Sagrado permiso para sentirse humano

Es normal sentirse inquieto siendo niño, solitario siendo adolescente, y frustrado por falta de intimidad siendo adulto; después de todo, vivimos con insaciables deseos de todo tipo, ninguno de los cuales encontrará nunca pleno cumplimiento en esta vida.
¿De dónde vienen estos deseos? ¿Por qué son tan insaciables? ¿Cuál es su significado?
Siendo yo joven, los catecismos católicos con los que era instruido y los sermones que oía predicar desde el púlpito respondían en realidad a esas  preguntas, pero en un vocabulario demasiado abstracto, teológico y clerical como para afectarme mucho existencialmente. Me dejaban teniendo la sensación de que había una respuesta, pero no una que me sirviera de ayuda. De este modo, sufrí en silencio la soledad y la impaciencia. Además, me atormentaba porque percibía que era pernicioso sentir de la manera que lo sentía. Mi instrucción religiosa, aun siendo rica, no ofrecía ninguna benevolente sonrisa de parte de Dios en mi inquietud e insatisfacción. La pubertad y la consciente agitación de la sexualidad empeoraron las cosas. Entonces, no sólo estaba inquieto e insatisfecho, sino que los crudos sentimientos y fantasías que me acosaban eran considerados positivamente pecaminosos.
Ese era mi estado mental cuando ingresé en la vida religiosa y en el seminario inmediatamente después de la enseñanza secundaria. Desde luego, la inquietud continuó; pero mis estudios filosóficos y teológicos me dieron una comprensión de lo que tan implacablemente estaba agitándome dentro y me dieron sagrado permiso para estar conforme con eso.
Todo empezó en mi año de noviciado, un día, con una charla de un sacerdote visitante. Nosotros éramos novicios, la mayoría de nosotros en nuestros últimos años de adolescencia; y, a pesar de nuestro compromiso con la vida religiosa, estábamos comprensiblemente inquietos, solitarios y cargados de tensión sexual.  Nuestro visitante empezó su conferencia con una pregunta: “Chavales, ¿estáis un poco inquietos? ¿Os sentís un poco encerrados aquí?” Nosotros movimos la cabeza en señal de afirmación. Él continuó: “¡Bueno, deberíais estarlo! ¡Debéis estar saltando fuera de vuestras pieles! ¡Toda esa joven energía, hirviendo dentro de vosotros! ¡Os debéis de estar volviendo locos! ¡Pero está bien, eso es lo que debéis estar  sintiendo si estáis sanos! Es normal, es bueno. ¡Sois jóvenes; esto va mejor!”
Oyendo esto, algo quedó liberado dentro de mí. Por primera vez, en un lenguaje que me hablaba genuinamente, alguien me había dado sagrado  permiso  para estar en casa dentro de mi propia piel.
Mis estudios de literatura, teología y espiritualidad continuaron dándome ese permiso incluso cuando me ayudaron a formar una visión como por qué estos sentimientos estaban en mí, cómo tomaban sus orígenes y significado en Dios y cómo estaban lejos de ser impuros y perniciosos.
Volviendo sobre mis estudios, algunas notables personas sobresalen al ayudarme a entender la rudeza, insaciabilidad, significado y extrema bondad del deseo humano. El primero fue san Agustín. La ahora famosa cita con la que empieza su libro Confesiones: Nos has hecho para ti, Señor, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti, me ha  servido siempre como llave para enlazar junto todo lo demás. Con eso como mi secreto para la síntesis, encontré este axioma en Tomás de Aquino: El objeto adecuado del entendimiento y la voluntad es todo ser como tal. Eso podría sonar abstracto, pero incluso teniendo veinte años, comprendí su significado: En resumen, ¿qué necesitarías experimentar para decir finalmente ‘basta’, estoy satisfecho? Aquino responde: ¡Todo! Más tarde, en mis estudios, leí a Karl Rahner. Como Aquino, él también puede parecer desesperadamente abstracto cuando, por ejemplo, define a la persona humana como potencia obediencial que vive en una entidad sobrenatural. ¿Sí? Bien, esencialmente lo que quiere decir con eso puede ser traducido en un simple consejo que él ofreció una vez a un amigo: En la angustia de  la insuficiencia de todo lo accesible, aprendemos por fin que aquí, en esta vida, no hay ninguna sinfonía acabada.
Finalmente, en mis estudios me encontré con la persona y el pensamiento de Henri Nouwen. Él continuó enseñándome lo que significa vivir sin conseguir nunca gozar de la sinfonía acabada, y articuló esto con un único genio y en un vocabulario fresco. Leer a Nouwen es como ser presentado a ti mismo, mientras aún permanecen dentro todas tus sombras. También ayuda a darte la opinión de que es normal, sano, y no impuro ni culpable el sentir todas esas salvajes agitaciones con sus acompañantes tentaciones dentro de ti mismo.
Cada uno de nosotros es un manojo de eros en gran medida sin domesticar, de deseo salvaje, anhelo, impaciencia, soledad, insatisfacción, sexualidad e insaciabilidad. Necesitamos que nos den sagrado permiso para saber que esto es normal y bueno porque es lo que todos nosotros sentimos, a no ser que estemos en una depresión clínica o hayamos reprimido durante mucho tiempo estos sentimientos que ahora son expresados sólo negativamente de maneras destructivas.
Todos nosotros necesitamos a alguien que venga a visitarnos en nuestro particular “noviciado”, que nos pregunte si estamos dolorosamente inquietos; y, cuando asintamos con nuestras cabezas, diga: “¡Bien! ¡Se supone que sentís de esta manera! ¡Eso significa que estáis sanos! ¡Sabed también que Dios está sonriendo a esto!”  Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Maravilloso Testimonio: María fue a Buscar a un Niño Evangélico para Convertirlo en Sacerdote

Un niño protestante de seis años a menudo había escuchado a sus compañeros católicos rezar el Avemaría.
Le gustó tanto que la copió, la memorizó y la rezaba todos los días.
“Mira, mamita, qué bonita oración,” le dijo a su madre un día.
“No la digas nunca más” respondió la madre.‍
“Es una oración supersticiosa de los católicos que adoran ídolos y piensan que María es diosa.
Después de todo, Ella es una mujer como cualquier otra.
Vamos, toma esta Biblia y léela. Contiene todo lo que debemos de hacer.”
A partir de ese día, el pequeño dejó de rezar su Avemaría diaria y dedicó más tiempo a leer la Biblia.

ENCONTRÓ A MARÍA EN EL EVANGELIO
Un día, leyendo el Evangelio, vio el pasaje sobre la Anunciación del Ángel a la Virgen.
‍Lleno de gozo, el chiquillo corrió a su madre y le dijo:
“Mamita, encontré el Avemaría en la Biblia que dice:.‘Llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres entre las mujeres’.
‍¿Por qué la llamas una oración supersticiosa?” . Ella no contestó.
En otra ocasión, encontró la escena de la salutación de Isabel a la Virgen María y el hermoso cántico del Magnificat, en el que María anunció: ‘desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones’.
‍Ya no le dijo nada a su madre y comenzó a rezar nuevamente el Avemaría cada día, como solía hacerlo.
‍Sentía placer al decirle esas hermosas palabras a la Madre de Jesús, Nuestro Salvador.

REIVINDICA PÚBLICAMENTE A MARÍA
Cuando cumplió catorce años, un día oyó que su familia discutía sobre Nuestra Señora.
Todos dijeron que María era una mujer común y corriente.El niño, luego de oír sus razonamientos erróneos, no pudo soportarlo más y, lleno de indignación, los interrumpió diciendo:
“María no es como cualquier otro hijo de Adán, manchado de pecado.¡No! El Ángel la llamó LLENA DE GRACIA Y BENDITA ENTRE LAS MUJERES.
María es la Madre de Jesús y en consecuencia, la Madre de Dios.
No existe una dignidad más grande a la que pueda aspirar una criatura.
El Evangelio dice que todas las generaciones la llamarán bienaventurada, mientras que ustedes tratan de despreciarla y hacerla menos.
Su espíritu no es el espíritu del Evangelio ni de la Biblia que proclaman es el fundamento de la religión cristiana.

LA CONFESIÓN MARIANA FUE DIVISIVA
Fue tan honda la impresión que causaron las palabras del chico en su madre, que muchas veces lloró desconsolada:
¡Oh, Dios, temo que este hijo mío se unirá un día a la religión católica, la religión de los Papas!
Y en efecto, poco tiempo después hijo se convenció que la religión católica era la única auténtica.
‍La abrazó y se convirtió en uno de sus más ardientes apóstoles.
Y unos años después de su conversión, el protagonista de nuestra historia se encontró con su hermana ya casada.
Quiso saludarla y abrazarla, pero ella lo rechazó y le dijo indignada:
Tú no tienes idea de cuánto amo yo a mis hijos.
Si alguno quisiera hacerse católico, primero le enterraría una daga en su corazón que permitirle abrazar la religión de los Papas.
Su ira y su temperamento eran tan furiosos como los de San Pablo antes de su conversión.

SU HERMANA DESCUBRE LA FE CATÓLICA EN MEDIO DE LA TRIBULACIÓN
Sin embargo, su hermana pronto cambiaría su manera de ser, tal como le ocurrió a San Pablo en su camino a Damasco.
Sucedió que uno de sus hijos cayó gravemente enfermo.
‍Los médicos no daban esperanzas para su recuperación.Tan pronto se enteró su hermano, la buscó en el hospital y le habló con cariño, diciéndole:
“Querida hermana, tú naturalmente deseas que tu hijo se cure.
Muy bien, pues entonces haz lo que te voy a pedir.
Sígueme.
Recemos juntos un Avemaría y prométele a Dios, que si tu hijo recobra la salud, estudiarás seriamente la doctrina católica.
‍Y que en caso de que llegues a la conclusión que el Catolicismo es la única religión verdadera, tú la abrazarás sin importar los sacrificios que esto te implique.”
Su hermana en principio se mostró reacia, pero como deseaba la recuperación de su hijo, aceptó la propuesta de su hermano y rezó con él un Avemaría.
Al día siguiente, su hijo estaba completamente curado.
La madre cumplió su promesa y se puso a estudiar la doctrina católica.
Después de una intensa preparación, ella recibió el Bautismo en la Iglesia Católica junto con toda su familia.
Cuánto le agradeció a su hermano que hubiese sido un apóstol para ella.

EL NIÑO EVANGÉLICO SE CONVIRTIÓ EN SACERDOTE
Esta historia la relató el Padre Francis Tuckwell en una de sus homilías.
Hermanos, terminó diciendo, el niño protestante que se hizo católico y convirtió a su hermana al Catolicismo, dedicó su vida entera al servicio de Dios, él es el sacerdote que les habla.
¡Cuánto le debo a la Santísima Virgen, Nuestra Señora!
También ustedes, mis queridos hermanos, dedíquense por completo a servir a Nuestra Señora y no dejen pasar un solo día sin decir la hermosa oración del Avemaría así como su rosario.
Pídanle a Ella que ilumine la mente de los protestantes que están separados de la verdadera Iglesia de Cristo fundada sobre la Roca (Pedro) y contra la cual ‘las puertas del infierno nunca prevalecerán’.

Algunos secretos dignos de ser conocidos

Los monjes tienen secretos dignos de ser conocidos, y estos pueden ser inapreciables cuando una pandemia de coronavirus está obligando a millones de nosotros a vivir como monjes.

A causa de la pandemia del Covid-19, millones de nosotros hemos sido obligados a permanecer en casa, trabajar desde casa, practicar el distanciamiento social de todos excepto los de nuestra propia casa y tener un contacto social mínimo con el exterior. Hablando en cierto modo, esto nos ha vuelto monjes a muchos de nosotros, nos guste o no. ¿Cuál es el secreto para tener éxito ahí?

Bueno, yo no soy monje, ni experto en salud mental, así que lo que comparto aquí no es exactamente la regla de san Benito ni una serie de herramientas profesionales de salud mental. Es el fruto de lo que he aprendido de los monjes y de vivir en el toma y daca de una comunidad religiosa durante cincuenta años.

Aquí van diez consejos para vivir cuando estamos, efectivamente, confinados en casa, esto es, viviendo una situación en la que no tenemos mucha privacidad, estamos obligados a hacer mucha vida en un círculo pequeño, afrontamos largas horas en las que tenemos que luchar para encontrar cosas que nos den energía, y nos encontramos durante buenos periodos de tiempo frustrados, aburridos, impacientes y aletargados. ¿Cómo sobrevive uno y tiene éxito en esa situación?

  1. Crea una costumbre. Esa es la clave. Es lo que hace el monje. Crea una detallada costumbre para las horas de tu día como si fuera un presupuesto financiero. Haz esto bien práctico: pon en lista las cosas que necesitas hacer cada día y colócalas en un horario concreto, y luego ajústate a eso como una disciplina, aun cuando parezca rígido y opresivo. Resiste a la tentación de ir simplemente con la corriente de tu energía y humor, o hacerte dependiente de entretenimientos y cualquier distracción que se pueda encontrar para pasar tus días y tus noches.
  2. Lava y viste tu cuerpo cada día, como si fueras a salir al mundo y encontrarte con la gente. Resiste a la tentación de defraudar en higiene, vestuario y maquillaje. No pases la mañana en pijama: lávate y vístete con gusto. Cuando no haces esto, ¿qué vas a decir a tu familia? ¿No se merecen el esfuerzo? ¿Y qué te dirás a ti mismo? ¿No me merezco el esfuerzo? El desaliño se vuelve invariablemente apatía y dejadez.
  3. Mira más allá de ti mismo y tus necesidades cada día para ver a otros y sus dolores y frustraciones. En esto no estás solo; los otros están soportando exactamente lo que tú eres. Nada hará tu día más duro de soportar que el excesivo autoenfoque y autocompasión.
  4. Consigue un lugar para estar solo durante algún tiempo cada día y ofrece a otros esa misma cortesía. No te disculpes de necesitar estar ausente para estar contigo mismo. Eso es un imperativo para la salud mental, no una reclamación egoísta. Da a otros ese espacio. A veces necesitas estar aparte, no precisamente por tu propia causa sino por la causa de los otros. Los monjes viven una intensa vida de comunidad, pero cada uno tiene también una celda privada a la que retirarse.
  5. Ten cada día una práctica contemplativa que incluya la oración. En el programa que organices para ti, marca al menos media hora o una hora cada día para alguna práctica contemplativa: orar, leer la escritura, leer algo de un libro serio, escribir un diario, pintar un retrato, pintar una valla, crear un artefacto, arreglar algo, cultivar el jardín, escribir poesía, componer una canción, empezar una biografía, escribir una larga carta a alguien a quien no has visto  durante años, cualquier cosa; pero haz algo que libere tu alma y le haga incluir alguna oración.
  6. Practica el “Sabbath” diariamente. El Sabbath no necesita ser un día; puede ser una hora. Date algo muy particular que anheles cada día, algo agradable y sensual: un baño caliente, un vaso de vino, un cigarro en el patio, una nueva representación de una vieja comedia favorita, una cabezada a la sombra en una silla de jardín, cualquier cosa: con tal de que sea hecha puramente para el disfrute. Haz de esto una disciplina.
  7. Practica el “Sabbath” semanalmente. Asegúrate de que sólo seis días de la semana están encerrados en tu costumbre establecida. Rompe la costumbre una vez a la semana. Aparta un día para el disfrute, un día en el que puedas desayunar hojuelas estando en pijama.
  8. Desafíate con algo nuevo. Esfuérzate intentando algo nuevo. Aprende una lengua nueva, empieza un nuevo pasatiempo, aprende a tocar un instrumento. Esta es una oportunidad que nunca has tenido.
  9. Dialoga sobre las tensiones que surgen en tu casa, aunque con cuidado. Las tensiones surgirán cuando estés viviendo en una pecera. Los monjes tienen reuniones de comunidad para desechar esas tensiones. Trata con los demás las tensiones de modo imparcial, pero con cuidado; las advertencias dañinas a veces nunca sanan por completo.
  10. Cuida tu cuerpo. No somos espíritus desencarnados. Estate atento a tu cuerpo. Haz suficiente ejercicio cada día para mantener tu cuerpo en forma. Cuida de no usar la comida como compensación a tu monacato obligado. Los monjes cumplen su dieta, excepto los días de fiesta.

Los monjes tienen secretos dignos de ser conocidos. 
Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Cosas más profundas bajo la superficie

Imagínate esto: Tú eres el hijo obediente, y tu madre es viuda y vive en una residencia asistencial. Sucede que tú vives cerca, mientras tu hermana vive por el país, a miles de millas. Así que el peso cae sobre ti para ser el que ayude en el cuidado de tu madre. Tú la visitas con piedad filial cada día. Todas las tardes, camino del trabajo a casa, paras y pasas una hora con ella, mientras tiene tempranamente su comida principal. Y haces esto fielmente, cinco veces a la semana, año tras año.

Mientras pasas esta hora cada día con tu madre, año tras año, ¿cuántas veces, durante el transcurso de un año, tendrás una conversación verdaderamente estimulante y profunda con ella? ¿Una? ¿Dos? ¿Nunca? ¿De qué habláis todos los días? Cosas triviales: el tiempo, tu equipo deportivo favorito, lo que hacen tus hijos, el último programa de  televisión, sus dolores y penas, y los detalles mundanos de tu propia vida. Ocasionalmente, incluso podrías quedarte medio dormido durante un momento mientras ella toma su temprana comida. En un buen año, quizás una o dos veces, la conversación versará sobre algo en profundidad y los dos conversaréis más detenidamente sobre algo importante; pero, excepto esa rara ocasión, simplemente estarás ocupando el tiempo todos los días en conversación superficial.

Sin embargo, y esta es la cuestión, ¿son en realidad superficiales esas visitas diarias a tu madre, meramente funcionales, porque vuestras conversaciones no son profundas? ¿Realizas simplemente por puro deber estos gestos de íntima relación? ¿Acontece algo en profundidad?

Bueno, compara esto con tu hermana, que (convencionalmente) vive por el país y viene a casa una vez al año a visitar a tu madre. Cuando ella hace la visita, ambas -ella y tu madre- están maravillosamente animadas, se abrazan efusivamente, comparten algunas lágrimas al encontrarse y hablan aparentemente de cosas más importantes que el tiempo, sus equipos deportivos favoritos y su propio cansancio. ¡Y tú las matarías! Parece que en este encuentro de una vez al año tienen algo que tú, que la visitas  diariamente, no tienes en absoluto. Pero, ¿es verdad esto? ¿Es lo que pasa entre tu hermana y tu madre en realidad más profundo que lo que ocurre cada día cuando tú visitas a tu madre?

Absolutamente no. Lo que tienen resulta, sin duda, más emotivo y más conmovedor; pero es, al fin y al cabo, no particularmente profundo. Cuando tu madre muera, tú conocerás a tu madre mejor que cualquier otro la conoce, y estarás mucho más cercano a ella que tu hermana. ¿Por qué? Porque a través de todos esos días, cuando la visitabas y parecía que no conversabais de nada más importante que el tiempo, estaban sucediendo bajo la superficie algunas cosas más profundas. Cuando tu hermana visitaba a tu madre sucedían cosas en la superficie (aunque emotiva y afectivamente la superficie pueda parecer admirablemente más intrigante que lo que yace debajo de ella). Por eso las lunas de miel parecen mejores que el matrimonio.

Lo que tu hermana tuvo con tu madre es lo que los novicios experimentan en la oración y lo que las parejas experimentan en una luna de miel. Lo que tú tuviste con tu madre es lo que la gente experimenta en la oración y las relaciones cuando son fieles durante un largo periodo de tiempo. A un cierto nivel de intimidad en todas nuestras relaciones -incluso nuestra relación con Dios en la oración- las emociones y la afectividad (aun siendo maravillosas) vendrán a ser menos y menos importantes, y la simple presencia -sólo estando juntos- vendrá a ser principal. Previo a eso, las cosas importantes estaban sucediendo en la superficie, y las emociones y la afectividad eran importantes; ahora el compromiso profundo está sucediendo bajo la superficie, y las emociones y afectividad retroceden en importancia. A una cierta profundidad de relación, sólo estar presente uno con otro, es lo que resulta importante.

Demasiado frecuentemente, la psicología popular y la espiritualidad popular en realidad no tienen en cuenta esto y consecuentemente confunden al novicio con el iniciado, la luna de miel con la boda, y la superficie con la profundidad. En todas nuestras relaciones, no podemos hacer promesas de cómo nos sentiremos siempre, pero podemos hacer promesas de ser siempre fieles, de dejarnos ver que estamos allí, aun cuando estemos sólo hablando sobre el tiempo, nuestros equipos deportivos favoritos, el último programa de televisión o nuestro propio cansancio. Y eso resulta bien ocasionalmente para caer dormido mientras se está allí; porque, como Teresa de Lisieux dijo una vez: un niño pequeño encanta a sus padres lo mismo estando despierto como dormido, ¡dormido, probablemente  más! Se juzga que eso vale también para la oración. Dios no tiene en cuenta si ocasionalmente dormitamos mientras estamos en oración, porque estamos allí y eso es suficiente. El gran médico del alma español Juan de la Cruz nos dice que, mientras nos adentramos más profundamente en alguna relación -sea con Dios en la oración, en la intimidad de unos con otros o con la comunidad por largo tiempo a su servicio- al fin la superficie será menos emotiva y menos afectiva, y las cosas que son más profundas empezarán a suceder bajo la superficie. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Orar cuando no sabemos cómo

Nos enseñó a orar aun sin saber cómo orar. Ese es un comentario hecho a veces sobre Henri Nouwen.

Parece casi contradictorio decir eso. ¿Cómo puede alguien enseñarnos a orar cuando él mismo no sabe cómo? Bueno, dos complejidades conspiraron juntas aquí. Henri Nouwen fue una única mezcla de debilidad, honradez, complejidad y fe. Eso también describe la oración, en esta vida. Nouwen sencillamente compartió, de manera humilde y honrada, sus propias luchas con la oración, y al ver sus luchas, el resto de nosotros aprendimos mucho sobre cómo la oración es precisamente esta extraña mezcla de debilidad, honradez, complejidad y fe.

La oración, como sabemos, ha sido definida clásicamente como “la elevación de la mente y el corazón a Dios”, y dado que nuestras mentes y corazones son patológicamente complejos, así también será nuestra oración. Dará voz no sólo a nuestra fe sino también a nuestra duda. Además, en la carta a los Romanos, san Pablo nos dice que cuando no sabemos cómo orar, el espíritu de Dios, con gemidos inenarrables, ora por medio de nosotros. Sospecho que no siempre reconocemos todas las formas que toma, cómo Dios ora a veces a través de nuestros gemidos y nuestras debilidades.

El renombrado predicador Frederick Buechner habla de algo que llama “oraciones mutiladas que están escondidas en nuestras blasfemias menores” y son expresadas con los dientes apretados: “¡Dios me valga!”, “¡Jesucristo!”, “¡Por Dios!” ¿Son oraciones estas expresiones? ¿Por qué no? Si la oración consiste en elevar la mente y el corazón a Dios, ¿no es esto lo que hay en nuestra mente y corazón en ese momento? ¿No hay una brutal honradez en esto? Jaques Loew, uno de los fundadores del movimiento Cura-Obrero en Francia, cuenta cómo, mientras trabajaba en una fábrica, a veces lo hacía con un grupo de hombres que cargaban pesadas bolsas en un camión. De vez en cuando, a uno de los hombres se le caía por casualidad una de las bolsas, que se rompía dejando aquello hecho un desastre; y una mini-blasfemia brotaba de los labios de ese hombre. Loew, en parte seriamente y en parte bromeando, señala que, mientras el hombre no estaba diciendo precisamente el Padrenuestro, estaba invocando el nombre de Dios con verdadera honradez.

Así pues, ¿es esto en realidad una genuina modalidad de oración o es tomar el nombre de Dios en vano? ¿Es esto algo que deberíamos confesar como un pecado más bien que reclamarlo como una oración?

El mandamiento de no tomar el nombre de Dios en vano tiene poco que ver con esas mini-blasfemias que se deslizan entre los dientes apretados cuando se nos cae una bolsa de comestibles, nos machacamos dolorosamente un dedo o caemos en un frustrante embotellamiento de tráfico. Lo que expresamos entonces puede muy bien ser estéticamente ofensivo, de mal gusto y lo bastante irrespetuoso para otros, de modo que algún pecado se halle en él, pero eso no es tomar el nombre de Dios en vano. En realidad, no hay nada falso al respecto. De alguna manera, es lo contrario de lo que el mandamiento tiene en mente.

Nosotros tendemos a pensar en la oración demasiado piadosamente. Raramente resulta una genuina oración altruista que brota de una atención concentrada que está basada en la gratitud y en una conciencia de Dios. La mayor parte del tiempo, nuestra oración es una realidad muy adulterada; y, por eso, todo lo más honrada y poderosa.

Por ejemplo, una de nuestras grandes luchas con la oración es que no resulta fácil confiar en que la oración marque la diferencia. Vemos los noticiarios de la noche, vemos la invadida polarización, la amargura, el odio, el autointerés y la dureza de corazón que hay aparentemente por todos sitios, y perdemos el corazón. ¿Cómo encontramos el corazón para orar a pesar de esto? ¿Qué, en nuestra oración, va a cambiar algo de esto?

Mientras es normal sentir de esta manera, necesitamos esta importante advertencia: la oración es lo más importante y más poderoso precisamente cuando sentimos que es  lo más desesperanzado; y nosotros somos lo más indefenso.

¿Por qué es verdad esto? Porque es sólo cuando estamos finalmente vacíos de nosotros mismos, vacíos de nuestros propios planes y nuestra propia fuerza cuando en realidad estamos preparados para dejar a la visión y fuerza de Dios afluir en el mundo a través de nosotros. Antes que sentir esta impotencia y desesperanza, aún estamos identificando demasiado el poder  de Dios con el poder de la salud, la política y la economía que vemos en nuestro mundo; y estamos identificando la esperanza con el optimismo que sentimos cuando las noticias parecen un poco mejor en una determinada noche. Si las noticias parecen buenas, tenemos esperanza; si no, ¿por qué orar? Pero necesitamos orar porque confiamos en la fuerza y promesa de Dios, no porque los noticiarios de una determinada noche ofrezcan alguna promesa más.

En verdad, cuantas menos promesas ofrezcan nuestros noticiarios y más nos hagan conscientes de nuestra impotencia personal, tanto más urgente y honrada es nuestra oración. Necesitamos orar precisamente porque estamos impotentes y precisamente porque eso parece desesperado. Dentro de eso, podemos orar con honradez, quizás incluso con los dientes apretados. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Nuestras familias – El Video del Papa 7 – Julio 2020


El ritmo de vida muchas veces frenético que llevamos juega en contra de nuestra vida familiar. Y aquí tenemos un problema muy importante. Porque nadie, ni nosotros como individuos, ni la sociedad, puede prescindir de las familias. Menos en este tiempo de crisis que estamos viviendo.  Como dice el Papa Francisco, “las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad”.
“La familia tiene que ser protegida.
Son muchos los peligros a los que está enfrentada: el ritmo de vida, el estrés...
A veces los padres se olvidan de jugar con sus hijos.
La Iglesia tiene que animar y estar al lado de las familias ayudándolas a descubrir caminos que le permitan superar todas las dificultades.
Recemos para que las familias en el mundo de hoy sean acompañadas con amor, respeto y consejo. Y de modo especial, sean protegidas por los Estados”.