Entonces Dios volvió a crear la luz. Artículo.

No importa si entendéis el origen del tiempo como lo explica la ciencia -empezando con el Big Bang- o si tomáis el relato bíblico de los orígenes del mundo literalmente. Sea como sea, hubo un tiempo antes de que hubiera luz. El universo estaba oscuro antes de que Dios creara la luz. Sin embargo, el mundo finalmente volvió a oscurecerse. ¿Cuándo?

Nos dicen en los Evangelios que, cuando Jesús estaba muriendo en la cruz, entre la sexta hora y la nona, se hizo oscuro y Jesús lanzó un grito: “¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado! ¿Qué sucedió aquí en realidad?

¿Dicen los Evangelios que en realidad vino la oscuridad a primera hora de la tarde -un eclipse de sol- o se refieren a otra clase de oscuridad, de tipo espiritual? ¿Hubo un eclipse de sol mientras Jesús estaba muriendo? Quizás. No lo sabemos, pero, de todas maneras, eso es menos importante. A lo que los Evangelios se refieren es a una especie de oscuridad que nos envuelve siempre que es humillado lo que nos es querido, expuesto como impotente, ridiculizado, derrotado y crucificado por nuestro mundo. Hay una oscuridad que nos cerca cada vez que las fuerzas del amor parecen vencidas por las fuerzas del odio. La luz extinguida entonces es la luz de la esperanza; pero hay una oscuridad más profunda, y esta es la clase de oscuridad que -según los Evangelios- formó una nube sobre el mundo mientras Jesús pendía moribundo.

Lo que se está insinuando aquí es que, en la crucifixión de Jesús, la creación volvió a su caos original, como era antes de que hubiera luz. Pero lo que se está insinuado también es que Dios creó la luz por segunda vez, en esta ocasión al resucitar a Jesús de entre los muertos, y que esta nueva luz es la luz más sorprendente de todas. Además, a diferencia de la luz original, que era sólo física, esta luz es una luz a la vez para los ojos y para el alma.

Para los ojos, la luz de la resurrección es también un fenómeno físico radicalmente nuevo. En la resurrección de Jesús, los átomos del planeta fueron removidos de sus funcionamientos físicos normales. Un cuerpo muerto se levantó de la tumba a una vida de la que nunca más volvería a morir. Eso no había sucedido antes. Además, la resurrección de Jesús fue también una luz radicalmente nueva para el alma, la luz de la esperanza. ¿Qué es esta luz posterior?

Hay una famosa canción escrita por Robbie Robertson hecha popular al comienzo de la década de 1970 por Joan Báez, The night they drove old dixie down. Narrada en primera persona por un hombre llamado Virgil Caine, la canción es un triste lamento sobre la desgracia experimentada por una pobre familia blanca del sur durante la Guerra Civil Americana. Todo lo que pudo resultarles mal, aparentemente les había resultado mal, incluso la muerte de su hijo pequeño, muerto en la guerra. Su situación es oscura, carente de cualquier esperanza. En un momento de la canción, el narrador ofrece este lamento sobre la muerte de su hermano:

Tenía sólo dieciocho años, y era orgulloso y bravo,
pero un yanqui lo enterró en su tumba.
Juro por la sangre que hay debajo de mis pies
que no puedes volver a levantar al Caín cuando está derrotado.

¿Puede la vida volver a ser levantada cuando está derrotada? ¿Puede un cuerpo muerto salir de su tumba? ¿Puede un cuerpo violado volver a estar entero? ¿Puede la inocencia perdida ser alguna vez restaurada? ¿Puede un corazón roto ser alguna vez reparado? ¿Puede una esperanza aplastada volver a levantar alguna vez a un alma? ¿No queda extinguida toda luz por la oscuridad? ¿Qué esperanza había para los seguidores de Jesús cuando fueron testigos de su humillación y muerte el Viernes Santo? Cuando la bondad misma es crucificada, ¿cuál es el fundamento para cualquier esperanza?

En dos palabras: la resurrección. Cuando la oscuridad envolvió la tierra por segunda vez, Dios volvió a hacer la luz, y esa luz, a diferencia de la luz física -creada en la aurora del tiempo- nunca puede ser extinguida. Esa es la diferencia entre la resurrección de Lázaro y la resurrección de Jesús, entre la luz física y la luz de la resurrección. Lázaro fue devuelto a su mismo cuerpo, del cual tenía que morir de nuevo. A Jesús se le dio un cuerpo radicalmente nuevo que nunca volvería a morir.

El renombrado erudito bíblico Raymond E. Brown nos dice que la oscuridad que cercaba el mundo cuando Jesús pendía de la cruz moribundo duraría hasta que creamos en la resurrección. Hasta que creamos que Dios tiene una respuesta vivificante para toda muerte y hasta que creamos que Dios volverá a rodar la piedra de cualquier tumba, sin importar lo profundamente que esté enterrada la bondad bajo el odio y la violencia, la oscuridad del Viernes Santo seguirá oscureciendo nuestro planeta.

Mohandas K. Gandhi observó una vez que podemos ver la verdad de Dios creando siempre nueva luz, simplemente al mirar la historia: “Cuando me desespero, recuerdo que a lo largo de la historia, el camino de la verdad y del amor siempre ha ganado. Ha habido asesinos y tiranos, y por un tiempo pueden parecer invencibles. Pero al final siempre caen. Pensad en esto, siempre”. Ron Rolheriser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Esforzarse en oír la voz del Viernes Santo. Artículo.

¡Mirarán al que atravesaron! Frase que profiere la voz que queda pasado el Viernes Santo.

En 1981, una joven anónima fue brutalmente violada y asesinada por los militares en un oscuro lugar de El Salvador, adecuadamente llamado La Cruz. Su historia fue relatada por un periodista llamado Mark Danner. En su relato de esto, Danner describe cómo, después de una particular masacre, algunos soldados contaron cómo una de sus víctimas los obsesionaba y cómo no la pudieron quitar de sus mentes durante largo tiempo después de su muerte.

 Habían saqueado un poblado y violado a muchas de las mujeres. Una de estas era una joven, cristiana evangélica, a quien habían violado muchas veces en una sola tarde, y torturado. Sin embargo, a lo largo de todo ello, esta chica, aferrándose a su fe en Cristo, había cantado himnos. Los soldados que la habían violado y al fin ejecutado estaban obsesionados por eso. He aquí las palabras de Danner:

“Ella siguió cantando, también, aun después de que ellos habían hecho lo que había que hacer, y le dispararon en el pecho. Ella cayó allí, en La Cruz, con la sangre manando de su pecho, y permaneció cantando, un poco más débil que antes, pero, aun así, cantando. Y los soldados, estupefactos, miraban y centraban su atención en ello. Después se cansaron del juego, pero ella aún cantaba, y el pasmo de los soldados se tornó temor, hasta que finalmente desenvainaron sus machetes y le cortaron el cuello, y por fin la canción cesó”. (La masacre en El Mozote, N. Y. Vintage Books, 1994, pp. 78-79).

¡Mirarán a la que atravesaron! Daos cuenta del pronombre femenino aquí porque, en este caso, quien es objeto de nuestra mirada después de ese disparo es una mujer. Sufrir una muerte tan violenta, injusta y humillante con fe en su corazón y en sus labios la transforma en el Cristo crucificado, y no sólo porque ella (como todos los cristianos) es un miembro del Cuerpo de Cristo. Más bien porque en este momento, en esta manera de morir, con esta forma de fe manifiesta en su persona, como Jesús, ella está dejando tras de sí una voz que no puede ser silenciada y que perseguirá a aquellos que han actuado violentamente contra ella y contra todos los demás que oímos hablar de ello.

¿Qué obsesionaba a aquellos soldados? La obsesión aquí no es la de algún espíritu herido que ahora solicita justicia al aterrorizarnos e inquietar para siempre nuestros sueños. Ni siquiera es la obsesión que sentimos con amargo sentimiento cuando reconocemos un error enorme e irremediable que, de haber previsto las consecuencias, nunca habríamos cometido. Más bien, esta es la voz que nos persigue siempre que callamos, violamos y matamos la inocencia. Es una voz que, según sabemos, nunca puede ser silenciada y de la que, al margen de las emociones inmediatas que provoque en nosotros, vemos que nunca podemos estar libres, además de, paradójicamente, invitarnos a no temer ni odiarnos, sino a lo que ella personifica.

Gil Bailie, que hace de esta historia una pieza angular en su monumental libro sobre la cruz y la no-violencia, apunta no sólo a la extraordinaria similitud entre su manera de morir y la de Jesús, sino también al hecho de que, en ambos casos, parte de la resurrección es que sus voces continúan viviendo.

En el caso de Jesús, nadie que hubiera sido testigo de su humillante muerte en una ladera solitaria estando ausentes sus seguidores, habría predicho que esta iba a ser la muerte más recordada de la historia. Lo mismo vale para esta muchacha. Su violación y asesinato sucedieron en un lugar muy remoto, y todos los que podían haber querido inmortalizar su historia también fueron asesinados. A pesar de eso, su voz sobrevive y sin duda continuará creciendo en la historia mucho tiempo después de que sean olvidados todos los que la violaron. Una muerte de esta clase marca moralmente la conciencia y deja tras de sí un eco permanente que nadie puede ya silenciar.

Cuando analizamos todo lo que se contiene en este eco, cuando contemplamos reflexivamente a Jesús en la cruz o la muerte de esta joven evangélica, no podemos menos que sentir una herida a nivel visceral. Mirar al que hemos atravesado, Jesús o cualquier víctima inocente, es saber (de una manera que socava toda ignorancia culpable e invencible) que la voz del autointerés, la injusticia, la violencia, la brutalidad y la violación será al fin silenciada a favor de la voz de la inocencia, la bondad y la gentileza. Sí, la fe es verdadera.

Un crítico que hace una reseña del libro de Danner en el New York Times dice cómo, después de leer esta historia, permaneció “esforzándose desesperadamente por oír el sonido de esa canción”. En nuestras, iglesias, el Viernes Santo, leemos en voz alta el relato del Evangelio de la muerte de Jesús. Escuchar esa historia, como los soldados que asesinaron brutalmente a una joven inocente, mujer llena de fe, nos hace mirar a quien atravesamos. Necesitamos esforzarnos para oír más conscientemente el sonido de esa canción. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

El secreto oculto a los amorales. Artículo.

Según la Biblia, existe un secreto que está escondido a los amorales, conocido sólo por los virtuosos. El Libro de la Sabiduría nos dice que, cuando no somos virtuosos, “no conocemos los ocultos consejos de Dios, ni comprendemos la recompensa de la santidad, ni discernimos el premio del alma inocente”.

¡Qué cierto! Qué difícil es saber, comprender existencialmente, creer de hecho, que la virtud es su propia recompensa y la suma felicidad. Envidiamos a los amorales y nos apiadamos de la virtud. Nikos Kazantzakis señaló una vez que la virtud se sienta en la rama más elevada de un árbol, mira todo lo que se ha perdido y llora.

¿Qué hay que decir sobre esto? ¿Quién en definitiva se pierde la vida?

Hace una generación, Piet Fransen escribió un libro clásico sobre la gracia (La nueva vida de la gracia) que fue durante años un libro de texto estándar en los seminarios y centros de teología. Empieza su tratado sobre la gracia de esta manera: Se imagina a un hombre enteramente descuidado en todas las cosas morales y espirituales. Su único interés es su propio placer. Vive para el placer, haciendo caso omiso de todos los mandamientos. Tiene múltiples aventuras sexuales, nunca se niega un placer que se le pone a tiro y vive así durante toda su vida hasta que, justo antes de su muerte, se da cuenta de su irresponsabilidad, se arrepiente de sus caminos, hace una buena confesión y muere en los brazos de Dios y de la iglesia.

Entonces, Fransen hace este comentario: Si, aun durante un minuto, sentiste algo de envidia (“Ese afortunado individuo hizo lo que quiso en toda su vida, y luego muere y, aun con todo, logra ir al cielo”) en realidad nunca has entendido la gracia. Más bien eres como el hermano mayor del hijo pródigo, enojado con Dios por acoger de nuevo a un hijo descarriado que lo había abandonado para llevar una vida de placer mientras tú, el hijo o la hija fiel, has permanecido en casa y has renunciado, como procede, a muchos placeres por ser fiel.

Cuando somos el hermano o la hermana mayor del hijo pródigo y estamos cargados de deberes, la virtud rara vez se percibe como su propia recompensa, ni siquiera como una recompensa de cualquier clase. Generalmente nadie cree el oculto consejo de Dios: que la recompensa mayor es otorgada por la santidad e inocencia del alma. Más bien la mayoría de nosotros estamos algún tanto enojados y amargados en nuestra fidelidad, envidiosos de nuestros hermanos y hermanas ajenos a la virtud.

¿Por qué? Si la virtud es su propia recompensa y la mayor recompensa de todas, ¿por qué nosotros, como el hermano mayor del hijo pródigo, envidiamos tan frecuentemente la agitación y el placer que, según nos imaginamos, llena las vidas de los que han abandonado la virtud por los placeres de este mundo?

Las razones son complejas. Primeramente, está la misma naturaleza humana. Nosotros no somos simplemente seres espirituales, llenos de fe, sino también mamíferos, criaturas de carne y sangre, con poderosos instintos innatos. Se da dentro de nosotros una parte fuerte e inflexible que quiere probar cada placer, al margen de la moralidad. Eso existe en nuestro cableado. Parte de nosotros encuentra casi imposible no envidiar a los que se dan al placer y, al parecer, lo consiguen.

Además, es precisamente esta parte de nosotros la que no entiende la gracia ni la felicidad. Cuando el hermano mayor del hijo pródigo expresa su frustración a su padre, una frustración que hace poco por ocultar su secreta envidia, la respuesta de su padre revela el oculto consejo de Dios. El padre pródigo dice a su hijo mayor que ellos deben estar felices de que su hermano haya vuelto a casa porque estaba muerto. Lo que podría parecer a nuestros instintos humanos como una aventura envidiable, un tiempo feliz y sin preocupaciones lejos de la moralidad, de hecho no es en absoluto algo gozoso, vivificante ni feliz, sino un tiempo de estar muerto para casi todo lo que constituye la verdadera felicidad.

Superficialmente, puede parecer que el hijo pródigo consiguió lo que quería, una aventura, una libre temporada de placer, que deseamos secretamente haber requerido para hacerla nosotros mismos. Sin embargo, como describe gráficamente la imagen de comer con cerdos mientras añora desesperadamente la comida que hay en la casa de su padre, el extraviado hijo estaba lejos, lejos de ser feliz, sin hacer al caso los placeres que su vida pródiga le proporcionara. El pecado, como la virtud, es también su propia recompensa.

Cuando envidiamos al amoral, es señal de que aún no hemos entendido la gracia ni la felicidad. Si morimos en esta ignorancia, sin duda estaremos un poco desconcertados cuando lleguemos al cielo y nos encontremos allí con un infame pecador. Después de ser fieles nosotros, podríamos preguntar airadamente: “¿Cómo entró aquí este, dada la manera como vivió su vida?” Por el contrario, si hemos entendido la gracia y lo que contribuye a la verdadera felicidad, sentiremos en cambio gratitud y satisfacción al ver a ese infame pecador, y diremos: “¡Dios mío, me alegro de que lo consiguiera! Me tenía preocupado”.

El pecado es su propio castigo, y la virtud es su propia recompensa. Al final del día, nada se siente mejor que la virtud, y nada se siente peor que el pecado. A pesar de todo, eso no hace fácil la paz con nuestros instintos naturales; es una verdad que sólo puede ser aprendida viviéndola. Ron Rolheriser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

La terapia de una vida pública. Artículo.

Hace cuarenta años, Philip Rieff escribió un libro titulado El triunfo de lo terapéutico. En esencia, alegaba que hoy, en el mundo occidental, mucha gente necesita terapia psicológica, principalmente porque nuestra estructura de la familia se ha vuelto débil y muchas estructuras de la comunidad se han derrumbado. Asegura que en las sociedades donde aún hay familias fuertes y comunidades fuertes hay mucha menos necesidad de terapia privada; la gente puede resolver más fácilmente sus problemas dentro de la familia y la comunidad. Por el contrario, donde la familia y la comunidad son débiles, generalmente somos dejados a nuestra suerte para tratar nuestros problemas con un terapeuta más bien que con una familia.

Si Rieff está en lo cierto, y yo creo que lo está, se sigue que la respuesta a muchas de las dificultades que nos dirigen al diván de la consulta se hallan tanto, y quizá más, en una participación más plena y más saludable en la vida pública, incluso la vida de la iglesia, que en una terapia privada. Necesitamos, como Parker Palmer sugiere brillantemente, la terapia de una vida pública.

¿Qué se quiere decir con esto? ¿Qué es la terapia de una vida pública?

La vida pública, la vida compartida dentro de una familia y una comunidad, más allá de nuestro yo privado e intimidades privadas, puede ser poderosamente terapéutica porque nos hace salir de nosotros mismos y nos introduce de las vidas de los otros, nos da un cierto ritmo y nos conecta con recursos más allá de la pobreza de nuestras propias vidas.

Participar sanamente en las vidas de otras personas nos puede llevar más allá de nuestras obsesiones privadas. Puede también estabilizarnos. La vida pública tiene generalmente un cierto ritmo y una regularidad que ayuda a calmar el caótico torbellino de la impaciencia, depresión y sensación de vaciedad que tan frecuentemente puede desestabilizar nuestras vidas. La participación en la vida pública nos da claramente cosas definidas que hacer, lugares habituales de parada, eventos regulares de estructura y estabilidad, y un ritmo: ventajas que ningún diván psiquiátrico puede proporcionar. La vida pública nos conecta con recursos que hay más allá de nosotros mismos y a veces son la única cosa que nos puede ayudar.

Mientras realizaba estudios en Bélgica, tuve el privilegio de asistir a las clases de Antoine Vergote, un renombrado doctor en Psicología’ y el alma. Un día le pregunté cómo debería tratar uno las obsesiones emocionales que paralizan, tanto en uno mismo como cuando tratamos de ayudar a los demás.

Su respuesta me sorprendió. En esencia, dijo esto:” La tentación que podrías tener como sacerdote es dar simplistamente este consejo: ‘¡Lleva tus preocupaciones a la capilla! Asócialas a tu oración. Dios te ayudará’. No es que esto esté mal. Dios y la oración pueden ayudar, y ayudan. Pero los problemas obsesivos son principalmente problemas de sobreconcentración, y la sobreconcentración se rompe mayormente al salir de ti mismo, fuera de tu propia mente, de tu propio corazón, de tu propia vida y de tu propio espacio. Así, mi consejo es: involúcrate en cosas públicas, desde entretenimiento hasta política, hasta trabajo. Abandona tu mundo cerrado. ¡Entra con determinación en la vida pública!”

Él siguió, desde luego, calificando esto, de modo que se diferenciase de la simplista tentación de encerrarse en distracciones y trabajo. Su consejo aquí no es que uno deba dejar de hacer el doloroso trabajo interior, sino que la solución de los problemas privados interiores de uno depende también de las relaciones externas, tanto relaciones de intimidad  como de una naturaleza más pública.

He aquí un ejemplo: Durante más de una docena de años, enseñé teología en el Newman Theological College de Edmonton (Canadá). Nuestro campus era pequeño e íntimo, y teníamos una fuerte vida de comunidad. Ocasionalmente, un hombre o una mujer que estaba atravesando por alguna debilidad o inestabilidad emocional se dejaba ver por el campus, sin inscribirse en clases formales, sino simplemente convivía con la comunidad, orando con nosotros, socializando con nosotros y acudiendo a algunas pocas clases. Invariablemente, yo los veía que poco a poco se volvían más estables y fuertes emocionalmente, y encontraban esa nueva fuerza y equilibrio no tanto de lo que aprendían en algunas de las clases cuanto de lo que hacían al participar en la vida fuera de las clases. La terapia de una vida pública es lo que ayudó a curarlos.

Para nosotros como cristianos, esto también significa la terapia de la vida de la iglesia. Nosotros nos volvemos emocionalmente más fuertes, más estables, menos obsesionados y menos esclavos de nuestra propia impaciencia al participar más plena y saludablemente en la vida pública de la iglesia. Los monjes tienen secretos dignos de ser conocidos. Han entendido durante largo tiempo que un programa vivido con regularidad (un ritmo diario, la participación en la comunidad, un mandato que debes presentar y la disciplina de una campana monástica que llama a cada uno a una actividad común, tanto si esto se le acomoda como si no en ese momento) han mantenido a muchos hombres y mujeres cuerdos y estables emocionalmente. La Eucaristía regular, la oración regular con los demás, los encuentros regulares con los otros, las obligaciones regulares y las responsabilidades regulares en una comunidad eclesial no sólo ayudan a nutrirnos espiritualmente, también ayudan a mantenernos cuerdos y estables. La terapia privada puede a veces ser útil, pero la vida eclesial y pública, con sus consistentes ritmos y demandas diarias, más que cualquier otra cosa, puede ayudar a mantenernos en pie de forma estable. Ron Rolheriser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

La dimensión cósmica de la Resurrección. Artículo.

Una vez, un crítico le preguntó a Pierre Teilhard de Chardin: “¿Qué tratas de hacer? ¿Por qué todo este comentario sobre átomos y moléculas cuando estás hablando de Jesús?” Su respuesta: Trato de formular una Cristología suficientemente amplia para incorporar a Cristo, porque Cristo no es únicamente un acontecimiento antropológico, sino un fenómeno cósmico también.

En esencia, lo que dice es que Cristo no vino sólo a salvar a los seres humanos; vino a salvar la tierra también.

Esta visión es particularmente relevante cuando tratamos de entender todo lo que está implicado en la resurrección de Jesús. Jesús fue resucitado de la muerte a la vida.  Un cuerpo es una realidad física; así que, cuando es resucitado como un cuerpo (y no sólo como un alma) hay algo en eso que es más que meramente espiritual y psicológico. Hay algo radicalmente físico en esto. Cuando un cuerpo muerto es resucitado a una vida nueva, los átomos y moléculas están siendo reorganizados. La resurrección consiste en más que algo que cambia en la conciencia humana.

La resurrección es la base para la esperanza humana, con toda seguridad; sin ella, no podríamos esperar ningún futuro que incluyera algo más allá de los muy asfixiantes límites de esta vida. En la resurrección de Jesús un nuevo futuro nos es dado, uno más allá de nuestra vida de aquí. No obstante, la resurrección da también un nuevo futuro a la tierra, nuestro planeta físico. Cristo vino a salvar la tierra, no sólo a las personas que viven en ella. Su  resurrección asegura un nuevo futuro para la tierra como también para sus habitantes.

La tierra, como nosotros, necesita ser salvada. ¿De qué? ¿Para qué?

En una correcta comprensión cristiana de las cosas, la tierra no es sólo una plataforma para los seres humanos, algo con ningún valor en sí mismo, aparte de nosotros. Como la humanidad, es también una obra de arte de Dios, criatura de Dios. Verdaderamente, la tierra física es nuestra madre, la matriz de la cual provenimos todos. Al fin, no estamos al margen del mundo natural, más bien somos esa parte del mundo natural que ha venido a ser consciente de sí misma. Nosotros no quedamos al margen de la tierra, y ella no existe simplemente para beneficio nuestro, como un escenario para el actor, que abandona una vez que la obra ha acabado. La creación física tiene valor en sí misma, independientemente de nosotros. Nosotros necesitamos reconocer eso, y no sólo practicar una mejor ética ecológica para que la tierra pueda continuar proporcionando aire, agua y comida a las futuras generaciones de los seres humanos. Necesitamos reconocer el valor intrínseco de la tierra. Es también obra de arte de Dios, es nuestra madre biológica y está destinada a compartir la eternidad con nosotros.

Además, como nosotros, está sujeta a decadencia. Es también limitada por el tiempo, mortal y agonizante. Fuera de una intervención desde el exterior, no tiene ningún futuro. La ciencia ha enseñado por largo tiempo la ley de la entropía. Dicho simplemente, esa ley establece que la energía de nuestro universo se está agotando, el sol se está consumiendo. Los años que nuestra tierra tiene por delante, como nuestros propios días, están calculados, contados, finitos. Eso tardará millones de años, pero la finitud es la finitud. La tierra tendrá un fin, según sabemos, exactamente como habrá un fin para cada uno de nosotros, así como vivimos ahora. Fuera de alguna recreación desde el exterior, tanto la tierra como los humanos que vivimos en ella no tenemos ningún futuro.

San Pablo enseña esto explícitamente en la Carta a los Romanos, donde nos dice que la creación, el cosmos físico, está sujeto a la vanidad, y está gimiendo y suspirando por verse libre para gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. San Pablo nos asegura que la tierra gozará del mismo futuro que los seres humanos, resurrección, transformación más allá de nuestra presente imaginación, un futuro eterno.

¿Cómo será transformada la tierra? Será transformada del mismo modo que nosotros, a través de la resurrección. La resurrección introduce en nuestro mundo, espiritual y físicamente, un nuevo poder, un nuevo orden de cosas, una nueva esperanza, algo tan radical (y físico) que sólo puede ser comparado con lo que sucedió en la creación inicial cuando los átomos y las moléculas de este universo fueron creados de la nada por Dios. En esa creación inicial, la naturaleza fue formada, y su realidad y leyes modelaron todo desde entonces hasta la resurrección de Jesús.

Sin embargo, en la resurrección sucedió algo nuevo, que tocó cada aspecto del universo, desde el alma y la psique dentro de cada hombre y mujer hasta el núcleo interior de cada átomo y molécula. No es algo casual que el mundo mida el tiempo por ese suceso. Estamos en el año 2021 desde que sucedió esa radical recreación.

La resurrección no fue únicamente espiritual. En ella, los átomos físicos del universo fueron vueltos a poner en orden. Teilhard estaba en lo cierto. Necesitamos una visión suficientemente amplia para incorporar la dimensión cósmica de Cristo. La resurrección incumbe a las personas y al planeta. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano, cmf) - 

Reconcíliate con Dios y abre tu corazón a la alegría del Padre.

 

Calendario de Cuaresma.

Testimonio de donativos parroquiales para Ucrania.

Los días 29 y 30 de marzo de 2022, junto con el Ecónomo Provincial, Hno. Tadeusz Lihs, CMF, y el Secretario Provincial, P. Łukasz Przybyło, CMF, fuimos a Ucrania...
 (Llevamos) 700 kg de azúcar, grañones, arroz, conservas, dulces; medicamentos, desinfectantes, vendas, linternas, baterías, colchones, mantas… (espero no haber olvidado nada), ¡y en total había casi 2 toneladas de todo!...
Nos dimos cuenta de que los nombres de las ciudades y los postes indicadores estaban oscurecidos para dificultar la localización de posibles "huéspedes" de Rusia. Aparte de esto, la paz y la tranquilidad, la vida fluye perezosamente en los pueblos y ciudades que pasamos mientras conducimos...

Aunque estuvimos en Ucrania menos de 24 horas y no vimos la verdadera guerra desde el frente, mucha gente a la que le contamos este viaje nos ve como una especie de héroes, cosa que no somos. Los héroes son los que se quedaron allí, luchando contra los invasores rusos. Los héroes son el personal médico, las innumerables monjas y sacerdotes, y la gente normal que arriesga su vida para llevar productos esenciales a las zonas de combate.

Los héroes son los que sacan a las mujeres y a los niños de las ciudades bombardeadas, a menudo arriesgando y perdiendo la vida, porque los rusos también disparan a los civiles, por ejemplo a los que hacen cola para comprar pan. Estas son las historias que nos cuentan los conductores; también las conocemos por los telediarios. Estas son las historias contadas por las hermanas y claretianos que se encuentran cada día con los testigos de esta tragedia. 
 
Muchas gracias a todos los que han hecho posible que vayamos, es decir, a todos los donantes de la CMF y a los laicos. Queremos dar las gracias a todos los voluntarios que, a pesar de sus obligaciones diarias, dedicaron su tiempo libre a comprar, clasificar y empaquetar todos los productos que llevamos a Ucrania. Por último, agradecemos a los que están al principio, en primera línea: las Hermanas, nuestros hermanos y todos los funcionarios de las ciudades de Boryslav y Truskavets que coordinan tan eficazmente las actividades. 

Es bueno ver y saber cuanta bondad sale de vuestros corazones. Gracias a Dios por todos vosotros. 
P. Piotr Bęza, CMF, Provincial de Polonia.