¿Qué me está pidiendo el amor ahora? Artículo.

Hace varios años, una compañera mía sufrió una aplastante decepción. Su tentación instintiva se orientó hacia la ira, hacia el cierre de una serie de puertas y retirarse. En vez de eso, herida en el espíritu, se hizo la pregunta: ¿qué me está pidiendo el amor ahora? Al responder a eso, encontró que, a pesar de todos sus instintos en contra, el  amor estaba pidiéndole alejarse de la amargura y la retirada, pidiéndole ensanchar su corazón como nunca antes había sido ensanchado.

¿Qué me está pidiendo el amor ahora? Esa es la pregunta que necesitamos hacernos cada vez que las circunstancias de nuestras vidas son sacudidas (por herida o por gracia) hasta un punto donde ya no queremos responder cortés ni cariñosamente porque todo dentro de nosotros quiere cerrarse y retirarse.

Siendo así…

  • Cuando acabo de sufrir un amargo divorcio, cuando siento endurecerse mi corazón y me encuentro creciendo en odio hacia alguien en el que una vez confié, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el  amor ahora?
  • Cuando he perdido a un ser querido por suicidio, no sólo por la muerte sino por una manera de muerte que viene a ser un prisma que cambia de color todo recuerdo de esa persona, de modo que mi amor se torna en ira, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando un compañero me humilla en una reunión con insinuaciones que son falsas y mi sangre literalmente hierve por la deslealtad, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando mi propio hijo rechaza mi fe y mis valores, junto con la insinuación de que soy ingenuo y estoy pasado de moda con el mundo, y mi tentación es la autocompasión y (por más que sea sutil) la retirada de mi amor y favor, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando un diagnóstico médico revela que mi salud estará comprometida para siempre y cada fibra de mi cuerpo y espíritu quiere hundirse en ira y depresión, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando se llega a saber que la Iglesia -mi lengua materna, que me dio la fe- es injusta y portadora de pecado, cuando veo sus defectos y me pongo a reflexionar cómo puedo permanecer en una Iglesia que tiene esa historia y esas disfunciones, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando soy traicionado en una relación por alguien en quien yo confiaba, cuando soy tentado en la amargura de no volver a confiar en nadie, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando yo mismo traiciono una confianza, cuando peco por debilidad, cuando quiero zambullirme en el odio a mí mismo, o racionalizar o negar mi debilidad, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando una elección en el país produce un líder cuya personalidad y política van en contra de todo lo que represento, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando el mundo parroquial en que crecí empieza a ceder el paso a un mundo multilingüe, multicultural, multirracial y multirreligioso que me deja con la sensación de quedarme atrás, cuando la paranoia y la defensiva me tienen intentando desesperadamente apoyarme en lo que una vez fue, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando vivo en mi familia con alguien que sufre una disfunción, y todos mis deseos son evitarlo y vivir mi propia vida, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando tengo que tratar diariamente con alguien que me odia, y todo que hay dentro de mí quiere responder de igual manera, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?

Sin embargo, no sólo son las cosas negativas las que nos desajustan de esta manera, nos tientan hacia el odio y la retirada, y nos dejan en un espacio que nos fuerza a responder de un modo nuevo; la ingente gracia puede realizar lo mismo.

Siendo así…

  • Cuando finalmente consigo ese ascenso largamente ansiado, junto con un pingüe salario y una voz en la  toma de decisiones, y la tentación es envanecerme y sentirme superior a aquellos que me rodean, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando estoy invitado a ser reconocido como el alumno más brillante de mi clase en la graduación y me hallo en el estrado gozando de la adulación de la multitud (consciente de los celos de mis compañeros de clase) me cercarán múltiples tentaciones, la mayoría de ellas malsanas. La pregunta, entonces, viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?
  • Cuando alguien me bendice profundamente con amor, gratitud y afirmación, y mi tentación es alimentar mi ego con esa bendición, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora?

No podemos protegernos contra los sentimientos espontáneos que nos cercan, cuando las cosas nos van bien como cuando nos van mal; y la mayoría de esos sentimientos nos tientan a alejarnos del amor. Así pues, siempre que una depresión o una inflación nos tienta a alejarnos de lo que es mejor y más noble, la pregunta viene a ser: ¿qué me está pidiendo el amor ahora? Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Una Plegaria Eucarística. Artículo

Siendo seminarista, un verano tuve el privilegio de asistir a un curso dirigido por el renombrado liturgista Godfrey Diekmann. Esto fue en aquel atrevido tiempo poco después del Vaticano II, cuando estaba muy de moda mirar con recelo las oraciones rituales prescritas y escribir las tuyas propias. Esto fue particularmente cierto para la Plegaria Eucarística, el “Canon” de la misa, que algunos sacerdotes empezaron a escribir por cuenta suya. Diekmann, por el contrario, no era muy entusiasta de esto. Un día, preguntado en clase sobre esto, dijo: “Hoy día parece que todo el que tiene un poquito de imaginación y aun menos de teología se siente obligado a escribir una Plegaria Eucarística”.

Este año, debido a las restricciones del Covid, con frecuencia he celebrado virtualmente alguna forma de la Eucaristía. Al principio, presidiendo esos servicios, mi pensamiento era ¿cuál es el valor de una Plegaria Eucarística  si no va a haber comunión? Así que, simplemente salté directo desde la Liturgia de la Palabra hasta el Padrenuestro. Finalmente, sin embargo, consideré que algo más se podría ofrecer. Así, (con las palabras de Godfrey Diekmann  ahora a cuarenta años de distancia) escribí una Plegaria Eucarística para una misa virtual.

¿Qué es una Plegaria Eucarística? La mayoría de la gente diría que es esa parte de la Eucaristía en la que el sacerdote consagra el pan y el vino; pero eso es sólo parte de ella. La Plegaria Eucarística es esa parte de la Eucaristía en que hacemos el memorial (Zikkaron, en hebreo) del mayor acontecimiento por el que Cristo nos salvó,    a fin de hacernos presente ese acontecimiento para que nosotros hoy participemos en él. Acudimos a la Eucaristía   no sólo para recibir el cuerpo y la sangre de Cristo, sino (a la vez, tan importante) para participar en un acontecimiento, a saber, la acción salvífica de Cristo cuando sobrelleva su Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión y  Pentecostés. La Eucaristía es la Cena de la Pascua cristiana y, como la Cena de la Pascua judía, su propósito es hacernos presente un acontecimiento pasado.

¿Cómo se da esto? No tenemos una metafísica en la que entender esto. En el ritual sagrado, en la Eucaristía, como en una cena de Pascua, sucede algo que trasciende el tiempo. Esto no contradice el entendimiento, la imaginación ni las leyes de la naturaleza; sólo los lleva más allá de sus límites normales.

He aquí una Plegaria Eucarística para esas ocasiones en las que no hay pan ni vino que consagrar.

Señor, Dios, tú irrumpes en nuestras vidas de maneras extraordinarias para manifestar tu amor y salvarnos.

Dividiste milagrosamente las aguas del mar Rojo a tu pueblo elegido y lo guiaste a lugar seguro al suspender las leyes de la naturaleza. Después, en el desierto, los alimentaste milagrosamente con el maná y les revelaste la ley en tu corazón.

Ya que sólo una generación anduvo a través de las divididas aguas del Mar Rojo y sólo esa generación comió tu maná en el desierto, Tú, Señor Dios, instituiste la cena de Pascua como un ritual por el cual cada generación hasta el fin de los tiempos pudiera andar a través de las divididas aguas del Mar Rojo y comer tu pan en el desierto. La cena de Pascua recuerda estos acontecimientos salvíficos de un modo que, en tu infinitud, hoy nos los hace actuales de nuevo.

Esto es verdad también por las acciones salvíficas de tu hijo, Jesucristo. Su Pasión fue una nueva esclavitud; su confianza en la Muerte, una nueva fe; que lo elevaras en la Resurrección y su Ascensión, un nuevo Éxodo; y su envío del Espíritu en Pentecostés, una nueva entrada en la Tierra Prometida.

Por tanto, Señor Dios, en la noche anterior a su muerte, tu hijo nos dejó la Eucaristía como una Cena de Pascua a través de la cual tú haces presentes de nuevo estos acontecimientos salvíficos.

Te pedimos, por tanto, que envíes tu Espíritu sobre todos nosotros aquí reunidos para hacer el memorial de las  acciones salvíficas de tu Hijo. Concede que, por la conmemoración de este ritual, cada uno de nosotros, y todos nosotros como una comunidad, estemos unidos con Cristo en su Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión, y en su Envío del Espíritu. Tú que estás más allá del tiempo, concédenos hoy la gracia de ser uno con Cristo en su sacrificio, uno con él en su morir y resucitar.

Así como celebramos este memorial, ayúdanos a saber que somos uno con Tu Hijo, nuestro Señor, Jesús, unidos con él mientras está sobrellevando su Pasión, Muerte, Resurrección, Ascensión y Pentecostés.

Señor, Dios, ayúdanos a saber que el alimento de esta Eucaristía es el nuevo maná por el que alimentas a tu pueblo con alimento celestial.

Señor, mientras hacemos este memorial, te pedimos sobre todo que nos ayudes a superar todo lo que nos separe a unos de otros, toda división en nuestro mundo, de modo que Tú puedas alimentarnos a todos en una sola mesa, como una sola familia, como un solo Dios de todos nosotros.

Pedimos todo esto por, con y en tu hijo, Cristo, nuestro Señor… AMEN.

En la Eucaristía, no sólo comemos el pan de vida; también morimos y resucitamos con Cristo. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Primeras comuniones. Añadimos vídeo de la ceremonia.

Este sábado, día 12 de junio, en la parroquia del Corazón de María, un grupo de 13 niños ha celebrado con mucha alegría su Primera Comunión.

Damos gracias a Dios y rezamos a Jesús por ellos y por sus familias.

Enlace al vídeo de la ceremonia
1'7GB (válido hasta 21 de junio)

Aprovechamos el evento para animaros a la 

Más que una casa o un lugar. Artículo.

El hogar es más que una casa o un lugar en un mapa. Es un lugar en el corazón, el lugar donde más deseas estar al final del día. La idea metafórica del hogar nos puede ayudar a aclarar muchas cosas, sobre todo la manera como el sexo se conecta con el amor.

El sexo nunca puede ser simplemente casual, puramente de recreo, algo que no toque el alma. El sexo siempre toca el alma, para bien o para mal. Es o sacramental o nocivo. Está o construyendo el alma o desgarrándola. Cuando es correcto, te hace una persona mejor; y cuando es incorrecto, te hace menos persona. Metafóricamente, cuando es correcto, te lleva al hogar; cuando no lo es, te lleva lejos de él. El sexo está diseñado por Dios y la naturaleza para llevarte al hogar. En realidad, está pensado (metafóricamente) para ser tu hogar. Si vuelves al hogar después del sexo, hay algo muy equivocado. Esto no es, ante todo, un juicio moral, sino antropológico en nombre del alma.

El alma, como sabemos, no es un tejido espiritual invisible que flota dentro de nuestros cuerpos. Un alma no puede ser figurada imaginativamente, pero puede ser tomada como un principio. Como vemos en las consideraciones de filósofos como Aristóteles y Aquino, el alma es un principio doble que tenemos en nosotros. Es el principio de vida (de todas nuestras energías) y es el principio de integración (lo que nos guarda unidos). Esto puede sonar abstracto, pero no lo es. Si has estado alguna vez presente ante alguien que está muriendo, sabes el momento exacto en que el alma se separa del cuerpo. No porque veas que un espíritu abandona el cuerpo, sino porque a cierto minuto el cuerpo está vivo -un organismo- y al minuto siguiente está inerte -sin vida, muerto- y comenzando a  descomponerse. El alma nos mantiene vivos y el alma nos mantiene bien juntos.

Si esto es verdad -y lo es- entonces cualquier cosa significativa que hagamos (algo que nos toca a cualquier profundidad) afecta a nuestra alma, tanto a su fuego como a su aglutinante, sea debilitándolos o fortaleciéndolos. El sexo no es una excepción. En verdad, es el ejemplo principal. El sexo es poderoso y, por eso, nunca puede ser simplemente casual. Está o construyendo el alma o demoliéndola.

Hace treinta años, dando un curso nocturno en el campus de un colegio universitario, asigné a mi clase un libro de ensayos escrito por Christopher De Vinck, Sólo el corazón sabe cómo encontrarlos. Preciosos recuerdos para un tiempo infiel. Estos ensayos son simples reflexiones hechas por el autor sobre su vida de joven esposo y padre. Son cálidos, no excesivamente románticos, trabajados estéticamente  y exentos de sentimentalismo. Resultan un caso vivo para el matrimonio, no aportando argumentos excusables en favor suyo, sino simplemente compartiendo el modo como el matrimonio puede contribuir al hogar, un lugar pacífico de mutua soledad que puede llevarnos más allá de esa búsqueda irresistible e incansable que nos acosa en la pubertad y nos echa del hogar de los padres en busca de nuestro propio hogar. El matrimonio y el lecho conyugal pueden traernos de nuevo al hogar.

Al final del semestre, una estudiante del curso, una mujer de edad cercana a los treinta años, vino a mi oficina a entregar su trabajo semestral. Traía el libro de De Vinck y me comunicó esto: Este es el mejor libro que he leído en mi vida. Yo crecí sin mucha guía religiosa ni ética, y he dormido a mi manera por un par de provincias canadienses; pero ahora sé lo que en realidad quiero. ¡Quiero lo que este hombre tiene! Quiero el lecho conyugal. Quiero que mi sexo me lleve al hogar, que venga a ser mi hogar. Su agudeza merece repetición, especialmente hoy en una cultura donde el sexo está frecuentemente separado del matrimonio y el hogar.

Al comienzo de mi enseñanza y ministerio, cuando aún trabajaba principalmente con jóvenes que estaban descubriendo lo que significa el amor y a quién podrían elegir para casarse y con quién intentar pasar sus vidas, con frecuencia surgía la pregunta: ¿Cómo reconoce uno la clase de amor sobre el que se pueda construir un matrimonio? Es una cuestión crucial, porque el amor no es una cosa fácil de leer ni graduar. Podemos enamorarnos -y lo hacemos- de cualquier clase de personas; con frecuencia, de personas que no nos convienen, personas con las que podemos flirtear agradablemente o tener una luna de miel, pero con las que no podríamos compartir el resto de nuestras vidas.

¿Sobre qué clase de amor se puede construir un matrimonio? Se necesita que sea la clase de amor que te lleve al hogar.  Se necesita una fuerte sensación de que con esta otra persona estás en el hogar, porque un matrimonio es no poco diferente de una luna de miel. Tú vas al hogar desde una luna de miel. En el matrimonio, estás en el hogar.

Así también con el sexo. Necesita ser algo que te lleve al hogar, y es tu hogar más bien que algo de donde vas al hogar. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Perder la canción en el cantante. Artículo.

Frecuentemente, cuando estoy escuchando a alguien que canta en vivo o en televisión, cierro los ojos para tratar de oír la canción de modo que no deje que la interpretación del cantante se interponga a la canción. Una canción puede perderse en su interpretación; ciertamente, la interpretación puede cambiar de modo que la canción quede reemplazada por el cantante.

Cuando alguien está actuando en vivo -sea en un escenario, en un aula, en un podio o en un púlpito- siempre se dará una combinación de tres cosas. El orador tratará de impresionar a los demás con su talento; tratará de hacer comprender su mensaje; y (consciente o inconscientemente) tratará de canalizar algo verdadero, bueno y bello por su propia causa. Metafóricamente, hará el amor consigo mismo, hará el amor con la audiencia y hará el amor con la canción.

Es el tercer componente -hacer el amor con la canción- lo que contribuye al gran arte, gran retórica, gran enseñanza y gran predicación. La grandeza se sitúa aparte aquí porque lo que llega es “la canción” más bien que el cantante, el mensaje más bien que el mensajero, y la empatía del artista más bien que su ego. Entonces, la audiencia es atraída a la canción más bien que al cantante. Los buenos cantantes atraen a la gente hacia la música más bien que a sí mismos; los buenos maestros atraen a los estudiantes hacia la verdad y el aprendizaje más bien que a sí mismos; los buenos artistas atraen a la gente hacia la belleza más bien que a la adulación, y los buenos predicadores atraen a sus asambleas hacia Dios más bien que a la alabanza de sí mismos.

Por supuesto, no es fácil hacer esto. Todos somos humanos, y nuestra audiencia también. Ninguna audiencia te respeta a no ser que muestres talento, creatividad e inteligencia. Siempre hay una tácita presión sobre el cantante, el orador, el maestro y el predicador, desde dentro y desde fuera. Desde dentro: ¡No quiero defraudar! ¡No quiero quedar mal! ¡Necesito destacar! ¡Necesito mostrarles algo especial! Desde fuera, desde la audiencia: ¡Qué tienes! ¡Muéstranos algo! ¿Eres digno de mi atención? ¿Eres brillante? ¿Eres aburrido?  Sólo la persona más madura puede verse libre de estas presiones. De esta suerte, la canción se pierde fácilmente en el cantante, el mensaje en el mensajero, la enseñanza en el maestro y el mensaje de Dios en la personalidad del predicador.

Como maestro, predicador y escritor, admito mi propia larga lucha con esto. Cuando al principio empieces a enseñar, será mejor que impresiones a tus estudiantes; de lo contrario no tendrás su atención ni respeto por mucho tiempo. Lo mismo con la predicación. La asamblea está siempre clasificándote, y será mejor que estés a la altura; de lo contrario ninguno te escuchará. Además, a no ser que tengas una autoimagen excepcionalmente fuerte, serás un perenne prisionero de tus propias inseguridades. Nadie quiere parecer malo, estúpido, desinformado o dejarse ver como carente de talento. Todos quieren parecer buenos.

También, no menos, aún está tu ego (y su fuerza nunca puede ser subestimada). Quiere captar la atención y la admiración para sí más bien que para lo que es verdadero, bueno y bello. Para el mensajero siempre existe la tentación de estar más interesado en impresionar a los demás que en tener el mensaje transmitido con pureza y verdad. La sutil -pero poderosa- tentación que hay en todo cantante, maestro, orador, predicador o escritor es atraer a la gente hacia sí mismos más bien que a la verdad y belleza que están tratando de canalizar.

Yo lucho con esto en cada clase que doy, cada artículo o libro que escribo y cada vez que presido en la liturgia. Sin embargo, no pido disculpa por esto. Es la lucha innata en todo esfuerzo creativo. ¿Estamos tratando de atraer a la gente a nosotros mismos, o estamos tratando de atraerlos a la verdad, a la belleza, a Dios?

Cuando doy una clase, ¿cuánto de mi preparación y energía está motivado por un genuino interés en favor de los estudiantes y cuánto motivado por mi necesidad de parecer bien, impresionar, tener una reputación de buen maestro? Cuando escribo un artículo o un libro, ¿estoy de hecho tratando de proporcionar profundidad y comprensión a los demás, o estoy pensando en mi estatus como escritor? Cuando presido en la misa y predico, ¿es mi verdadera motivación canalizar un ritual sagrado de un modo en el que mi propia personalidad no se interponga? ¿Es guiar a la gente adentro de la comunidad unos con otros y decrecer yo de modo que Cristo pueda crecer?

No hay una respuesta simple a esas preguntas, porque no puede haberla. Nuestra motivación es siempre menos que plenamente pura. Además, no pretendamos ser robots unívocos sin personalidades. Nuestras únicas  personalidades y talentos fueron dados por Dios precisamente como dones para ser usados en beneficio de los demás. No obstante, hay una clara señal de aviso. Cuando el foco de la audiencia está más sobre nuestras personalidades que sobre la canción, probablemente estamos haciendo el amor más con nosotros mismos y nuestros admiradores que con la canción. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Primeras comuniones.

Este sábado, día 5 de junio, en la parroquia del Corazón de María, un primer grupo de 10 niños ha celebrado con mucha alegría su Primera Comunión.

Damos gracias a Dios y rezamos a Jesús por ellos y por sus familias.

Aprovechamos el evento para animaros a la Catequesis para la Primera Comunión

La belleza del matrimonio – El Video del Papa 6 – Junio 2021

“¿Es cierto eso que dicen algunos, que los jóvenes no quieren casarse, especialmente en estos tiempos tan duros?
Casarse y compartir la vida es algo hermoso.
Es un viaje comprometido, a veces difícil, a veces complicado, pero vale la pena animarse. Y en este viaje de toda la vida, la esposa y el esposo no están solos; los acompaña Jesús. 
El matrimonio no es solo un acto "social"; es una vocación que nace del corazón, es una decisión consciente para toda la vida que necesita una preparación específica.
Por favor, no lo olviden nunca. Dios tiene un sueño para nosotros, el amor, y nos pide que lo hagamos nuestro.
Hagamos nuestro el amor que es el sueño de Dios.   
Y recemos por los jóvenes que se preparan para el matrimonio con el apoyo de una comunidad cristiana: para que crezcan en el amor, que crezcan en el amor con generosidad, fidelidad y paciencia. Porque para amar hace falta mucha paciencia. Pero vale la pena, ¿eh?”.

El poder envolvente del odio. Artículo

Cualquier cosa que atéis en la tierra será atada en el cielo, y cualquier cosa que desatéis en la tierra será desatada en el cielo. Sabemos que esto funciona para el amor. ¿Funciona también para el odio? ¿Puede seguirnos el odio de alguien, aun en la eternidad?

En su reciente novela Payback, Mary Gordon platea esa cuestión. Su historia se centra en dos mujeres, una de las cuales, Agnes, ha hecho daño a la otra, Heidi. El daño había sido involuntario y accidental; pero había sido profundo, tanto que para ambas mujeres quedó como veneno en sus almas durante los siguientes cuarenta años. La historia traza sus vidas durante esos cuarenta años, en los que nunca se ven; ni siquiera conocen sus paraderos, pero permanecen obsesionadas una con otra: una alimentando un daño, y la otra una culpa por ese daño. La historia culmina finalmente con Heidi buscando ansiosamente a Agnes con el fin de hacerle frente para pagar con la misma moneda. Y esa paga es el odio, un odio real y perverso, una maldición, con promesa de durar hasta la muerte, asegurando que Agnes nunca estará libre de ella durante el resto de su vida.

Agnes no sabe qué hacer con ese odio, que domina su mundo y envenena su felicidad. Se pregunta si también dará otro color a su eternidad: “Su último encuentro con Heidi había turbado su creencia en la duración de los lazos del amor. Porque si el amor iba a alguna parte después de la muerte, ¿dónde, entonces, estaba el odio? Ella había entendido, en el caso de Heidi, que era la otra cara de la moneda del amor. Aun después de la muerte, ¿la seguiría el odio de Heidi, echando a perder su eternidad, la quebrantada nota en la armonía, el oscuro borrón en el resplandor? Desde que Heidi había vuelto a entrar en su vida, Agnes, por primera vez, había estado ciertamente temerosa de morir. Tenía que hacerse creer que el amor de los que la amaban la envolvería siempre… custodiándola del odio y la fealdad que Heidi le había mostrado. Debía creerlo; de lo contrario… si no, era demasiado intolerable incluso de nombrar”.

Gabriel Marcel afirma correctamente que amar a alguien es asegurar que esta persona nunca pueda perderse, que (mientras el amor continúe) nunca pueda ir al infierno. Por ese amor, el otro siempre está conectado (“ligado”) a la familia del amor y finalmente al ciclo del amor en Dios. No obstante, ¿es, por tanto, esto también cierto para el odio? Si alguien os odia, ¿puede eso tocaros eternamente y contaminar algo del gozo del cielo? Si el amor de alguien puede manteneros por toda la eternidad, ¿puede el odio de alguien hacer lo mismo?

 Esta no es una cuestión fácil. Atar y desatar, según expresó Jesús, funcionan de ambas maneras, con amor y con odio. Nos liberamos unos a otros por medio del amor, y nos atamos unos a otros por medio del odio. Sabemos eso por experiencia, y en un lugar profundo dentro de nosotros intuimos su gravedad. Por eso tanta gente busca la reconciliación en sus lechos de muerte, queriendo como su último deseo no dejar este mundo sin hacer las paces. Pero, triste hecho, a veces dejamos esta vida sin reconciliarnos, con el odio que nos sigue hasta el interior de la tumba. ¿También esto nos sigue hasta la eternidad?

La elección es nuestra. Si respondemos al odio con el odio, este nos seguirá hasta la eternidad. Al contrario, si por nuestra parte buscamos la reconciliación (tanto cuanto sea posible práctica y existencialmente), entonces ese odio ya no puede atarnos; la cuerda será rota, rota desde nuestro extremo.

León Tolstoi dijo una vez: Sólo hay una manera de poner fin al mal, y es hacer el bien en vez del mal. Vemos eso en Jesús. Algunos los odiaban, y él murió así. Sin embargo, ese odio perdió su poder sobre él porque él rehusó responder del mismo modo. Mejor dicho, devolvió amor en vez de odio, comprensión en vez de desavenencia, bendición en vez de maldición, amabilidad en vez de  resentimiento, fidelidad en vez de rechazo, perdón en vez de asesinato. Pero… eso supone una rara e increíble fuerza.

En la afirmación de Gabriel Marcel (si amamos a alguien, esa persona nunca se puede perder) hay una advertencia implicada, a saber, que el otro no rechace voluntariamente nuestro amor ni elija abandonarlo. Lo mismo resulta cierto para el odio. El odio de otra persona nos atrapa, pero sólo si nos encontramos con él en sus propios términos, odio por odio.

No podemos hacer que alguien deje de odiarnos, pero podemos rehusar odiarlo y, en ese momento, el odio pierde su poder de atarnos y castigarnos. Por supuesto,  esto no es fácil, ciertamente no a nivel emocional. El odio tiende a disponer de un dominio enfermizo y diabólico sobre nosotros, paralizándonos la verdadera fuerza que necesitamos para dejarlo marchar. En ese caso, aún queda otro detalle salvífico: Dios puede hacer por nosotros cosas que nosotros no podemos hacer por nosotros mismos.

Así, al fin, como Juliana de Norwich enseña (y como nuestra fe en la compasión y comprensión de Dios nos permite saber) todo sin excepción estará bien, a pesar del odio. Ron Rolheiser (Trad. Benjamín Elcano) - 

Catequesis para la Primera Comunión

¡Ningún niño sin catequesis!
¡Ningún niño sin hacer
su Primera Comunión!
Abrimos las inscripciones de Catequesis del curso 2021-22 y para los dos primeros años de preparación a la Primera Comunión:
niños que van a comenzar 1º de E.P. , 6 años, y niños que comenzarán 2º de E. P., 7.
 Acogeremos incluso en 2º de catequesis
a aquellos niños que, por algún motivo, no han podido hacer este año 1º de catequesis y que cursarán 2º de E.P. 

Podrán inscribirse en la portería de la parroquia o llamando al P. Sotillo, al 661173472.