Entrevista de la TPA en el rastrillo misionero de la parroquia.

Un año más, la TPA ha promocionado
la actividad solidaria del Rastrillo Misionero
de la parroquia del 
Corazón de María de Oviedo.

Estribillo de bienvenida 




Vea, también, el artículo en el periódico LNE:

Alégrate. Él te ha elegido...

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#OdresNuevos #CalendarioDeAdviento #PatriyNacho

Tienes menos amor en ti ahora que cuando eras joven. Artículo.

El primer capítulo del libro del Apocalipsis contiene un poderoso desafío que está oculto en el lenguaje esotérico global de ese libro. Juan, su autor, hablando en la voz de Dios, dice algo en este sentido: He visto qué duro trabajas, he visto tu fidelidad y tu hambre de la verdad; pero tengo esto contra ti: “tienes menos amor en ti ahora que cuando eras joven”. ¡Eso duele!

Es fácil estar ciego a esto dentro de nosotros mismos. Cambiamos, crecemos, envejecemos, y a veces no nos miramos atentamente para ver lo que están haciéndonos esos cambios. En consecuencia, podemos ser aplicados, grandes trabajadores, buscadores de la verdad, sinceros, virtuosos en casi todos los sentidos, aparte del hecho de que esta bondad ha venido a estar incrustada en una ira, amargura y odio que no era tan evidente en nosotros cuando éramos jóvenes. Conforme envejecemos, es más fácil estar comprometido en las causas justas que continuar amando y no dejar al amargo juicio y al sutil odio infectar nuestro carácter.

Es importante tener las causas justas y luchar por la genuina verdad; pero, como advierte T. S. Eliot, “la última tentación es la traición más grande, realizar la obra buena por la razón equivocada”. Si el autor del Apocalipsis volviera hoy y nos escudriñara, tanto a conservadores como a liberales, sospecho que podría decir lo mismo que dijo a aquellos cristianos de Asia, hace todos esos años: Sois aplicados -eso es bueno- pero tenéis menos amor en vosotros ahora que cuando erais jóvenes. Nuestras causas pueden ser justas, y nuestros motivos buenos; pero hay también en nosotros ahora algo de odio a los demás y demonización de ellos que no era tan evidente cuando éramos más jóvenes. Necesitamos reconocer esto.

A alguien se le ocurrió decir una vez que empleamos la primera mitad de nuestras vidas en luchar con el sexto Mandamiento, con el fuego del eros, y después empleamos la segunda mitad en luchar con el quinto Mandamiento, con el fuego de la frustración, la ira y el odio. Cuando yo era joven e inmaduro, solía confesarme de tener “malos pensamientos” (en relación al sexto Mandamiento). Ahora, envejecido y más maduro, me confieso de tener “malos pensamientos” (en relación al quinto Mandamiento).

Me temo que hay en mí menos amor ahora que cuando era joven. Ingresé en el seminario a la edad de diecisiete años y durante los ocho años siguientes viví en una  comunidad grande (entre cuarenta y cincuenta de nosotros). Éramos jóvenes e inmaduros, pero nuestra vida de comunidad juntos era en general maravillosa. Estos fueron años felices. Hoy, todos nosotros de ese grupo estamos en nuestros setenta y somos maduros. Con todo, si tratáramos de vivir juntos ahora, nos mataríamos unos a otros. Somos más maduros… aunque quizás ahora tengamos en nosotros menos amor que cuando éramos jóvenes.

Se reconoce que esto puede ser un juicio simplista. ¿Somos de hecho menos afectuosos? ¿Tiene que identificarse el amor simplemente con la energía cálida, la amabilidad y siendo corteses unos con otros? Es más que eso. El genuino amor puede ser también profético, airado y duro. Además, muchas cosas conspiran para encallecer de modo natural nuestra sensibilidad, exuberancia y energía juveniles, y endurecer nuestros rostros. Nuestra espontaneidad, prontitud y facilidad en la acogida amistosa están encallecidas simplemente por la pérdida natural de nuestra ingenuidad y por los inevitables reveses que nos depara la vida: desilusión, fracaso, exclusión, muerte de seres queridos, quebranto de la salud y creciente sensación de nuestra propia mortalidad. Esas cosas nos quitan también la viveza de nuestro paso y nos hacen menos grato estar cerca que cuando irradiábamos exuberancia juvenil, y eso no es necesariamente una pérdida de amor.

Sin embargo, me ronda una imagen que nos da Margaret Laurence en la persona de Hagar Shipley, en su novela The stone angel (El ángel de piedra). Mientras Hagar envejece, va siendo más y más amarga y crítica para con los demás, sin advertir cuánto ha cambiado. Un día, al tocar el timbre de una puerta, alcanza a oír a una niña que le dice a su madre: “Esa horrible vieja está a la puerta”. Al oír esto, herida hasta sus raíces, va al cuarto de baño, enciende todas las luces y, por primera vez en años, examina su rostro en el espejo y queda atónita por lo que ve. Ya no reconoce su propio rostro. Se ha vuelto algo diferente de como se figuraba ser. Su rostro es ahora el de una anciana amarga y odiosa.

Nosotros necesitamos hacer lo que ella hizo: echar una mirada a nuestro rostro en un espejo. Mejor aún: Extended una serie de fotografías vuestras de la infancia, la adolescencia, la adultez joven, la mediana edad, hasta vuestra edad presente y estudiad vuestro rostro a lo largo de los años para ver cómo ha cambiado de cuando erais más jóvenes. Tristemente veréis en ellas, con toda probabilidad, cierto endurecimiento  que es menos atribuible al envejecimiento natural que a la amargura, la celotipia y el odio. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Atiende hoy a los más pequeños...

 


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Rastrillo solidario en el Corazón de María


   El grupo misionero de la parroquia del Corazón de María de la plaza de América acaba de abrir su tradicional rastrillo solidario con el fin de recaudar fondos para las misiones claretianas. El rastrillo, ubicado en los salones parroquiales, estará abierto al público todos los días, de 12.00 a 14.00 y de 18.00 a 21.00 horas, hasta el 8 de diciembre. 

   En la imagen, por la izquierda, las voluntarias Lourdes Caminero, Queca Álvarez del Manzano, Isabel Suárez, Elvira Fernández, Rosa María Gómez y Rafi Díaz-Cueto, ayer, en el rastrillo. 

Foto: Rastrillo solidario en el Corazón de María | MIKI LÓPEZ. Fuente: LNE28·11·22

Confía en la Palabra de Dios.

 

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En el exilio. Registrando un aniversario, Artículo.

Hace cuarenta años, en noviembre de 1982, empecé a escribir esta columna mientras estudiaba doctorado en Bélgica. Elegí llamarla “En el exilio” por dos razones. Superficialmente, elegí este título porque estaba viviendo en Europa, lejos de gran parte de lo que consideraba mi hogar. Aun cuando no pretendía ser Robert Browning escribiendo Home-Thoughts, From Abroad (Pensamientos de casa. Desde el extranjero), sí que tuve una satisfacción de amateur en el pequeño paralelo. Por razones mucho más significativas, elegí este título porque todos nosotros  vivimos nuestras vidas en el exilio. Vivimos nuestras vidas (como dice san Pablo) viendo “como por un espejo, oscuramente”. Vivimos en nuestros separados enigmas, parcialmente separados de Dios, unos de otros y aun  de nosotros mismos. Experimentamos algo de amor, algo de comunidad, algo de paz, pero nunca en su plenitud. Nuestra existencia individual coloca una cierta barrera entre nosotros y la comunidad entera. Vivimos, ciertamente, como en un enigma. Dios, que está omnipresente, no puede ser sentido físicamente; los demás, que son tan reales como nosotros,  están siempre parcialmente distanciados e irreales; y nosotros, al fin, somos fundamentalmente un misterio aun para nosotros mismos.

En ese sentido, todos nosotros estamos lejos del hogar, en el exilio, anhelando conocer más plenamente y ser más plenamente conocidos,  distanciados de tanto. Y mientras estamos en este peregrinaje, nuestras perspectivas son sólo parciales; nuestra visión, incluso a lo más, es la del “extranjero”: fuera de la corriente principal, que no ve ni entiende del  todo.

Desde esta exiliada perspectiva, he ofrecido mis reflexiones durante cuarenta años. La columna ha tomado una variedad de formas. Como dijo una vez Margaret Atwood: “¡Lo que te toca es lo que tú tocas!” He tocado una infinidad de temas; pero todos ellos, a su propia manera, ¡estaban tratando, de algún modo, de desenredar el enigma, concluir el exilio, ayudar a un peregrino a llegar a casa!

Inicialmente, la columna se publicó en un solo periódico, el Western Catholic Reporter. En 1987, el Green Bay Compass la acogió y, un año más tarde, el Portland Sentinel empezó a publicarla. En 1990, la columna logró una mayor oportunidad. Fue acogida por el Catholic Herald de Londres, Inglaterra, un periódico nacional del Reino Unido que, por entonces, era propiedad privada de Otto Herschan, quien poseía también el Irish Catholic, un periódico nacional de Irlanda, y el Scottish Catholic Observer, un periódico nacional de Escocia. Con eso, la columna tenía ahora un hogar en seis periódicos de cinco países, nacionalmente en tres de ellos. Además, con las laxas leyes de los derechos de autor de Asia, que no son tan rigurosas ni tan exigentes como aquí, pronto algunas diócesis de Asia empezaron a piratear la columna y publicarla.

Los primeros años de la década de 1990 trajeron más avances para la columna: el Catholic Register y el Prairie Messenger, ambos periódicos nacionales de Canadá, acogieron la columna en 1992. En mi opinión, eso era suficiente circulación. Sin embargo, tras la publicación de The Holy Longing en USA en 1999, la circulación de la columna se disparó. En cuestión de tres años estaba siendo publicada por más de sesenta periódicos en más de diez países. Desde entonces se ha extendido a más de ochenta periódicos. Desde 2008, la columna ha sido también publicada en español y vietnamita, y está encontrando lectores en Vietnam, en México y en partes de América Latina.

Estoy en deuda de gratitud para con muchas personas, pero necesito elegir a varias de ellas para dar especiales gracias. Primeramente, un profundo agradecimiento al Western Catholic Reporter (de Edmonton, Canadá) y a su entonces editor, Glenn Argan. Fue el primer periódico, y Glenn Argan fue el primer editor en darme una ocasión a mí, un desconocido chico de la pradera con poco bagaje en el camino de las credenciales o contactos sofisticados. A causa de esto, durante todos estos cuarenta años, siempre he codificado la columna como WCR porque, antes que ningún otro, la estaba escribiendo para el Western Catholic Reporter. Hoy, cada semana, cuando es enviada a unos más de ochenta periódicos, sale bajo la etiqueta codificada “WCR”. Sospecho que ninguno de los editores que lo reciben sabe lo que eso significa, pero ahora ya lo sabéis todos.

Un especial agradecimiento a Delia Smith por llevar la columna al Catholic Herald en Londres y a Otto Herschan, su entonces dueño y editor. Desde 1990 hasta su muerte, Otto se aseguró de que cualquier periódico que publicara tuviera mi columna en él. También, profundo agradecimiento a JoAnne Chrones, mi incansable secretaria ejecutiva durante estos pasados 28 años, a Kay Legried, que colocó la columna en varios periódicos, y a Doug Mitchell, que pone un ojo crítico y corrector a cada columna.

A decir verdad, cuando empecé a escribir esta columna por primera vez, estaba probablemente más ansioso de crear una columna que de ayudar al nacimiento del reino de Dios. Nuestra motivación está perennemente en necesidad de purificación. Espero que haya madurado en esta área durante estos cuarenta años; y mi más generoso agradecimiento va para ti, lector. Ron Rolheiser (Trad. Benjamin Elcano, CMF) - 

Stanley Rother: un santo para nuestro tiempo. Artículo. Será el primer canonizado, nacido en Estados Unidos.

No basta con tener santos; ¡necesitamos santos para nuestro tiempo! Un comentario esclarecedor de Simone Weil. Los santos de antaño tienen mucho que ofrecer; pero miramos su bondad, su fe y su abnegación y nos resulta más fácil admirarlos que imitarlos. Sus vidas y sus circunstancias parecen tan alejadas de las nuestras que fácilmente nos distanciamos de ellas.

Por eso, me gustaría proponer un santo para nuestro tiempo, Stanley Rother (1935-1981), un chico de granja de Oklahoma que se convirtió en misionero con los pobres en Atitlán, Guatemala, y finalmente murió como mártir. Su vida y sus luchas (salvo quizá su extraordinario coraje al final) son algo con lo que podemos identificarnos fácilmente.

¿Quién es Stanley Rother? Era un sacerdote de Oklahoma que fue asesinado a tiros en Guatemala en 1981. Ha sido beatificado como mártir y pronto se convertirá en el primer hombre nacido en Estados Unidos en ser canonizado. He aquí, en resumen, su historia.

Stanley Rother nació en el seno de una familia de agricultores en Okarche, Oklahoma, siendo el mayor de cuatro hijos. Creció ayudando a trabajar en la granja familiar y durante el resto de su vida su carisma siguió siendo siempre el agricultor más que el estudioso. Al crecer y trabajar con su familia, se sentía más a gusto labrando la tierra, arreglando motores y cavando pozos que leyendo a Aristóteles y Tomás de Aquino. Esto le serviría en su trabajo con los pobres como misionero, aunque le sirvió en menor medida cuando se dispuso a estudiar para el sacerdocio.

Sus primeros años en el seminario fueron una lucha. Tratar de estudiar filosofía (en latín) como preparación para sus estudios teológicos resultó demasiado para él. Después de un par de años, el personal del seminario le aconsejó que abandonara, diciéndole que carecía de las capacidades académicas para estudiar para el sacerdocio. De vuelta a la granja, buscó el consejo de su obispo y finalmente fue enviado al Seminario de Mount St. Mary's en Maryland. Si bien no prosperó académicamente, sí lo hizo en otros aspectos, que impresionaron al personal del seminario lo suficiente como para que lo recomendaran para la ordenación.

De vuelta a su propia diócesis, pasó los primeros años de su sacerdocio principalmente haciendo trabajos manuales, rehaciendo una propiedad abandonada que la diócesis había heredado y convirtiéndola en un centro de renovación en funcionamiento. Luego, en 1978, fue invitado a unirse a un equipo misionero diocesano que había iniciado una misión en Guatemala. Todo lo que había en su formación y en su personalidad le hacía idóneo para este tipo de trabajo e, irónicamente, él, que antes se esforzaba por aprender el latín, era ahora capaz de aprender la difícil lengua de la gente con la que trabajaba (el tz'utujil) y convertirse en una de las personas que ayudaron a desarrollar su alfabeto escrito, su vocabulario y su gramática. Ejerció su ministerio sacramental, pero también se esforzó por acercarse a ellos personalmente, ayudándoles a cultivar, buscando recursos para ayudarles y, en ocasiones, dándoles dinero de su propio bolsillo. Con el tiempo, se convirtió en su amigo y líder de confianza.

Sin embargo, no todo era tan idílico. La situación política del país se estaba deteriorando drásticamente, la violencia se extendía por todas partes y cualquiera que se percibiera como opositor al gobierno se enfrentaba a la posibilidad de sufrir amenazas, desapariciones, torturas y muerte. Stanley trató de mantenerse apolítico, pero el simple hecho de trabajar con los pobres se consideraba político. Además, en un momento dado, algunos de sus propios catequistas fueron torturados y asesinados y, como era de esperar, se encontró en una lista de muerte y fue sacado del país por su propia seguridad. Durante tres meses, de vuelta con su familia en Oklahoma, agonizó sobre si volver a Guatemala, sabiendo que eso significaba una muerte casi segura. La decisión fue especialmente difícil porque, aunque claramente se sentía llamado a regresar a Guatemala, le preocupaba lo que su muerte allí significaría para sus ancianos padres.

Tomó la decisión de volver a Guatemala impulsado por el dicho de Jesús de que el pastor no huye cuando las ovejas están en peligro. Cuatro meses después, fue asesinado a tiros en el recinto misionero en el que vivía, luchando hasta el final con sus atacantes para que no le cogieran vivo y le hicieran "desaparecer". Al instante, se le reconoció como mártir y cuando su cuerpo fue trasladado en avión a Oklahoma para ser enterrado, la comunidad de Atitlán conservó su corazón y convirtió la habitación en la que fue martirizado en una capilla.

Se han escrito varios libros sobre él y recomiendo encarecidamente dos de ellos. Para un relato biográfico sustancial, léase María Ruiz Scaperlanda, El pastor que no huyó. Para un tributo hagiográfico a él, léase Henri Nouwen, Love in a Fearful Land.

Tenemos santos patronos para cada causa y ocasión. ¿Para quién o para qué podría considerarse a Stanley Rother un santo patrón? Para todos nosotros, personas normales y corrientes a las que las circunstancias exigen a veces un valor excepcional. Ron Rolheiser, ofm - 

Confirmaciones 2022

   El sábado 5 de noviembre, 18 jóvenes celebraron, en la parroquia, el sacramento de la confirmación, presidido por el Vicario episcopal, D. Antonio Vázquez.

   Resultó una celebración muy emotiva, participada por todos los chicos y animada por el coro juvenil de la parroquia.

   Que el Espíritu Santo haya derramado todos sus frutos en cada uno de los confirmandos y sigan viviendo su fe de un modo responsable y comprometido en la iglesia.

Adicción al trabajo y codicia. Artículo.

Sólo hay una adicción por la que se nos alaba: el exceso de trabajo. Con cualquier otra adicción, los interesados buscan meterte en una clínica o en un programa de recuperación, pero si tu adicción es el trabajo, generalmente se ve como una virtud. Sé de lo que hablo. Soy un "adicto al trabajo en recuperación", y no plenamente sobrio en este momento. Sin embargo, conozco la enfermedad. Estos son sus síntomas: siempre nos falta tiempo porque tenemos demasiadas cosas que hacer. Nuestros días son demasiado cortos.

En su autobiografía, el crítico de cine Roger Ebert, escribe: "He llenado mi vida tanto que muchos días no hay tiempo para pensar en el hecho de que la estoy viviendo". Muchos de nosotros conocemos esa sensación. ¿Por qué nos hacemos esto?

La respuesta puede sorprendernos. Cuando nuestra vida está tan presionada que nunca tenemos tiempo para saborear el hecho de estar vivos y vivirla, cuando siempre nos falta tiempo por la muchas cosas que hay que hacer, estamos sufriendo de avaricia, uno de los clásicos pecados capitales.

Tenemos una noción simplista de la avaricia. Cuando pensamos en una persona codiciosa, nos imaginamos a alguien tacaño, egoísta, rico en dinero y cosas materiales, que acapara esas riquezas para sí mismo. Pocos de nosotros encajamos en esa categoría. La codicia, en nosotros, tiene formas infinitamente más sutiles. Lo que padecemos la mayoría de los que somos generosos, desinteresados y no somos ricos en dinero o propiedades, es la codicia por la experiencia, la codicia por la vida misma y (si esto no suena demasiado herético) la codicia incluso en nuestra generosidad. Estamos ávidos de hacer más (incluso cosas buenas) en nuestras vidas de lo que el tiempo nos permite.

¿Dónde vemos esto? Lo vemos en nosotros mismos cuando nunca hay suficiente tiempo para hacer lo que (aparentemente) necesitamos hacer. Siempre existe la presión de que deberíamos hacer más. Cuando pensamos que de alguna manera Dios se equivocó con el tiempo y no nos asignó suficiente, estamos sufriendo de avaricia. Henri Nouwen lo describió una vez de esta manera: "Nuestras vidas a menudo parecen maletas sobrecargadas que estallan por las costuras. De hecho, casi siempre nos parece que vamos atrasados. Hay una sensación persistente de que hay tareas inacabadas, promesas no cumplidas, propuestas no realizadas. Siempre hay algo más que deberíamos haber recordado, hecho o dicho. Siempre hay personas a las que no hemos llamado, escrito o visitado".

Pero... Dios no se equivocó al darnos tiempo. Dios nos dio tiempo suficiente para hacer lo que se nos pide, incluso en la generosidad y el desinterés. La cuestión está de nuestro lado y el problema es la codicia. Queremos hacer más en la vida de lo que la propia vida nos permite.

Además, en la mayoría de los casos, esto es fácil de racionalizar. Si nos estamos consumiendo al servir a los demás, podemos ver fácilmente nuestro exceso de esfuerzo, nuestro cansancio y nuestra inquietante sensación de que no estamos haciendo lo suficiente y verlo como una virtud, como una forma de martirio, como generosidad, como una entrega de nuestra vida por los demás. En parte, esto es cierto: hay momentos en los que el amor, las circunstancias o una época concreta de nuestra vida pueden exigirnos que lo entreguemos todo hasta el punto de una abnegación radical; incluso Jesús se sintió abrumado en ocasiones y trató de escabullirse en busca de un poco de soledad. Sin embargo, no siempre es así. Lo que una madre tiene que hacer por un bebé o un niño pequeño necesitado es muy diferente de lo que tiene que hacer cuando ese niño ha crecido y es un adulto. Lo que es virtud en una situación puede convertirse en avaricia en otra.

Estar demasiado ocupado generalmente comienza como una virtud, y luego a menudo se convierte en un vicio - avaricia sutil. Lo que antes era necesario para servir a los demás, ahora empieza a servir más a nuestra propia imagen y reputación. Además, funciona como un escape conveniente. Cuando nos consumimos en hacer el trabajo para los demás, no tenemos que enfrentarnos a nuestros propios demonios interiores ni a los demonios que hay que enfrentar en nuestros matrimonios, vocaciones y relaciones. Simplemente estamos demasiado ocupados; pero esto es una adicción, igual que todas las demás adicciones, excepto que esta adicción en particular se ve como una virtud por la que somos alabados.

Esta es una de las razones por las que Dios nos dio el sábado, ordenándonos dejar de trabajar un día a la semana. Lamentablemente, estamos perdiendo la noción misma del sábado. Hemos convertido un mandamiento en una ligera sugerencia de estilo de vida. Esto puede ser algo bueno, ¡si es que puedes lograrlo! Sin embargo, como escribe Wayne Mueller en su desafiante libro sobre el sábado "Si nos olvidamos de descansar, trabajaremos demasiado y nos olvidaremos de nuestras misericordias más tiernas, nos olvidaremos de los que amamos, nos olvidaremos de nuestros hijos y de nuestra maravilla natural. ... Por eso Dios nos dio el mandamiento de observar el sábado: 'Acuérdate de descansar'. Esto no es una sugerencia de estilo de vida, sino un mandamiento, tan importante como no robar, ni asesinar, ni mentir". El exceso de trabajo no es una virtud. Ron Rolheiser -