoy estáis enamorados y creéis que vuestro amor puede sostener vuestro matrimonio. Pero no puede. Sin embargo, vuestro matrimonio puede sostener vuestro amor. El matrimonio no es sólo un sacramento; es  también un recipiente ritual. El ritual no sólo puede ayudar a sostener un matrimonio; también puede ayudar a sostener nuestras vidas de oración, nuestro civismo, nuestras maneras, nuestra afabilidad, nuestro humor, nuestra gratitud y nuestro equilibrio en la vida. Sed cautos con cualquiera que, en nombre de la psicología, el amor o la espiritualidad, os dice que el ritual es vacío y que debéis confiar en vuestra energía, humor y sentimientos como vuestra brújula guía. Estos no os llevarán lejos.
Daniel Berrigan escribió una vez: No viajes con alguien que espere que resultes interesante todo el tiempo. En un viaje largo, hay tramos obligatoriamente aburridos. Juan de la Cruz se hace eco de esto cuando habla sobre la oración. Nos dice que, durante nuestros años generativos, uno de los mayores problemas que afrontaremos diariamente en nuestra oración es el simple aburrimiento.
Y así, podemos estar seguros de que nuestros sentimientos no nos sostendrán, pero las prácticas del ritual pueden hacerlo.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 28 de agosto de 2017

Dios necesita una mejor prensa

La palabra “protestante” generalmente es malentendida. La protesta de Martin Lutero que condujo a la reforma protestante no fue de hecho, contra la Iglesia Católica Romana, propiamente entendida, fue una protesta por Dios. Dios, en la visión de Lutero, estaba siendo manipulado para servir a los intereses humanos y a los propios intereses de la Iglesia. Su protesta fue un alegato por respetar la transcendencia de Dios.
Hoy necesitamos hacer una nueva protesta, un nuevo alegato, uno fuerte, por ligar a Dios y a nuestras iglesias con la intolerancia, la injusticia, el fanatismo, la violencia, el terrorismo, el racismo, el sexismo, la rigidez, el dogmatismo, el anti erotismo, la homofobia, el corporativismo, la seguridad para los ricos, la ideología de todas las clases y simplemente la estupidez.
Un ejemplo simple puede servir de ilustración: en un reciente libro que documenta la extraordinaria amistad de cincuenta años con un antiguo entrenador, una leyenda del baloncesto (y en el momento presente un excelente escritor), Kareem Abdul-Labbar, comparte porqué se convirtió al islam. Creció como católico, se graduó en escuelas católicas, y finalmente dejo el cristianismo para convertirse en musulmán. ¿Por qué?
En sus propias palabras: porque “los blancos que ponen bombas en las iglesias y asesinan niñas pequeñas, los que dispararon a chicos de color, los que golpeaban con palos a manifestantes de color desarmados en voz alta se declaraban orgullosos cristianos. El Ku Klux Klan eran orgullosos cristianos. No podía sentir lealtad por una religión con tantos seguidores malvados. Si que era consciente de que el Reverendo Doctor Martin Luther King, Jr, era también un orgulloso cristiano, como lo eran muchos de los lideres pro derechos civiles. El entrenador Wooden fue un devoto cristiano. El movimiento pro derechos civiles estaba apoyado por muchos valientes blancos cristianos que marcharon mano con mano con los negros. Cuando el KKK atacaba, pegaban con más dureza a los blancos que eran por ellos considerados traidores a la raza. No condenó la religión, sino que definitivamente se sintió expulsado de ella.
Su historia es únicamente una historia más y por propio reconocimiento tiene otra cara, pero es muy ilustrativa. Es fácil ligar a Dios con cosas equivocadas. El cristianismo, por supuesto, no es únicamente culpable. Hoy, por ejemplo, vemos quizás peores ejemplos de ligar a Dios con el mal en la violencia de ISIS y otros grupos terroristas que asesinan, aleatoria y brutalmente en el nombre de Dios. Puedes estar seguro de que las últimas palabras pronunciadas, en un ataque suicida aleatoriamente mata gente inocente, son “¡Dios es grande!”. ¡Que horrible decir algo así en el justo momento en que uno está cometiendo un asesinato¡, ¡Haciendo algo tan impío en el nombre de Dios!
E incluso nosotros mismos hacemos lo mismo en formas sutiles, a saber, justificando lo impío (violencia, injusticia, desigualdad, pobreza, intolerancia, fanatismo, racismo, sexismo, abuso de poder, y la riqueza privilegiada) apelando a nuestra religión. Silenciosamente, inconscientemente, ciegos, asentados en un sentido de lo correcto y lo erróneo coloreado por el propio interés, nos damos a nosotros mismos el permiso divino a vivir y actuar de maneras que son antitéticas con la mayoría de lo que Jesús enseñó.
Podemos protestar, diciendo que somos sinceros, pero la sinceridad por sí misma no es un criterio moral o religioso. Sinceramente puede, y a menudo así es, ligar a Dios con lo impío y justificar el mal en el nombre de Dios: la gente que dirigía la Inquisición era sincera, los racistas son sinceros; aquellos que protegían a sacerdotes pedófilos eran sinceros, los racistas son sinceros, los sexistas son sinceros, los fanáticos son sinceros, los ricos defendiendo sus privilegios son sinceros; oficinas eclesiales haciendo daño, decisiones pastorales desafiando el evangelio que impiden a gente el acceso a la Iglesia son muy sinceras y están motivadas evangélicamente; y todos nosotros, cuando juzgamos a otros lo que Jesús nos dijo una y otra vez que no hiciéramos, son sinceros. Pero todos nosotros pensamos que estamos haciendo todo esto por el bien, por Dios.
Sin embargo, en muchas de nuestras acciones estamos ligando a Dios y a la Iglesia con la estrechez, la intolerancia, la rigidez, el sexismo, el favoritismo, el legalismo, el dogmatismo y la estupidez. Y nos preguntamos por qué muchos de nuestros hijos no van a la Iglesia y luchan con la religión.
El Dios que Jesús revela es la antítesis de gran parte de lo religioso, triste pero verdadero. El Dios que Jesús revela es un Dios generoso, un Dios que no es tacaño; un Dios que quiere la salvación para todos, que ama todas las razas y todas las gentes igualmente; un Dios con un amor preferencial por los pobres; un Dios que crea los dos géneros en igualdad; un Dios que se opone al poder mundial y al privilegio. El Dios de Jesucristo es un Dios de compasión, empatía y perdón, un Dios que reclama que el espíritu está por encima de la ley, el amor sobre el dogma, el perdón sobre la justicia jurídica. Y muy importante, el Dios a quien Jesús encarna no es estúpido, pero es un Dios cuya inteligencia no se ve amenazada por la ciencia, y un Dios que no condena ni envía a gente al infierno de acuerdo con nuestros limitados juicios humanos.
Lamentablemente, demasiado a menudo este no es el Dios de la religión, de nuestras iglesias, de nuestra espiritualidad, o de nuestras conciencias privadas.
Dios no es estrecho, estúpido, legalista, fanático, racista, violento, y vengativo, es tiempo de que paremos de ligar a Dios con este tipo de cosas.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 21 de agosto de 2017

NUESTRA ÉTICA QUIERE PROPONER LA GENEROSIDAD COMO SUSTITUTO DE LA JUSTICIA

Texto completo del discurso de David Fernández, sj

Agradezco a los organizadores de esta ceremonia conmemorativa del sesenta aniversario de la fundación de la carrera de Administración de Empresas, y más ampliamente a la Sociedad de Egresados de esta carrera de la Universidad Iberoamericana, que me hayan invitado a decir unas palabras con motivo, también, de la entrega de los reconocimientos "Xavier Sheifler, sj" a quienes ahora hemos galardonado.

Dada la trascendencia de este acto y lo concurrido del mismo, voy a abusar de su generosidad para hablar sobre la magnanimidad y la filantropía. El tema me ha dado muchas vueltas en la cabeza y pensé mucho tiempo en qué era lo que verdaderamente quería decirles en esta ocasión. En el entretanto, topé con una pieza oratoria de un autor indio, Anand Giridharadas, que me dijo lo que realmente deseaba comunicarles en este ambiente de fiesta y agradecimiento.

Quisiera reflexionar sobre la participación de nuestra comunidad universitaria y de sus egresados en las injusticias más importantes y dolorosas de nuestro tiempo. Y sugeriré, al propósito, que tal vez no siempre somos los líderes positivos o simplemente las personas que creemos ser.

En México y en el mundo entero tenemos un gravísimo problema de desigualdad. En este momento de cambios radicales y de nuevas definiciones sociales resulta que existen territorios en donde las cosas florecen y otros más en donde se marchitan y mueren. En alguna otra ocasión a esta desigualdad radical la he llamado "apartheid social".

Por lo general los debates y deliberaciones acerca de lo que debemos hacer para disminuir la pobreza son auspiciadas y realizadas por los grupos de personas exitosas con alto bienestar económico.

uestra comunidad universitaria vive de las ganancias obtenidas por el funcionamiento de este sistema injusto. Nuestras actividades son patrocinadas por Pepsi, Citibank, Liverpool, Samsung. Estamos profundamente comprometidos con lo establecido y con el sistema que decimos cuestionar. Aun así, somos una comunidad de creyentes ignacianos, con liderazgo social y empresarial que pugna por la justicia. Estas dos identidades son verdaderamente difíciles de reconciliar.

Hoy quiero cuestionar la manera en que las reconciliamos. Quiero cuestionar la ética que prevalece entre los triunfadores de hoy en todo el mundo, en los negocios, el gobierno e incluso en muchas organizaciones de la sociedad civil.

El núcleo de esa ética y del propósito de nuestra universidad es retar a los favorecidos del mundo para que hagan el bien, cada vez un mayor bien, pero nunca les hemos dicho ni les decimos todavía que hagan un menor mal a los demás.

El pensamiento común entre nosotros sostiene que el capitalismo tiene excesos y daños colaterales graves que han de ser aminorados, ángulos que hay que limar, y que los frutos inmoderados deben ser compartidos; pero siempre sin cuestionar el sistema subyacente.

La ética de nuestras asociaciones filantrópicas y de nuestros egresados sostiene que hay que devolver lo que se nos ha dado, lo cual, por supuesto, es algo noble y compasivo. Pero en medio de la enorme pobreza que vivimos, de la violencia que nos corroe, es obvio que "devolver lo que se nos ha dado" es poner apenas una curita en el sistema que ha privilegiado a las élites a las que pertenecemos, con la esperanza consciente o inconsciente de que eso prevenga la necesidad de una cirugía mayor a ese sistema: cirugía que quizá pueda amenazar nuestros privilegios.

Nuestra ética, creo, quiere proponer la generosidad como sustituto de la justicia. Lo que en realidad decimos es: haz dinero de la forma en que lo hace todo mundo, y luego regresa algo por medio de un donativo, o mediante la creación de una fundación, o con alguna acción que tenga impacto social, o añade algunos comentarios compasivos al pie de tus análisis.

Nuestra ética dice: "haz más el bien", pero nunca dice "haz menos daño".

Quiero iniciar con este breve discurso, ya que hoy no hay tiempo para extenderme, una conversación difícil entre nosotros sobre estas reglas del juego. Lo hago porque amo a nuestra comunidad universitaria, porque los jesuitas somos corresponsables de la formación de nuestros egresados, porque temo que quizá no seamos tan virtuosos y cristianos como pensamos; porque creo que la historia no será tan generosa con nosotros como esperamos, y que en un análisis final nuestro papel en las inequidades de nuestra época no será bien recordado. Por eso lo hago.

Quisiera que habláramos honestamente sobre algunos de los daños que los "triunfadores" de hoy infligen a los demás mientras procuran el bienestar para sí mismos, antes de que traten de compensarlo haciendo el bien.

Muchos de nosotros no trabajamos en negocios o finanzas. Y sin embargo vivimos en una época en la que los supuestos y los valores empresariales tienen una influencia mucho mayor de la que deberían tener. Esto lo vemos en muchos otros sectores de la realidad.

Nuestra cultura ha convertido a los empresarios y hombres de negocios en filósofos ("pon una start-up en tu vida para que tenga sentido"), revolucionarios ("el cambio empieza en ti mismo"), activistas sociales ("el mejor negocio hoy es invertir en los pobres"), salvadores de los pobres ("hay que enseñar a pescar"). Estamos en riesgo serio de olvidar muchos otros lenguajes para expresar lo que significa el progreso humano: moralidad, democracia, solidaridad, decencia, justicia.

Con frecuencia sucumbimos al dogma seductor de Davos de que la aproximación empresarial es lo único que puede cambiar el mundo, frente a la enorme evidencia histórica de lo contrario.

Y entonces, cuando los triunfadores de nuestra época quieren responder a los problemas de la pobreza, la desigualdad y la injusticia lo hacen dentro de la misma lógica y en el marco de los negocios y los mercados. De esta manera hablamos mucho de retribuir, de compartir ganancias, de ganar-ganar, de la inversión con impacto social, de responsabilidad social empresarial, etc.

A veces me pregunto si estas diversas formas de regresar lo recibido se han convertido para nuestra era en lo que las indulgencias papales fueron para la Edad Media: una forma relativamente barata de estar aparentemente en el lado correcto de la justicia, pero sin tener que alterar en lo fundamental la propia vida.

Estas estructuras y sistemas producen víctimas, y corremos el riesgo de confundir la generosidad hacia esas víctimas con la justicia para esas víctimas.

La generosidad es ganar-ganar, pero la justicia con frecuencia no lo es. A los ganadores de nuestro tiempo no les gusta la idea de que quizá algunos de ellos tengan que perder, que hacer sacrificios, para que la justicia prevalezca. No escuchamos muchos discursos que señalan que los poderosos y privilegiados están equivocados, y que tienen que declinar su estatus y posición en favor de la justicia.

Hablamos mucho de dar más. Pero no hablamos de quitar menos.

Hablamos mucho acerca de lo mucho que tenemos que hacer. Pero no hablamos de lo mucho que tenemos que dejar de hacer.

Soy consciente de que esta intervención que hago ahora no me va a hacer más popular con nadie. Pero para mí, esto que ahora hago lo considero un deber de conciencia en congruencia con el Evangelio del Señor Jesús.

No ignoro tampoco que muchos de ustedes están de acuerdo conmigo porque hay vínculos surgidos del trabajo de años de la Compañía de Jesús en nuestra universidad y porque hemos compartido el sentimiento de que hay algo que no funciona bien en nuestra sociedad.

El problema central es este: ¿está tu vida -no tu proyecto filantrópico- en el lado correcto de la justicia? Como diría nuestra última Congregación General: ¿tu empresa, tu labor, ayuda a reconciliarnos con los demás y con la creación, o más bien profundiza nuestras distancias y la crisis social y ecológica que ha denunciado el Papa Francisco?

¿Necesita el mundo más magnates chinos comprometidos con la filantropía, o más bien menos corruptos magnates chinos?

¿Necesita el mundo socios de Goldman Sachs asesorando mujeres o dando dinero a las escuelas de niños pobres, o más bien socios de Goldman que arriesgan todo para decir: la forma en que mi compañía hace negocios no es correcta, y pelearé para hacer de Goldman un ente social positivo en lugar de un vampiro extractor de recursos, aun si eso me cuesta el trabajo?

A veces me pregunto si estamos aquí para cambiar el sistema o para que el sistema nos cambie a nosotros. ¿Usamos nuestra fuerza colectiva para desafiar a los poderosos, o estamos ayudando a hacer de un injusto e inaceptable sistema algo mucho más digerible por todos?

Y con todo, aquí estamos, celebrando ser egresados de una institución jesuita. ¿Por qué? Porque hay algo maravilloso en esta comunidad. Y porque creemos que podemos ser mucho más de lo que hemos sido hasta ahora: genuinos servidores del Reino de Dios, de los más pobres y de los excluidos en este caótico momento crucial para el mundo.

Pero si queremos jugar realmente ese papel, creo que tenemos que considerar hacer un cambio fundamental en la orientación de nuestros esfuerzos como egresados de una universidad de inspiración cristiana: de trabajar con el sistema a trabajar para cuestionar honestamente al sistema en aquello en que le falla a la gente; de la tranquilizadora idea de hacer el bien sin mirar a quién, a la noción más valiente de hacer el bien poniendo en riesgo esa condición que nos da la oportunidad de hacer el bien.

Discúlpenme, pues. Y gracias.

Cameron Doody. Religión Digital. 6 de julio, 2017

Fuente: http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/8979-nuestra-etica-quiere-proponer-la-generosidad-como-sustituto-de-la-justicia.html

Mujer cananea

Era mujer, extranjera,
y madre sufriente
viendo cómo estaba lo que más quería,
la hija nacida de sus entrañas.

El evangelista nos narra,
sin eufemismos ni edulcorantes,
su encuentro contigo
cuando saliste de las fronteras patrias.

Su lectura siempre me intriga y sorprende,
y me deja con la sensación de no entender nada.
Mas no quiero que me lo expliquen,
ni que me lo maticen,
ni que me lo contextualicen
poniéndote aureola de luces, Señor.
La escena perdería su encanto,
y no rompería nuestros esquemas
respecto a lo divino y a lo humano,

Así, tal como nos la han transmitido,
suena a escándalo,
pero quizá sólo así sea manantial de gracia
y un gran regalo.

Porque, ¿qué es, sino gracia,
lo que esa madre cananea
nos enseña con su actitud y fe?
¿Qué es, sino gracia,
ver cómo podemos influirte?
¿Qué es, sino gracia,
descubrir la fuerza de nuestra oración?
¿Qué es, sino gracia
constatar cómo tú cambias
ante nuestra testaruda insistencia?
¿Qué es, sino gracia,
percibir que nunca están las puertas
de tu corazón cerradas?
¿Qué es, sino gracia,
terminar siendo tratados como hijos
aunque seamos extranjeros?
¿Qué es, sino gracia,
saber que hasta los “perrillos”
tienen alimento y derecho en casa?

¡Que no me cambien ni expliquen este evangelio!
Quiero sentir el escándalo
de tu propio proceso divino y humano.

Florentino Ulibarri

Fuente: http://www.feadulta.com/es/buscadoravanzado/item/5265-mujer-cananea.html

Alcanzar nuestro máximo en nuestra fe

Artículo de Ron Rolheiser - Lunes, 14 de agosto de 2017
Macy MalfordLa complejidad del ser adulto, inevitablemente, mata la ingenuidad de la niñez. Y es verdad también en lo referente a nuestra fe. No que nuestra fe sea una ingenuidad. No lo es. Pero nuestra fe necesita ser constantemente reintegrada en nuestras personas y armonizada de nuevo con nuestra experiencia de vida; de otra manera la descubriremos en desacuerdo con nuestra vida. Pero la fe genuina se puede mantener por encima de toda experiencia, sin importar su complejidad.

Tristemente, esto no siempre pasa y mucha gente, aparentemente, deja su fe detrás, como la fe en Santa o en el Conejo de Pascua, según la complejidad de sus vidas adultas aparentemente contradice e incluso avergüenza su fe infantil.

Pensando en esto, recomiendo un libro reciente, My Utmost, A Devotional Memoir (“Mi máximo, una memoria devocional”) escrito por Nacy Halford. Se trata de una joven, unos 30 años, escritora, trabajando en París y Nueva York y es una narración autobiográfica sobre su lucha como conservadora cristiana evangélica para conservar su fe en medio de los muy liberales, sofisticados, altamente secularizados y a menudo agnósticos círculos dentro de los que actualmente vive y trabaja. El libro narra su lucha por mantener una fuerte fe de niña que está virtualmente injertada en su ADN, gracias a una madre y abuela muy creyentes. La fe y la Iglesia anclas en su vida según iba creciendo. Pero su ADN también sostuvo algo más, a saber, la inquietud y la tensión creativa de un escritor, y una irreprimible energía natural que la condujo más allá de los seguros y acorazados círculos eclesiales de su juventud, en su caso, círculos literarios en Nueva York y París.

Pronto descubrió que vivir la fe mientras uno se encuentra rodeado por un fuerte grupo de apoyo a la fe es una cosa, y tratar de vivir respirando un aire casi exclusivamente secular y agnóstico es otra. El libro es una crónica de dicha lucha y narra también cómo eventualmente fue capaz de integrar la pasión y la visión de su fe infantil en su nueva vida. Entre muchas ideas, comparte cómo cada vez que se sentía tentada de cruzar la línea y abandonar la fe de infancia como ingenua, se daba cuenta que su miedo a hacerlo “no era el miedo a destruir a Dios o una creencia; sino el miedo a destruirse a sí misma”. Esta idea testimonia el carácter genuino de su fe. Dios y la fe no nos necesitan; somos nosotros los que los necesitamos.

El título de su libro, My Utmost, (“Mi máximo”) es significativo para su historia. En su 13 cumpleaños, su abuela le regaló una copia de un libro que es bien conocido y muy usado dentro de los círculos evangélicos y baptistas, My Utmost for His Highest, (“En pos de lo Supremo”) de Oswald Chambers. El libro es una colección de aforismos espirituales, pensamientos para cada día del año, de este eminente misionero y místico. Halford comparte cómo, mientras era joven y estaba sólidamente anclada a la iglesia y a la fe de su infancia, no leía este libro diariamente y los consejos espirituales de Chamber no significaban mucho para ella. Pero la lectura de este libro se convirtió en un ritual diario y sus consejos diarios comenzamos, más y más, a convertirse en el prisma a través del cual pudo integrar su fe de la infancia con su experiencia de mujer adulta.

En un cierto momento de su vida se entrega a un estudio serio de la teología del libro y de su autor. Esta parte de sus memorias podría intimidar a alguno de sus lectores, pero, incluso sin una compresión teológica clara de cómo ella armoniza todo esto, el fruto de su lucha aparece con claridad.

Esta es una valiosa memoria porque hoy mucha gente vive en medio de esta clase de lucha, esto es, tener la fe de la infancia activa en su experiencia presente. Halford simplemente nos enseña cómo lo hizo y su lucha nos ofrece un valioso paradigma para seguir.

Hace una generación, Karl Rahner, hizo el famoso comentario de que en la próxima generación seremos místicos o increyentes. En medio de otras cosas, lo que Rahner quiere decir es que a diferencia de generaciones anteriores donde nuestras comunidades (familia, vecindario, y la iglesia) ayudaban mucho a llevar adelante una vida de fe, en la próxima generación tendremos que encontrar nuestro profunda y personal cimiento para la fe. Macy Halford soporta esto. Dentro de una generación en la cual hay muchos increyentes, sus memorias establecen un camino para un humilde pero eficaz misticismo.

El novel escritor irlandés, John Moriarty, en sus memorias, comparte cómo un hombre joven vive a la deriva desde la fe de su juventud, el catolicismo romano, al verlo como una ingenuidad que podría no cuadrar con su experiencia adulta. El recorre este camino hasta que un día, en palabras suyas, “me di cuenta que el catolicismo romano, la fe de mi infancia, era mi lengua materna”.

Macy Halford definitivamente se reafirmó a sí misma y a su lengua materna, la fe de su juventud, y la sigue ahora guiando a través de todas las complejidades de su vida adulta. La narración de su búsqueda puede ayudarnos a todos, sea cual sea nuestra respectiva afiliación religiosa.
Fuente: Ciudad redonda

Misa de vida la familia, Campamento Doney


Desde el campamento nos mandan dos fotos de la misa de vida en familia del ultimo turno.
Mientras juegan y gritan los peques del tercer turno, niños de 9 y 10 años, os recuerdan con cariño



Suicidio: redimir la memoria de un ser querido.

Hace un año, virtualmente cualquiera que le conociera se sorprendió por el suicidio del más preminente teólogo hispanoamericano que ha habido hasta el momento; Virgilio Elizondo.  Además, Virgilio no fue únicamente un teólogo pionero muy capacitado, sino también un amado sacerdote y un cálido, confiable amigo para incontables personas. Todo el mundo muere, y la muerte de un ser querido es siempre dura, pero fue el modo de morir el que dejó a muchas personas pasmadas y confundidas. ¡Suicidio! Pero un hombre tan lleno de fe y tan sensible. ¿Cómo es posible?
Y estas preguntas, como las aguas fangosas de una inundación, comienzan a colarse dentro de grietas emocionales, dejando a la mayoría de los que le conocieron con una gran reconcomedora pregunta: ¿Cómo afecta esto a su trabajo, al regalo que dejó a la Iglesia y a la comunidad hispana? ¿Ponemos todavía honrar su vida y su contribución de la misma manera que si hubiera muerto de un ataque al corazón o un cáncer? En efecto, si hubiera muerto de un ataque al corazón o un cáncer, su muerte, aunque triste, habría dejado en ella un aire de saludable final, incluso de celebración, que estábamos diciendo adiós a un gran hombre que tuvimos el privilegio de conocer, como algo opuesto al aire de mutismo, enfermizo silencio, e inmundo dolor que impregnaba el aire en su funeral.
Tristemente, y este es generalmente el caso cuando alguien muerte por suicidio, la manera de morir se convierte en un prisma a través del cual se ven permanentemente coloreados y teñidos su vida y trabajo. No debería ser así, y nos incumbe, la vida de quienes les aman, para redimir su memoria, para no quitar sus fotos de nuestras paredes, para no hablar a la defensiva sobre sus muertes, y no dejar que la particular manera de morir enturbie la bondad de sus vidas. Se lo debemos a nuestros seres queridos, y a nosotros mismos para no convertirlo en una tragedia.
Así cada año escribo una columna sobre el suicidio, esperando que ayude a aportar más comprensión sobre este tema y, en cierto modo quizás, ofrecer algún consuelo a aquellos que han perdido a sus seres queridos de esta manera. Esencialmente, digo lo mismo cada año porque necesita ser dicho. Como Margaret Atwood una vez apuntó, algunas cosas necesitan ser dichas y dichas de nuevo, hasta que no necesiten ser dichas nunca más. Algunas cosas sobre el suicidio tienen que seguir diciéndose.
¿Qué cosas? ¿Qué hay que decir una y otra vez sobre el suicidio? Para ser más claro, permítanme numerar algunos puntos:
Primero, en la mayoría de los casos, el suicidio es el resultado de una enfermedad, un mal, una trágica ruptura del sistema inmune emocional o simplemente una enfermedad bioquímica mortal.
En la mayor parte de los suicidios la persona muere como si fuera víctima de cualquier enfermedad terminal o accidente fatal, no por propia elección. Cuando la gente muere de un ataque al corazón, un accidente, un cáncer mueren contra su voluntad. Esto ocurre igual en el suicidio.
No deberíamos preocuparnos excesivamente de la salvación eterna de una víctima de suicidio, creyendo (como solemos creer) que el suicidio es un acto último de desesperación. Las manos de Dios son infinitamente más comprensivas y amables que las nuestras. No necesitamos preocuparnos del destino de cualquiera, sin importar la causa de la muerte, que deje este mundo honestamente, hipersensible, sobreexcitado, demasiado sensible al tacto, y emocionalmente roto, como es el caso en la mayoría de los suicidios. La comprensión y la compasión de Dios excede la nuestra. Dios no es estúpido.
No deberíamos caer en la autocrítica excesiva cuando perdemos a un ser querido por suicidio; ¿Qué debería haber hecho? ¿Qué hizo que esta persona cayera? ¿Qué si…simplemente hubiera estado ahí en el momento justo? Raramente hubiera cambiado algo. La mayoría de las veces, no estamos ahí porque la persona que cae víctima de esta enfermedad no quiere que estemos ahí. Escoge el momento o el punto y el modo precisamente para que no estemos ahí. El suicidio parece ser una enfermedad que toma a su víctima precisamente de tal manera que excluya a otros y su atención. Esto no es una excusa para la insensibilidad, sino un principio saludable contra la falsa culpa y la autocrítica improductiva. El suicidio es el resultado de una enfermedad y hay enfermedades que ni todo el amor y cuidado del mundo pueden curar.
Finalmente, nos incumbe, a los seres queridos que permanecen aquí, redimir la memoria de aquellos que han muerto de esta manera y no dejar que esta manera particular de morir se convierta en un falso prisma a través del cual se vean ahora sus vidas. Una buena persona es una buena persona y una muerte triste no lo cambia. No ser malentendida.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 7 de agosto de 2017
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