Mayo. Mes de María. Una imagen de la Virgen María para cada día del mes de mayo y un pensamiento.

Cada día del mes de mayo publicaremos una imagen y un pensamiento sobre la Virgen María

Flores del mes mayo

(Una flor, una imagen de María y una oración para cada día)

Origen del Mes de Mayo o de las flores

REFLEXIONES PARA CADA DÍA DEL MES DE MARÍA

Las deficiencias de un inmigrante digital

La información tecnológica y los medios sociales no son mi lengua materna. Yo soy un inmigrante digital. No nací en el mundo de la tecnología de la información sino que inmigré a ella, poco a poco. Primeramente viví en territorios extranjeros.
Cumplí nueve años antes de vivir con electricidad. La había visto antes; pero ni nuestra casa, ni nuestra escuela, ni nuestros vecinos tenían electricidad. La electricidad, cuando la vi por primera vez, fue una gran revelación. Y aun cuando crecí con la radio, tenía catorce años para cuando mi familia se hizo con su primer aparato de televisión. Repito, esto fue una revelación… y maná para mi hambre adolescente de  conectar con un mundo más amplio. La electricidad y la televisión vinieron a ser rápidamente una lengua materna, un encendido en el que nuestra casa y otras introdujeron el gran mundo. Pero el teléfono aún fue extraño. Yo tenía diecisiete años cuando me marché de casa, y nuestra familia nunca había tenido teléfono.
El teléfono no fue suficiente para adiestrarme, pero necesitaría un buen número de años hasta que dominara el audaz nuevo mundo de la tecnología de la información: Ordenadores, internet, páginas web, teléfonos móviles, teléfonos inteligentes, televisión y acceso a películas a través de internet, nube, medios sociales, asistentes virtuales y el mundo de miles de aplicaciones. ¡Ha resultado un viaje! Tenía treinta y ocho años para cuando usé VCR por primera vez, cuarenta y dos antes de  disponer de un ordenador, cincuenta antes de acceder por primera vez a la web y usar el correo electrónico, cincuenta y ocho cuando poseí mi primer teléfono móvil, la misma edad cuando configuré por primera vez una página web, sesenta y dos antes de mandar un texto, y sesenta y cinco antes de conectar a Facebook. Siendo el correo electrónico, el envío de textos y Facebook todo lo que sé manejar, aún no tengo ni Instagram ni Twiter. Soy la única persona en mi cercana comunidad religiosa que todavía reza el  oficio de la iglesia por un libro y no desde un aparato móvil.
Yo digo que el papel tiene alma, mientras que los aparatos digitales no. Las respuestas que recibo no simpatizan particularmente conmigo. Pero es por razones de alma por lo que yo prefiero tener un libro en mi mano más que un aparato encendido. No estoy en contra de la tecnología de la información; más bien resulta que no soy muy bueno en eso. Lucho con el lenguaje. Es duro adiestrarse en un nuevo lenguaje siendo ya adulto, y yo envidio a los jóvenes que saben hablar bien este lenguaje.
¿Qué hay que decir sobre la revolución en la tecnología de la información? ¿Es buena o mala?
Obviamente, tiene muchas cosas positivas: Nos está haciendo la gente más informada del mundo en toda la historia. La información es poder, y el internet y los medios sociales han nivelado el campo de juego en términos de acceso a la información; esto está sirviendo bien al desarrollo de las naciones en el mundo. Además está creando una población global por el mundo entero. Ahora sabemos todo de nuestros vecinos, no sólo los que viven cerca. Somos la gente mejor informada y mejor conectada de siempre.
Pero todo esto tiene también una parte peyorativa fácilmente criticable: Nos hablamos unos a otros menos de lo que nos comunicamos entre sí. Tenemos muchos amigos virtuales, pero no siempre muchos amigos reales. Miramos la naturaleza en una pantalla más de lo que alguna vez la tocamos físicamente. Pasamos más tiempo mirando al aparato que tenemos en nuestras manos que lo que de hecho atendemos a otros cara a cara. Paseo por un aeropuerto o bien por cualquier otro lugar y veo que la mayoría de la gente está pendiente de su teléfono. ¿Es eso bueno? ¿Fomenta la amistad y comunidad, o es su sustituto? Es demasiado pronto para responder. Las primeras generaciones que vivieron en la revolución industrial no tuvieron forma de saber qué efectos de esta serían de largo alcance. La revolución tecnológica -creo yo- es exactamente tan radical como la revolución industrial, y nosotros somos su generación inicial. En este momento no tenemos forma de saber a dónde nos llevará por fin todo esto, para bien o para mal.
Pero una cosa negativa que ya parece evidente es que la revolución en la tecnología de la información por la que estamos pasando está destruyendo los pocos restos que quedan y que aún retenemos como conservar el “Sabbath” en nuestras vidas. Rumi, el místico del siglo XIII, se lamentaba una vez: He vivido demasiado tiempo donde puedo ser contactado. Hoy, eso es infinitamente más cierto de nosotros de lo que fue para los que vivieron en el siglo XIII. Gracias a los aparatos electrónicos que llevamos con nosotros, podemos ser contactados en todo tiempo; y, demasiado a menudo, nos dejamos ser contactados más que nunca. El resultado es que ahora ya no tenemos tiempo aparte de lo que regularmente hacemos. Nuestros tiempos de familia, nuestros ratos de esparcimiento, nuestros periodos de vacación e incluso nuestros tiempos de oración están constantemente rendidos al tiempo normal por nuestro “ser conectados”.               
Mi miedo es que mientras vamos a ser la gente más informada de todos los tiempos, podemos muy bien acabar siendo la gente menos contemplativa  de siempre.
Pero yo soy un forastero en esto, un inmigrante digital. Necesito someterme a los juicios de los que hablan este lenguaje como su lengua materna.

ENTREGA DEL CREDO de los padres a los niños que este año hacen su Primera Comunión.

Que la fe se siga "pasando" de padres a hijos. 
¡Qué bonito y significativo ver así a los padres con sus hijos!

La parroquia celebró este domingo 22 de abril, la ENTREGA DEL CREDO de los padres a los niños que este año hacen su Primera Comunión.

 







La indignación moral

La indignación moral es la antítesis de la moralidad. No obstante, en nuestro mundo hoy está presente y racionalizada en todas partes en nombre de Dios y la verdad.
Vivimos en un mundo inundado de indignación moral. Dondequiera, individuos y grupos se encuentran indignados y afrentados moralmente, a veces con violencia, al oponerse a individuos, grupos, ideologías, posiciones morales, eclesiologías, interpretaciones de la religión, interpretaciones de la escritura y semejantes. Vemos esto por todos sitios: cadenas de televisión indignadas por cobertura de noticias de otras cadenas, grupos eclesiales demonizándose amargamente entre sí, grupos en favor de la vida y grupos en favor del aborto gritándose airadamente unos a otros, y políticos paralizados en sus más altos niveles, mientras los diferentes partidos se sienten tan indignados moralmente que son reacios a contemplar cualquier acomodación a lo que les opone.
Y siempre, por ambas partes, existe la justa apelación a la moralidad y a la autoridad divina (explícita o implícita) de un modo que, en esencia, dice: Tengo derecho a demonizarte y a cerrar mis oídos a todo lo que tienes que decir, porque eres injusto e inmoral; y yo, en el nombre de Dios y de la verdad, te estoy resistiendo. Además, tu inmoralidad me da el legítimo derecho a juntar lo esencial del respeto humano y tratarte como a un paria para ser eliminado, en el nombre de Dios y de la verdad.
Y esta clase de actitud no sólo contribuye a airadas divisiones, amargas polarizaciones y el profundo recelo con el que vivimos hoy en nuestra sociedad; es también lo que produce terroristas, matanzas masivas y el más perverso fanatismo y racismo. Eso produjo a Hitler, alguien que fue capaz de sacar provecho tan poderosamente de la indignación moral que pudo inducir a millones de personas a predisponerse contra lo mejor de sí mismos.
Pero la indignación moral, por mucho que se intente justificar en algunos altos principios fundamentales, religión, moralidad, patriotismo, daño histórico o injusticia personal, permanece siempre contrario a la genuina moralidad y la genuina práctica religiosa. ¿Por qué? Porque la genuina moralidad y la práctica religiosa siempre están caracterizadas por lo opuesto a lo que se ve en la indignación moral. La genuina moralidad y la genuina práctica religiosa están siempre marcadas por la empatía, comprensión, paciencia, tolerancia, perdón, respeto, caridad y bondad: todas ellas, claramente ausentes de toda expresión virtual de la indignación moral que vemos hoy.
Al tratar de estimularnos a una genuina moralidad y religiosidad, Jesús dice esto: Si vuestra virtud no va más allá que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. ¿En qué consistía la virtud de los escribas y fariseos? Superficialmente, la suya era una virtud muy alta. Ser un buen escriba o fariseo significaba cumplir los Diez Mandamientos, ser fiel a las prácticas religiosas prescritas entonces y ser siempre una persona justa y honrada en su conducta con otros. Así pues, ¿qué le falta a eso?
Lo que no tenían en cuenta es que todas estas cosas (cumplir los mandamientos, la fiel observancia religiosa y ser honrado con otros) se pueden hacer con un corazón amargo, acusador y duro tan fácilmente (y quizás incluso más) que con un corazón cercano, empático y comprensivo. Cumplir los mandamientos, ir a la iglesia y ser una persona justa puede hacerse (como resulta demasiado claro a veces) sin indignación moral. Parafraseando a Jesús: Cualquiera es capaz de ser amable con aquellos que son amables con él. Cualquiera es capaz amar a aquellos que lo aman. Y cualquiera es capaz de ser bueno con aquellos que le hacen bien… pero ¿eres capaz de ser amable con aquellos que son ásperos contigo? ¿Eres cariñoso con los que te odian? ¿Y eres capaz de perdonar a los que te matan? Esa es la prueba de fuego para la moral cristiana y la práctica religiosa; y en el interior de nadie que pase esta prueba encontrarás aún la clase de indignación moral donde creemos que Dios y la verdad están pidiéndonos demonizar a aquellos que nos odian, nos hacen mal o tratan de matarnos.
Además, lo que hacemos en la indignidad moral es negar que nosotros mismos somos cómplices en las mismas cosas que demonizamos y vertimos nuestro odio. Según vemos las noticias del mundo todos días y observamos la ira, amargas divisiones, violencia, injusticias, intolerancia y guerras que caracterizan a nuestro mundo, un profundo, honrado y valiente escrutinio nos debería hacer conscientes  de que no podemos separarnos totalmente de esas cosas. Vivimos en un mundo de injusticia duradera y presente, de cada vez más amplia desigualdad económica, de endémico racismo y sexismo, de incontables personas viviendo como víctimas del pillaje y la rapiña en la historia, de millones de refugiados sin lugar a donde ir y en una sociedad donde diferentes pueblos están marcados a fuego y desterrados como “perdedores” y “enfermos mentales”. ¿Estaremos sorprendidos de que nuestra sociedad produzca terroristas? Aunque podríamos sentirnos personalmente sinceros e inocentes, la manera como estamos viviendo ayuda a crear la base de la generación de asesinos en masa, terroristas, abortistas e intimidadores de patio de colegio. No somos tan inocentes como pensamos ser.
Nuestra indignación moral no es un indicador de que estamos del lado de Dios y la verdad. Más a menudo que no, sugiere lo contrario. 

Francisco consuela a un niño que preguntó si su padre, que era ateo, está ahora en el Cielo

Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome, aunque yo me resista.


Sigue curvado sobre mí, Señor, remodelándome,
aunque yo me resista. 
¡Qué atrevido pensar que tengo yo mi llave! 
¡Si no sé de mí mismo! 
Si nadie, como Tú, puede decirme lo que llevo en mi dentro.
Ni nadie hacer que vuelva de mis caminos
que no son como los tuyos.
Sigue curvado sobre mí tallándome
aunque, a veces, de dolor te grite.
Soy pura debilidad, ?Tú bien lo sabes?,
tanta, que, a ratos, hasta me duelen tus caricias. 
Lábrame los ojos y las manos,
la mente y la memoria, y el corazón, ?que es mi sagrado?,
al que no Te dejo entrar cuando me llamas. 
Entra, Señor, sin llamar, sin mi permiso.
Tú tienes otra llave, además de la mía,
que en mi día primero Tú me diste, 
y que empleo, pueril, para cerrarme.
Que sienta sobre mí tu ‘conversión’ y se encienda la mía
del fuego de la Tuya, que arde siempre, allá en mi dentro.
Y empiece a ser hermano, a ser humano, a ser persona.
(Ignacio Iglesias, SJ) Fuente:Rezando Voy (domingo tercero de Pascua)

Yo soy el buen Pastor.


Domingo 4º de Pascua



Gracias a:


Rezando Voy

LA PALABRA SE HIZO CARNE Y LUEGO SE HIZO PAN Y AHORA SE HACE IGLESIA

Las lecturas de hoy... me han dado de sí para dos homilías distintas. Como en días anteriores me he detenido en los Hechos de los Apóstoles, he preferido quedarme con la segunda: el Evangelio.
     Dicen los especialistas que San Juan ha reservado el uso de la palabra «carne» para referirse exclusivamente a la encarnación (la Palabra de Dios se hizo carne) y a la Eucaristía. Ambas se iluminan mutuamente. Si la Palabra de Dios se hizo carne, quiere decirse que donde Dios habla ahora es en la persona de Jesús (él es la Palabra de Dios), a él hay que escuchar, porque las antiguas Diez Palabras/mandamientos ahora son una sola: Cristo. Y los mandamientos solo uno: Amaos como yo.
 • Y si las Diez Palabras/Mandamientos dieron origen al Pueblo de Dios, esta Palabra que es Cristo es el origen de un Nuevo Pueblo.
 Si la Palabra de Dios se hizo carne/hombre, quiere decirse que a Dios ahora lo encontramos en los hombres, en todo hombre y también en mí.
 Si la Palabra de Dios se hizo carne, quiere decir que Dios se ha metido de lleno en nuestra historia para hacerla suya, para que le encontremos en los acontecimientos que vivimos, en el cada día.
 Quiere decir también que Dios ha asumido nuestra debilidad para elevarla, ahora es una «carne» divinizada, habitada por el Espíritu, consagrada.
 Si la Palabra de Dios (la que hizo la creación en 7 días, la que hizo la vida) se ha hecho carne, en Cristo comienza una nueva creación, una nueva vida, un nuevo nacimiento: nacemos de lo Alto, de Dios: y por eso somos Hijos y herederos con Cristo... Y más... No pretendo agotarlo en unas pocas líneas.

♦ Y «comer su carne» significa aceptar, asumir, formar parte de todas estas cosas que acabamos de apuntar.
♦ Significa también que nos vamos transformando en Cristo, en Cuerpo y Carne suya («ya no soy yo el que vive, sino Cristo que vive en mí»).
♦ Significa que aceptamos ser también nosotros pan que se entrega para que otros se alimenten. Haced «esto» en memoria mía.
♦ Significa que aceptamos la entrega y el sacrificio (=sangre) por amor como estilo de vida.
♦ Significa que estamos «en proceso» de Resurrección por estar unidos a él.
♦ Y significa que, si nosotros somos el Cuerpo de Cristo (y él nuestra cabeza), la Palabra y la carne de Cristo se hacen Iglesia/comunidad fraterna, de modo que también a los hermanos los «comulgamos» cuando recibimos su Cuerpo, quedando unidos (= en comunión) entre nosotros. Y me permito subrayar esto último, porque encuentro a no pocos hermanos que convierten la comunión en un «tú a tú» con Jesús... sin «miembros», sin que importe la comunidad, sin integrarse, sin construirla, sin vivirla.
¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?, se preguntaban aquellos judíos que no entendían nada. Nosotros ya sabemos la respuesta, aunque a menudo nos cuesta hacerla vida.
   Lo que no vale es lo que algunos afirman con tanta seguridad (la ignorancia es muy atrevida): que «para ser cristiano no hace falta la Eucaristía(=ir a misa)». Porque el deseo y la intención de Jesús es que su Palabra y su carne/cuerpo son el camino para ser uno con él, para ser realmente discípulos, para sellar con él la alianza nueva y eterna y ser su nuevo Pueblo/comunidad, para tener Vida en nosotros, para que seamos uno y el mundo crea...
Todo esto hay que irlo «masticando» muy despacio, porque «tiene mucha miga». Comentario al Evangelio de hoy viernes, 20 de abril de 2018. Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf 

Campamentos de verano, organizados por la parroquia.

El Padre Sotillo, desde la parroquia del Corazón de María de Oviedo, organiza diversos turnos de campamentos de verano en Doney de la Requejada, en la Alta Sanabria, cerca de el Lago de Sanabria, Zamora. 
Según se puede leer en los documentos adjuntos, pueden ir niños desde 3º de primaria hasta jóvenes de 2º bachillerato.
El campamento consta de una zona de acampada, donde se levantan las tiendas de lona, con rejillas de madera y colchonetas, que es donde duermen los niños, y de un amplio albergue para zona de comedor-usos múltiples, baños-duchas de chicos y chicas, etc.
También se dispone en el entorno de albergue de amplias zonas cimentadas para juegos y actividades. 
Se encuentra ubicado al lado del río Negro, para darse algunos chapuzones. Todo el entorno es precioso: montañas, bosques, valles, etc.
Para informase e inscribirse desde Asturias: Padre. Sotillo, Plaza. de América, nº 12, parroquia del Corazón de María, tfnos. 985230496 y 661173472


GRUPO MISONERO DEL "CORAZÓN DE MARÍA" APOYA A PROCLADE


Nuestra parroquia está coordinada por los Misioneros Claretianos. Entre los diversos grupos que hay en  ella se encuentra el Grupo Misionero.  Una de las  actividades  que promueven es el Rastillo anual en el mes de diciembre. Colaboran con la ONG, PROCLADE (Promoción  CLAretiana de  DEsarrollo. Lo recaudado este curso, en el Rastillo Misionero, con otras aportaciones particulares y del mismo grupo han hecho realidad el sueño de  los jóvenes de la Parroquia San Ignacio, que animan los Misioneros Claretianos, perteneciente a la Diócesis de Kinsata en la República Democrática del Congo. El presente video presenta la actividad misionera subvencionada. Siempre será verdad el dicho de San Agustín: El que canta ora dos veces.

Razones para creer en Dios

Hoy la creencia en Dios es vista como una ingenuidad. Para muchos, creer en Dios es como creer en Papá Noel y en el Conejo de Pascua: algo bonito, para los niños, una cálida nostalgia o un recuerdo amargo, pero no algo  que sea real, que resista un duro escrutinio y las sombrías  dudas que a veces permanecen bajo la superficie de nuestra fe. ¿Dónde hay evidencia de que Dios existe?
Una verdadera apologética -creo yo- necesita el detalle de ser personal. Así pues, aquí están mis propias razones por las que yo sigo creyendo en Dios a pesar del agnosticismo de nuestro mundo demasiado adulto y a pesar de las noches oscuras que a veces me acosan.
Primera: Creo en Dios porque siento, al más profundo nivel de mi ser, que hay una inalienable estructura moral para las cosas. La vida, el amor y la mente están moralmente perfilados. Hay una inalienable “ley de karma” que se experimenta en todas partes y en todas cosas: la buena conducta es su propia felicidad, como también la mala conducta es su propio pesar. Las diferentes religiones las expresan diferentemente, pero el concepto está en el corazón de toda religión y es en esencia la verdadera definición de moralidad: La medida con que midáis será la medida con que os midan. Esa es la versión de Jesús sobre ello, y puede ser traducido así: El aire que espires es el aire que re-aspirarás. Dicho simplemente: Si talamos demasiados árboles, pronto estaremos aspirando monóxido de carbono. Si expresamos amor, encontraremos amor. Si expresamos odio e ira, bien pronto nos encontraremos rodeados de odio e ira. La realidad está tan estructurada que la bondad acarrea bondad, y el pecado acarrea pecado.
Creo en Dios porque el ciego caos no pudo haber diseñado cosas así, ser innatamente morales. Sólo una Bondad inteligente pudo haber construido la realidad de esta manera.
Mi siguiente razón para creer en Dios es la existencia del alma, la inteligencia, el amor, el altruismo y el arte. Estos no pudieron haber emergido simplemente del ciego caos, de miles de millones y miles de millones de cósmicos chips de bingo saliendo de la nada sin la menor amorosa fuerza inteligente tras ellos, agitándose sin fin durante miles de millones de años. El caos del azar, vacío de toda inteligencia y amor desde sus orígenes, no pudo haber producido al fin el alma y todo lo que de ella es más sublime: la inteligencia, el amor, el altruismo, la espiritualidad y el arte. ¿Pueden nuestros propios corazones y todo lo que es noble y preciado en ellos ser en realidad sólo el resultado de miles de millones de oportunidades casuales en un proceso bruto y torpe?
Creo en Dios porque, si nuestros corazones son reales, entonces también es Dios.
La siguiente: Creo en Dios porque el Evangelio funciona, si lo hacemos funcionar. Lo que Jesús encarnó y enseñó resuena finalmente con lo que es más preciado, más noble y más significativo en la vida y en cada uno de nosotros. Además, esto se verifica en la vida. Cada vez que tengo la fe y el coraje de vivir radicalmente el Evangelio, de tirar los dados sobre su verdad, siempre prueba que es verdad, los panes se multiplican y alimentan a miles, y David vence a Goliat. Pero no funciona si no lo arriesgo. El Evangelio funciona, si lo hacemos funcionar.
Por supuesto, podría surgir aquí la objeción de que muchas personas sinceras y llenas de fe arriesgan sus vidas y verdad en el Evangelio y, según todas apariencias de este mundo, eso no les da resultado. Acaban pobres, como víctimas, en el lado perdedor de las cosas. Pero de nuevo, ese es un  juicio que hacemos desde los modelos de este mundo, desde el Evangelio de la Prosperidad, donde cualquiera tiene los más exitosos triunfos  mundanos. El Evangelio de Jesús socava esto. Cualquiera que lo vive con radicalidad tan fielmente como puede, será bendecido con algo más allá del éxito mundano, esto es, el más profundo gozo de una vida bien vivida, un gozo que Jesús nos asegura ser más profundo, menos efímero y más duradero que cualquier otro gozo.
¡Creo en Dios porque el Evangelio funciona! ¡Como también funciona la oración!
Finalmente, aunque ciertamente no lo menos, creo en Dios por la comunidad de fe que nos retrotrae al comienzo del tiempo, que nos retrotrae a la vida y resurrección de Jesús, y que me bautizó en la fe. A través de toda la historia, virtualmente todas las comunidades humanas han sido también comunidades de fe, de creencia en Dios, de culto, y de ritual sagrado y sacramento.
Creo en Dios por la existencia de las familias de fe y la existencia de la iglesia y los sacramentos.
Escribí mi tesis doctoral sobre las pruebas clásicas de la existencia de Dios, los argumentos en favor de la existencia de Dios tomados de algunos de los grandes intelectuales de la historia: Anselmo, Tomás de Aquino, Descartes, Leibnitz, Espinoza y Alfred North Whitehead. Me extendí a lo largo de cerca de 500 páginas de articulación y evaluación de estas pruebas, y entonces llegué a esta conclusión.
No llego a creer en Dios por el apremiante poder de alguna ecuación matemática ni silogismo lógico. La existencia de Dios nos viene a ser real cuando vivimos una vida honrada y sincera.

Jornada Regional de la Juventud de la Archidiócesis de Oviedo

Cuatrocientos jóvenes se dieron cita en Covadonga para celebrar la Jornada Regional de la Juventud de la Archidiócesis de Oviedo con motivo del Año Jubiliar de la Santina


Padre Damian de Molokai. Misionero de los leprosos

«Fue un ángel en el infierno. Abrasado de amor a Cristo, por quien quiso sufrir y ser despreciado, no dudó en entregar su vida junto a los leprosos de Molokai haciendo de aquél lugar, cuajado de desdichas, un pequeño remanso del cielo»

Ante su vida enmudecen las palabras. Porque este gran apóstol de la caridad, que no abandonó a sus queridos enfermos, murió como ellos dando un testimonio de entrega conmovedor. Vino al mundo en Tremelo, Bélgica, el 3 de enero de 1840. Tenía manifiesta vocación para ser misionero. En las manualidades infantiles incluía de forma predilecta la construcción de casas que recuerdan a las que ocupan los misioneros en la selva. Su hermana y él abandonaron el hogar paterno con el fin de hacerse ermitaños y vivir en oración. Para gozo de sus padres, la aventura terminó al ser descubiertos por unos campesinos.

Cuando tenía edad suficiente para trabajar, ayudó a paliar la maltrecha economía doméstica empleado en tareas de construcción y albañilería. También sabía cultivar las tierras. Era un campesino, y ese noble rasgo se apreciaba en su forma de actuar y de hablar. Tenía por costumbre realizar la visita al Santísimo y un día, mientras se hallaba en su parroquia, escuchó el sermón de un redentorista que decía: «Los goces de este mundo pasan pronto... Lo que se sufre por Dios permanece para siempre... El alma que se eleva a Dios arrastra en pos de sí a otras almas... Morir por Dios es vivir verdaderamente y hacer vivir a los demás». En 1859 ingresó en la Congregación de Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María de Lovaina.

Admiraba a san Francisco Javier y le pedía: «Por favor, alcánzame de Dios la gracia de ser un misionero como tú». La ocasión llegó al enfermar su hermano, el padre Pánfilo, religioso de la misma Orden, que estaba destinado a Hawai. Él iba a sustituirlo. A renglón seguido aquél sanó, favor que el santo agradeció a María en el santuario de Scherpenheuvel (Monteagudo). Ese día se despidió de sus padres a los que no volvería a ver. Inició el viaje en 1863. Fue una travesía complicada. Tuvo que hacer de improvisado enfermero asistiendo a los que se indisponían. Entre todos los pasajeros se fijó especialmente en el capitán del barco. Éste reconoció que nunca se había confesado, asegurando que con él habría estado dispuesto a hacerlo. Damián no pudo atenderle porque no era sacerdote, pero años después lo haría en una situación dramática inolvidable.

Fue ordenado en Honolulu. Después, enviado a una pequeña isla de Hawai, su primera morada fue una modesta palmera. Allí construyó una humilde capilla que fue un remanso del cielo. Convirtió a casi todos los protestantes. Comenzó a asistir a los enfermos; les llevaba medicinas y consiguió devolver la salud a muchos. En esa primera misión advirtió la presencia de la lepra, una enfermedad considerada maldita, una de cuyas consecuencias era el destierro. Los enfermos del lugar eran deportados a Molokai donde permanecían completamente abandonados a su suerte. Sus vidas, mientras duraban, también iban carcomiéndose en medio de la podredumbre de las miserias y pecados. Enterado Damián de la existencia de ese gulag en el que yacían desasistidas tantas criaturas, rogó a su obispo monseñor Maigret que le autorizase a convivir con ellos. El prelado, aún estremecido por la petición, se lo permitió. Damián no era un irresponsable. Sabía de sobra a lo que se enfrentaba, y dejó clara la intención que le guiaba: «Sé que voy a un perpetuo destierro, y que tarde o temprano me contagiaré de la lepra. Pero ningún sacrificio es demasiado grande si se hace por Cristo».

Llegó a Molokai en 1873. Le recibió un enjambre de rostros mutilados. El lugar, calificado como un «verdadero infierno», estaba maniatado por desórdenes y vicios diversos, droga para asfixia de su desesperación. Le acogieron con alegría. Con él un rayo de esperanza atravesó de parte a parte la isla. No hubo nada que pudiera hacer, y que dejara al arbitrio. Lo tenía pensado todo. Puso en marcha diversas actividades laborales y lúdicas. Incluso creó una banda de música. Con su presencia desaparecieron los enfermos abandonados. A todos los atendía con paciencia y cariño; les enseñaba reglas de higiene y consiguió que, dentro de todo, fuese un lugar habitable. A la par enviaba cartas pidiendo ayuda económica, que iba llegando junto con alimentos y medicinas. Era sepulturero, carpintero de los ataúdes y fabricante de las cruces que recordaban a los fallecidos. Además, hacía frente a los temporales reconstruyendo las cabañas destruidas. El trato con los enfermos era tan natural que les saludaba dándoles la mano, comía en sus recipientes y fumaba en la pipa que le tendían. Iba llevando a todos a Dios.

Las autoridades le prohibieron salir de la isla y tratar con los pasajeros de los barcos para evitar un contagio. Llevaba años sin confesarse y lo hizo en una lancha manifestando sus faltas a voz en grito al sacerdote que viajaba en el barco contenedor de las provisiones para los leprosos. Fue la única y la última confesión que hizo desde la isla. Un día se percató de que no tenía sensibilidad en los pies. Era el signo de que había contraído la lepra. Escribió al obispo:«Pronto estaré completamente desfigurado. No tengo ninguna duda sobre la naturaleza de mi enfermedad. Estoy sereno y feliz en medio de mi gente». Extrajo su fuerza de la oración y la Eucaristía: «Si yo no encontrase a Jesús en la Eucaristía, mi vida sería insoportable». Ante el crucifijo, rogó: «Señor. por amor a Ti y por la salvación de estos hijos tuyos, acepté esta terrible realidad. La enfermedad me irá carcomiendo el cuerpo, pero me alegra el pensar que cada día en que me encuentre más enfermo en la tierra, estaré más cerca de Ti para el cielo».

Cuando la enfermedad se había extendido prácticamente por todo su cuerpo, llegó un barco al frente del cual iba el capitán que lo condujo a Hawai. Quería confesarse con él. Al final de su vida fue calumniado y criticado por cercanos y lejanos. Él decía: «¡Señor, sufrir aún más por vuestro amor y ser aún más despreciado!». Murió el 15 de abril de 1889. Dejaba a sus enfermos en manos de Marianne Cope. Juan Pablo II lo beatificó el 4 de junio de 1995. Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.

Así estaba escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día


Domingo 3º de Pascua



Gracias a:


Rezando Voy

EL RATÓN Y LA RATONERA. Simpático cuento sobre la solidaridad.

Un raton vagabundo llegó a una casa mirando por un agujero de la pared y vio a un hombre entregando un paquete a una mujer.
Rápidamente pensó: "¿qué tipo de comida podra haber allí?
Y se imaginó un sabroso queso. Se le hacía agua la boca de pensar que sería de sus preferidos. Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una ratonera. Entonces, se fue al patio de la casa a advertir a todos:
"¡ Hay una ratonera en la casa, una ratonera! "
La gallina que estaba buscando sus lombrices en la tierra, cacareó y le dijo:
"¡ Discúlpeme, Sr. ratón: entiendo que sea un gran problema para usted, pero a mí no me perjudica en nada, ni me molesta! "
Y el ratón se entristeció.
El ratón siguió corriendo buscando ayuda, y llegó hasta el cordero y le dijo. "¡ hay una ratonera en la casa!"
"¡ Discúlpeme, Sr. ratón, pero no veo nada que pueda hacer, pues yo como pasto. ¡Quédese tranquilo! !Usted está en mis oraciones!"
El ratón se fue hasta donde estaban las vacas y le dijeron: ¿ Qué nos dice, Sr. ratón? ¿Una ratonera? ¿estamos en peligro por casualidad nosotras ? ¡ Creo que no !
Entonces el ratón se volvió a la casa, cabizbajo y abatido, para encarar solo la ratonera.
Aquella misma noche se escuchó un ruido como el de una ratonera agarrando su víctima. La mujer del estanciero corrió a ver qué había en la ratonera. Pero, en la obscuridad, no vio que la trampa había agarrado la cola de una víbora venenosa. La víbora la mordió.
El hombre la llevó corriendo al hospital. La mujer fue atendida, pero después volvió a casa con fiebre. Nada mejor que un buen caldo de gallina. El hombre entonces tomó el cuchillo y fue a buscar al principal ingrediente: la gallina.
Como la enfermedad de la mujer continuaba, amigos y vecinos vinieron a verla. Para alimentarlos, hubo que matar al cordero.
Pero la mujer no resistió, y acabó falleciendo. Muchas personas vinieron al funeral. El pobre hombre, muy triste y agradecido por la solidaridad, resolvió matar a las vacas para darle de comer a todos.
La próxima vez que oigas decir que alguien está enfrentando un problema, y creas que a ti no te afecta, piénsalo dos veces. En todas las casas pueden necesitar una ratonera ¡y todos los integrantes corren peligro! "Ayuda a tu prójimo"
¿Se dieron cuenta quien se salvó?
Moraleja: En una comunidad, como en un grupo de amigos y en la propia familia, cuando un integrante tiene un problema, este problema  es de todos y juntos deben resolverlo o ver en qué pueden ayudar para aligerar la carga del problema. Fuente

Cuando el tiempo se para

La teoría de la relatividad nos dice que el espacio y el tiempo no son lo que parecen ser. Son relativos, lo que significa que no siempre funcionan del mismo modo ni los experimentamos de igual manera. El tiempo se puede parar.
¿Sí? A este lado de la eternidad, parecería que no. Desde que el universo empezó con una enorme explosión hace unos 13.8 mil millones de años, el reloj ha estado corriendo sin parar, como un despiadado contador, moviéndose inexorablemente hacia adelante.
Sin embargo, nuestra fe sugiere que el tiempo será diferente en la eternidad, tan diferente de hecho que ahora no podemos ni imaginar cómo será en el cielo. Como nos dice san Pablo en la carta a los colosenses: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede entender las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman. ¿Cómo se experimentará el tiempo en el cielo? Como acabamos de afirmar, eso no se puede imaginar ahora.
¿O sí? En un admirable libro nuevo sobre la Resurrección y la Vida Eterna, Is This All There Is? (¿Es esto todo lo que hay?), el renombrado erudito escriturista Gerhard Lohfink sugiere que podemos experimentar el tiempo, y a veces experimentamos, como se experimentará en la eternidad. Para Lohfink, experimentamos esto siempre que estamos en adoración.
Para él, la forma más alta de oración es la adoración. Pero ¿qué significa “adorar” a Dios y por qué es esa la forma más alta de oración? Lohfink responde: “En la adoración no buscamos nada más de Dios. Cuando me lamento ante Dios, es normalmente mi propio sufrimiento el punto de partida. También cuando hago una petición, la ocasión es frecuentemente mi propio problema. Necesito algo de Dios. E incluso cuando doy gracias a Dios, por desgracia estoy normalmente agradecido por algo que he recibido. Pero cuando adoro, me dejo ir de mí y miro sólo a Dios”.
Se da por hecho que el lamento, la petición y la acción de gracias son altas formas de oración. Una antigua, clásica y muy buena definición de oración describe a esta como “levantar la mente y el corazón a Dios”, y lo que virtualmente hay en nuestros corazones todas las veces es alguna forma de  lamento, petición o acción de gracias. Además, Jesús nos invita a pedir a Dios cualquier cosa que haya en nuestro corazón en un momento dado: “Pedid y recibiréis”. Lamento, petición y acción de gracias son buenas formas de oración; pero, al rezarlas, estamos siempre enfocándonos de alguna manera a nosotros mismos, nuestras necesidades y nuestras alegrías.
En cambio en la adoración, miramos a Dios o algún atributo de Dios (belleza, bondad, verdad o unidad) tan fuertemente que todo lo demás se deja caer. Nos situamos en pura sorpresa, pura admiración, temor extático, enteramente despojados de nuestros pesares, dolores de cabeza y enfoques idiosincrásicos. La persona de Dios, la belleza, la bondad y la verdad nos abruman como para apartar nuestras mentes de nosotros mismos y dejarnos situar fuera de nosotros.
Y estar libres de nosotros mismos es la verdadera definición de éxtasis (del griego EK STASIS, estar fuera de uno mismo). De esta suerte, estar en adoración es estar en éxtasis, aunque se reconoce que no es así como generalmente nos imaginamos el éxtasis hoy día. Para nosotros, el éxtasis es imaginado comúnmente como un temblor de tierra dentro de nosotros, idiosincrasia en su expresión máxima. Pero el verdadero éxtasis es lo opuesto. Es adoración.
Además, para Lohfink, no sólo la adoración es la única forma verdadera de éxtasis; es también una manera de estar en el cielo ya ahora y de experimentar el tiempo como será en el cielo. Así es como lo explica él: “En el milagro de la adoración, ya estamos con Dios, enteramente con Dios, y se remueve la frontera entre el tiempo y la eternidad. Es verdad que no podemos comprender ahora que adorar a Dios será la gloria eterna. Nosotros siempre queremos estar haciendo algo. Queremos criticar, intervenir, cambiar, mejorar, idear. ¡Y con razón! Ese es nuestro deber. Pero en la muerte, cuando vamos a Dios, todo eso cesa. Entonces nuestra existencia será puro asombro, pura mirada, pura alabanza, pura adoración e inimaginable felicidad. Por eso hay también una forma de adoración que no usa palabras. En ella yo ofrezco mi propia vida a Dios, en silencio; y con ella, el mundo entero, reconociendo a Dios como Creador, como Señor, como el único al que pertenece todo honor y alabanza. La adoración  es la oblación de la vida de uno a Dios. La adoración es abandono. La adoración significa entregarse enteramente a Dios. En cuanto nos ponemos en adoración, empieza la eternidad, una eternidad que no separa del mundo sino que nos abre a él enteramente”.
¡El tiempo puede pararse! Y se para cuando estamos en pura admiración, en temor, en sorpresa, en adoración. En esos momentos permanecemos fuera de nosotros mismos, en la más pura forma de amor que existe. En ese momento también, estamos en el cielo, no precisamente saboreando el  cielo por anticipado, sino estando de hecho en el cielo. La eternidad será como eso, un momento como mil años, y mil años como un momento. Cuando adoramos, el tiempo se para, ¡y estamos en el cielo!

El próximo Domingo 8 de abril (segundo de Pascua) celebramos la festividad de la Divina Misericordia.

Muchas personas habitualmente frecuentan lugares, santuarios o festividades especiales, movidos por las indulgencias concedidas y no saben que ese día, sin dejar su parroquia, sin cambiar sus ritos dominicales habituales, pueden ganar la indulgencia plenaria concedida por la celebración de la divina Misericordia, desde su institución por San Juan Pablo II.

Cómo ganar una indulgencia plenaria:
1) Tener la intención de no volver a pecar, incluso venialmente.
2) Confesar sacramentalmente todos nuestros pecados.
3) Recibir la Sagrada Eucaristía.
4) Orar por las intenciones del Papa.