Festividad de Santiago en el Campamento Doney

El segundo turno  ha organizado, preparado y escenificado  en diversos espacios del campamento la Festividad de Santiago.
Aquí os dejamos unos pequeños ejemplos de escenas vividas por ellos.











El desafío del Evangelio a gozar de nuestras vidas

Ron Rolheiser (Trad- Benjamín Elcano, cmf) - 

El gozo es un infalible indicio de la presencia de Dios, de igual manera que la cruz es un infalible indicio del discipulado cristiano. ¡Qué paradoja! Y Jesús tiene la culpa.
Cuando ojeamos los Evangelios vemos que Jesús sobresaltó a sus contemporáneos de maneras aparentemente opuestas. Por una parte, vieron en él una capacidad de renunciar a las cosas de este mundo y entregar su vida en amor y auto-sacrificio de un modo que les parecía casi inhumano y no algo que a una persona normal y pletórica se le debería esperar que hiciera. Además, los desafió a hacer lo mismo: ¡Tomad vuestra cruz cada día! Si guardáis vuestra vida, la perderéis; pero si entregáis vuestra vida, la ganaréis.
Por otra parte, quizás más sorprendentemente ya que tendemos a identificar la religión sincera con el auto-sacrificio, Jesús desafió a sus contemporáneos a gozar más plenamente de sus vidas, su salud, su juventud, sus relaciones, sus comidas, su consumo de vino y todos los placeres normales y profundos de la vida. De hecho,  los escandalizó con su propia capacidad para gozar del placer.
Vemos, por ejemplo, en los Evangeliosun famoso incidente de una mujer que unge los pies de Jesús en un banquete. Todos los cuatro pasajes del Evangelio que relatan esto ponen de relieve cierto carácter severo al suceso que altera cualquier fácil formalidad religiosa. La mujer rompe sobre sus pies un costoso frasco de perfume muy valioso,  deja que el aroma inunde toda la estancia, permite que sus lágrimas caigan sobre sus pies y luego los seca con su cabello. Todo ese derroche, lujo, insinuación de sexualidad y crudo afecto humano perturba comprensiblemente a casi todos los que se hallan en la estancia, menos a Jesús. Él está bebiendo, sin pedir disculpa, sin incomodarse, sin ninguna culpa ni neurosis: Dejadla -dice- acaba de ungirme para mi inminente muerte. En esencia, Jesús está diciendo: Cuando yo venga a morir, estaré más preparado, porque esta noche, al recibir este costoso detalle, estoy verdaderamente vivo y, en consecuencia, más preparado para morir.
En esencia, esta es la lección para nosotros: No os sintáis culpables por gozar de los placeres de esta vida. La mejor manera de agradecer al que te hace un regalo es gozar enteramente del regalo. No estamos puestos en esta tierra básicamente como una prueba, para renunciar a las cosas buenas de la creación de modo que ganemos el gozo en la vida futura. Como cualquier cariñoso padre, Dios quiere que sus hijos prosperen en sus vidas, hagan los sacrificios necesarios para ser responsables y altruistas, pero no que vean esos mismos sacrificios como la verdadera razón de darles la vida.
Jesús destaca esto más cuando le preguntan por qué sus discípulos no ayunan, mientras que los discípulos de Juan  Bautista sí lo hacen. Su respuesta: ¿Por qué deberían ayunar? El novio aún está con ellos. Algún día, al novio se lo llevarán y tendrán abundante tiempo para ayunar. Su consejo aquí habla de doble modo: Más obviamente, el novio se refiere a su propia presencia física aquí en la tierra que, en un momento, acabará. Pero esto tiene también un segundo significado: El novio se refiere al periodo de salud, juventud, gozo, amistad y amor de nuestras vidas. Necesitamos gozar de esas cosas porque, todo demasiado pronto, los accidentes, la salud malograda, las épocas de fría soledad y la muerte nos privarán de ellos. No podemos permitir que la inevitable situación de los momentos de fría soledad, debilitamiento, salud enfermiza y muerte nos priven de gozar plenamente de los legítimos gozos que ofrece la vida.
Este desafío -creo yo- no ha sido suficientemente predicado desde los púlpitos de nuestras iglesias ni tenido un lugar propio en nuestra espiritualidad. ¿Cuándo ha sido la última vez que habéis oído  una homilía o sermón que os desafíe, sobre la base de los Evangelios, a gozar más de vuestra vida? ¿Cuándo habéis oído la última vez a un predicador que pregunte, en nombre de Jesús: ¿Estáis gozando suficientemente de vuestra salud, vuestra juventud, vuestra vida, vuestras comidas, vuestros sorbos de vino?
Se da por hecho que este desafío, que parece ir contra la índole espiritual convencional, puede sonar como una invitación al hedonismo, placeres estúpidos, excesivo confort personal y una flojedad espiritual que puede ser la antítesis del mensaje cristiano en cuyo centro descansa la cruz y la auto-renunciación. Se admite que existe ese riesgo, pero el peligro opuesto amenaza, a saber, una vida amarga, insanamente estoica. Si el desafío a gozar de la vida se hace equivocadamente, sin el necesario ascetismo y auto-renunciación que acompañen, conlleva esos peligros; pero, como vemos en la vida de Jesús, la auto-renunciación y la capacidad de gozar intensamente del don de la vida, del amor y de la creación están integralmente conectados. Dependen unos de otros.
El exceso y el hedonismo son, al fin, un mal sustituto funcional del genuino disfrute. El genuino disfrute, como Jesús enseñó y encarnó, está integralmente ligado a la renunciación y auto-sacrificio.
Y así, eso es sólo cuando podemos entregar nuestras vidas en auto-renunciación como podemos gozar intensamente de los placeres de esta vida, de igual manera que es sólo cuando podemos gozar genuinamente de los legítimos placeres de esta vida como podemos entregar nuestras vidas en auto-sacrificio.  

Entender la gracia más profundamente. Artículo de Ron Rolheiser. OMI

Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

La señal de la genuina contrición no es una sensación de culpa,  sino un sentimiento de dolor, de pesar por haber tomado un giro equivocado; igual que la señal de vivir en gracia no es una sensación de nuestro propio mérito, sino un sentimiento de ser aceptados y amados a pesar de nuestra indignidad. Estamos sanos espiritualmente cuando nuestras vidas están marcadas por la sincera confesión y la sincera alabanza.
Jean-Luc Marion destaca esto en un comentario sobre el famoso libro Confesiones, de san Agustín. Ve la confesión de Agustín como una labor de una conciencia moral verdadera porque es, a la vez, una confesión de alabanza y una confesión del pecado. Gil Bailie sugiere que este comentario subraya un criterio importante por el que juzgar si estamos viviendo en gracia o no: “Si la confesión de alabanza no está acompañada por la confesión del pecado, es un gesto vacío y pomposo. Si la confesión de los pecados no está acompañada por la confesión de la alabanza, es igualmente vacía y estéril, objeto de revistas inútiles y periódicos tabloides, una auto-limpiante parodia de arrepentimiento.
Gil tiene razón, pero hacer las dos confesiones a un  mismo tiempo no es una tarea fácil. Generalmente, nos encontramos con que caemos en una confesión de alabanza donde no hay verdadera confesión de nuestros propios pecados; o en la “auto-limpiante parodia de arrepentimiento” de un todavía auto-preocupado converso, donde nuestra confesión suena vacía porque se muestra más como una insignia de sofisticación que como el genuino pesar de haberse descarriado.
En ninguno de los dos casos hay un verdadero sentimiento de gracia. Piet Fransen, cuyo magistral libro sobre la gracia sirvió de libro de texto en seminarios y escuelas de teología durante una generación, expone  que ni el creyente seguro de sí mismo (que aún envidia secretamente los placeres del amoral que sigue perdiéndose) ni la persona descarriada que se convierte pero aún se siente reconocida por su aventura, ha entendido la gracia. Entendemos la gracia sólo  cuando captamos existencialmente lo que hay en las palabras del padre a su hijo mayor en la parábola del hijo pródigo: Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo que tengo es tuyoPero deberíamos celebrar y estar contentos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.    
El hijo mayor no estaría amargado si entendiera  que todo lo que su padre posee es ya suyo, como tampoco estaría envidioso de los placeres que su hermano rebelde saboreó si entendiera que en la vida real su hermano había estado muerto. Pero logra una comprensión más profunda de lo que es la gracia el hecho de intuir que, a saber, acogerse a esa vida en la casa de Dios empequeñece todos los otros placeres. Lo mismo vale para el converso que ha abandonado  su vida rebelde pero aún se goza secretamente en la experiencia y sofisticación que le trajo y alimenta una misericordia condescendiente para el menos-experimentado. De hecho, él tampoco ha entendido aún la gracia.
En su libro La idea de lo sagrado, ahora considerado un clásico, Rudolf Otto refiere que en la presencia de lo sagrado siempre tendremos una doble reacción: temor y atracción. Como Pedro en la Transfiguración, querremos plantar una tienda y permanecer allí por siempre, pero, como él también antes de la pesca milagrosa, de igual manera querremos decir: “Apártate de mí, que soy un pecador”. En presencia de lo sagrado, queremos estallar en alabanza aun cuando queremos confesar nuestros pecados.
Esa visión puede ayudarnos a entender la gracia. Piet Fransen empieza su libro de firma sobre la gracia, La nueva vida de  gracia,pidiéndonos que nos imaginemos esta escena: Dibuja a un hombre que viva su vida en descuidado hedonismo. Él bebe únicamente en los placeres sensuales de este mundo sin pensar  en Dios, en la responsabilidad ni en la moralidad. Más tarde, después de una larga vida de placeres ilícitos, tiene una auténtica  conversión en el lecho de muerte, confiesa sinceramente sus pecados, recibe los sacramentos de la iglesia y muere en ese feliz estado. Si nuestra reacción espontánea a esa historia es: “¡Bien, dichoso de él! ¡Fue atrevido, incluso al final!”, todavía no hemos entendido la gracia, sino, por el contrario, aún somos  moralizadores amargados que nos quedamos, como el hermano mayor, necesitando una posterior conversión a nuestro Dios.
Y lo mismo vale también para el converso que aún siente que lo que ha experimentado en su rebeldía, su atrevimiento, es un gozo más profundo que el conocido por los que no se han extraviado. En este caso, ha vuelto a la casa de su padre no porque sienta un gozo más profundo allí, sino porque juzga su retorno un deber  indeseado, menos estimulante, menos interesante y menos gozoso que una vida pecaminosa, pero una estrategia de salida moral necesaria. Él también tiene que entender aún la gracia. 
Sólo cuando entendamos lo que el padre del hijo pródigo quiere indicar cuando dice al hijo mayor: “Todo lo que yo tengo es tuyo”,ofreceremos a la vez una confesión de alabanza y una confesión del pecado.

CAMPAMENTO DONEY 2017


El Padre Sotillo, desde la parroquia del Corazón de María de Oviedo, organiza diversos turnos de campamentos de verano en Doney de la Requejada, en la Alta Sanabria, cerca de el Lago de Sanabria, Zamora. 

Desde allí nos hace llegar estas imágenes y vídeo del 1er turno del Campamento



























Continuara....

Después de 9 horas en el Mar del Norte hizo la promesa a la virgen del Carmen...

Permaneció 9 horas agarrado a los cadáveres de dos compañeros luchando por su vida. En ese momento se hizo una promesa a sí mismo y a la virgen del Carmen, si conseguía sobrevivir recorrería todos los santuarios del mundo, incluido Covadonga, y a fe que lo ha hecho.

Pepe García, único superviviente de un naufragio ocurrido en 1999, lleva recorridos 95.000 kilómetros de santuario en santuario 

Artículo completo

El Video del Papa 07-2017 – Los alejados de la fe cristiana – Julio 2017

Deseo iniciado. Artículo de Ron Rolheiser

A veces, rezando los Salmos, me quedo atrapado mirando un poco incómodamente un espejo que me refleja mi propia aparente falta  de honradez. Por ejemplo, rezamos estas palabras en los Salmos: Por la noche mi alma suspira por ti. …Como un ciervo que anhela corrientes de agua, así mi alma suspira por ti, Dios mío. …¡Por ti solo suspiro! ¡De ti solo estoy sediento!
Si soy honrado, tengo que admitir que muchas veces -quizás las más de las veces- mi alma suspira por muchas cosas que no parecen de Dios. ¿Con qué frecuencia puedo rezar honradamente:  Por ti solo, oh Dios, suspiro. De ti solo estoy sediento? En mi inquietud, mis deseos mundanos e instintos naturales, suspiro por muchas cosas que de ninguna manera se muestran muy centradas en Dios o en el cielo. Sospecho que eso es cierto para la mayoría de nosotros durante buena parte de nuestras vidas. Raro es el místico que, cualquier día dado, puede decir esas oraciones y hacerlo de todo corazón.
Pero el deseo humano es algo complejo. Hay una superficie y hay una profundidad; y en cada uno de nuestros anhelos y motivaciones, podemos preguntarnos esto: ¿Qué estoy anhelando de hecho aquí? Sé lo que quiero en la superficie, aquí y ahora, pero ¿qué estoy anhelando por fin con esto?
Esta discrepancia entre aquello de lo que somos conscientes en la superficie y lo que se supone sólo de alguna manera oscura e iniciada a un nivel más profundo, es lo que se capta en una distinción que los filósofos hacen entre lo que es explícito en nuestra consciencia y lo que es implícito en ella. Lo explícito se refiere a aquello de lo que estamos al tanto conscientemente (“quiero esta cosa concreta”); mientras que lo implícito se refiere a los factores inconscientes que están también en juego pero de los que somos inconscientes. Estos que sólo sentimos, vagamente, en alguna parte inconsciente de nuestra alma.
Por ejemplo, Karl Rahner, al que le gustaba esta distinción y la utilizaba bien en su espiritualidad, nos ofrece este (tosco pero claro) ejemplo de la distinción entre lo explícito  y lo implícito en nuestras motivaciones y deseos. Imagínate esto -dice-: Un hombre, solitario, cansado y deprimido en una noche de sábado, va a un bar de solteros, recoge a una prostituta y se acuesta con ella. En la superficie, su motivación y su deseo son tan francos como toscos. Él no está suspirando por Dios en su cama en esta particular noche. ¿O sí?
En la superficie, por supuesto que no; su deseo parece puramente auto-centrado y la antítesis del anhelo santo. Pero, analizado hasta su más profunda raíz, su deseo es al fin un suspirar por la intimidad divina, por el pan de vida, por el cielo. Está suspirando por Dios en la profundidad misma de su alma y en la profundidad misma de su motivación, aunque no es consciente de esto. El descarnado deseo por la gratificación inmediata es todo aquello de lo que está totalmente consciente en este momento, pero esto no cambia su última motivación, de  lo cual esto es síntoma. A un nivel más profundo, del cual él no es claramente consciente, está aún suspirando por el pan de vida, por solo Dios. Su alma es aún la de un ciervo que suspira por las corrientes de aguas claras; pero, en esta noche dada, otra corriente le está prometiendo un tónico más inmediato que él puede tener ahora mismo.
Recientemente, dirigí un curso sobre la espiritualidad del envejecimiento y la muerte. Tomando un verso del poema de Goethe Santo anhelo, titulé poéticamente el curso: Loco por la Luz. En un trabajo final, uno de los estudiantes, una mujer, reflexionando sobre su propio viaje hacia el envejecimiento y la muerte, escribió estas palabras:
“Y luego, la pasada noche empecé a pensar que morir es hacer el amor con Dios, la consumación después de una vida de coqueteos, encuentros, citas en la oscuridad y constante deseo ardiente, anhelo y sensación de soledad que hace a una loca por la luz. Reflexioné sobre Song of Songs (Canción de Canciones) y creí  que podría ser una analogía de cómo veo el morir, no necesariamente como desintegración y fallecimiento del cuerpo, sino más bien  como la entera transición a cuya realización nací destinada. Pienso en mi vida como historia de amor con sus altibajos, como cualquier otra historia de amor, pero siempre yendo en la dirección de Dios con la finalización en muerte, siendo la boda del amor entre Dios y yo misma después de unos desposorios de por vida”.
Lo dice tan bien como Rahner y los filósofos, aunque las palabras son más directas. Ella, también, analizando su deseo, señala que hay niveles, explícitos e implícitos, conscientes e inconscientes.
Sí, nuestras vidas -con todas sus tensiones, cansancios, inmadurez juvenil, depresiones adultas, temporadas solitariamente frías, tiempos de duda, momentos de desesperación, crisis e irresponsable  exuberancia ocasional- estarán marcadas con toda seguridad por coqueteos y encuentros que parecen manifestar deseos  que no están a favor del pan de vida. Pero están, al fin, y un día encontrarán y conocerán su total consumación.
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 10 de julio de 2017
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Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey


Domingo 14º del Tiempo Ordinario


LO VIEJO Y LO NUEVO. Comentario al Evangelio de hoy sábado, 8 de julio de 2017

No sólo son los maestros de la Ley los que andan escandalizados y desconcertados por las prácticas y dichos de este Jesús de Nazareth. También se le acercan los discípulos del Bautista, con un tonillo un tanto impertinente, como diciendo: ¿Quiénes sois vosotros a nuestro lado, si no hacéis nada de ayuno? ¡A ver dónde anda vuestra austeridad, vuestras prácticas piadosas, lo que hace cualquier judío... y que vosotros no hacéis en absoluto!
      Es esa vieja espiritualidad que pretende ganarse a Dios con sacrificios, lutos, ayunos, renuncias, abstinencias.  Como diciendo «mira de lo que soy capaz por ti». Es una religiosidad de la tristeza, tal como indica el propio Jesús, Y un modo de relacionarse con Dios que les permite sentirse mejores que los demás, y hasta despreciarlos porque no son tan «santos» como ellos. El caso es que ni Moisés ni todo el Pentateuco habían propuesto esta práctica del ayuno, que no aparece hasta tiempo de los Jueces.
      Estos personajes «aguafiestas» no han desaparecido de entre nosotros: siguen midiendo la religiosidad en función de las prácticas religiosas devocionales, y parece que quieren vestirnos a los cristianos de negro riguroso, que subrayan más la Cuaresma que la Pascua, la «Penitencia» más que el «Perdón» (¿por qué habremos llegado a llamar a ese precioso sacramento con semejante nombre?)...
      Cuando Jesús, proclamándose el «novio» anuncia unos tiempos nuevos, gozosos, donde la vida, el encuentro, la comida juntos, la fiesta, la misericordia, la sanación de los enfermos, el alivio para los cansados y agobiados con tanto precepto y prohibición religiosa. Él ha arrancado su anuncio del Reino con un «bienaventurados», con una invitación y proclamación de la felicidad en Dios.  Habla de «vino nuevo», de alianza nueva, de pueblo nuevo, de Espíritu, de mandamiento nuevo...
      Y, claro, algunos no terminan de entenderlo.  Ni los especialistas en leyes, preceptos y normas, ni los discípulos del Bautista que proclaman que se avecina una condena, que el hacha va a cortar el árbol que no da fruto, que quemará la paja en un fuego que no se apaga (Mt 3, 7-12). Lo de Jesús no son correcciones parciales, retoques o matices sobre lo de siempre. Es algo tan nuevo, que quien pretenda «casar» el modo fariseo, el estilo del Bautista, el del Antiguo Testamento con su vino nuevo, con la nueva boda ... acabará estropeándolo todo.  Como explica Juan en su Evangelio, hay que nacer de nuevo, sorprenderse, descubrir la novedad, cambiar radicalmente de mentalidad, romper los viejos esquemas. Pero lo"viejo" y la mentalidad "vieja", lo de siempre... patalea y hace lo que sea por seguir ahí, por eliminar los cambios, por intentar demostrar que lo de siempre vale para siempre... Les angustian los cambios. No sé yo si tenemos por ahí ahora mismo no pocos de nuestros "jefes" procurando que nada cambie, para que todo siga como siempre (bueno, sí lo sé, es un modo "fino" de de no decirlo).
      El único ayuno que tendrá sentido a partir de aquí  es el que espontáneamente brota cuando nos «arrebatan» al novio, cuando pretenden (en nombre de la vieja espiritualidad, de las viejas normas, en nombre del mismo «Dios») dejarlo todo como estaba.  Cuando nos falta el Señor de la Vida, el Dios del perdón, el Dios de la Comunión, de la Justicia, de la Misericordia, el Dios de los banquetes, el Dios de la acogida... perdemos la ilusión y el apetito.
      Pero... ¡que realmente se note que los amigos del novio tenemos todos los días muchas cosas que celebrar y mucha fiesta que repartir... y muchos ayunos que apagar entre aquellos a los que no ha llegado la noticia del Novio casadero! ¡Que se nos note la alegría y la fiesta de tener al Novio con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Enrique Martínez, cmf
Gracias a 

¡PUES NO SE HUNDE!. Comentario al Evangelio de hoy martes, 4 de julio de 2017

El miedo llamó a mi puerta.
La fe fue a abrir.
No había nadie.  (M Luther King)
Jesús subió a la barca. Aunque la barca pueda tener su simbolismo en el Evangelio, en primer lugar es una barca, el «lugar» donde habitualmente están los pescadores, una parte importante de su vida cotidiana. Le gusta a Jesús estar donde está la gente, y compartir con ellos su tiempo, sus preocupaciones, incluso sus riesgos. Otras veces andará entre los campos, con los sembradores, o se sentará a ver cómo una mujer prepara el pan, o barre su casa...
Podríamos decir hoy: Jesús se metió en la fábrica, en el sindicato, se subió al avión, se dio un paseo por los astilleros, se sentó a charlar con los jóvenes que estaban de botellón, se metió en un campamento de refugiados, se acercó a la orilla donde llegan las pateras, se dio una vuelta por la salida del colegio cuando terminaban las clases, se fue a tomar unas cañas con unos abuelos, se puso de conversación con un grupo de gays...
Es curioso que no dice el Evangelio que se fuera a acompañar a los discípulos cuando iban de pesca, sino que son los discípulos los que le siguen a él.  Es Jesús quien ha decidido «meterse» en la barca. Y ellos le siguen.  Esta palabra «seguimiento» es importante en todo el Evangelio, y en particular aquí, después de que Jesús ha hecho algunas llamadas y ha explicado a sus «seguidores» en qué consiste esto de «seguirle».  Y parece que Jesús quisiera hacerles caer en la cuenta de que tienen que ir con él a donde suele estar la gente.  O si se prefiere: los discípulos son aquellos que siguen a Jesús a donde a él le gusta meterse: en la vida cotidiana y en los lagos/lugares «difíciles». ¿Y qué le pasa al que sigue a Jesús «así»?
De pronto se levanta una tempestad, se alborota el mar.  Decía Rilke: "nunca estamos del todo en nuestra casa en este mundo que creemos haber dominado". ¡La tempestad es compañía obligada de la travesía humana!  Pero lo es mucho más de la pequeña comunidad cristiana, del discípulo. Porque cuando uno se mete en ciertos «lagos», lo normal es que pueda «salpicarte» en mayor o menor medida. Quien frecuenta ciertas compañías, se arriesga a tener problemas: los mismos que tienen muchos hermanos todos los días.  No: ser discípulo detrás de Jesús no es nada fácil.
Y aparece el miedo: ¿y ahora qué? ¿quién nos mandaría embarcarnos, con lo bien que se estaba en la orilla? El miedo parece ser la reacción «normal» de los discípulos, y la sensación de que «esto se hunde». Recuerdo una canción de Ismael Serrano:
Vio y sintió la noche del planeta y su desastre,
tuvo miedo y decidió no salir a la calle.
Y ahí lo tienes encerrado en casa,
temblando como un niño,
sellando las ventanas,
para no ver, ni escuchar,
sentir, notar la vida estallando fuera.
No querer saber de las «noches», no querer salir a la calle, encerrarse en el pequeño grupo, ponerse a la defensiva,  sellar puertas y ventanas para no ver, ni escuchar, ni sentir... nos ha hecho siempre mucho daño a la Iglesia.  Cuánta falta nos hacen los Juan XIII abriendo puertas y ventanas para que entre la luz y el aire fresco... y cuánto nos sobran los que se empeñan en poner cerrojos, contraventanas, trancas y demás para evitar que nos molesten los temporales.
Ante semejante tentación, viene el reproche de Jesús: ¡Qué cobardes, y desconfiados sois!  Precisamente porque lo que distingue al discípulo de Jesús y su vida difícil del resto de los hombres es la fe que les permite la valentía y la confianza en medio de la tormenta, aunque parezca que el Señor está dormido y que no hace nada. El discípulo gritará su oración: ¡Señor, sálvanos!  Y cuando a él le parezca, llegará la calma perfecta.  En todo caso, después de aquel terremoto del Gólgota (Mt 27, 50), el discípulo sabe que está salvado. Por eso el miedo, la cobardía, el quedarse «seguros» en la orilla, el creer que «esto se hunde» o que no tiene salida... no es sino desconfianza, falta de fe...
Enrique Martínez, cmf
Gracias a:

¿A quién podemos ir? Artículo de Ron Rolheiser.

¿A quién iremos? Tú tienes el mensaje de vida eterna. Pedro dice estas palabras a Jesús. Pero son dichas en un contexto muy conflictivo: Jesús acababa de decir algo que contrarió y ofendió a su audiencia, y los evangelios nos dicen que todos se marcharon quejándose de que lo que Jesús estaba enseñando era “intolerable”.  Entonces Jesús se vuelve a sus apóstoles y les pregunta: “¿También vosotros os queréis marchar?” Pedro responde: “¿A quién podemos ir?” Pero eso es más una expresión de resignación estoica que una verdadera pregunta.
Sus palabras funcionan a dos niveles. Superficialmente, expresan una indeseada humildad y debilidad que a veces nos acosan a todos: “¡No tengo ninguna alternativa! Estoy tan metido en esta relación que ahora no tengo otras opciones. ¡Estoy atascado en esto!”. Ese es un humilde lugar para permanecer, y cualquiera al que han abandonado en un auténtico compromiso se quedará al fin en ese lugar, sabiendo que ya no tiene por más tiempo otra opción práctica.
Pero esas palabras expresan también una incertidumbre mucho más profunda, a saber, ¿dónde puedo encontrar sentido si no puedo encontrarlo en la fe en Dios? Todos nosotros nos hemos hecho en algún momento esa pregunta. Si yo no creyera en Dios ni tuviera fe ni religión, ¿qué daría sentido a mi vida?
¿A dónde podemos ir si ya no tenemos una fe explícita en Dios? A muchos lugares, según parece. Pienso inmediatamente en tantos atractivos estoicos que han luchado con esta pregunta y han encontrado alivio en varias formas de lo que Albert Camus llamaría “rebelión metafísica” o en la clase de Epicureísmo por la que Nikos Kazantzakis aboga en Zorba, el griego. Hay un estoicismo que ofrece su propia clase de salvación arrastrando la vida y su sentido simplemente por combatir el caos y la enfermedad por ninguna otra razón que la que estos causan sufriendo y son una afreta a la vida, exactamente como hay un Epicureísmo que basa la vida en el placer elemental. Hay -según parecería- diferentes clases de santos.
Hay también diferentes clases de inmortalidad. Para algunos, interpretando fuera de una fe explícita, se encuentra dejando un legado duradero en esta tierra, teniendo hijos, llevando a cabo algo monumental o llegando a ser un nombre muy conocido. A todos nos es familiar el axioma: ¡Planta un árbol, escribe un libro, ten un hijo!
Poetas, escritores, artistas y artesanos tienen con frecuencia su propio lugar para encontrar sentido fuera de la fe explícita. Para ellos, la creatividad y la belleza pueden ser fines en sí mismas. El arte por el arte. La creatividad misma puede parecer suficiente.
Y hay todavía otros para los que el sentido profundo se encuentra simplemente en ser buenos y ser honrados por su propia causa. Hay también virtud por causa de la virtud, y la virtud es en verdad su propio premio. Vivir simplemente una vida honrada y generosa puede proporcionar suficiente sentido con el que andar por la vida.
Así, sucede que hay lugares para caminar fuera de la fe explícita donde uno puede encontrar un sentido profundo. Pero ¿es esto en realidad así? ¿No creemos que el verdadero sentido sólo se puede encontrar en Dios? ¿Qué decir acerca de la clásica frase de san Agustín: Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti? ¿Puede algo además de la fe y Dios calmar de hecho los agitados fuegos que hay dentro de nosotros?
Sí, hay cosas que pueden hacer eso, pero todos ellos -luchar contra el caos, curar enfermedades, tener hijos, vivir para otros, fundar cosas, inventar cosas, lograr objetivos o simplemente vivir vidas honradas y generosas- nos dejan, en un camino empezado, irradiando las propiedades trascendentales de Dios y trabajando junto a Dios para traer vida y orden al mundo. ¿Cómo es eso?
La teología cristiana nos dice que Dios es Uno, Verdadero, Bueno y Bello. Y así, cuando un artista se entrega a crear la belleza, cuando una pareja tiene un hijo, cuando los científicos trabajan para encontrar remedio para diferentes enfermedades, cuando los artesanos construyen un artefacto, cuando los arquitectos construyen, cuando los maestros enseñan, cuando los padres cuidan de los hijos, cuando los atletas juegan una competición, cuando los trabajadores manuales realizan una labor, cuando los administradores dirigen negocios, cuando la gente sólo por razón de integridad vive en honradez y generosidad, y -sí- incluso cuando los hedonistas beben hasta la saciedad placeres terrenos, están, todos ellos, tengan fe explícita o no, actuando con algo de fe porque están poniendo su confianza en la Unidad, Verdad, Bondad y Belleza de Dios.
Señor, ¿a quién podemos ir? Tú solo tienes el mensaje de vida eterna. Bien, parece que hay lugares a donde ir, y muchos van ahí. Pero estos no son necesariamente, como sugiere a veces la literatura espiritual mal dirigida, lugares vacíos que están equivocados y son autodestructivos. Existen, por supuesto, tales lugares, “calles sin salida” espirituales; pero, más generalmente, mientras podemos ver mirando simplemente la cantidad de energía positiva, amor, creatividad, generosidad y honradez que aún llena nuestro mundo, esos lugares donde las personas están buscando a Dios fuera de la fe explícita, aún las tiene en encuentro con Dios.  
Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, cmf) - Lunes, 3 de julio de 2017
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