El banco de la iglesia y la academia. Artículo.

Vivo a ambos lados de una frontera, no geográfica sino una que separa el banco de la iglesia de las salas de sesiones académicas de teología.

Fui educado como católico romano conservador. A pesar de que mi padre colaboró políticamente en el Partido Liberal, la mayor parte de mi educación fue conservadora, particularmente lo tocante a la religión. Fui un católico romano adicto en casi todos aspectos. Crecí bajo el gobierno papal de Pío XII (y el hecho de que mi hermano más joven se llame Pío os dirá lo leal que era nuestra familia a la interpretación de las cosas dimanadas del papa). Creíamos en el Catolicismo Romano como la única religión verdadera y en la necesidad, por parte de protestantes y evangélicos, de convertirse y retornar a la fe verdadera. Aprendí de memoria el catecismo católico romano y defendí cada palabra suya. También, además de ser fieles seguidores de la iglesia, mi familia se daba a la piedad y las devociones: cada día rezábamos juntos el rosario en familia; teníamos imágenes y cuadros piadosos por toda la casa; llevábamos medallas bendecidas colgadas del cuello; rezábamos las letanías a María, a José y al Corazón de Jesús en determinados meses; y manteníamos una ferviente devoción a los santos. Era maravilloso. Siempre estaré agradecido por ese fundamento religioso.

Marché de mi hogar familiar al seminario a la tierna edad de diecisiete años, y mis primeros años de seminario consolidaron lo que me había dado mi familia. Los profesores eran buenos y nos estimulaban a leer a los grandes pensadores en cada disciplina. Pero este aprendizaje superior estaba aún sólidamente establecido en el código y valores católicos romanos que honraban mi origen religioso y devocional. Mis primeros estudios universitarios eran todavía amigos de mi piedad. Mi mente estaba abriéndose, aunque mi piedad permanecía intacta.  

Pero el hogar es desde donde partimos. Gradualmente, a lo largo de los años, mi mundo ha cambiado. Estudiar en diferentes escuelas de graduados, enseñar en facultades de posgrado, convivir en contacto diario con otras expresiones de la fe, leer a novelistas y pensadores contemporáneos, y tener colegas académicos como apreciados amigos -lo confieso- ha puesto cierta tirantez en la piedad de mi juventud. A decir verdad, ya no rezamos con frecuencia el rosario, ni las letanías a María, ni al Sagrado Corazón en las clases de posgrado ni en las asambleas de facultad.

A pesar de todo, las aulas académicas y las asambleas de facultad proporcionan algo más, algo necesitado vitalmente en los bancos de la iglesia y en los círculos de piedad, esto es, una visión y unos principios teológicos críticos para mantener sin ataduras la piedad, el fundamentalismo ingenuo y el mal orientado fervor dentro de los límites apropiados. Lo que he aprendido en los círculos académicos es también maravilloso, y estoy agradecido por siempre, ya que he tenido el privilegio de estar en círculos académicos durante casi toda mi vida adulta.

Pero, desde luego, esa es una fórmula para la tensión, aunque saludable. Dejadme emplear la voz de algún otro para explicar esto. En su libro Silence and Beauty (“Silencio y belleza”) el artista japonés-norteamericano Makoto Fujimura cuenta este incidente tomado de su propia vida. Saliendo de la iglesia un domingo, su pastor le pidió que añadiera su nombre a una lista de gente que había acordado boicotear la película La última tentación de Cristo. Fujimura apreciaba a su pastor y deseaba complacerlo firmando la petición, pero no se sentía decidido a firmar, por razones que, en ese momento, no podía explicar con claridad. Su esposa, en cambio, pudo. Antes de que él pudiera firmar, ella lo explicó diciendo: “Puede ser que los artistas tengan otros papeles que desempeñar en vez de boicotear esta película”. Él entendió lo que ella quería decir. No firmó la petición.

Pero su decisión lo dejó considerando la tirantez que había entre boicotear semejante película y su papel como artista. He aquí cómo lo explica: “Con frecuencia, un artista es atraído en dos direcciones. Las personas religiosamente conservadoras tienden a contemplar la cultura como sospechosa en el mejor de los casos; y, cuando se hacen manifestaciones culturales para transgredir la realidad normativa que mantienen con amor, la reacción a la que se consideran obligados es oponerse y boicotear. Las personas pertenecientes a una comunidad artística más liberal contemplan estos pasos transgresivos como necesarios para su ‘libertad de expresión’. Un artista como yo, que valora la religión y el arte, será excluido de ambas. Yo intento retener juntos ambos compromisos, pero resulta una lucha”.

Esa es también mi lucha. La piedad de mi juventud, de mis padres y de esa rica rama del Catolicismo es real y vivificadora; pero así es también la teología iconoclasta crítica (a veces, agitadora) de la academia. Las dos se necesitan desesperadamente; aun así, uno que trata de ser leal a ambas puede, como Fujimura, acabar sintiéndose excluido de las dos. Los teólogos tienen también otros papeles que desempeñar en vez de boicotear películas.

Las personas a quienes tomo como mentores en esta área son hombres y mujeres que, según pienso, pueden hacer ambas cosas: como Dorothy Day, que era capaz de estar igualmente cómoda dirigiendo el rosario o la marcha de la paz; como Jim Wallis, que es capaz de defender exactamente con igual pasión el compromiso social radical o la intimidad personal con Jesús; y como Tomás de Aquino, cuyo entendimiento era capaz de intimidar a intelectuales aun cuando también era capaz de orar con la piedad de un niño. Los círculos de piedad y la academia de teología no son enemigos. Necesitan amistarse unos con otros. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) Fuente: ciudad Redonda.org Imagen de Matthias Böckel en Pixabay

Éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.

 





Domingo 34º del Tiempo Ordinario

Textos

Audio

Lecturas

Los miro y te veo, Señor. Contigo seguiré construyendo e iluminando tu Reino.

Comentario



Estamos frente a la clásica visión del juicio final, que Mateo pone como conclusión del <<discurso escatológico>> y de todos los discursos de Jesús. En realidad, Jesús no pronuncio este discurso con la intención de describirnos los acontecimientos finales relativos al juicio definitivo. Sin embargo, leyendo los hechos de su tiempo, Jesús si ha querido inculcarnos los medios concretos para salir victoriosos en la prueba final de la vida, cuando toda la humanidad se encuentre frente a él, como rey universal restaurando su Reino. La página evangélica posee una fuerza extraordinaria tanto por el mensaje en si como por lo sugestivo de la escena. El texto se encuentra articulado en tres partes: una, la introducción, que presenta la llegada del Hijo del hombre, la convocación de los pueblos y la separación de los mismos (vv. 31-33); otra, el dialogo del rey con los de un lado, quienes entraran y tomaran posesión de su Reino, 34 a continuación, con los del otro lado, los excluidos (vv. 34-45); y la ultima, la conclusión, que reanuda y ejecuta las distintas sentencias (v. 46).

La parte más importante del texto es la que se fija, y con insistencia, en las actitudes de amor o indiferencia, es decir en la acogida amorosa o en el rechazo de los pobres y los necesitados. Las obras misericordiosas y gratuitas son premiadas por Dios. Esta claro que este rey y juez escatológico, que cumple las profecías antiguas, es Jesús de Nazaret, el crucificado, aquel que experimento el hambre, la desnudez, la soledad, el dolor. Este rey y Seńor que se identifica con los pequeńos y los pobres, vive escondido y oculto en <<sus hermanos más pequeńos




El desamparo en cuanto fructífero. Artículo.

A veces somos lo más útiles y vivificantes en los precisos momentos en que nos encontramos lo más desamparados. Todos hemos estado en esa situación. Asistimos a un funeral y no encontramos nada que decir para mitigar la pena de alguien que ha perdido a un ser querido. Nos sentimos torpes e impotentes. Nos encantaría decir o hacer algo, pero no encontramos nada que decir ni hacer, a no ser estar allí, abrazar al que está soportando la pena, y compartir nuestra impotencia. Parecerá extraño, pero es nuestra misma impotencia lo que resulta más útil y generativo en esa situación. Nuestra pasividad es más provechosa y generativa que si nos halláramos realizando algo.

Vemos un ejemplo de esto en Jesús. Entregó su vida y su muerte en favor nuestro, pero en diferentes momentos. Entregó su vida por nosotros gracias a su actividad, y su muerte por nosotros gracias a su pasividad, esto es, por medio de lo que absorbió en impotencia. A propósito, podemos dividir cada uno de los Evangelios en dos partes bien definidas. Hasta su arresto en el Huerto de Getsemaní, Jesús es el activo: enseña, sana, realiza milagros, proporciona comida a la gente. Después, una vez arrestado, no hace nada: es esposado, llevado detenido, encausado, azotado y crucificado. Aun así -y esto es lo misterioso- creemos que nos comunicó más durante ese tiempo en que no pudo hacer nada, que durante todas aquellas ocasiones en que estuvo activo. Somos salvados más gracias a su pasividad e impotencia que gracias a las eficaces acciones realizadas durante su ministerio. ¿Cómo se explica esto? ¿Cómo pueden ser tan generativas la impotencia y la pasividad?

En parte, esto es misterioso, aunque en parte comprendemos algo de ello gracias a la experiencia. Por ejemplo, una cariñosa madre muriendo en un hospital para terminales, en coma e incapaz de hablar: en esa situación puede a veces cambiar los corazones de sus hijos más eficazmente de lo que jamás había podido hacerlo durante todos los años en los que había hecho tanto por ellos. ¿Qué lógica hay aquí? ¿Por qué metafísica se explica esto?

Dejadme empezar abstractamente y dar un rodeo a esta pregunta antes de aventurarme a responderla. Los pensadores ateos de la Ilustración (Nietzsche, Feuerbach, Marx y otros) presentan una crítica muy agresiva de la religión y la experiencia religiosa. Según su opinión, toda experiencia religiosa es simplemente proyección subjetiva, nada más. Para ellos, en nuestra fe y prácticas religiosas, siempre  estamos creando un dios a nuestra propia imagen y semejanza para servir a nuestro propio interés. (La antítesis misma de lo que creen los cristianos). Para Nietzsche, por ejemplo, no existe revelación alguna que venga de fuera de nosotros, ni Dios alguno en el cielo que nos revele la verdad divina. Todo se reduce a nosotros, que proyectamos nuestras necesidades y creamos un  dios para servir esas necesidades. Toda religión es proyección humana y egoísta.

¿En qué grado es verdad esto? Uno de los más influyentes profesores que tuve en mis estudios, el jesuita Michael Buckley, replica así ante esa crítica: Estos pensadores tienen razón en un 90%. Pero están equivocados en un 10%; y ese 10% marca toda la diferencia.

Buckley comentó esto mientras enseñaba lo que Juan de la Cruz llama noche oscura del alma. ¿Qué es una noche oscura del alma?  Es una experiencia en la que ya no podemos sentir a Dios ni imaginativa ni afectivamente, cuando el verdadero sentido de la existencia de Dios se seca en nuestro interior y estamos desamparados en una oscuridad agnóstica, incapaces (en la cabeza, el corazón y las entrañas) de evocar cualquier sentido de Dios.

Con todo -y este es el punto- precisamente porque estamos desamparados e incapaces de evocar cualesquiera conceptos imaginativos o sentimientos afectivos sobre Dios, Dios puede ahora fluir puramente en nuestro interior sin que seamos capaces de colorear ni contaminar esa experiencia. Cuando todos nuestros esfuerzos son vanos, la gracia puede finalmente tomar posesión y fluir en nuestro interior con pureza. En verdad, ese es el modo como toda auténtica revelación entra en nuestro mundo. Cuando la impotencia humana nos hace incapaces de conseguir que Dios sirva a nuestro propio interés, Dios puede entonces fluir en nuestras vidas sin contaminación.

Ahora bien, esto es también aplicable al amor humano. Mucho de nuestro amor mutuo -al margen de nuestra sinceridad- está desvirtuado por el interés propio y es, en algún punto, egoísta. De alguna manera, formamos a nuestra imagen y semejanza a aquellos a quienes amamos. Sin embargo, como sucede con la crítica hecha por Buckley a los pensadores ateos de la Ilustración, este no es siempre el caso. Se dan ciertas situaciones en las que de ningún modo podemos manchar el amor ni hacerlo egoísta. ¿Cuáles son esas situaciones? Precisamente aquellas en las que nos encontramos completamente desamparados, mudos, tartamudos, incapaces de decir ni hacer algo que sea útil. En estas particulares “noches oscuras del alma”, cuando nos sentimos completamente impotentes de modelar la experiencia, entonces el amor y la gracia pueden fluir dentro pura y poderosamente. En su clásica obra El medio divino, Pierre Teilhard de Chardin nos desafía a ayudar a los demás por nuestra actividad y también por nuestra pasividad. Está en lo cierto. Podemos ser generativos gracias a lo que hacemos activamente por los demás, y podemos ser particularmente generativos cuando nos quedamos pasivamente con ellos en desamparo. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Fuente: Ciudad Redonda.org Image by Ernesto Alejandro Pérez from Pixabay

Santa Cecilia. 22 de noviembre. Patrona de la música, los poetas y los ciegos.

 

Cecilia es una de las siete mártires mencionadas en Canon romano, a quien está dedicada una basílica en el Trastévere de Roma desde el siglo V, que aún subsiste en el de hoy con varias reformas desde entonces. Su culto se difundió ampliamente a partir de la Passio (relato de su martirio), del siglo VI, en la que es exaltada como modelo de la virgen cristiana. Sólo más tarde, en el siglo XV, se le atribuye su papel de inspiradora y patrona de la música y del canto sacro.[…]

Si nos atenemos a la tardía Pasión, Cecilia, de la rica y noble familia de los Cecilios, acudía diariamente a la misa que celebraba el papa Urbano en las catacumbas de San Calixto de la vía Apia, acaso propiedad de dicha familia, que generosamente la había cedido para sepultura de los cristianos, y donde la esperaba una multitud de pobres, que conocían su generosidad.

Dada como esposa a Valeriano, Cecilia, en la noche de bodas, mientras sonaba un órgano, cantaba en su corazón «sólo para el Señor (he aquí el origen de su patronazgo de la música sacra). […]

Avanzada la noche de bodas, la joven Cecilia le dijo a Valeriano: «Ninguna mano profana puede tocarme, porque un ángel me protege. Si me respetas, él te amará como me ama a mí». Al contrariado esposo no le quedó más remedio que aceptar el consejo de Cecilia, se hizo instruir en la fe cristiana y se hizo bautizar por el papa Urbano y así pudo compartir el ideal de pureza de su esposa, recibiendo en recompensa su misma gloriosa suerte: la palma del martirio en el que participó incluso un hermano de Valeriano, llamado Tiburcio, que desde su conversión se dedicaron a la piadosa labor de enterrar a los muertos cristianos. Pronto fueron arrestados, procesados y condenados a morir decapitados. […]

El papa Pascual I (817-824) trasladó sus reliquias desde el cementerio de Calixto a la basílica de la que Cecilia era titular en el Trastévere, y en la que un mosaico recordaba su noche de bodas con Valerio.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director), Fuente: Dominicos.org
Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

El secreto del Sí sostenido

Si en la lectura del primer libro de los Macabeos hablábamos de aquello o aquellos por quienes estoy dispuesto incluso a dar la vida. En el relato del evangelio de Lucas, la tan conocida parábola del reparto de dinero a los administradores (aquí expresados en minas, moneda que equivale al importe de cien jornadas de trabajo) mientras el señor va a estar en viaje a un país lejano donde le darán el título de rey.

El relato no tiene desperdicio en ninguno de sus detalles. Pero lo que le da todo su sentido es el momento en el que Lucas lo sitúa: Jesús va camino de Galilea a Jerusalén y está próximo a llegar. La expectativa de sus seguidores es máxima ¿llegará el Reino de Dios, triunfará Jesús como mesías, salvador, rey? Es la misma pregunta que se hacen los primeros cristianos ¿está pronta la venida definitiva del Señor?, ¿cuánto hemos de esperar?, ¿qué hacer mientras tanto? Todos tenemos la tendencia a querer respuestas y la vida se nos va revelando más como un montón de preguntas que de certezas o soluciones definitivas. ¿Cuál es la clave de esa espera, qué me toca hacer a mí, concretamente?

Hoy celebramos la memoria de Santa Cecilia, mártir del siglo VI y patrona de la música. En honor a ella quisiera “leer” esta parábola en clave musical.  Jesús nos habla de “producir”, dar rendimiento a todo lo que nos ha dado, que es el don de la fe y el mandato de anunciarlo, vivir el mandamiento del amor y crear fraternidad. El secreto está en cómo mantener ese Sí que le hemos dado a Dios, como creyentes, de una forma permanente en el tiempo, que nuestro sí sea un si sostenido. En música, la nota sí no puede ser alterada con un “sostenido (cuyo efecto es subir medio tono), porque dejaría de ser si y ya sería do. Es un buen ejemplo para significar que nuestro Si ha de convertirse, con la fidelidad del día a día, en Don, un don para todos, para Dios, para el Reino.

¿Cuál es la clave de esa espera, qué me toca hacer a mí, concretamente? Simplemente, ser don, darse todos y cada uno de los días de tu vida. Quizás algún día te llegue el momento de darte totalmente por ser coherente con tu fe, pero lo que siempre tendremos es el don de cada día, cada opción y decisión, cada gesto, palabra y momento vivido, desde el Evangelio. De eso nos pedirá cuentas el Señor.

Hna. Águeda Mariño  Rico O.P.

Amor más allá de la muerte. Artículo.

Gilbert K. Chesterton declaró una vez que el Cristianismo es la única democracia donde aun los muertos logran votar. A la luz de eso, cuento dos historias.

Un psicólogo, en una conferencia a la que asistí una vez, contó esta historia: Una mujer vino a verle en considerable necesidad de ayuda. Su inquietud tenía que ver con la última conversación que había mantenido con su marido antes de que este muriera. Ella explicó cuánto habían gozado de un buen matrimonio durante más de treinta años, con un solo pequeño altercado entre ellos. Pero una mañana tuvieron una disputa sobre algo trivial (de lo que ni siquiera era capaz de recordar la causa). Su altercado había acabado en ira, y él se dirigió a la puerta para irse al trabajo… y morir de un ataque de corazón ese día, antes de tener nuevamente una ocasión de conversar.

¡Qué terrible desgracia! Treinta años sin el menor incidente de esta clase, y ahora esto: ¡en sus últimas palabras, enfado mutuo! El psicólogo primeramente, con cierto humor, le aseguró que toda la culpa estaba de parte de su esposo, en su decisión de morir en ese embarazoso momento, ¡abandonándola con esa culpa!

Más seriamente, le preguntó: “Si su esposo se hallara aquí ahora mismo, ¿qué le diría Vd.?” Ella respondió que le excusaría y le aseguraría que, teniendo en cuenta todos sus años vividos en compañía, este diminuto incidente no significaba nada, que su amor mutuo empequeñecía totalmente ese breve momento. Él le garantizó que su esposo estaba aún vivo a causa de la comunión de los santos y seguía con ellos en ese mismo momento. Entonces le añadió: “¿Por qué no se sienta en esta silla y le dice lo mismo que Vd. acaba de contarme, que su fiel amor mutuo olvida por completo su última conversación con él? De verdad, ríanse de su ironía”.

Una segunda historia. Recientemente, visité a una familia cuyo padre había muerto por suicidio hacía veinte años. A lo largo de los años, habían tratado de olvidar eso, aunque, al igual que la mayoría de las familias que pierden a un ser querido por suicidio, quedó vivo algún incómodo residuo. Hacía largo tiempo que lo habían perdonado, que se habían perdonado por cualquier negligencia de su parte y que habían perdonado a Dios por la injusticia de una muerte como la suya. Pero algo quedó inacabado, algo sintieron que no supieron especificar con propiedad (a pesar de veinte años pasados, a pesar del perdón total y a pesar de una comprensión más empática del suicidio). Tampoco yo supe especificarlo con propiedad, pero fui capaz de sugerir un remedio.

Indiqué que tienen una celebración ritual en la que celebrar su amor por él; celebrarían el don que fue su vida y trabajarían por redimir la infortunada manera de su muerte. He aquí lo que sugerí: Elegid un día, quizá su cumpleaños o incluso el aniversario de su muerte. Reuníos como una familia que sois y tened una celebración alegre, incluso con champagne, vino y globos. Compartid historias sobre él, destacando aquellas en las que se mostraba feliz, en las que estaba riendo, en las que su espíritu se animaba y en las que aportaba una especial energía al lugar. Celebrad eso con comida, vino, champagne, risa y amor. Él estará allí con vosotros. Vosotros estáis aún en una comunión de vida con él. Él está feliz ahora. Celebrad eso con él. Arrojad lejos los veinte años de abatimiento. La falta  de esta clase de celebración es lo que aún queda sin tratar entre vosotros y él.

Historias como esta pueden sonar como si fueran imaginarias, ficticias, pero se fundan en una sólida y definida doctrina cristiana, esto es, están enraizadas en una fe que nos manifiesta que estamos en unión viva unos con otros en el Cuerpo de Cristo. Como cristianos que somos, creemos (como doctrina de nuestra fe) que estamos en unidad de unos con otros dentro de un cuerpo viviente (un organismo, no una corporación) y que esta unión en un solo cuerpo nos incluye a todos nosotros, tanto a los vivos como a los difuntos. Podemos comunicarnos unos con otros, disculparnos unos con otros, hacer las paces unos con otros y celebrar la vida y energía de unos y otros, aun después de que uno de nosotros haya muerto. Siendo cristianos, somos invitados a orar por los muertos. No es sorprendente que ciertos cristianos sean reacios a esto, no conformes con que se necesite recordar a Dios que sea misericordioso e indulgente. Están en lo cierto; pero, en definitiva, no es esa la razón por la que oramos a favor de nuestros seres queridos que han fallecido. A pesar del caudal de fórmulas de oración que generalmente usamos para pedir a Dios que sea misericordioso, la verdadera finalidad de nuestra oración por los difuntos es que permanezcamos en contacto, en una comunicación de vida con ellos. La verdadera finalidad de nuestras oraciones y celebraciones rituales por los difuntos es seguir estando en una comunicación más deliberada de vida con ellos, concluir asuntos inacabados, disculparnos con ellos, perdonarlos, pedirles que nos perdonen, permanecer atentos al especial oxígeno que exhalaron en el planeta durante su vida y compartir ocasionalmente con ellos un celebrativo vaso de vino. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - Fuente: Ciudad Redonda.org - Imagen de Ben Kerckx en Pixabay 

LA PRESENTACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA.

Sólo los apócrifos imaginan y se extienden en la descripción de la presentación de María en el templo de Jerusalén. Junto a este templo decretó construir el emperador Justiniano una iglesia mariana, que fue dedicada el 21 de noviembre del año 543 y destruida setenta años después.
Según una tradición apócrifa, la Virgen María, a la edad de tres años, fue llevada al templo de Jerusalén por sus padres, para ser debidamente educada en la religión junto con otras niñas. Esta fiesta, típicamente oriental, recuerda la dedicación de la basílica de Santa María la Nueva, construida cerca de Templo de Jerusalén, en el lugar donde se creía que habían vivido los padres de la Virgen. En verdad, lo que hoy celebramos es la consagración que María hizo de sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, de cuya gracia estaba llena desde su concepción inmaculada. En esta fecha son muchas las personas que renuevan las promesas de consagración religiosa, recordando la oblación primordial que hizo María de sí misma.


Esta memoria se instauró como celebración litúrgica en Constantinopla en el siglo VIII. Su difusión en Occidente fue lenta y tuvo lugar primero en el ámbito local; en 1472, fue extendida a toda la Iglesia latina. Ésta figura entre las memorias que, "prescindiendo del aspecto apócrifo, proponen contenidos de alto valor ejemplar, continuando venerables tradiciones" (Marialis cultus, 8).

MEDITATIO: El acontecimiento de la "presentación" no aparece en ningún texto neotestamentario, y, además, es improbable lo que cierta tradición le atribuye, a saber: confiar una niña al clero de Jerusalén, en un templo inaccesible, por otra parte, a las mujeres. Ahora bien, el leccionario litúrgico ofrece una propuesta unitaria para dar verosimilitud a la interpretación del acontecimiento: es la tipología de la presencia. Ambas lecturas se detienen en torno a esa modalidad relacional.

El oráculo de Zacarías proclama la presencia de Dios en el templo y transmite la palabra del mismo Dios, que se presenta desplegando el sentido y el significado de esa deliberación suya.

El evangelio según Marcos refiere una presencia de María en el lugar en el que se encuentra Jesús, y las palabras de éste hacen las veces de presentación de la identidad de quien él considera su auténtica familia. El mensaje se presenta bastante claro: el Señor está presente ante la persona humana, y a ésta se le abre la vía para presentarse ante el Señor. El templo asume la función de hacer visible el encuentro entre dos presencias. Sobre el fondo de un símbolo delicado como es la presencia de una niña en la solemnidad de un templo, o sea, precisamente la susodicha "presentación", la liturgia nos invita hoy a meditar sobre el sentido de una presentación de nosotros mismos ante el Señor. Nuestra propia presencia ante el Señor se convierte en presentación cada vez que ésta es iluminada, explicada, motivada, cultivada por una conciencia.

El símbolo de la presentación de María en el templo, por consiguiente, equivaldría a la conciencia de la identidad de María y de su función junto al Mesías, que va creciendo poco a poco: primero, por parte de sus familiares -o sea, la de los otros-; a continuación, por parte de la misma María y, por último, por parte de los posteriores creyentes. El sentido sustancial es éste: María está siempre en presencia del Señor, totalmente dedicada a servir, peregrina en el conocimiento.

ORATIO: Santa María, hija del Israel y guardiana del Evangelio, salve. Mujer casta, florecida a la luz del amor del Señor, socórrenos e n el trabajo de apartar los velos que obstaculizan la pureza de nuestro corazón para ver a

Dios; mujer humilde, crecida a la sobra del Omnipotente, guíanos a la alegría del testimonio de que hemos encontrado al Señor.

Virgen orante en las liturgias de tu pueblo, peregrina ante Dios en su templo santo, presencia materna en la Iglesia en oración, acompáñanos cuando nos presentemos ante la Santísima Trinidad para implorar misericordia y contemplar su rostro.

Templo santificado por el Espíritu, custodia en los santos braseros los granos de incienso de nuestros sacrificios y las luces encendidas de nuestras esperanzas mediante tu caridad agradable a Dios. Sierva presente en toda fiesta de fraternidad, acoge la oración de tus siervos.

CONTEMPLATIO: Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre (Mt 12,49-50).

Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso, es más para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al Maestro. Mira si no es cierto lo que digo.

Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: !Bienaventurado el vientre que te llevó! Más, para que no se buscase la felicidad en la carne, qué replicó el Señor?

Más bien, bienaventurados los que oyen la Palabra de Dios y la guardan (Le 11,27-28). Por eso era bienaventurada María, porque oyó la Palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero.

Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. Qué diré? Tenemos una cabeza divina, tenemos a Dios como cabeza (Agustín de Hipona, Sermón 72/A, 7).

Oración: Te rogamos, Señor, que a cuantos hoy honramos la gloriosa memoria de la santísima Virgen María, nos concedas, por su intercesión, participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. Gracias a:Santa Clara de Estella 

Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene.

 




Domingo 33º del Tiempo Ordinario

Textos

Audio

Lecturas

Que tu fuego encienda mi fuego. Que esa luz, sea luz para los demás

Comentario



*ť La parábola narrada por Jesús a sus discípulos debe entenderse bien. Normalmente, se piensa que los talentos son dotes o capacidades intelectuales que Dios nos da. Sin embargo, para Mateo son las ocasiones que nos ofrece la vida, las responsabilidades que estamos llamados a asumir las tareas que nos han confiado. La parábola, en efecto, refiere que aquel hombre llamó a sus criados y, antes de ausentarse, <<les encomendó su hacienda. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro unoť (v. 15). Los dos primeros siervos son un ejemplo de laboriosidad y actividad: han negociado los talentos y han conseguido el doble de lo recibido, y cada uno de ellos es llamado <<bueno y fielť por su Seńor (vv. 21.23). El tercer siervo, en cambio, se muestra holgazán e inactivo; no quiere correr riesgos, se limita a conservar el talento y no produce nada, y por este motivo es llamado <<malvado y perezosoť (v. 26) y <<criado infielť (v. 30). El contraste entre los siervos es la oposición que existe entre laborioso y perezoso, entre actividad y pasividad.

La parábola se fija, sobre todo, en el comportamiento del siervo malvado y en el dialogo del dueńo con él. Este siervo, inactivo y temeroso, tiene una idea del dueńo: la de que es un hombre duro que cosecha donde no siembra. En esta mentalidad solo hay sitio para el miedo y la estricta observancia de las normas. No quiere correr riesgos y esconde el talento recibido en un lugar seguro, creyéndose que Así restituirá lo recibido: <<Tuve miedo y escondí tu talento en tierra; aquí tienes lo tuyoť (v. 25).

Jesús invita a sus oyentes a cambiar de mentalidad: del temor receloso y la mezquina obediencia, a la perspectiva del amor. La verdadera naturaleza de la relación entre Dios y el hombre es el amor. El discípulo de Jesús debe actuar siempre con la lógica del amor y traducir el mensaje evangélico en actos concretos, generosos y atrevidos.




El poder de las palabras. Artículo.


Las palabras nos proporcionan el significado. No podemos hacer ni rehacer la realidad, pero las palabras que elegimos para designar nuestra realidad pueden arrancarnos del hastío de la experiencia diaria.

Desgraciadamente, hoy muchas de las palabras que necesitamos para facilitarnos el significado idóneo ya no tienen mucho poder para hacer eso. Somos como la Lady Chatterley de D.H. Lawrence. De su mundo, escribe Lawrence: “Todas las nobles palabras fueron canceladas para su generación. Amor, gozo, felicidad, hogar, madre, padre, esposo: todas estas sublimes y eficaces palabras estaban ahora medio muertas”. Eso es verdad también para nosotros. Más y más, las palabras que necesitamos para facilitarnos el significado están anémicas, y así las cosas profundas ya han perdido su profundidad. ¿Por qué?

El significado que damos a las cosas depende de las palabras con las que las envolvemos. Por ejemplo, supón que padeces de dolor de espaldas crónico. Tu médico puede diagnosticarte que tiene artritis, una manera biológica de dar razón de tu dolor, y te sientes mejor, porque un síntoma se padece menos cuando se conoce la causa. Con todo, puedes visitar a una psicóloga por el mismo síntoma, y tal vez te diagnostique que tu dolor apunta a algo más que una cuestión médica: “Te hallas en la crisis de la edad madura”, dice. Y consuela saber que padeces de algo más que el insignificante crujido de la edad. Pero esto puede resultar más profundo. Conversando con un director espiritual, te dice que este dolor es la cruz que tienes que llevar, tu Getsemaní, tu noche oscura del alma, tu exilio a Babilonia, tu experiencia de desierto. El dolor corriente se vuelve ahora algo con un sentido y significado religioso. Lo que tiene un significado depende de las palabras que utilizamos para describirlo.

Lo mismo vale para  el amor. ¿Qué significa “enamorarse”? ¿Que tienes “gran química” con alguien? ¿Que has encontrado un “alma gemela”? Esa última significación no excluye la “gran química”, pero añade la rica dimensión del alma. Una serie más profunda de palabras encuadra tu experiencia en un horizonte notablemente más amplio, y ese es el secreto para expresar un significado más profundo.

En su libro The Closing of the American Mind (El cierre de la mente moderna), Allan Bloom nos da este ejemplo. Admirador de Platón, Bloom cuenta cómo Platón habla de sus estudiantes que se sientan en grupo y conversan sobre el significado de sus “anhelos inmortales”. Bloom, en cambio, cuenta cómo sus propios estudiantes son propensos a sentarse en grupo y conversar sobre “estar cachondos”. ¡Tal es la diferencia de significado! Las palabras de Platón para significar deseo están ahora medio muertas en nuestra cultura, y las palabras que usamos para reemplazarlas adolecen frecuentemente de falta de profundidad.

Cuando envolvemos nuestras experiencias diarias con palabras más profundas, estas experiencias -amor, gozo, sexo, dolor, felicidad, matrimonio, ser padre, ser madre, ser esposo, ser esposa, hacer café, beberlo, realizar nuestras tareas ordinarias- contendrán algo de lo infinito, lo eterno. El significado y la felicidad dependen menos de donde estamos viviendo y lo que estamos haciendo que de cómo vemos y nombramos donde estamos viviendo y lo que estamos haciendo. Una experiencia es solo sublime cuando se le da su nombre apropiado.

Existe una famosa historia sobre una periodista que se hallaba entrevistando a dos trabajadores en un lugar de construcción donde se estaba edificando una nueva iglesia. Preguntó al primero: “¿En qué trabajas?” Respondió: “Soy albañil”. Preguntó al compañero de aquel trabajo: “¿En qué trabajas?” Respondió: “Estoy construyendo una catedral”. La perspectiva cambia todo, y eso viene del modo como entendemos y nombramos lo que estamos experimentando.

El poeta canadiense J. S. Porter escribió una vez: “Cuando retiras el cielo, la tierra se marchita”. Tiene razón. Cuando no envolvemos nuestras actividades ordinarias con las palabras y símbolos adecuados, enseguida perdemos todo el encanto, y nuestras experiencias se quedan cabalmente medio muertas. Necesitamos una visión amplia, símbolos elevados y las palabras adecuadas para transformar nuestras vidas ordinarias, aparentemente mundanas, en objeto de poesía y romanza.

Rainer María Rilke recibió una vez una carta de parte de un joven que se lamentaba de que le fuera difícil llegar a ser poeta porque vivía en una ciudad pequeña donde la vida resultaba demasiado doméstica, demasiado aldeana y demasiado trivial para proporcionar inspiración para la poesía. La respuesta de Rilke fue algo así: Si tu vida diaria se te antoja pobre, entonces di a ti mismo que no eres suficientemente poeta para hacer emanar sus riquezas, porque no hay lugares ni vidas en la tierra que no sean ricas. Cada vida es en potencia materia de poesía, de romanza, de lo sublime.

¿Cuál es el secreto de hacer emanar  esas riquezas?

K. Chesterton -creo yo- estaba en lo cierto cuando dijo que necesitamos aprender a mirar las cosas familiares hasta que parezcan de nuevo no familiares. Tenemos una comezón malsana por la salvación sólo por causa de la novedad, cuando de hecho las palabras que necesitamos para elevarnos a las alturas de la poesía y lo sublime se encuentran con frecuencia en los antiguos pozos de la fe, en viejos pergaminos de la escritura y en superfamiliares himnos y confesiones que llamamos credos.

Cuando nuestras palabras se hallan medio muertas, puede ser que necesitemos aprender de nuevo algunos lenguajes más antiguos. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf). Image by Gordon Johnson from Pixabay; Fuente: Ciudad Redonda.org

Velad, porque no sabéis el día ni la hora

 



Domingo 32º del Tiempo Ordinario

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Entra en mi vida, Señor

Comentario



El ańo litúrgico esta llegando al final y la Iglesia lanza una mirada de fe hacia <<las cosas ultimasť para subrayar los principios fundamentales de la sabiduría humana y cristiana. El libro de la Sabiduría nos invita a hacer de la Palabra de Dios el principio orientador de la vida: <<Quien madrugue para buscarla no se fatigará, pues la encontrará sentada a sus puertas. Meditar sobre ella es prudencia consumadať (6,14ss). Vivimos en una sociedad, en muchos momentos, improvisada, instintiva, superficial, impulsiva e irreflexiva, de aquí que sea tan útil la llamada a ser sabios y a concentrarnos en lo esencial.

También la parábola de las diez vírgenes nos invita a estar preparados y ser previsores, sin olvidar que somos peregrinos del Seńor Todos tenemos necesidad de ser sabios, y no importa la edad, y de ajustar nuestras ideas, elecciones, comportamientos y decisiones. La verdadera sabiduría, de la cual hablan las Escrituras, es un don, desciende de Dios y se implora con paciencia y perseverancia. También la sabiduría ha de ser buscada, deseada y amada por nosotros. Para apropiarnos de ella es necesario ponderar y velar sin perderse en comportamientos vanos y estériles. Se anticipa a quien la desea y sale al encuentro de quienes son merecedores de ella.

Esta sabiduría, llena de vida, fe y ahínco evangélico, está estrechamente vinculada con el anhelo del corazón por las realidades del mas allá y la espera vigilante del Seńor, el Esposo que debe venir, el impulso que nos mantiene fieles al cielo y a la tierra.





Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. 9 de noviembre.

Celebrar la dedicación de la iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor, para ser piedras vivas en la construcción de la Jerusalén celeste

Basílica de Letrán, basílica del Salvador, basílica de San ,Juan de Letrán..., catedral de Roma, »madre de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe»..., son los nombres más significativos de la iglesia más venerable de la cristiandad, dedicada inicialmente a Jesucristo Salvador y posteriormente a San Juan Bautista y a San Juan Evangelista. Consagrada en el año 324, desde el siglo XII toda la Iglesia, unida al papa, celebra el 9 de noviembre la dedicación de la primera catedral de la Iglesia.

Ver también lecturas y comentario en @ciudadredonda.org

A partir del histórico Edicto de Milán del año 313 —rescripto otorgado por los emperadores Constantino y Licinio, a favor de la libertad religiosa y de la presencia del cristianismo en la vida pública—, con la paz constantiniana comenzaba para la Iglesia una era de bonanza tras las terribles persecuciones que habían precedido.

Una de los favores que la Iglesia recibió del emperador Constantino, hijo de Santa Elena fue la donación del palacio de Letrán, que se constituyó en sede apostólica. […] A través de los siglos, la vida cristiana de la Urbe —y del Orbe— ha estado unida a la basílica de Letrán, inicialmente dedicada al Salvador del mundo, y, en tiempos de San Gregorio Magno (540-604), a los santos Juanes del Evangelio: Juan Bautista y Juan Evangelista. De ahí el nombre popular de »San Juan de Letrán». En Letrán estuvo inicialmente la Cátedra de Pedro en Roma. En Letrán se celebraron cinco concilios ecuménicos: los primeros que se celebraban en Occidente, en los años 1123, 1139, 1179, 1215 y 1512. En 1300, el papa Bonifacio VIII proclamaba en Letrán el primer Año Santo del cristianismo. En Letrán recibió Inocencio III a los grandes fundadores Francisco de Asís y Domingo de Guzmán y aprobó las órdenes de los Menores y de los Predicadores, que según sueños del papa, serían las fuerzas espirituales que fortalecerían la situación debilitada de la basílica de Letrán, símbolo de la Iglesia. La indiscutible preeminencia de Letrán en la vida eclesial duró hasta que el papa francés Clemente V trasladó la sede pontificia a Aviñón en 1309. Allí permanecerían los papas hasta 1378, en que Gregorio XI, siguiendo los consejos de Santa Catalina de Siena, volvió a Roma. Haciéndose eco del sentir de los cristianos de Roma —y del mundo—, Petrarca escribía al papa Clemente VI en 1350: Padre misericordioso, ¿con qué tranquilidad puedes dormir blandamente en las riberas del Ródano, bajo el artesonado de tus doradas habitaciones, mientras que Letrán se está desmoronando, y la madre de todas las iglesias, carente de techumbre, está a merced de lluvias y vendavales?

Los visitantes y peregrinos que llegan a Letrán, pueden leer en el frontispicio de la gran basílica: Por derecho papal e imperial, se ordenó que yo fuera la madre de todas las iglesias. Cuando se terminó mi construcción, determinaron dedicarme al Divino Salvador, dador del reino celestial. Por nuestra parte, oh Cristo, a ti nos dirigimos con humilde súplica para pedirte que de este templo ilustre hagas tu residencia gloriosa.

Con ser importantes los tesoros cíe arte e historia de la basílica de Letrán, la celebración de su dedicación no intenta quedarse embelesada ante el templo de piedra y oro. Celebrar la dedicación de la iglesia madre de todas las iglesias es una invitación a los cristianos de la Iglesia universal a vivir la unidad de fe y de amor, para ser piedras vivas en la construcción de la Jerusalén celeste, la Iglesia sin mancha ni arruga, cuyo templo, altar y víctima es Jesucristo, el Cordero inmaculado. Fuente: José A. Martínez Puche, O.P.  Colección Nuevo Año Cristiano de EDIBESA.

Conmemoración de los Santos Pedro Poveda e Inocencio de la Inmaculada y de los más de 2000 mártires españoles.

Encabezan la multitud de santos y beatos, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, que dieron a Cristo el testimonio supremo del amor, martirizados en odio a la fe en España, entre 1931 y 1939, durante la persecución religiosa contra la Iglesia.

Pedro Poveda Castroverde nació en Linares (Jaén) el 3 de diciembre de 1874. Ya de niño sintió atracción por el sacerdocio. Ingresó en el seminario de Jaén y concluyó los estudios en el de Guadix, diócesis en la que recibió el presbiterado en 1897. A partir de 1911, con unas jóvenes colaboradoras, comenzó la fundación de Academias y Centros pedagógicos que darían inicio a la Institución Teresiana. Se trasladó a Jaén para consolidar la misma Institución que recibiría allí la aprobación diocesana y después, estando él ya en Madrid como capellán real, la aprobación pontificia. Sacerdote prudente y audaz, pacífico y abierto al diálogo, entregó su vida por causa de la fe en la madrugada del 28 de julio de 1936, identificándose: “Soy sacerdote de Cristo” ante quienes le conducirían al martirio. Fue beatificado por el 10 de octubre de 1993.

Manuel Canoura Arnau nació el 10 de Marzo de 1887 en Sta. Cecilia (Lugo) . Ingresó en los Pasionistas en Peñafiel y después entró en el Noviciado de Deusto, en Vizcaya, para volver al final del mismo a Mondoñedo y cursar en su tierra natal los estudios de Filosofía y Teología. El 2 de octubre de 1910 recibió el subdiaconado en Mieres; y en junio de 1912 se le confiere el orden del diaconado en la misma localidad. También allí recibió la ordenación sacerdotal el 20 de Septiembre de 1920. Desde entonces comenzó para el P. Inocencio una vida de intenso apostolado sacerdotal, en el cual cabe resaltar su dedicación a la docencia de la filosofía, la Teología y la Literatura, en las diversas casas a las que fue destinado: la de Daimiel (Ciudad Real), la de Corella (Navarra), la de Peñaranda (Burgos), la de Mieres (Asturias); y en las de Ponferrada y Santander, como predicador apostólico de aquellas zonas industriales.

En septiembre de 1934, un mes antes del martirio, el P. Inocencio regresa a Mieres en la inquieta región minera de Asturias, donde ya había estado siendo muy conocido y apreciado. La comunidad cuenta con 29 religiosos, de los cuales 17 son jóvenes estudiantes. La situación política puede estar fuera de control de un momento a otro y el clima es muy hostil para los religiosos. El 5 de octubre de 1934 se sublevan 30.000 insurgentes en Asturias: tanto los creyentes, como los sacerdotes y los religiosos son señalados como cómplices de la derecha, y contra ellos se vuelca un odio singular e incontrolado. El día anterior, los Pasionistas desarrollan las habituales ocupaciones. El P. Inocencio va a Turón, pueblo minero, para confesar en el colegio de los hermanos de las Escuelas Cristianas en preparación al primer viernes del mes: se hace tarde y viajar de noche es poco prudente, por eso decide pernoctar allí. El día 5 se levanta muy temprano y celebra la Eucaristía. Al ofertorio llegan los revolucionarios: el Señor asocia a sus mártires a su propio sacrificio. Registran la casa, buscan las armas “de los fascistas y de la acción católica”. Arrestan al P. Inocencio y a los 8 religiosos de la comunidad de los Hermanos de las Escuelas Cristianas y los llevan a la “casa del pueblo”. El padre Inocencio pasa esos pocos días orando y escribiendo. Pero le será quitado todo. Hacia la una de la madrugada del 9 de octubre fueron llevados al cementerio donde había sido ya excavada una fosa común. Se intercambian de nuevo la absolución y se dirigen al martirio orando en voz baja. Todos son puestos en fila junto a la fosa y, luego, fusilados. Santa Clara de Estella

El día 6 de noviembre se celebra la memoria de más de 2.000 mártires de la persecución religiosa durante el siglo XX en España. Entre ellos, de manera muy especial se recuerda en el Seminario la fiesta de los beatos Seminaristas Mártires de Oviedo, Ángel Cuartas Cristóbal y ocho compañeros, asesinados en el periodo comprendido entre 1934 y 1937, teniendo el mayor 25 años y el más joven, 18. Su beatificación tuvo lugar el 9 de marzo de 2019, en la Catedral de Oviedo.

Biografía de Ángel Cuartas Cristóbal

Nació el 1 de junio de 1910 en Lastres. Su padre era pescador y su madre, ama de casa. Era el octavo de nueve hijos. Antes de ir al Seminario, estudió en la escuela de Lastres con los maestros nacionales. Era una familia humilde en la que todos tenían que trabajar en cuanto hubiera edad para ello. El padre era pescador y tenía un sueldo escaso, por lo que su hermana Elvira lo llevaba a trabajar con ella a la fábrica de pescado del pueblo, donde ganaba algo de dinero con el que compraba libros. Su amigo Benito decía de él: “Él entró en el Seminario por vocación. Ya se le veía de antes. Era igual que un santo. Nunca tuvimos una mala palabra, éramos más amigos y él nos defendía muchas veces y cuando reñíamos entre nosotros siempre nos decía: pero que hacéis, hombre. En la amistad no hay que reñir unos con otros. Él ponía paz entre nosotros”. Entró en el Seminario de Valdediós en 1923 y seis años más tarde, llegó a Oviedo. En ambos destacó por su carácter noble y franco, pero al mismo tiempo, tímido y respetuoso con sus superiores. Era alegre y divertido como el que más. Sabía que corrían peligro desde 1931, pero nunca quiso abandonar el Seminario.

Ángel Cuartas salió de su casa el último domingo de septiembre de 1934. Comenzaba el 5º curso de Teología. Fue asesinado en Oviedo el 7 de octubre de 1934 con otros cinco compañeros seminaristas. Tenía 24 años de edad
. Fuente: Iglesiadeasturias.org

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



Domingo 31º del Tiempo Ordinario

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El mayor entre vosotros será vuestro servidor

Comentario



Las palabras de Malaquías a los levitas del templo también son validas para nosotros: funcionan como espuelas, para que todo ministerio en la Iglesia persiga la realización de una vida eclesial según el proyecto divino, que quiere una comunidad realmente fraterna, caracterizada por relaciones no dominadas por la lógica del poder, de la gloria y del aparentan sino de la entrega y la búsqueda amorosa de la voluntad de Dios. Purificarnos de esta lógica mundana es renunciar —como nos enseńa el Evangelio— al amor desordenado, que es la raíz de la incoherencia entre palabras y obras, de la dureza y severidad con el prójimo y del culto obsesivo por destacar y ser distinguido públicamente.

Como discípulos de Jesús, el único Maestro, e hijos del único Padre, estamos llamados a llevar un estilo de vida coherente y a vigilar la autenticidad de nuestras relaciones con Dios y los otros. El servicio, la humildad y la gratitud nacen de la conciencia de haber sido engendrados a una vida nueva por el amor del único Padre celeste; sólo con estas actitudes interiores evitaremos comportamientos arrogantes, teatrales e irrespetuosos con los mas débiles, que ofuscan enormemente la percepción del único origen y de la misma dignidad de todos los miembros de la Iglesia en cuanto hijos del Padre. Si conseguimos ser humildes discípulos, ofreceremos un testimonio auténtico. Y, quizá, otros descubran en ese testimonio la paternidad de Dios y la vida de Cristo. Como antídoto contra la hipocresía nos servirán las palabras de Jesús sobre el estilo humilde y el servicio desinteresado requerido al discípulo: <<El mayor de vosotros será el que sirva a los demás. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzadoť (Mt 23,11ss).

Un ejemplo a imitar es Pablo, patente en la primera Carta a los Tesalonicenses, con su apostolado, generoso y exento de intereses personales, preocupado por anunciar con toda franqueza el Evangelio que conduce a la vida nueva.